El color de Centroamérica
De la herencia colonial de Antigua al mercado de Chichicastenango, la belleza del lago Atitlán y las imponentes ruinas de Tikal. Colores, perfumes y sabores de un país tan diverso como fascinante, donde la cultura maya sigue viva a cada paso.
Pero, ¿qué pasó con los mayas, por qué desaparecieron?”, pregunta alguien, medio distraído, mientras la combi va ingresando en las sinuosas calles de Chichicastenango, en Guatemala. El guía Haroldo sonríe, como debe hacerlo siempre que le hacen esta pregunta, y dice: “¿Desaparecer? Mire a su alrededor; éstos son, aquí están los mayas”.
Esta es la primera noticia para quien venga a Guatemala, entonces: que sepa que de los mayas va a ver mucho más que unas impresionantes ciudades abandonadas, porque su cultura sigue viva en muchas de las 23 etnias que pueblan el país. Antes que esta, teníamos otra información más urgente, pero que ya quedó vieja: les íbamos a contar que el 21 de diciembre no se acababa el mundo, pero a esta altura es de suponer que de eso ya se percataron todos. Sin embargo, hay una tercera noticia, y es mucho más interesante: resulta que Guatemala es un país hermoso y sorprendente, que concentra de todo en pocos kilómetros cuadrados: playas sobre el Atlántico y sobre el Pacífico, volcanes, valles, lagos, montañas y, culturas muy interesantes y vivas, que mantienen sus tradiciones. El país, como el resto del mundo, sigue aquí luego del 21D, y más que nunca invita a empaparse con sus colores, sus sabores, sus historias.
De que el mundo no se terminaba nos anoticiamos de boca de un mismísimo sacerdote maya: fataban unos pocos días para el 21 de diciembre cuando nos dijo que “no es el fin del mundo, sólo un cambio de era”. Luiz Ricardo Ignacio V., además de sacerdote maya, es también el creador del Museo de Máscaras Ceremoniales, en las afueras de Chichicastenango. No se jugó cuando le preguntamos qué traería consigo este cambio; su respuesta fue, por lo menos, amplia: “Puede que todo cambie para mejor o para peor, pero también puede que todo siga igual, depende de nosotros”. Ok. Eso sí, el museo es muy interesante, con decenas de máscaras de morería que cuentan cómo fue evolucionando esta larga tradición del tallado y los festejos en la zona. Están desde las que tienen más de 300 años de antigüedad, talladas en madera de cedro, hasta las actuales, de pino blanco y pintadas de vivos colores.
El mercado más popular
Lo verdaderamente imperdible aquí es el propio Chichicastenango, nombre que significa “Lugar de los chichicastes”, o de las zarzas. Son unas dos horas desde Ciudad de Guatemala por una autovía nuevísima, que viborea, trepa y se descuelga por entre cerros, volcanes y profundas quebradas. Todo el mundo viene a “Chichi”, como lo conocen aquí, por su impresionante mercado, probablemente el más colorido y animado de toda Latinoamérica. Funciona los jueves y domingos, y más que por sus productos –que no están nada mal–, es fascinante por su ambiente único. Aunque dicen algunos que ha perdido algo de su esencia, y ahora es más caótico y “global” –junto a tejidos y máscaras artesanales hay baratijas chinas–, es una experiencia fantástica perderse por las calles, más coloridas y ajetreadas que nunca, seguido por vendedores de todas las edades que hacen un culto a la insistencia. El regateo aquí no sólo es necesario, es una costumbre cultural sin la cual nada se compra. Soledad, que no mide más de 1,50 m y atiende con envidiable simpatía su puesto en el mercado, me pide 250 quetzales por un hermoso tapiz con flores bordadas. Contraoferto 130, y la negociación comienza. Diez minutos después –resistí todo lo que pude–, me voy con mi tapiz, por 160 quetzales. Para quien no esté acostumbrado, esta negociación puede resultar agotadora.
En el gimnasio municipal funciona el mercado de vegetales –¡impresionantes tomates!!–, y en otro espacio, el menos turístico y más auténtico mercado de animales, donde se intercambian cerdos, gallinas, vacas.
En un extremo del mercado está la iglesia de Santo Tomás, edificada –cuándo no– justo encima del que era un centro ceremonial maya. Allí sigue estando la escalinata de piedra de 20 escalones –representan a los 20 días del mes del calendario maya–, con varios fuegos encendidos, ya que el humo es una forma de comunicación con los dioses. En Santo Tomás fue hallado el manuscrito del Popol Vuh (Libro del Consejo o Libro de la Comunidad), que habla del origen del mundo según los k’iche, el pueblo de la cultura maya mayoritario en Guatemala: el k’iche es la más hablada entre las 23 lenguas originarias del país.
