Salvador es magia y felicidad
En el Pelourinho, calles empedradas, fachadas coloridas y música a toda hora.
Salvador, en el estado de Bahía, es la más fascinante y mágica ciudad de Brasil. Nada diré del mar, todo el mundo sabe que es hermoso. En la antigua capital de los tiempos del imperio subsisten aún sus majestuosos edificios y palacios junto a una colorida arquitectura de estilo portugués y simples cabañas de barro y madera. La miscelánea parece un sueño de “Las mil y una noches”.
Desde Itaparica subimos a la lancha y en diez minutos atracamos en el legendario Mercado Modelo donde un enjambre de cocineras nativas ofrece sus delicias en improvisadas mesas de madera, adornadas con manteles blancos de puntilla. Extraen sus manjares de ollas inmensas y los sirven en hojas de banano. Entre tantas exquisiteces, elegimos la clásica moqueca (mezcla de pescado con leche de coco y aceite de dendé) y ensopados (guiso de carne macerado en hierbas). El banquete es regado por “batidas” de cachaça con diversas frutas, hielo molido y azúcar, la típica caipirinha y la exótica “leche de camello” de color rosa por su mezcla de cerezas, frutillas, leche y aguardiente. Hay postres y dulces de todo tipo y, siempre, cerveza helada. Los puestos del mercado son muchísimos, tal vez mil, vaya uno a saber; allí está todo lo que busquemos de Brasil e incluso de Africa.
Coexisten más de 365 iglesias católicas (una por cada día del año, dicen) junto a innumerables casas de candomblé, una religión africana que se mezcló con el culto a los santos católicos. En sus templos, llamados “terreiros”, por medio de “buzios” (caracoles) los “paes” adivinan la suerte. Visitamos a “Menininha do Gantois”, que fuera cantada por Maria Bethania, Caetano Veloso y Gal Costa y, en el otro extremo de la ciudad, a Madre Stella de Oxosse, hija y nieta de célebres “paes de santo” y mujer de enorme sabiduría.
Subimos al ascensor Lacerda hasta el espectacular Pelourinho. Desde la Plaza da Se, por apenas dos reales, se puede hacer un recorrido de una hora en ómnibus para ver todo el barrio. El viaje culmina en la playa de Itapuã (inmortalizada por Vinicius de Moraes en la canción “Tarde en Itapuã”) donde, además de su laguna dorada, está la casa del propio Vinicius. Durante el carnaval, las antiguas calles empedradas del Pelourinho, y de todo Salvador, son transitadas por una multitud de almas y de Tríos Eléctricos (camiones con orquesta) y los “Blocos”, infinitas murgas barriales con sus vestimentas características.
Esta es una tierra en trance. Un éxtasis de mar, belleza, música y mística expresada a puro ritmo. Quien la conoce siempre ha de regresar. Y eso, que pareciera una leyenda, por suerte se cumple. Bahía, verdadera tierra de la felicidad.
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