martes, 6 de agosto de 2013

ARGENTINA. SAN JUAN: Recorrido por el Valle de la Luna

Recorrido geológico por el Valle de la Luna
Las extrañas formaciones naturales y los fósiles de dinosaurios del Valle de la Luna deslumbran todo el año.
Recorrido geológico por el Valle de la Luna
Componen esta maravilla arqueológica formaciones como “El hongo”; una de las llamativas geoformas de arenisca y arcilla; “El submarino”, ubicado en el punto más alto del circuito y la “Cancha de bochas”, un grupo de piedras redondas, que permanecen inmóviles.
A unos 300 kilómetros hacia el noreste de la ciudad de San Juan, el Parque Provincial Ischigualasto, popularmente conocido como Valle de la Luna, es una muestra viva del comienzo de los tiempos, cuando los continentes comenzaban a fracturarse y aparecían los dinosaurios para dominar el mundo durante millones de años. En ese lejanísimo pasado, esta zona fue un vergel verde y florido, pero hoy provoca en la piel la soledad y aridez de los desiertos. El silencio es tan intenso que sólo se escucha el sonido del propio corazón. El cielo es límpido, diáfano, alfombrado en las noches por las estrellas más brillantes. Su nombre no es en vano: nada es más parecido a cómo uno imagina una caminata por la superficie de la luna.
A cada paso aparecen formas geológicas de extraña belleza, que el viento, la lluvia y las diferencias de temperatura erosionaron a lo largo de los siglos, tallando formas increíbles de tan perfectas: hongos, mesas, esferas minuciosamente moldeadas. Cada tanto se intuye el rastro de lo que alguna vez fue la presencia de los dinosaurios como autoridades de la región, pero de inmediato aflora el presente en el vuelo de un cóndor o la furtiva imagen de un tropilla de guanacos.
Ischigualasto es uno de los mayores tesoros paleontológicos del mundo, ya que es el único donde se halla una secuencia completa de sedimentos continentales del período triásico de la era mesozoica, que permiten a la ciencia reconstruir con fósiles el origen de los dinosaurios. Pero también es un lugar bello, único, misterioso, que provoca en el viajero una sensación rara, como si aquí fuera posible develar los grandes enigmas del hombre y el universo. El recorrido por Valle de la Luna es de aproximadamente 40 km y demanda unas tres horas y media en auto, con varias paradas y caminatas cortas. También hay circuitos con bicicleta, aunque -en todos los casos- se hacen en compañía de un guía.
Unos minutos bastan para entender el porqué de los nombres que la imaginación humana puso a la acción de la erosión sobre las rocas. Por ejemplo, "El gusano", primera parada del recorrido y una imagen sorprendente: es una muestra del triásico medio (Formación Los Rastros) y las hojitas negras y los niveles de sedimentos revelan que en el pasado hubo aquí un lago habitado por una gran variedad de peces y a cuyas orillas crecían muchas plantas. Subiendo en el tiempo geológico, se llega a la siguiente estación, "El Valle Pintado", una de las más populares. El impacto es fuerte: de verdad parece un paisaje lunar, con suaves lomadas con capas en tonos ocres, violáceos, grises cenicientos. Pertenece a la segunda formación geológica (Ischigualasto) donde fue hallada la mayor cantidad de fósiles del parque. El circuito continúa sobre la misma formación y pasa por el "Mapa de San Juan" y "Los vagones".
Hay que retomar la marcha en auto y refrescarse con la infaltable botellita de agua mineral, ya que durante el día el calor es intenso, con una gran amplitud térmica y temperaturas extremas, que en verano llegan a los 45 grados. En la siguiente parada, después de ver "La esfinge" y caminar unos 300 metros, se llega a la espectacular "Cancha de bochas", una extensa planicie donde se destacan esferas de areniscas en forma de bolas inmóviles, que van quedando al descubierto por la erosión. Es una imagen mágica, incomprensible para toda lógica: son esferas perfectas, como bochas de piedra, que parecen pulidas con rigor matemático ¿cómo entender que tal prodigio sucede naturalmente? Más aún, el trabajo de los siglos no se detiene y cada tanto aparece entre la roca una bocha nueva, un nuevo capricho de la naturaleza.
Sigue "El submarino", la mayor altura del recorrido, con una vista maravillosa, y más adelante "El hongo" y los sedimentos más jóvenes de la cuenca, que pertenecen al triásico superior alto, como las preciosas "Barrancas coloradas", con ese tinte rojizo, que se vuelve especialmente impresionante con la luz del atardecer. Es la hora y el lugar perfecto para iniciar el recorrido por Ischigualasto a la luz de la luna llena, uno de los paseos opcionales más espectaculares que regala este valle mágico.
Explicar lo inexplicable