Ese templo aplastado por una iglesia hospedaba al abaj, un altar sagrado en honor a Huyup Tak´ah, dios maya de la tierra, que fue sacado a escondidas y llevado a la cima de un cerro cercano, donde hasta hoy se siguen realizando ceremonias rituales, para las que llegan sacerdotes de todo el país y de México. Desde una prudente distancia y en silencio, se pueden presenciar estas ceremonias, en las que a la deidad se le ofrece comida, cigarros, bebidas, flores, mientras las personas piden o agradecen.
Antes de irnos de Chichi recorremos el pintoresco hotel Mayan Inn. Desde los jardines, envueltos por el perfume de las orquídeas, vemos, justo enfrente, un fabuloso estallido de colores: es el cementerio local, donde a los padres se los entierra bajo lápidas blancas –pureza–; a las madres, bajo el turquesa –protección para las mujeres–; a los niños, con celeste; a las niñas, rosado, y a los ancianos, bajo el color amarillo, que es la protección del sol sobre la humanidad.
Un lago que seduce
Estamos en la tierra de los hombres de maíz, y no porque sea un alimento omnipresente en las comidas –que lo es–, sino porque el propio Popol Vuh cuenta que, luego de fracasar con el barro, la madera y el tzite, los dioses decidieron hacer al hombre de maíz. Y son ellos –los hombres– los encargados de sembrarlo, porque es símbolo de la fecundación de la Tierra. Entonces, siguiendo la cosmovisión maya, por cada planta se siembran tres semillas: una para que coma el pájaro, otra para Dios y la tercera para que germine. El 9 es un número sagrado para los mayas; es lo que tarda el maíz en germinar, lo mismo que el hombre en el vientre materno.
Lo cuenta Haroldo mientras a través de las ventanillas comienza a asomar, laderas abajo, el lago Atitlán, ese que, dicen, Aldous Huxley calificó como “el lago más lindo del mundo”. No sé si será para tanto, pero de seguro entraría en varios rankings. Ubicado en el departamento de Solalá, es un enorme espejo de agua rodeado de volcanes y laderas verdes, y a sus orillas, en todo su perímetro, hay una docena de pueblos indígenas, cada uno con sus características. Poco antes de llegar a la orilla pasamos por Sololá, capital del departamento, donde conviven tres etnias: k’iche’, tz’utujil y kaqchikel. Hay un alcalde “blanco” y otro indígena, y las decisiones se toman en conjunto.
La mejor manera de llegar a los pueblos del lago es en lancha, y por eso cruzamos los floridos jardines del hotel Atitlán, en San Francisco de Panajachel, para alcanzar el muelle y zarpar al mando del capitán Miguel, directo hacia el volcán San Pedro, justo enfrente, que se eleva hasta los 3.020 metros de altura.
En unos 25 minutos desembarcamos en el muelle de Santiago Atitlán, y la fascinación se renueva: en las calles de la considerada “capital de la nación Tz’utujil Maya” se ven las vestimentas tradicionales, y no para los turistas, sino simplemente porque todos –bueno, la gran mayoría– las usan a diario. Las mujeres lucen sus huipiles –blusas– mayormente blancos, con coloridos bordados: flores, figuras geométricas y aves, especialmente pavos, símbolo de la riqueza. En los hombres destacan los pantalones, también blancos y con los bordados en la parte inferior.
En otros tiempos esta villa fue escenario de terribles matanzas y horrores de la represión, que culminó en 1990 con un célebre alzamiento popular. Hoy es uno de los pueblos más turísticos del lago y un fuerte refugio cultural, donde tienen un rol central las cofradías, encargadas de mantener los rituales mayas para asegurar que el sol, la luna, las estrellas y los planetas continúen sus caminos, porque en el esquema mayor cósmico, el hombre tiene su parte en todas las cosas y debe ayudar a engrasar los ejes del universo. Aunque originalmente fueron organizadas por sacerdotes españoles para promover el Cristianismo, las cofradías pronto dirigieron sus esfuerzos a las creencias locales, y cada una lleva el nombre del santo o deidad a que se dedica.
