martes, 4 de junio de 2013

URUGUAY: CARMELO: Una visita.

Carmelo

Carmelo, a 80 kilómetros de Colonia del Sacramento, es una realidad aparte. Medio en chiste, medio en serio, sus habitantes nos dicen por lo bajo que esta ciudad, la única fundada por José Gervasio de Artigas, debería ser la capital del departamento. Cuando se lo preguntamos a la guía Silvia Aguiar (también especializada en la Isla Martín García), se limita a sonreír y nos va mostrando -como si no tuviera relación con el interrogante- algunos de los atractivos de la localidad, cuyo crecimiento en los últimos años es notable. Los embarcaderos, ya sean el del Carmelo Rowling Club, el Yatch Club Carmelo o el Atracadero de Yates, están tan poblados de botes de todo tipo que parece una ciudad eminentemente náutica.

Sin embargo el lugar tiene otros íconos. Mezclados con los habitantes de Carmelo que hacen sus compras y sus trámites, los turistas sacan fotos o filman con sus cámaras la plaza Artigas (en la zona vieja) o de la Plaza Independencia (casi el epicentro del área comercial). Nuestra guía se detiene en el Puente Giratorio que divide en dos la localidad, sobre el Arroyo de las Vacas. Increíblemente, esta estructura monumental y colorada que data de 1912, es movida a tracción humana, lo que la convierte en la única de este tipo en Uruguay y una de las pocas de América Latina. El Templo del Carmen, el Museo y Archivo Parroquial, la Capilla de San Roque, su gran reserva de fauna y los balnearios, son otros de los atractivos de Carmelo, a lo que hay que añadirle el lujo paradisíaco del Four Seasons Resort, con su cancha de golf y sus piscinas.

Si por el contrario, decidimos ir en dirección a Montevideo, casi pegadas al departamento de San José hay tres ciudades en las que no se pueden obviar las marcas de sus fundadores: Colonia Suiza (fundada en 1862), Colonia Valdense (1858) y La Paz-Colonia Piamontesa (1858).

No podemos recorrer esta zona sin percibir, a cada paso, construcciones con cruces helvéticas; muchísimas iglesias, entre las que se encuentra la primera congregación Evangélica Valdense de América, consagrada en 1893; y una gran cantidad de locales de venta de quesos de la más variada gama. Otra de las señas de identidad de estos pueblos de inmigrantes son sus famosos dulces artesanales, algunos elaborados con frutas insólitas, ideales para disfrutar directamente del frasco, cuchara en mano y sentados en cualquier recodo de las 25 hectáreas del majestuoso Hotel Nirvana o en una de las tantas plazas de estos pueblos.

De vuelta en Colonia

Acompañados por María del Carmen Domínguez, guía de turismo de la ciudad, iniciamos el recorrido desde la Puerta de la Ciudadela. Mientras la guía explica, los visitantes recorren y vuelven a recorrer el Faro, la casa del Virrey (nombre extraño que no se sabe de dónde proviene, ya que Colonia no tenía funcionario con ese cargo), y los múltiples museos. Una vez terminada la recorrida, algunos parten de escapada a un paraje denominado San Pedro. Allí hay un conjunto de establecimientos rurales ("no estancias", nos advierten los dueños), que pivotean sobre el Museo Tourn (con herramientas de mecánica antigua), el Vivero Yatay (con su mini-jardín botánico, invernaderos y árboles añosos), el Parque Brisas de Plata (con depósitos paleontológicos y balnearios en el verano) y "Los tres botones", un sitio maravilloso donde se realizan cabalgatas y se sirven comidas caseras a precios muy accesibles.

La noche nos encuentra en el Hotel Radisson, caminando por elegantes corredores, donde reina esa calma que define al espíritu de la ciudad. Pero cruzamos una puerta e ingresamos en otra de las dimensiones de esta Colonia que siempre tiene una sorpresa para dar. Estamos en el Casino: ruletas, mesas de cartas y muchas máquinas tragamonedas. No es tan ampuloso como otros lugares de juego y uno puede distinguir, por la forma de moverse y el grado de concentración, quiénes son jugadores habitués y quiénes turistas insomnes que han encontrado el sitio ideal para pasar el rato. La noche del casino y la de los restaurantes, con músicas cruzadas -un tango acá, una murga más allá- muestran otra de las numerosas caras de la sorprendente Colonia.

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