lunes, 10 de junio de 2013

URUGUAY: CARMELO: Romance con el río

Romance con el río en Carmelo
A dos horas y media de navegación de Tigre, este pueblo ofrece historia, playas, un puente giratorio y bodegas.

El capitán de la lancha encuentra la explicación justa a pleno sol, mientras navega las aguas de uno de los canales: “Vine por un fin de semana y me quedé para siempre. En Carmelo tenés el río, tenés quesos y vinos riquísimos, tenés belleza, paz y el placer de la siesta … ¿qué más se puede pedir?” Es exactamente lo que se siente apenas el catamarán toca tierra uruguaya en el muelle de Carmelo. Son sólo dos horas y media desde Tigre, pero ya se respira distinto. El río está calmo y lo impregna todo: las antiguas construcciones del casco histórico, el famoso puente giratorio, las bodegas boutique, el río y las islas que invitan a la pesca, la navegación y las largas mateadas, los preciosos atardeceres.
Los pasos nos llevan como un imán hacia el centro neurálgico de la movida en Carmelo: el Four Seasons, a 6 kilómetros del pueblo sobre la ruta 21, uno de los resorts más espectaculares de Sudamérica enclavado en un bosque de pinos y eucaliptos a orillas del Río de la Plata.
¿Cómo encontrar el paraíso a un par de horas de Buenos Aires? Pase y le cuento.
Para empezar el día, habrá que desasirse del embrujo de las sábanas aterciopeladas y los almohadones de pluma de ganso de las camas del Four Seasons. No es fácil. Sin embargo, se comprobará luego que se trata sólo de una más entre las múltiples tentaciones a las que deberá someterse el espíritu en este templo de relax y confort. ¿Un rato de sol en la piscina con doble cascada rodeada de mullidas reposeras? ¿Una sesión de reflexología seguida de un té de jengibre y miel? ¿Alguna noble incursión gastronómica, de las que abundan por aquí? ¿O un poco de deporte en medio de la naturaleza? Difícil decisión, sobre todo porque, afuera, Carmelo y sus alrededores ofrecen también encantadoras propuestas.
De playas y vinos
A unos 75 kilómetros de la ciudad de Colonia, Carmelo fue fundada en 1816 por José Gervasio Artigas y aún mantiene ese aire antiguo y pueblerino tan característico de algunas ciudades uruguayas. Carmelo tiene un romance eterno con el río, que se despliega en sus sitios más emblemáticos: la Playa Seré, con sus arenas blancas y finas; el puente giratorio, una obra de ingeniería que se transformó en una postal de la ciudad; el amarradero de yates y la boca del arroyo de las Vacas; y la rambla de los Constituyentes, “el” lugar de encuentro, una costanera de adoquines con glorietas, esculturas y aroma a rosas a donde todo el mundo llega con su termo bajo el brazo a tomar unos mates cuando cae el sol. Un poquito más allá del protagonismo del río hay también otros atractivos, como la Plaza de la Independencia, centro cívico y comercial, la Casa de la Cultura, el Museo y el Templo del Carmen.
Mediodía en Carmelo, momento perfecto para incursionar un poco en la ruta de los vinos y visitar la Finca Narbona, construida por el aragonés Juan de Narbona en 1732 y con una historia en el cultivo de vides que se remonta a 1909. La finca es un lugar soñado, con un casco antiguo en colores pastel, un restaurante armado sobre un viejo almacén de ramos generales, cava y un patio colonial precioso, del que no dan ganas de irse nunca más. La estrella de la casa es la pasta casera, pero también hay buenísimas picadas, todo regado con vinos de cosecha propia (para los iniciados y no tanto, vale la pena contratar una degustación en la cava: el lugar es mágico y los vinos excelentes, sobre todo el tannat). Antes de partir, en el almacén se venden productos elaborados en la finca, vinos, quesos artesanales, dulce de leche, aceite de oliva, mermeladas… Placer de los dioses.
Escapada de lujo
Otra vez se escucha el canto de sirena de esas sábanas exquisitas… Habrá que tomar una siesta nomás, y dejarse ganar por el ritmo lento y sosegado de los vecinos de Carmelo. En el cuarto sobran motivos para entretenerse. Son 20 bungalows de 90 metros cuadrados, seis de ellos con vista al río, y 24 suites de dos niveles de 120 metros cuadrados, todos ambientados con una calidez refinada, con techos de madera y pisos lustrados y terminados a mano, con alfombras artesanales de diseños naturales. Tienen terrazas privadas para estar o comer al aire libre, obviamente LCD, reproductor de DVD y cafetera express y un área de baño que es casi casi un derroche, con una increíble bañera con jacuzzi, descomunal lavamanos y productos de tocador gourmet.
Tras la siesta, y ya totalmente a tono con el ambiente relajado, el plan será aprovechar las actividades del resort. Nadie muestra el más mínimo apuro por nada en la recorrida de reconocimiento por el lobby, decorado con objetos del sudeste asiático, lleno de detalles de lujo pero sobrios. Seguimos caminando el parque, la piscina rodeada de muebles de diseño, y los senderos de madera recortados entre el césped y la arena. Cada tanto, un camastro ubicado en un punto estratégico llama a una sesión de masajes, hasta llegar a la playa con sus exóticas palapas.
Quien conserva algún afán deportivo en medio de tanta quietud, puede elegir entre tenis, bicicletas, cabalgatas guiadas, clases de polo o cruzar al otro lado de la ruta hasta el Carmelo Golf Club, una cancha de 18 hoyos apreciada por su dificultad. Los demás nos refugiamos en el spa de 1.200 metros cuadrados, con piscina climatizada, jacuzzi, saunas, salas de relajación y una carta con distintos tratamientos, reflexología, meditación, belleza y yoga. Los chicos tienen su Programa para niños Kids For All Seasons.
La tarde va promediando y nos llegamos hasta Puerto Camacho, el amarradero del lindante country club El Faro, un lugar lindísimo, con un bar-restaurante encantador, desde el que salen las lanchas para el paseo al atardecer, la excursión de pesca o el paseo en canoa. Para la vuelta, aguarda la cena, cita ineludible del resort, servida en alguno de los restaurantes o en el Gazebo sofisticadísimo y privado al lado de la playa. Unos langostinos dorados con emulsión de banana y maracuyá prenuncian las delicias que seguirán. Sí, definitivamente, el paraíso a un par de horas de Buenos Aires.
MINIGUIA
COMO LLEGAR. La empresa Cacciola zarpa todos los días hacia Carmelo desde el puerto de Tigre, provincia de Buenos Aires. La tarifa incluye el traslado en ómnibus a Tigre desde distintos puntos de la ciudad de Buenos Aires

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