jueves, 6 de junio de 2013

URUGUAY: MONTEVIDEO: Un mundo para deambular.

Un mundo para deambular

La feria de Tristán Narvaja, en el barrio Cordón, es un clásico de los domingos En Montevideo. El color de los puestos que venden, literalmente, de todo.
Una mezcla dentro de la mezcla. Eso es la feria de Tristán Narvaja de Montevideo, Uruguay. No es una, son muchas: mercado de pulgas, de animales, feria de verduras y frutas, de antigüedades, de libros nuevos y usados. De ropa vintage y disquería de vinilos. De puestos que venden, solamente, viejos caireles para que cada quien encuentre el que busca, en forma de gota o de flor. De feriantes que buscan la palabra, el diálogo, mientras piden lo justo –o más y todos lo saben– por un sifón de vidrio o un reloj de péndulo.
Vieja y nueva, un clásico de los domingos en la ciudad, la feria se extiende por varias cuadras en el barrio Cordón. Comienza –es una forma de decir, porque uno se puede sumar en cualquier tramo– en Tristán Narvaja y la avenida 18 de Julio: los primeros puestos que parecen amontonarse en esa esquina ya exhiben la diversidad, el carácter de la feria. Sobre una de las veredas, jaulas de animales domésticos, peceras y plantas; en la de enfrente, posters y afiches –del Che Guevara, de Bob Marley, entre tantos otros personajes– y películas en dvd. En el medio, dos carriles de puestos de mercadería fresca. Entre la enorme cantidad de gente que la recorre, se recortan los árboles y los toldos multicolores que parecen funcionar como el techo de este mercado único, que se vio por primera vez en 1909.
La feria de Tristán Narvaja obliga a palabras de otros años, como chucherías . Se camina lentamente entre los puestos y avanzar un par de cuadras hacia el corazón de la feria es como ir y volver en el tiempo. Se necesitan varias horas (la feria empieza a desplegarse alrededor de las 10 de la mañana y termina hacia las 15) para recorrer siete cuadras. Porque, además, en cada esquina Tristán , como se la conoce, se abre hacia las calles transversales. Vale la pena hacer el desvío porque allí están los puestos de libros viejos y usados. Al recorrido se suman, además, al menos dos calles paralelas a Tristán Narvaja.
Un mundo para vagar. En su novela “El amante del volcán”, Susan Sontag dice: “¿Para qué entrar? Sólo para jugar (...). Pero quizá no para hacer una oferta, para regatear, no para comprar. Sólo mirar. Sólo vagar. Libre de preocupaciones. Sin nada en mente” .
En ese vagabundeo se sigue armando la lista de objetos: juguetes viejos de lata, plantas, pipas, billetes, postales y estampillas antiguas, jarrones de todos los tamaños, las botellas de vidrio en las que se vendía leche, latas de frutas exóticas de China o de Brasil, pilas, muebles de jardín, platos y cubiertos, flores de plástico y naturales, clavos y tornillos, llaves, sábanas, toallas y ropa interior, vinilos de los Beatles, fotos familiares de principios del siglo XX, monstruitos de plástico, fruta, chivitos al paso, bijouterie. Hay una leyenda urbana que cuenta que un coleccionista, en su propio deambular, encontró un violín firmado por Stradivarius.
En cada cruce de calles, la música le da más vida a Tristán Narvaja. Jazz, tango y candombe, que tocan músicos jóvenes sentados en banquetas a las puertas de un bar, se cruzan con los gritos de los feriantes, que anuncian las ofertas de última hora. O sobre diálogos de este tipo: – No se pueden sacar fotos en la feria porque después viene cualquiera y hace réplicas para vender. Acá todo es único –, avisa uno de los feriantes, que despliega su oferta sobre un retazo de terciopelo.
No hay una guía para recorrer la feria, pero cierta tradición no escrita indica que, de ida, se camina por la vereda izquierda y, de vuelta, por la derecha. Tristán Narvaja cambió con los años y, al mismo tiempo, sigue igual: se sigen vendiendo manteles de hule y encajes, fideos por kilo y figuritas de cartón. Datos de esa economía, de esa acumulación tan particular que se pone en juego.


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INFORMACION
www.montevideo.gub.uy
www.turismogub.uy.

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