Vida de romano
El sutil arte de ser turista, pero ver pasar el tiempo y disfrutar como un vecino más
A través de los consejos de Gonzalo, buen amigo y conocedor de Roma, alquilé un pequeño departamento en medio del laberinto de calles peatonales entre Piazza Navona y el Panteón. Era antiguo, muy antiguo, con una escalera de piedra en caracol de escalones rebajados por los siglos. Pero, con el genio italiano, el interior era un diseño de revista de arquitectura, en menos de 60 metros cuadrados.
Alrededor lo tenía todo para alimentarme, comprar, pasear y divertirme. Así cumplía mi deseo de hacer vida de romano, a puro barrio. Y no era caro, alrededor de 150 euros por día, poco más que un hotel e infinitamente más conveniente para disfrutar de la mesa y gastar menos. Además estaba cerca de lugares más económicos e igualmente gratos, aunque menos turísticos: Testaccio, Monti, Esquilino, San Lorenzo, donde filma Nanni Moretti. Pero lo elegí porque por ahí pasaba mi mejor compañero de ruta, el Pollicino, como lo llaman al pequeño bus elettrico que atraviesa Vía del Corso desde el Campidoglio hasta Piazza del Popolo. Jamás tomé los muchos ómnibus grandes, un subte o un taxi, salvo para ir al aeropuerto.
Un recorrido personal
En estas páginas del suplemento el lector tiene muchas tentaciones para armar recorridos a su antojo. Le cuento el mío, siempre en la ruta del 116 (o de sus colegas 117 o 119). Mi safari se iniciaba en la plaza del Campidoglio, que diseñó Miguel Angel. Hay otras escaleras que llevan al monumento de Vittorio Emanuelle II al que llaman la Máquina de Escribir. Es feo. Sin embargo, al subir por los otros peldaños, nos encontramos con la copia de la estatua ecuestre de Marco Aurelio (121-180), emperador y filósofo cuyos Pensamientos leemos con provecho antes de dormir. Y al entrar en el Museo Capitolino está el bronce real, de 3 metros, que impone respeto. Y, luego, porque no sólo estamos rodeados por el arte por donde tropecemos, llegamos a la confitería que mira a la vieja Roma (el Coliseo y demás). Sentarse frente a ese panorama para disfrutar de una comida o un café, no tiene precio.
Luego volví al minibús que atraviesa la central Vía del Corso, justo frente al Palazzo Venezia, desde donde hablaba Benito Mussolini, aunque nadie lo recuerda. Y en no más de quince cuadras de recorrido, atravesando el centro histórico, uno está cerca de todo lo imperdible.
Desde lugares memorables, como el Palazzo Doria Pamphilj, con el retrato del papa Inocencio X por Velázquez; la Fontana de Trevi; Piazza de Spagna, donde murió Keats, el poeta que adoraba Julio Cortázar; la casa de Goethe y el estudio de Chirico. Sin olvidarse del Caffe Grecco, en Vía Condotti, para tomar un espresso de parado porque siempre está lleno desde que abrió en 1760. Junto a vidrieras para encandilarse o suicidarse con la tarjeta de crédito.
A paso lento
Caminaba lentamente, como saboreando un gelato, a la Piazza del Popolo, en Vía Flaminia, donde llegaban los turistas desde la antigüedad. Allí nace el Tridente con Vía del Corso, que tiene a Babuino y Ripetta a sus lados. A un costado, en la basílica de Santa María, está la Cruc ifixión de San Pedro, una de las obras impresionantes de Caravaggio (1571-1610), artista que se ha transformado en un recorrido temático de moda. Ahí nomás, en el número 10 de Vía Margutta, entre anticuarios y casas de alta costura, vivieron Federico y Giulietta, porque Fellini consideraba esa plaza su cuarto de estar. Me pasaba lo mismo con mi cuarto ambulante, que era el Pollicino.
Estas líneas son un boceto de mi diario placentero. Aunque le falta lo más difícil de describir en palabras, lo intransferiblemente personal. Sentarse en cualquier lado para ver la gente pasar y pasar en esta ópera o película que no cesa día y noche.
Al lado de mi casa era memorable la cara de la dueña de la trattoria vecina cuando me ofrecía pasta con trufas que rallaba generosamente. Luego, mi pequeña rutina para completar la noche seguía con un tartufo, un helado artesanal, en Piazza Navona. Igual que otros vecinos, bancos por medio, respetando el dolce far niente ..
Por Horacio de Dios
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