48 horas en Ushuaia
Decorada por la nieve, la Cordillera y los bosques, la ciudad ofrece paseos por el Parque Nacional y el canal Beagle, museos y platos exquisitos.
48 horas en Ushuaia Los colores de Ushuaia, una vista de la ciudad y la Cordillera. Anterior Siguiente
48 horas en Ushuaia
Puede que en algún momento la geografía desolada e inhóspita de Tierra del Fuego haya representado la imagen más acabada de confín del mundo. Pero Ushuaia afloró en silencio en 1884 y no dejó de crecer con el aporte de aventureros, fugitivos y familias desencantadas de todos los rincones de la Argentina en procura de un horizonte promisorio.
La ciudad tiene para el viajero un encanto especial, propio, que se renueva en cada visita. Pequeña, de callecitas empinadas junto a la bahía inmóvil, fue en su tiempo aldea de pescadores y asentamiento de misioneros. Atrás, trepa en la cordillera azul y nevada; adelante, se refleja en las aguas de la bahía, que se abren a la corriente más tumultuosa del canal Beagle.
Si salimos navegando, dejamos atrás la isla del Faro y doblamos por el canal hacia el este, vemos entonces el oscuro perfil de la isla Navarino y toda la zona que fue el país de los indios yámanas.
En el Parque Nacional Tierra del Fuego, el bosque austral de lengas y ñires se parece al de los cuentos de hadas, con su musgo esmeralda, sus senderos donde saltan conejos y los asombrosos diques de los castores. Y los museos: el Marítimo y el Museo del Fin del Mundo. Y el color celeste de los ojos de los fieles huskies, tiradores de trineos.
La aldea se graduó de ciudad cosmopolita, que cuida el entorno natural y las culturas de los pueblos originarios como sus tesoros más preciados.
PRIMER DIA
8:00
Los leños de lengas templan el ambiente en el bar Inglés del hotel Las Hayas y el calor alcanza el restaurante Le Martial. Del otro lado del ventanal, Ushuaia exhibe un semblante gélido, que parece inmovilizado por la nevada de la madrugada. Como para aclimatarme, desayuno café con leche con panes de queso y de salvado, dulce de calafate, torta de chocolate y jugo de naranja natural.
9:00
Por la ventanilla de la combi se cuelan imágenes ancladas en dos épocas bien distantes. Primero, sobre la costa, los chalés marrones de piedra y tejados rojos a dos aguas de los misioneros ingleses, los resabios de la Ushuaia fundacional. Hacia el oeste va tomando forma el barrio Preto, el más moderno y exclusivo. Las casas, mayoritariamente de madera y chapa acanalada, tienen que ser levantadas aquí con materiales de la isla.
10:00
El Tren del Fin del Mundo apura a sus pasajeros (dando vueltas ansiosos en el andén) con un soplido de vapor y el agudo chillido de la bocina. También corren los operarios que acarrean leña de caoba en carretillas para calefaccionar los coches. La locomotora avanza a paso de hombre y acelera cuando corre a la par del río Pipo. Se pega a la roca de la montaña para cruzar el torrente caudaloso y transparente y se detiene en la estación La Macarena. Una guía anuncia una parada de 15 minutos, suficientes para trepar hasta una cascada, fotografiarse con el fondo blanco del monte Susana y comprar chocolate en el coche-boutique.
11:00
En el corazón del Parque Nacional Tierra del Fuego, el aporte cultural de los originarios pobladores yámana, selknam y aonikenk es rescatado por el museo Alakush del Centro de Visitantes. Desde el balcón de este refugio de madera se distinguen algunas de las 90 especies de aves que sobrevuelan el lago Roca, aunque esta vez sólo se dignan a mostrarse un jote y un águila mora. Los efectos del viento en la cara que sacude el mirador son compensados en el restaurante por un oportuno chocolate fueguino y una porción de selva negra.
12:00
En el cruce de la ruta con el río Ovando despega una caminata de 20 minutos por el turbal. Las hojas perennes de los canelos aportan verde a las tonalidades blancas y ocres. Desde un mirador se distinguen entre la bruma la bahía Lapataia, el canal Beagle, la isla chilena Navarino y la última curva del canal Beagle. Los carteles anuncian la llegada al siempre lejano Fin del Mundo.
13:00
El frío se hace más tolerable en el centro de Ushuaia. El estómago y el espíritu se regocijan en el restaurante Marco Polo, gracias a una sopa de verduras, bifes al borgoña con una copa de malbec mendocino y budín de pan. Infaltables, diez antiguos pobladores -encabezados por Raquel Roca- desgranan anécdotas y discuten de todo en la mesa 1, junto al ventanal que balconea la calle San Martín.
14:00
En un bosque de lengas, ñires y guindos, el parque Yatana es el lugar indicado para aprender sobre arte y culturas nativas. Un sendero interpretativo bordea esculturas hasta La Ballena, una obra de 30 m de largo hecha en arcilla.
