sábado, 3 de agosto de 2013

CUBA: Recorrido (Villa Clara,Trinidad, Cienfuegos y La Habana)

Recorrido por Cuba
De los cayos de Villa Clara a las históricas ciudades de Trinidad, Cienfuegos y La Habana. Las playas de ensueño y todo el colorido de las calles.
Recorrido por Cuba Trinidad fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1989. La ciudad fue fundada por Die¬go Velázquez, en 1514.

Recorrido por Cuba
De todas las pequeñas islas que rodean a Cuba, los cayos de Villa Clara son los menos conocidos: hace algunos años eran islas de naturaleza virgen, sólo habitadas por unos pocos pescadores. Como un tesoro escondido que hubiera permanecido intacto al paso de conquistadores y corsarios, al llegar al final de esta pequeña selva encontramos, intactos a lo largo de los siglos, el mar más turquesa, la arena más blanca y el cielo más azul que se haya podido imaginar. Estamos en la playa "El mégano" -el médano diríamos en la Argentina- y queda en Cayo Ensenachos, el islote más pequeño y protegido de este miniarchipiélago. Por su salinidad, por la temperatura del agua y la densidad de la arena, que es como un polvo muy suave, a esta playa en forma de herradura se la considera una de las más perfectas del mundo.
Después de un buen baño, desde las sombrillas hechas de palmas y con un mojito en la mano, no nos cansamos de admirar la vista de la bahía. Una perfección que se reitera, con ligeras diferencias, en los cayos vecinos: el de Santa María, el mayor de los islotes, con playas extensas, de la misma arena fina y blanca, aguas translúcidas y tibias; o el de Las Brujas con un pequeño puerto para embarcaciones deportivas y turísticas. Los tres cayos están unidos entre sí por un camino que los conecta con la isla grande de Cuba en un trayecto de 48 km, obra que los cubanos bautizaron como "pedraplén", realizada con piedras y puentes que se afirman sobre el lecho marino y que nos dan la sensación de andar al ras del agua. Tanto en esta obra como en los nuevos hoteles se tuvo especial cuidado de no agredir el medio ambiente.
Excursión al Cayo Las Brujas
Si el primer día en los cayos fue como haber conocido una versión del paraíso, el segundo nos internamos en él de manera más intensa, en una excursión que nadie que visite estas playas debería perderse. Partimos a la mañana hacia la marina Gaviota, en el cayo Las Brujas, y allí abordamos un catamarán que nos llevó, en un paseo de todo el día, mar adentro, para ver con nuestros propios ojos algunas sorpresas que esconde en sus profundidades el mar caribeño. La más increíble variedad de peces tropicales, rayados, amarillos, azules y enormes barracudas se juntan en los fondos coralinos, donde los restos de un barco hundido los atraen como un imán. Allí paramos a hacer snorkeling y tomar algunas fotografías acuáticas durante más de una hora, una experiencia que no cansa porque el agua es tibia y lo que hay para ver es muy hermoso. Cuando al fin levamos anclas, nos dirigimos a un delfinario en medio del mar. Resulta mucho más agradable tomar contacto allí, en ese entorno natural, con estos descendientes de Flipper, que en las grandes piletas de los delfinarios terrestres. En el trayecto no faltan los tragos -mojito, daiquiri y Cuba libre, entre otros- y langosta con mayonesa es un almuerzo de lujo. Los marineros, simpáticos ellos, pueden transformarse en barman, en profesores de salsa o dar lugar a una conversación más que interesante. En este caso, el tema fueron los conflictos de las parejas en Cuba -muchas deben convivir con suegras, madres o abuelas- y los resabios ancestrales de machismo que albergan muchos cubanos en lo más profundo del corazón, aunque ellos dicen que no, claro, igual que los argentinos.
