sábado, 3 de agosto de 2013

BRASIL: PIPA: Sensuales playas

Las sensuales playas de Pipa
A 80 kilómetros de Natal, ofrece aguas cálidas, arenas blancas e intensa vida nocturna. Un paseo en buggy por el Litoral Sul: delfines, surfistas y baños de lodo.
Las sensuales playas de Pipa En el nordeste de brasil, Pipa ofrece una exquisita combinación de buenas playas y sabores típicos.

Todo tiene sustancia en Pipa. El aire es denso, corpóreo, embriagador, como si la piedra con forma de tonel que dio nombre a la ciudad, se hubiera volcado y emanara un licor que mantiene al turista en éxtasis. En otras partes del mundo esta densidad de aire podría considerarse consecuencia de la humedad y la presión; aquí es sustancia resultante del agua de mar cálida y de la lluvia tropical e impertinente; un espacio para la naturaleza hecha hoja, flor, fruto. En este antiguo puerto de pescadores ubicado a 80 kilómetros de Natal, en el municipio de Tibau do Sul, el turista no puede más que dejarse llevar por la sensualidad del aire. Descalzar los pies para tocar lo único leve: la arena que se filtra por lo blanco y amplio de sus playas, y sumarse a la fiesta de energía natural que anida en esta zona.
Los argentinos que viven allí, lo mismo que los brasileños de otras latitudes que se quedaron en el lugar, declaran que se enamoraron del entorno, y un día, simplemente, se quedaron. Y para ellos ahora, como para los visitantes, el día comienza temprano. La cercanía con el Ecuador hace que el sol se levante a eso de las 5 de la mañana, y las excursiones tengan horario de partida a las 8 o 9.
Camino a Sagi
Una de los playas más famosas, la playa do Curral o Playa de los Golfinhos, a la que se llega bajando 200 escalones -si uno no los cuenta no es tan terrible- es la preferida por los delfines. El ojo atento los puede ver realizar piruetas. Sobre la arena también se dejan ver algunos cangrejos dorados. Los surfistas tienen su lugar en las playas del centro. Una alternativa interesante para conocer más playas de la zona, es recorrer el Litoral Sul en buggy, desde Pipa a Sagi. La primera parada, como no puede ser de otra forma en un lugar soñado como este, se llama Praia do Amor. Lo gracioso es que el nombre le fue dado por la misma naturaleza. Al ver el recorrido de la playa desde un mirador de Chapadao -entre Pipa y Sibaúma- se observa que la costa traza un corazón. La densidad suma sustancia de nuevo: los adeptos a esta playa son los jóvenes, atraídos por sus aguas cálidas, ideales para el romance. Flotando sobre las dunas de arena como si el buggy fuera un autito de juguete que sortea bancos de agua, se llega a Sibaúma, una antigua villa de esclavos escapados, actual reducto de pescadores. Los rostros tallados a sol y piedra, el olor a pescado fresco, el vaso de cerveza, la lluvia repentina que obliga a bajar del buggy y las flores de los árboles sobre la acera, otra vez superponen olores y colores en los sentidos del turista. Para llegar allí, el auto flota, literalmente: los jangadeiros -señores con balsas- cruzan los autos sobre sus tarimas flotantes impulsándolos con grandes barrales que hacen de remo sobre el río Catú. Aquí el mar se une con su desembocadura; confluye el agua dulce con la salada.
Más playa y otra vez otra orilla, cuando arribamos a Barra do Cunhaú, donde el buggy cruza esta vez con una lancha a motor para llegar a una zona de arenas blancas bordeadas por cocoteros. Ya se está en Bahía Formosa, y desde allí se puede ir hasta la Laguna Coca Cola, famosa por este nombre aunque el verdadero sea Lagoa de Araraquara: fruto de las altas condensaciones de hierro y iodo las aguas tienen el color de la famosa bebida gaseosa y, al entrar, uno no puede verse el cuerpo. Eso sí, aseguran que al salir se han ganado siete años de vida. Quinta y última parada de los buggeros: Sagi, la frontera del estado donde los turistas toman baños de lodo y los locales ofrecen otra vez agua de coco. Luego de un almuerzo en Barra do Cunhaú -camarones y peces con papas y arroz, como en toda la zona del norte de Brasil- y tras un breve descanso llega temprano el atardecer. A las cinco de la tarde el sol se dispone a morir sobre el mar. El mejor lugar para verlo es la Creperia de Marinas, construcción de madera sobre el agua, frente a la Laguna Guaraíras. La mejor bebida, caipirinha; para los que tengan hambre, un creppe.
Donde se vive la noche
Para cenar se puede optar por alguno de los muchos restaurantes de Pipa, como por ejemplo los de los hoteles Sombra y Agua Fresca o Ponta do Madeiro. En ambos la cocina mezcla pescados y camarones con jugos de frutas. De postre, lo típico de la zona: banana con queso derretido y salsa de chocolate. En el centro los locales están abiertos hasta medianoche. Trazado irregularmente con callecitas estrechas que suben y bajan, allí se entremezclan negocios que venden bikinis, pareos, licores, muñecas de cerámica negra, vestiditos de hilo blanco, restaurantes y bares. En el medio circula lo informal, la densidad otra vez, el artesano, el que ofrece agua de coco, el músico callejero y la estantería de ojotas hawaianas. Las calles llevan, indefectiblemente, a la playa y a las fiestas. Como es un sitio pequeño, la gente suele averiguar dónde hay movida esa noche y se aglutinan para bailar. Junto al mar, con lagunas naturales, forjadas por la marea, los bailarines esperan el amanecer. Y uno piensa en quienes se quedaron a vivir acá. Es fácil creerles su amor por esta tierra, sobre todo si se llega en luna llena y todo parece mágico y salpicado con música de reggae.

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