Los mil colores Calchaquíes
Valles soñados, bodegas de primer nivel y curiosas formaciones rocosas. Un recorrido por las quebradas que separan la capital provincial de Cafayate.
Los mil colores Calchaquíes
Las distintas tonalidades de las montañas de los Colorados, en la quebrada del Parque Nacional de Cafayate.
A sólo diez kilómetros de Salta capital, entramos en la yunga, selva sobre la montaña. En la Quebrada de San Lorenzo, una efervescencia vegetal creó borbotones gigantes de árboles. Sobre las piedras siempre mojadas crece un musgo oscuro y los troncos de los árboles están forrados de enredaderas. En los hilos de agua viven ranas y cangrejos prehistóricos. La vida hierve aquí en silencio. En un claro aparece la soberbia construcción de piedra El Castillo, construida por un armero italiano y luego abandonada. Hoy recibe a los visitantes en su restaurante y grandes habitaciones monacales.
Para ir a Cafayate, un plan perfecto es llegar a la mañana a la ciudad de Salta, almorzar en San Lorenzo y seguir viaje por la tarde. Hacia el sur, por la ruta 68, se aprecia el paisaje de valles y cerros que el sol ilumina. Llegaremos a Cafayate con tiempo para hacer una recorrida y disfrutar de una cena de platos regionales, música y vino.
Los árboles de la yunga se van achaparrando, hasta que la aridez los convierte en matas duras. Vamos por la Quebrada del río Las Conchas. Nos achicamos como los árboles, cuando alrededor empiezan a agigantarse las montañas. A lo largo de 80 km, corremos raudamente a los pies de la potencia y la belleza de impresionantes formaciones naturales. Todo este cordón precordillerano es el tendido de la paleta cromática de la geología. En medio de un extenso verde oscuro, aparece una franja bordó de hierros oxidados durante milenios, o un manchón amarillo de roca caliza. Hay marrones, negros, anaranjados, grises.
En un tramo, enormes escombros parecen congelados en su caída desde las alturas. Más adelante, las nubes quedan enganchadas en sus cumbres. Luego aparecen piedras con formas extrañas: El Sapo, El Obelisco, El Fraile y El Titanic. Las montañas fueron erosionadas por las lluvias, los vientos, el calor, el frío y las plantas. En el camino aparecen cinco casas, una estación de tren, el parador Posta de las Cabras y La Tía Dominga, boliche que nació para sostener la espera cuando se volvía de las fiestas de febrero y el arroyo había subido.
Aromas en la noche
El lecho del río Las Conchas guarda fósiles marinos. La quebrada se abre para dejarnos en una zona de los Valles Calchaquíes que era un lago prehistórico. Pasamos algunas noches en el hotel Altalaluna (un edificio con los amplios espacios y la elegancia apacible y sólida de las construcciones coloniales), rodeados de un océano de viñas.
El clima de Cafayate es benigno para el cuerpo, que siente las ganas de andar. Desde el hotel pueden iniciarse diferentes actividades por la zona. A la magnífica Quebrada de Las Conchas se puede entrar, por ejemplo, con un trekking por El Divisadero. Otra caminata que depara sorpresas es la que lleva hasta las Siete Cascadas del río Colorado. Se pueden visitar los corrales y la planta elaboradora de queso del establecimiento de cría de cabras Domingo Hermanos, y la fábrica de tinajas de barro de Ana María de Cristófani. Hay varios mercados artesanales muy bien surtidos, y el completo Museo de la Vid y el Vino. Una opción para pasar en Cafayate unos días es dejar el auto y subirse a la bicicleta. Hay 17 bodegas que organizan visitas por las viñas y luego degustaciones de vinos.
Cafayate es uno de esos lugares en que la noche es tan hermosa como el día. No sería disparatado viajar allí solamente para cabalgar sobre los médanos, bajo la luna llena que brilla en las arenas de mica. Otro magnífico regalo para el alma es acompañar a los cafayateños enamorados de la noche hasta la curva de Animaná, acostarse en el piso y mirar las estrellas, para terminar de entender que el viaje valió la pena.
Antiguas vides
Las hectáreas de viñas brillantes se extienden a lo lejos en el valle. La bodega Etchart cultiva torrontés y variedades tintas, especialmente malbec. La ''viña museo'' conserva plantas de 1860, de cuyos gigantescos troncos aún brotan las ramas tiernas y las uvas. Bajo el sol crecen, en un almácigo, los retoños de las vides, pequeñas plantas que asoman entre los terrones de tierra y arena. Dentro de 60 años, seguirán dando fruto para elaborar vinos.
El buen vino sale de la tierra seca. En Cafayate, el desierto, el sol y la altura trabajan juntos para que se concentren en las uvas las cualidades del vino de alta gama. Luego del paseo por las viñas, los guías muestran las instalaciones de la bodega y, entre enormes tanques de aluminio, mangueras, colecciones de barricas de roble chicas y antiguos toneles de algarrobo, brindan una clase magistral de vinos. Un enólogo explica que la variedad legendaria de la zona es el torrontés: ''Lo hemos hecho más elegante, con aromas más limpios, menor astringencia en boca y mejor sostenimiento de la frescura en el tiempo, sin que pierda su carácter original''.
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