Cafes legendarios
En Viena, Barcelona, Praga o Venecia, algunos de los más tradicionales y encantadores locales dondecomenzar el día o hacer la pausa justa para reponer energía y... viajar en el tiempo
Un buen café y un diario es una gran combinación para comenzar el día o hacer una pausa en el camino cuando viajamos. Especialmente si se da en un salón palaciego, cubierto de grandes espejos biselados, columnas de madera talladas, boiseries, arañas de cristal, vajilla de porcelana y un amplio etcétera haciendo juego. Donde los camareros están orgullosos de su trabajo y hasta visten de etiqueta. Y, lo más trascendente, donde se esté rodeado de habitúes que se conocen.
No por nada, ciertos cafés legendarios en el mundo conforman una aristocracia de la taza y se han transformado en grandes atracciones turísticas.
Como la mayoría de las cosas importantes, esta tradición viene de lejos, particularmente de Europa central y de fines del siglo XVIII, durante el Imperio Austro-Húngaro de Francisco José y Sisí. Y también de Oriente, con el café turco de Estambul y El Cairo, y su expansión en América.
En Buenos Aires, este modelo de café bar lo tomó, por ejemplo, la Richmond, en la calle Florida, que acaba de bajar su persiana no sin polémica. Y, por supuesto, el exitoso Tortoni, donde hay que hacer cola para conseguir entrar, y Las Violetas, que resucitó con sus vitraux.
A estos cálidos cafés los asociamos con los de ciudades como Viena, Budapest, París, Venecia o Roma, aunque no hay un lugar y una fecha precisos del nacimiento de esta institución gastronómica. Pero los rasgos comunes existen: las sillas Thonet, las mesitas de mármol, las cortinas de lazo...
El rito comienza por la mañana, pero se mantiene en continuado hasta la noche tarde. Por eso la fama de las tortas (por ejemplo, la Sacher), luego los bocadillos, los panini, un especial bien cargado o cualquier tente en pie porque el menú está al servicio del cliente y no del reloj. Aunque uno no pida nada más que un café, un vaso de agua y el diario. Y los minutos se hacen horas y a ningún mozo se le ocurre apurarlo acercando la cuenta a menos que se la pidan.
El mismo Sigmund Freud iba al Café Landtmann (Dr Karl Lueger Ring 4) que estaba cerca de su casa y sigue siendo uno de los mas espléndidos de Viena. Paraba allí como Cacho Castaña en el Café la Humedad. En Roma, lo mismo hacía Goethe, deslumbrado por Italia, Ruskin en Venecia o Nietzsche en Turín. En París, Sartre y Simone tenían su escritorio de hecho en el barrio de Saint Germaine, porque durante la ocupación alemana no había calefacción en las casas ni en los hoteles, pero sí en las confiterías y los teatros.
El café era un punto de encuentro que no necesitaba un celular ni un mensaje en Facebook. Se veía la vida pasar y pasar, mirando sin hacer nada, conversando o esperando a alguien que quizá nunca llegaba.
El café es un ingrediente necesario, pero no suficiente. Lo decisivo es la decoración, el ambiente, la onda y, fundamentalmente, sus parroquianos. Uno piensa que, igual que en algunos restaurantes de Puerto Madero, se los conquista con una atención especial para que sea más frecuente la visita de algunas personalidades que otras, apostando a la rueda de la fortuna del Quié n es quién de actualidad. Porque algunos son lugares para mirar y ser mirados. Uno puede ser un anónimo, pero al sentarse en una silla de esta aristocracia del mantel hasta se puede sentir contemporáneo de Voltaire, Hemingway, Picasso y Borges.
ROMA
Caffé Greco
Mirarse en su galería de espejos, en tres salones separados por arco de medio punto, es sentirse en compañía de músicos como Listz, Bizet o Wagner. Sobresale con su estampa de años, aunque esté rodeado de los locales de las más importantes marcas italianas. Fue fundado en 1760 por un emigrante griego, Niccola della Madalena, de ahí su nombre, a pasos de la Piazza di Spagna, al pie de la escalinata que lleva hasta la casa en la que murió John Keats. Por aquí se deslumbraba Goethe al familiarizarse con la cultura italiana desde los clásicos. Las salas son pequeñas, igual que las mesas y las sillas, con cuadros y fotografías que incluyen a Audrey Hepburn, La princesa que quería vivir. No es simple conseguir una mesa y suele ser mejor buscar un lugar vacío en la barra para pedir un café en lugar de aperitivos, como hacen los locales. Entre otras curiosidades, dicen que fue el primer local que permitió fumar a sus clientes.