Más sorpresas
El regreso encierra más sorpresas. Por la tarde, anclamos en una playa que no parece de este mundo, donde no nos cansamos de bucear entre corales y encontrar nuevas especies marinas. A nuestros pies aparecen, soberbias, las estrellas de mar. Al día siguiente nos dedicamos a disfrutar de la playa, del agua tibia y transparente, y de los tragos que provee con generosidad el sistema "all inclusive". Por la tarde, curioseamos las artesanías en el cercano pueblo de La Estrella y me llevo un sombrero tejido con una fibra del lugar, la malangueta, confeccionado por un artesano que aprendió el oficio de sus padres y lo enseña, a la vez, a sus hijos. En un spa vecino se ofrece un menú de masajes con nombres sugerentes: "Un toque de leyenda" incluye una envoltura de chocolate y baño en leche, "para que te sientas como la reina Cleopatra", mientras que para los hombres hay masajes "energizantes" con ron, además de opciones express para los más impacientes. El masaje nupcial es uno de los más requeridos, ya que muchas parejas vienen aquí, precisamente, ¡a casarse!
Viaje al pasado
No sólo de bellas playas está hecho el viaje cubano, ya que aquí tanto la historia reciente, con el protagonismo de la Revolución, como la historia de varios siglos atrás, que arranca en la colonia española, siguen vivas en distintas ciudades que es fácil visitar en poco tiempo gracias a la cercanía entre ellas. De vuelta ya por el pedraplén, pasamos el pueblo de Caibairén para llegar a la ciudad de Remedios, que parece detenida en algún punto del tiempo, muy anterior al siglo XXI. Muchos carricoches y bicitaxis, farmacias que permanecen como antaño, con sus estantes de madera y frascos antiguos, la plaza arbolada, las tiendas con nombres como La ilusión, la iglesia, construida en 1550, de altar barroco y techos de cedro cubano. Allí encontramos al guía más anciano y vivaz del recorrido: Esteban Granda Fernández, de 88 años, quien después de la Revolución fue lector en una fábrica de tabaco -leía la prensa a los trabajadores- y cuenta mil anécdotas del Che. Es que allí cerca, a sólo 43 km, está Santa Clara, capital de la provincia de Villa Clara, la ciudad donde Ernesto Guevara definió la suerte de la lucha contra el dictador Batista, en el famoso ataque al tren blindado. Allí, no sólo es posible visitar el tren que Batista había equipado como un tanque de guerra para eludir a los revolucionarios y conocer la historia del enfrentamiento en detalle, sino que, sobre todo, se puede visitar el imponente complejo escultórico, el mausoleo, inaugurado el año pasado, y el memorial donde descansan los restos del Che y treinta y ocho compañeros que lo acompañaron en Bolivia.
Desde allí salimos camino a Trinidad, una de las ciudades más antiguas y mejor conservadas de América Latina -fundada por Diego Velázquez, en 1514, a 16 km de la costa, en las montañas de Guamuhaya-, y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1989. Si la música distingue a Cuba, en Trinidad es la vida misma. Un muchacho sube la cuesta empinada llevando un contrabajo al hombro, mientras en cada bar -y son muchos en esta ciudad- suena un grupo diferente: en al aire alternan el son cubano, la rumba y el merengue con aires de jazz. Las calles de Trinidad son onduladas y mantienen intacto su empedrado antiquísimo; las casas pintadas de todos colores son parte de la alegría que transmite esta ciudad. Muchas casonas de principios del siglo XIX, que pertenecieron a ricos hacendados azucareros, se mantienen abiertas al público.
Entre ellas, el palacio Cantero, donde funciona el museo municipal, con pisos de mármol de Carrara, frescos de pintores italianos y amplios patios con aljibes, de influencia morisca, restos de un esplendor de otras épocas, algo carcomido por el tiempo y la pobreza. La hospitalidad es también un sello característico de la ciudad de Trinidad, cuyas casas mantienen sus puertas y ventanas siempre abiertas. Vemos que en una de ellas vivía el historiador Carlos Joaquín Zerquera, y su hija nos invita amablemente a pasar y hablamos sobre la arquitectura tan particular de esta ciudad. Las exposiciones de artes plásticas y las artesanías también hablan de una rica vida cultural; allí se pueden encontrar finas tallas en madera, cerámicas y, sobre todo, lencería, ya que el bordado en manteles y en vestidos es una habilidad que se transmiten las mujeres de generación en generación. Como la ciudad está cerca de la costa, es posible alojarse cerca del mar y alternar la vida de playa con la vida cultural y nocturna de la ciudad.