15:00
El pico piramidal del Monte Olivia (de 1.470 m) y las cinco puntas del cerro Cinco Hermanos se agrandan al fondo del canal Beagle, mientras el catamarán Ezequiel MB se aleja del muelle y empieza a ser merodeado por petreles, cormoranes, palomas antárticas y gaviotas cocineras. La excursión hace escala en la isla Mary Ann, perforada por los pozos que sostenían las chozas de los yámanas. La lomada más alta es el mejor mirador de Ushuaia y la cordillera Darwin. El sol empieza a retirarse, aunque reserva tenues rayos para lograr imágenes sugerentes de la isla Lobos y el faro Les Eclaireurs.
18:00
La curiosidad por conocer desde adentro el ex Presidio -donde eran confinados y degradados seres humanos entre 1904 y 1947- apura el paso de los visitantes hasta el primer pabellón con celdas. Dos salas de arte alivian un poco la sensación angustiante que genera especialmente el destruido pabellón 5, intacto desde que el edificio fuera abandonado.
20:00
El alma vuelve al cuerpo en la Feria de Artesanos, donde 25 puesteros ofrecen sus trabajos en rodocrosita, anillos con monedas y piezas con pan de indio (nudos de hongos en troncos de árboles).
21:00
Intento suerte en la pista de patinaje del Polideportivo Municipal, pero los patines alquilados apenas me sirven para hacer equilibrio a duras penas y admirar a diez adolescentes, que se desplazan como eximias artistas de ballet clásico. El viento helado es un bálsamo para soportar la humillación.
22:00
En el restaurante del hotel Los Acebos se disfrutan las magistrales especialidades del chef Ezequiel González, quien suele basar su repertorio en centolla fresca y merluza negra. Me dispongo a deleitar con una entrada de centolla con ananá y maní, merluza negra envuelta en masa de strudel como plato principal y, de postre, gelatina de kiwi con chocolate blanco, curry y crema de naranja.
SEGUNDO DIA
8:00
Una taza de chocolate caliente en Laguna Negra levanta el ánimo y la temperatura del cuerpo. A esta casa tradicional tampoco se le pueden negar un alfajor de dulce de leche ni un dulce de calafate.
9:00
Doy una vuelta a pie por la calle San Martín y la costanera Maipú, donde se mantiene en pie una decena de casas históricas. El circuito empieza en la finca de 1903 del Museo del Fin del Mundo y llega hasta el Centro de Exposiciónes Bebán, un chalé comprado por catálogo en Suecia, que albergó el Banco Nación desde 1913 hasta 1915.
10:00
Rumbo a los lagos Escondido y Fagnano por la ruta 3, la naturaleza vuelve a reconfortar con sus valles de turba, los picos nevados de la Sierra de Alvear y ollas de hielo, remanentes de antiguos glaciares.
11:00
A 27 km de la ciudad, Cerro Castor pone a punto sus 24 pistas, escuela de esquí, guardería, cabañas y refugios. Se larga la temporada de esquí y las aerosillas ya cruzan sobre la ruta con esquiadores envueltos en colores flúo.
12:00
Una curva muy cerrada indica la llegada al Paso Garibaldi y demanda máximo cuidado para encontrar la huella en la capa de hielo que recubre el pavimento. A 450 m de altura, un mirador perdido en la niebla deja ver el lago Escondido al fondo del bosque de guindos.
13:00
Huele a cordero asado en el centro invernal Valle de Tierra Mayor. Recurro a las manos para dar cuenta del costillar y recupero la formalidad con el flan casero. Afuera del refugio de madera, una familia practica esquí de fondo y una pareja anda a los tumbos caminando con raquetas sobre un extenso plano nevado.
15:00
Se terminó la comodidad. Llegó la hora de poner el cuerpo en el parque de nieve Valle de Lobos, base del "Gato" Curuchet, el pionero de los paseos en trineos. El musher -guía- arenga a 16 perros alascanos, que no dejan de ladrar hasta que los dos líderes que van al frente reciben la orden de arrancar. Al costado del carro, durante la vuelta de diez minutos, a 35 kilómetros por hora, desfilan lengas, zorros colorados y cauquenes.
17:00
El viento arrecia sobre el lago Fagnano y las primeras lomadas de la estepa, detrás de la hostería Kaikén, a 7 km de Tolhuin. Un sendero avanza sobre la orilla y la barranca, decorada por lupines de distintos colores y lengas.
20:00
Para tener una digna despedida de esta ciudad a la vez fría y cálida, Lucía Curone, la jefa de cocina del restaurante del hotel Las Hayas, me sugiere una entrada de terrina de salmón, a modo de suculento aperitivo de las ostras gratinadas y los ravioles de cordero, que llaman a gritos desde la carta.
22:00
Procuro la última dosis de aire puro en la noche cerrada de Ushuaia. Cruzo los 100 metros de bosque y nieve que separan Las Hayas de Los Acebos, atraído por el afamado postre del chef: panacota de calafate, sopa de menta con almendras y crema pastelera. No se le puede pedir más a Ushuaia.
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