El guía explica que el parque comprende poco más de 60.000 hectáreas y que hace millones de años, en la era Mesozoica, cuando no existía la Cordillera de los Andes y la Tierra todavía no estaba dividida en continentes, era una llanura cubierta de vegetación, con lagunas, pantanos y las primeras especies de dinosaurios circulando por ahí. Parece difícil creerlo, aquí parados en este desierto de suelo gris, árido y pedregoso, con la tierra y el cielo secos y un sol abrasador. La explicación viene del lado de la geología, aunque esto no alcanza para entender del todo la magia del lugar: el Triásico (primer período de la era Mesozoica) tuvo lugar hace más de 200 millones de años y sus vestigios en otros lugares del mundo se encuentran hoy a gran profundidad, sepultados por sedimentos que se fueron depositando a través de los siglos. ¿Por qué aquí se pueden observar a simple vista? Hace aproximadamente 70 millones de años se produjo un choque de placas en el que una placa marítima llamada Placa de Nazca que venía del Pacífico chocó con nuestra placa continental, provocando el levantamiento de la Cordillera de los Andes y el hundimiento o, por el contrario, la emersión de otras grandes rocas, entre ellas, Ischigualasto, que emergió en ese momento dejando el Triásico completo expuesto claramente ante nuestros ojos. Este fue el motivo principal por el que fue declarado Patrimonio de la Humanidad junto a Talampaya, su vecina de La Rioja.
En el período Triásico, entre otras cosas, se produjo la expansión de los reptiles de gran talla, como los dinosaurios, que dominaron el mundo hasta su extinción a fines de la era, hace 70 millones de años. En el Valle de la Luna se encontraron numerosos restos fósiles y plantas de este período, entre ellos el dinosaurio más primitivo del mundo, Eoraptor Lunensis. A poco más de 70 kilómetros de aquí se extiende San Agustín del Valle Fértil, un oasis en medio del desierto, lleno de árboles y flores y con infraestructura para pasar la noche y repasar la experiencia. Allí adquieren otra dimensión las leyendas que circulan sobre los misterios del Valle de la Luna: se habla de supuestas apariciones de extraterrestres y luces de ánimas caminando en medio de la oscuridad. Entre sierras reverdecidas por olivares, algarrobos, quebrachos y retamas, el pueblo fue fundado en tierras que originalmente pertenecían a pobladores huarpes y diaguitas. En Valle Fértil se puede visitar la iglesia Nuestra Señora del Rosario -frente a la plaza principal- y el museo Pachamalui. Al pie de las sierras, la zona se presta para la pesca de pejerrey y los paseos en lancha. También se despliegan distintos circuitos de trekking, cabalgata y mountain bike. En cuanto a los sabores típicos que no se deberían pasar por alto, lo mejor pasa por el locro de choclo, el chivito asado, pasteles, machacado y chanfaina. Los productores y la Escuela Agrotécnica de Valle Fértil venden dulces y conservas caseras. Unos 10 kilómetros al sur del pueblo, La Majadita es el sitio indicado para disfrutar del turismo rural y apreciar tejidos de telar y artesanías en cuero y madera.
Para cerrar la visita, no se puede dejar de conocer el cercano Parque Nacional Talampaya, cuyas 215 mil hectáreas se despliegan a poco más de 70 kilómetros del Valle de la Luna, en La Rioja. Al igual que su vecino sanjuanino, también este es un gigantesco museo a cielo abierto de restos fósiles y riqueza arqueológica del período triásico. También los une una misma sensación de lo inexplicable: así como el Parque Ischigualasto remite a un paisaje lunar, Talampaya es una especie de planeta rojo, imponente apenas se lo vislumbra desde la ruta 76: un acantilado gigantesco de intenso color ladrillo. Se lo puede recorrer en camioneta con guía, caminando o en bicicleta (es agotador, pero fabuloso), a través de un gran cañón sobre el cauce seco del río Talampaya, flanqueado por inmensos murallones. A la imagen sobrecogedora se suman figuras esculpidas por la naturaleza sobre las rocas, que reciben nombres de acuerdo con sus formas: "El monje", de 53 m de altura, se levanta muy cerca de "El tablero de ajedrez"; camino a la Ciudad Perdida, "Los pizarrones" conserva grabados realizados por culturas precolombinas; "La catedral" es un paredón rocoso de 120 m de alto, desde donde se puede observar la formación "Los tres castillos". Además, en el cañón de 4 km de largo, sobrevolado por cóndores, también se pueden apreciar "El pesebre" y el "Jardín botánico", por ejemplo. Así, la frondosa mitología local demuestra que Ischigualasto es una fuente de energía cósmica y que cura enfermedades y otros males. Eso tan especial que se siente, como la sensación de estar aquí y, a la vez, en otro tiempo y otro planeta, parece demostrar que algo podría haber de cierto.

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