Entre coloridos tuc-tuc –mototaxis– que llevan y traen pasajeros colina arriba, llegamos al centro de Santiago, siempre entre mercados callejeros, y visitamos la iglesia, donde también están presentes los 20 escalones de la simbología maya. A continuación, ascendemos un poco más entre calles empedradas, y entre callejones y pasadizos llegamos a la cofradía que custodia a Maximón, el “abuelo del pueblo”, que según la leyenda, hace muchos años eliminó el mal del lugar. Sobrevivió a la persecución de la iglesia y hoy acuden a pedirle y agradecerle, encendiendo velas y dejando pañuelos a modo de ofrenda. El cófrade le prende velas y hace una oración por cada uno de los presentes.
De regreso en la lancha, hacemos un paso por el bello pueblo de Santa Catarina Palopó, cuyos habitantes pertenecen al pueblo Maya-Kakchikel y también mantienen sus tradiciones con orgullo. A diferencia de Santiago, aquí la vestimenta tradicional es de un turquesa intenso, incluidos sombreros y turbantes. Hay aguas termales, senderos panorámicos, mirador y playas, pero el tiempo sólo nos alcanza para visitar la antigua iglesia colonial, con su campanario de 1726. Ya entrada la noche desembarcamos en el vecino pueblo de Panajachel, donde una breve salida nocturna nos demuestra que la calle Santander es más que animada, con restaurantes, bares y discos.
El esplendor de Antigua
Calles empedradas, fachadas barrocas, farolas coloniales. Desde poco después de su fundación, en 1543, fue considerada una de las tres ciudades más hermosas de las Indias Españolas, y si un gran terremoto no hubiese detenido su desarrollo, la que fue capital del Reino de Guatemala –que comprendía también a los actuales Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y el estado mexicano de Chiapas– se habría convertido en una de las más grandes ciudades de América.
Aquello que podría haber sido pero quedó a medio camino es lo que se vislumbra en las calles de la ciudad de La Antigua, hoy un gran centro turístico repleto de tiendas, restaurantes, bares y frentes coloridos. La ciudad es un gran museo al aire libre, con sus tejados coloniales, sus conventos y sus iglesias, y si no fuera tan bonita y tranquila, nos veríamos tentados a no salir de nuestro hotel, que es mucho más que un hotel. Los gruesísimos muros que protegen lo que alguna vez fue un convento, hoy albergan el hotel cinco estrellas Casa Santo Domingo, que cuenta con el Paseo de los Museos, que aloja los museos Colonial, Arqueológico, de Arte Precolombino y Vidrio Moderno, de la Platería, de Artes y Artesanías populares de Sacatepéquez y de la Farmacia. Además, hay otras dos salas dedicadas a exhibiciones temporarias, claustros y criptas. Impresionante.
Tanto como las ruinas de la Iglesia y convento de las Capuchinas, consagrada en 1736, o la iglesia de la Merced, cuya fachada barroca expresa el sincretismo religioso: junto al cordero de Dios se ven las guías de la vid, para los mayas, un cordón entre el cielo y la Tierra.
Luego de pasar más de una vez bajo el Arco de Santa Catalina –la imagen más clásica de Antigua–, la visita finaliza en el Museo de Jade, una piedra semi preciosa muy importante en el país, previo paso por la increíble dulcería Doña María Gordillo. Unas deliciosas canillitas de lece por aquí, unos esponjosos chilacayotes en dulce por allá, y a seguir viaje.
Las voces de los ancestros
Son 50 minutos de vuelo entre Ciudad de Guatemala y Flores, capital del departamento de Petén. Aquí el calor y la humedad aprietan; a diferencia del resto país, estamos a nivel del mar, muy cerca de México y de Belice, para disfrutar de la frutilla del postre: el Parque Nacional Tikal, la mayor ciudad maya conocida hasta ahora, que permaneció oculta por la selva hasta 1848, cuando fue descubierta. En 1979 la Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad y hoy el Parque tiene 576 km2, aunque sólo un tercio del total ha sido desenterrado. Por ello, junto a los senderos y pirámides se ven altos montículos de tierra: pirámides y monumentos que aún no fueron descubiertos, y ayudan a que nos imaginemos cómo se encontró el lugar.
Aún así, hay muchísimo para ver. La caminata comienza bajo un enorme ceibo –o iasché , al que los mayas veneraban como “árbol de la vida”–, y se prolonga por unas horas. Las ruinas y templos van apareciendo como al pasar, en medio de la selva, y son impresionantes. Subimos al Templo IV, que, con 70 m, es la estructura más alta del mundo maya. Fue construido alrededor del 741 y se le denomina “Templo de la serpiente bicéfala”. Desde la base de la crestería, la vista del lugar es impactante, con las cimas de las pirámides sobresaliendo entre la selva cerrada.