Hacia Cienfuegos
A la mañana siguiente partimos para Cienfuegos, conocida como "La perla del Caribe", una ciudad mucho más joven, ya que fue fundada a principios del siglo XIX, con una hermosa bahía y un área industrial que apuntala su economía. La influencia francesa de sus primeros pobladores se hace notar en el trazado en damero de sus calles y en su arquitectura. Allí visitamos el antiguo teatro Terry y la catedral de la Purísima Concepción, descansamos en el antiguo hotel La Unión, que mantiene su encantador aire de otros tiempos, desde cuya terraza se puede disfrutar de una panorámica espectacular de la ciudad, además de tomar tragos y refrescos. Para los primeros, el antiguo bar El Palatino, frente a la Plaza, sirve el mejor Cuba libre de toda la ciudad, a ritmo de salsa, con músicos en vivo. Y no es para menos: la ciudad rinde culto a Benny Moré, el músico oriundo de Cienfuegos, que cuenta allí con su propia estatua. Pero la ciudad con mayúsculas queda al final del recorrido.
Las mil caras de La Habana
Anclada en la historia de América, La Habana fue testigo del paso de los primeros colonizadores españoles. La ciudad fue fundada en 1519 por Diego de Velázquez, de allí partió Hernán Cortés a la conquista de México y allí se abastecían los buques antes de zarpar hacia el sur de España cargados de oro. Por eso San Cristóbal de La Habana fue en su tiempo una presa codiciada por los piratas y corsarios franceses e ingleses, que la incendiaron y saquearon más de una vez en su rivalidad con España. En 1539, el rey ordenó construir la fortaleza de San Carlos de la Cabaña para defender la bahía de los repetidos ataques de los barcos enemigos. Hoy, como hace 400 años, todos los días al anochecer se puede asistir al ritual del cañonazo de las nueve que recuerda el momento en que se cerraban las puertas de la ciudad. Si la estadía es breve y a uno le gusta la independencia, lo mejor que se puede hacer para tener una impresión global de la ciudad es contratar un "cocotaxi", como llaman aquí a unas motitos con carrocería redonda y dos asientos traseros, y pedirle un recorrido por el malecón hasta el puerto para tener una primera imagen de la ciudad.
Estos taxistas-motoqueros son buenos y afables guías. El mayor encanto reside en la Ciudad Vieja, donde se han hecho grandes esfuerzos de restauración de la arquitectura gracias a la tarea del historiador de la ciudad, Eusebio Leal, quien armó una red de guías turísticos, hoteles en antiguas casonas recicladas y una agencia de viajes, con el objetivo de que los fondos del turismo se vuelquen en la preservación del patrimonio habanero. Entre las zonas mejor preservadas de La Habana figura su casco histórico. En la Plaza de Armas, donde antes se hacían los desfiles militares, hoy puede encontrarse una feria de libros usados con ediciones viejas y libros raros, muy interesante. El estilo barroco cubano, plasmado en piedra caliza, se luce en construcciones como la residencia de los gobernadores o, más allá, en la que fue la antigua plaza de la Ciénaga, la Catedral iniciada por los jesuitas y terminada por los franciscanos. En la calle de los Oficios, que lleva a la plaza de San Francisco, pueden verse casonas de arquitectura colonial mudéjar, ya que los primeros colonizadores provenían del sur de España. Entretejida con esta Habana colonial hay muchas otras. La Habana de los escritores; la de los años 50, evocada en los autos de esa época que a nosotros nos dejan con la boca abierta; la Habana del juego y la mafia estadounidense; La Habana de la Revolución. Descubrirlas, una tras otra, es el mágico encanto que reserva este final del viaje.