Vía Condotti, 86. Roma
(cierra los domingos)
VIENA
Das Café Central
Como Boca y River, también en Viena hay pasiones que dividen. Mientras el Frauenhuber era el preferido de la aristocracia, el Central fue elegido por los intelectuales y políticos desde que abrió en 1876 en el Palacio Ferstel. Su lista de clientes famosos es interminable hasta el punto de incluir antes de la revolucion soviética a Vladimir Lenin y Lev Bronstein, al que todavía no se lo conocía por su seudónimo de León Trotsky. Eran jugadores de ajedrez, el juego ciencia que preferían los parroquianos. Los tableros y trebejos eran tan comunes que parecía una escuela de ajedrez. El café se cerró al terminar la Segunda Guerra Mundial, pero se recuperó en 1975 y desde 1986 tomó su aspecto actual, transformado en una gran atracción no sólo turística, sino intelectual y gourmet a la hora de degustar sus 20 clases de tortas.
Herrengasse 14
VENECIA
Caffè Florian
Decir que es una maravilla es quedarse corto. Porque cuando anochece, a medida que la oscuridad avanza y la plaza se va quedando vacía crece su magia. Fundado en 1720 por Floriano Francesconi, mantiene la iluminación de sus lámparas de Murano a cuya luz se acentúa la belleza de las mujeres, que aquí nunca tuvieron el acceso prohibido como sí ocurría en otros locales. El Caffè Florian es una pasarela sensual y enigmática. En el Carnaval de la ciudad, allí se concentran disfraces y máscaras. Todo el año, el turista vive en un tiempo eterno. Igual que en Medianoche en París, la película de Woody Allen, no produciría sorpresa cruzarnos con Casanova o los personajes de Shakespeare, ver a Byron llegar nadando desde el Gran Canal o reconocer a Hemingway. Un café que es como Venecia misma, donde lo único que uno puede hacer es enamorarse del placer de vivir. Aunque sólo sea tomando un café que sabe a los dioses.
Piazza San Marcos. Venecia
EL CAIRO
Café Al Fishawi
Es el más antiguo de Egipto y pertenece desde 1773 a la familia que le da su apellido. Está en el centro del mercado más popular de la ciudad, Jar Jalili, que tiene seis siglos. Para llegar al café hay que recorrer el zoco, donde nos vamos perdiendo entre sorpresas hasta encontrarlo. Antes de viajar es aconsejable leer la novela El callejón de los milagros, escrita por Naguib Mahfuz, premio Nobel de 1988, el primero otorgado en lengua árabe. Y, por supuesto, era asiduo cliente del Café de los Espejos, como también se lo llama. En 1995, el director mexicano Jorge Fons tomó esa obra para una película. Nadie tiene apuro en un café y mucho menos cuando se trata de pedir un café turco o un té de menta mientras otros disfrutan de su pipa de agua, la tradicional narguila. No sirven comidas, pero no hay problema si quiere llevar un sándwich de falafel propio. Está abierto las 24 horas y, aseguran, no cerró una sola noche desde hace 200 años.
Plaza de Hussein. Jar jalili. El Cairo
ESTAMBUL
Pera Palas Café
Tiene todos los condimentos para ambientar una novela de misterio y es tan orientalmente suntuoso que pasa de una época antigua a la onda más actual. Está en la parte más vieja de la ciudad y era base para los viajeros del singular Oriente Express. Entre sus clientes no puede extrañar que haya estado Alfred Hitchcock, el maestro del suspenso, pero también Mata Hari, Sarah Bernhardt y Greta Garbo, entre otras personalidades, sin contar las criaturas imaginadas por Agatha Christie.
Mesrutiyet Cad, 98-100. Estambul
BUDAPEST
Café New York
Otro clásico del Imperio Austro-Húngaro transformado en atracción turística y al que numerosos cambios de dueños y renovaciones no le alteraron el estilo ultralujoso que fijó en sus comienzos en 1894. Aunque ahora forma parte del hotel cinco estrellas de una cadena italiana y sólo en su deslumbrante apariencia se lo puede llamar café. Llamarlo sólo cafetería sería un insulto al despliegue art noveau, con los frescos del cielo raso y los candelabros de cristal.
VII. Erzsébet körút 9-11
www.boscolohotels.com
VIENA
Café Frauenhuber
El oro negro, como se lo llama al café, venía de Oriente. Al romper el segundo asedio otomano de Viena en 1683 y descubrir los europeos la conveniencia de importar ese producto surgió una sucesión de lugares para tomarlo socialmente. Desde ese momento surgieron los locales para tomar café, las Kaffeehaus, como una de las instituciones de Austria más copiadas en el mundo.
Al Café Frauenhuber se lo considera el más antiguo en su rubro y se mantiene tan espléndido como siempre. Su fachada data de 1769 y tuvo remodelaciones que no variaron su estilo. Desde el principio hasta hoy sirve, por la mañana, café, chocolate y té; limonadas con platos calientes al mediodía y tortas todo el día. Era el lugar de moda cuando allí tocaron Mozart en 1797 y luego Beethoven casi un siglo después. Tuvo cambios de nombre hasta que en 1891 se estableció como el Café Frauenhuber, pero sin perder la personalidad que lo había convertido en el favorito desde los días del Imperio Austro-Hungaro.