A varias de las pirámides no se permite subir, y me alegra: es tentador trepar los escalones, pero que lo hagan cientos de visitantes cada día debe ser devastador. Igual, subimos las escalinatas del Templo III y recorremos luego el Mundo Perdido y la Plaza de los Siete Templos, para finalizar en la gran Plaza Mayor, corazón del Parque, con estelas y altares, las acrópolis Norte y Central y los Templos I (del Gran Jaguar y II (de las Máscaras).
Tikal significa “lugar de voces”, porque en este maravilloso lugar los mayas se comunicaban con los dioses. Entonces, es mejor hacer silencio. Posiblemente no exista un lugar mejor para callar. Para callar y escuchar.
IMPERDIBLE
Semana Santa y otros festejos
No importa si se es creyente o no, o qué religión se profesa; la Semana Santa en Guatemala es tan colorida y festiva que envuelve a todos con su encanto. Las multitudinarias procesiones se suceden en todo el país, aunque una muy especial es la de Anti-gua, a la que por aquí llaman “la Jerusalén de América”. En Anti-gua se conmemora la Pasión de Cristo con altares especiales dentro de las iglesias, procesiones, velaciones, Vía Crucis y an-das que llevan las imágenes so-bre espectaculares alfombras que tapizan las calles, hechas con flores, frutas, verduras y aserrín de madera teñido de colores. Las confeccionan las hermandades o familias en honor al paso de la procesión. A quienes cargan las imágenes sobre sus hombros les llaman “cucuruchos”, por el sombrero que utilizan, y visten túnicas de color morado o negro, según el día y el santo que cargan. Guate-mala es una explosión de colores durante todo el año, pero se po-tencia a límites inimaginables en Semana Santa. Otro festejo es-pecial, sobre todo en las ruinas de Cobán, es el Rabin Ajau, de origen maya (q’eqchi), del 21 al 26 de julio. Y en Chichicaste-nango es importante la celebración de Santo Tomás, que culmina el 21 de diciembre.
MINIGUIA
QUE HACER. Por su ubicación, su variada geografía y su historia, Guatemala ofrece todo tipo de actividades. Por las ruinas mayas, es muy importante el turismo histórico y arqueológico, pero también está posicionándose fuertemente en ecoturismo (la observación de aves, con más de 700 especies, es muy importante), turismo de comunidades y turismo aventura. Son comunes las prácticas de trekking, mountain bike, rafting, cabalgatas, parapente y canopy, entre otras actividades.
CUANTO CUESTA. Entrada al Museo de Máscaras Ceremoniales de Chichicastenango, 25 q (poco más de US$ 3); máscaras, de 800 a 1.500 q (US$ 100 a US$ 190). Una comida promedio se ubica entre 40 y 150 q (5 a 18 dólares), el almuerzo completo en restaurantes de campo cuesta 130 quetzales (US$ 16,5). Aéreo ida y vuelta de Ciudad de Guatemala a Flores, US$ 286 (Taca). Bus desde el aeropuerto de Flores hasta el Parque Nacional Tikal, 100 q (US$ 12,6) ida y vuelta. En-trada a Convento de los Capuchinos en Antigua, 40 q (US$ 5). Tour de café de dos horas, US$ 18. Excursión de rafting por el río Cahabón, desde US$ 20 hasta US$ 45.
MONEDA. La moneda de Guatemala es el quetzal, y cotiza a razón de 7,9 quetzales por cada dólar.
CUANDO IR. La temperatura es similar todo el año, aunque la estación seca va de noviembre a mayo; el resto es más lluvioso pero con buenas ofertas hoteleras. Semana Santa es muy especial, porque es una de las mayores fiestas nacionales y se vive intensamente en todo el país, con procesiones y coloridas alfombras.
ATENCION. Excepto en algunos hoteles, el agua no es potable, por lo que es necesario comprar agua embotellada. Para visitar Tikal se recomienda llevar abundante agua, ropa para clima cálido, calzado cómodo, gorra, bloqueador solar, impermeable y repelente para insectos. El Parque abre todos los días de 6 a 18.
INFORMACION
Embajada de Guatemala en Buenos Aires, (011) 4313-9180.
(00502) 2421-2800.
info-lobby@inguat.gob.gt
www.visitguatemala.com
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