Los "fantasmas" de La Habana
"Los habaneros hablan con la boca llena de humo: han aspirado el mundo que les sale en forma de palabras y el tabaco o cigarro que les dará forma a los únicos personajes de la literatura con los que vale la pena encontrarse: los fantasmas." La frase de Luis Chitarroni (Mil tazas de té), no sólo encuentra la frase más acertada para describir el habla cubana sino que, como al pasar, señala un hecho no menos cierto que inmaterial. La Habana es una ciudad poblada por fantasmas, que esperan agazapados el relato que los traiga, nuevamente, a la vida. Y no hay sitios más convocantes de estos fantasmas que los viejos hoteles, donde todavía resuenan los ecos de risas disipadas, el derroche de champán y poder de los capomafias. Porque un relato que no pierde su magnetismo, como tampoco lo pierden los Chevrolets y Cadillacs de los años 50, es el de la corrupción, el juego y la prostitución prerrevolucionaria. Diseñado en 1930 en Estados Unidos, el Hotel Nacional de Cuba fue sede de la conferencia de 1947 que reunió a representantes de la Cosa Nostra y la mafia estadounidense. En aquellos tiempos, los gángsteres norteamericanos dominaban la industria del juego y las redes de prostitución en Cuba, y levantaban hoteles y casinos de lujo. Lucky Luciano y su socio Meyer Lansky solían alojarse a sus anchas en el Nacional; Lansky hizo construir el hotel Riviera del que también fueron accionistas Frank Sinatra y Sammy Davis junior. "En los años 50 querían hacer un puente directo desde el casino hasta el Malecón", cuenta la guía, Estela Rivas Vázquez. Otros fantasmas ilustres de aquellos tiempos fueron Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, quienes, casualmente, se alojaron en la misma habitación que el mafioso Luciano. "Pero, por suerte, no lo sabían", se ríe Estela. En un rincón encontramos una escultura de Compay Segundo ya que el hotel fue sede de sus conciertos en La Habana. Las anchas galerías se vuelcan hacia jardines llenos de palmeras que se asoman a la vista incomparable del mar. En el bar donde habrán tomado más de un daiquiri desde Winston Churchill hasta Ava Gardner, Marlon Brando o John Wayne, el barman Jorge Jerez se explaya en los secretos del mojito. "Una medida de azúcar, apenas unas gotas de limón y lo dejas macerar con la hierbabuena para que suelte sabor. El mojito se prepara con amor, frente a ti, poniéndole deseo. Si te tomas uno, te tomas dos", explica simpático y saleroso.
Otro fantasma célebre, experto en tragos, es el del viejo Hemingway, quien pasó más de 20 años en Cuba. Seguir su derrotero implica buscar el hotel Ambos Mundos en la calle Obispo, esquina Mercaderes, donde se dice que escribió los primeros capítulos de Por quién doblan las campanas. Conserva como un museo la habitación 511, donde se alojaba el escritor, con algunos de sus objetos y su vieja máquina de escribir. Fotos de Hemingway empapelan las paredes del lobby, en homenaje perpetuo. Si al salir seguimos derecho por la calle Obispo, llegaremos al Floridita, reducto preferido del autor de "Islas en el golfo", famoso por sus daiquiris. Más allá de los tragos, el bar es una belleza de los años 50. La foto con la estatua de Ernest es el cliché tentador de todo turista. El tour Hemingway sigue en la Bodeguita del Medio, en Empedrado 207, donde él prefirió festejar el Premio Nobel, para invitar a sus amigos pescadores. "El mojito en La Bodeguita", escribió en la pared, que también guarda frases de otros fantasmas queridos como el del poeta Nicolás Guillén. El recorrido puede seguir hasta la finca El Vigía, en las afueras de la ciudad, o hasta el pueblo de Cojímar, donde el escritor tenía su barco, "Pilar". Allí, como fantasmas vivos, toman cuerpo personajes y climas de El viejo y el mar.

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