Himmelpfortgasse, 6. Metro U3 U1
Stephanplatz. Viena cafe-frauenhuber.at
PARIS
Le Procope
En Saint Germain des Pres, la entrada impresiona con su fachada con flores, vista tantas veces en miles de imágenes. Y si se accede por la parte de atrás, la calle adoquinada y semiiluminada remite al viejo barrio donde vivía Voltaire, muy cerca de las casas de Robespierre, Danton o Marat en tiempos de la Revolución Francesa. El edificio tiene varios pisos en laberinto y puede ser restaurante, brasserie, salón de fiestas o lo que se le ocurra. Sin dejar de ser un museo vivo. Porque desde que el siciliano Francesco Procopio dei Coltelli se instaló en 1686, cuando reinaba Luis XIV, el Rey Sol, no hubo figura notable que no lo frecuentara. Los conocedores aseguran que ésta fue la mesa de Molière, que en aquella otra escribió Diderot su enciclopedia, que en la de más allá se sentó Napoleón siendo militar en ascenso. La lista de comensales sigue con Balzac, Victor Hugo, Verlaine, sin olvidar a Julio Cortázar.
13 rue de l'Ancienne Comedie
PRAGA
Café Slavia
Los cafés en la actual República Checa mantienen el escenario de los que se hicieron famosos en el Imperio Austro-Húngaro del que formaban parte. Este local de 1863, de arquitectura art déco, es uno de los más famosos y si bien Franz Kafka nunca dio un nombre propio de su ciudad, era seguramente uno de sus clientes como su poeta compatriota Rainer Maria Rilke. No sólo abundan los diarios para consultar igual que en Viena, sino también el strudel o el pastel babovka y hasta una cerveza checa desde sus amplios ventanales cercanos al Teatro Estatal donde Mozart dirigió el estrenó de Don Giovanni, en 1787.
Smetanovonabrezi, 2
MADRID
Café Gijón
Impone respeto por orden de memoria con sólo tomar asiento en sus sillas de terciopelo rojo. Porque eso mismo hicieron Federico García Lorca, Antonio Machado, Jardiel Poncela, Camilo José Cela y la mayoría de los prohombres de la literatura española. Es sinónimo de tertulia, lo que implica no sólo hablar, sino tener algo que decir y la aceptación de escuchar. Hermano de sangre del cuadro La tertulia del Café Pombo, de José Gutiérrez Solana que está en el Centro Reina Sofía. Si bien son famosas sus tertulias y participantes, también lo es el local en sí mismo con la diversidad de comidas, su terraza en el verano y horarios de las 9 a las 2 de la madrugada.
Fundado en 1888 por Gumersindo Gómez, un asturiano que dispuso que el local jamás cambiara de nombre y que mantiene el premio literario que lleva su nombre creado por otro habitué, Fernando Fernán Gómez. Es una reliquia vital de la tradición de El Colonial, el Café de Oriente, Café Pombo, la Flor y Nata, entre otros grandes y recordados cafés de los años 30, previos a la Guerra Civil Española.
Paseo de Recoletos, 21
www.cafegijon.com
LISBOA
A Brasileira
Fernando Pessoa, uno de los mayores poetas portugueses y universales, sigue en la terraza con su estatua de bronce junto a una taza de café. Es difícil no tentarse en sacarse una foto a su lado y luego pedir un pastel de nata (pastéis de Belém) cuya receta es secreta desde hace dos siglos. El local está en el barrio Chiado, uno de los más encantadores de una ciudad encantadora donde recibe la brisa cercana del mar y la música de los fados está en el aire. Fue creado en 1905 por Adriano Telles con el propósito de importar productos desde Brasil, en especial el café de Minais Gerais. De su destino anterior, un negocio de camisería, le quedó su forma angosta y alargada, enriquecida con sus maderas talladas, mosaicos, espejos y bronces. El comerciante alentaba degustaciones con una tacita pequeña pariente del expreso. Como suele ocurrir, a pesar de su prestigio, corrió el riesgo de ser demolido. Lo rescató del olvido el movimiento de opinión para preservarlo como patrimonio cultural.
Rua Garrett, 120
BARCELONA
Café de L'Opera
En las Ramblas se mantiene la atracción, local y turística, de un café que nació en 1928 y mantuvo una clientela permanente. Nunca cerró ni siquiera durante la Guerra Civil Española y a través de sus tres libros de firmas tiene el capital mayor de su propósito de tolerancia, algo así como el alma máter de lo que debe ser un café. Allí figuran tanto el rey Alfonso XIII como anarquistas, bohemios e intelectuales, pintores, escritores, artistas, cantantes y, por supuesto, políticos y sindicalistas, lo mismo que futbolistas del Barcelona y hasta del Real Madrid. El local nació bajo el signo del modernismo catalán, con atrevimientos como los de una larga barra, poco común en un lugar de alta categoría. Fue restaurado por el arquitecto Antoni Moragas, uno de los grandes del diseño, que falleció en 1985. El café forma parte del patrimonio histórico de la ciudad y es uno de los más concurridos
Por Horacio de Dios | LA NACION
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