La Habana nueva
Todo el barroquismo y la mezcla de estilos arquitectónicos lucen ahora esplendorosos en La Habana Vieja. Un intenso trabajo de restauración en sus edificios remozó la zona más antigua de la capital cubana. Aquí, un repaso de los rostros de la ciudad mítica.
La Habana nueva La Habana Vieja se revela con sus columnas, balcones, esculturas, puertas, grabados, pisos, frescos y libros.
Las fachadas de la Habana Vieja aspiran a cubrir una extensión interminable del espacio y del tiempo colmada de multitudes, de vidas, de historias. Si el viajero entiende eso, si comprende que todas esas columnas, balcones, esculturas, puertas, grabados, pisos, frescos y libros representan el abigarrado espectáculo del mundo en esas calles sabiamente trazadas y en esos interiores dominados por la sombra, descubrirá una nueva ciudad. La Habana Vieja, bella y auténtica será revelada.
Esa revelación comenzó con el Plan Maestro de la Revitalización Integral de la ciudad liderado por el historiador Eusebio Leal Spengler, ya casi convertido en un prócer de esta isla propicia a las revoluciones, y acontece todos los días en cada nueva restauración, en cada flamante recuperación de edificios que habían sido echados al olvido y al deterioro hasta no hace mucho. Si el imaginario de Cuba está asociado a las playas, la diversión y el son cubano, a su carácter de puerto que la hace cosmopolita, ruidosa y divertida, pues ahora el viajero tiene un nuevo condimento para esa salsa que se cuece en la isla más grande del Caribe: el esplendor de su arquitectura plasmado en el barrio viejo de La Habana en plazas, castillos, palacios, templos, conventos y almacenes remozados con fondos del gobierno y capitales privados, especialmente europeos. Es un estilo que carga siglos y está marcado por diversas culturas. "En La Habana hay una superposición de estilos, la innovación de estilos, que fueron creando en la ciudad ese estilo sin estilo que se erige en un barroquismo peculiar que simula un estilo. De lo abigarrado, de lo entremezclado, surgió ese rostro que es una mezcla de rostros", escribió Alejo Carpentier, el novelista cubano más renombrado. Ha sido -y es- gigantesca tarea recuperar el brillo de ese barroquismo que proliferó en las primeras décadas del siglo pasado con edificios signados por el art nouveau, el art deco y otros estilos que se fueron adicionando y adecuando, en muchos casos, al carácter propio de Cuba, a su clima y a su gente. Hablamos de escalas, proporciones, juegos de luces y sombras convertidos, por adición, en sello y color local inconfundibles. La Plaza de Armas, la Plaza Vieja, la Plaza de la Catedral o la de San Francisco, el Convento de Belén, hoteles como El Nacional, el viejo Malecón, las casas bellísimas convertidas en museos, hoteles o restaurantes, los almacenes emblemáticos como el San José, son algunas de las caras remozadas e imperdibles que pueden disfrutar los turistas en unas cuantas manzanas de la Habana Vieja. Escapado de la erosión del tiempo, de la arquitectura chatarra, de la pauperización, allí resplandece ahora un patrimonio (declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en el 82) que es cultura en estado puro.
La lista que sigue -incompleta como toda lista- es ilustrativa al respecto. Y un buen ejemplo de las cosas que todavía justifican y explican el misterio y el placer de viajar.
El Castillo de la Real Fuerza:
junto a la Plaza de Armas, un espacio adoquinado, rodeado por edificios de la época colonial, museos y restaurantes, en plena bahía de La Habana, se destaca esta imponente fortaleza militar, la más antigua de la ciudad. Muy cerca, se encuentra el Palacio de los Capitanes Generales que alberga, en la actualidad, al Museo de la Ciudad. Está considerada la obra de mayor importancia arquitectónica de todo el desarrollo barroco en Cuba.
Hotel Santa Isabel
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también frente a la encantadora Plaza de Armas asoma un enorme inmueble, de tres pisos de altura, cuyas dimensiones y elegancia palaciega, asombran. El esplendor de la fachada combina muy bien con el enorme lobby climatizado, donde las lámparas de cristal, los opulentos sofás tapizados y el mobiliario de época transportan a cuando el inmueble era propiedad del conde de Santovenia.
Hostal Valencia
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esta encantadora posada tiene una ubicación privilegiada. A pocos metros de la Plaza de Armas y muy cerca de la Basílica de San Francisco de Asís, esta antigua vivienda del siglo XVII, decorada con techos y barandas de madera y herrería en sus balcones, ofrece luz y frescor en todos los espacios. Sus habitaciones están equipadas con muebles antiguos. En el bar restaurante Nostalgia se puede disfrutar de la mejor comida cubana mientras suena algún bolero.
El Templete:
en la época colonial, la Plaza de Armas, y sobre todo El Templete, fueron el centro de la vida oficial y pública de la ciudad. Este monumento conmemora la fundación de la villa, en 1519. Cuentan que en ese lugar hubo una ceiba, bajo cuya sombra se celebró la primera misa. La columna conmemorativa fue erigida en 1754, cuando la ceiba no pudo sostenerse más.
Restaurante La Mina:
en otra de las esquinas de la Plaza de Armas, en Obispo N° 111 (es- quina Oficios), llama la atención el colorido de un pequeño restaurante con sus mesas sobre la peatonal. La Mina ocupa una antigua casa puesta a nuevo y es una de las mejores opciones para acceder a los platos típicos cubanos: tamales, frijoles negros con arroz blanco y cerdo asado. También, claro, sirven el famoso mojito.
Plaza de la Catedral:
construida en 1749, reúne edificios de diferentes estilos que marcan el sino cultural de la arquitectura colonial de La Habana. Desde este espacio, la vista en perspectiva confirma las palabras de Alejo Carpentier, que bautizó a la Habana como "la ciudad de las columnas". Allí funciona el mercado de artesanías más grande de la isla. Y a escasos metros está la taberna más famosa de La Habana: "La Bodeguita del Medio".
Catedral:
alrededor de la ya mencionada plaza sobresale sin dudas el edificio de la Catedral, otro excelso exponente del barroco cubano, de la corriente Toscana. Sus dos torres campanarios y su templo forman un rectángulo con tres naves y ocho capillas laterales que, junto con el piso de mármol blanco y negro, conforman un escenario sobrecogedor. Las esculturas, los frescos, los trabajos de orfebrería y las pinturas interiores son una mínima parte de su impactante patrimonio de asombrosas piezas de arte.
Restaurante El Patio:
junto a la Catedral hay tres destacados palacios: el de los Condes de Casa-Bayona, Marqueses de Arcos y los Marqueses de Aguas Claras, todas construcciones del siglo XVIII. Precisamente en este último edificio se aloja el restaurante El Patio, con comida internacional y típica a precios accesibles. Ofrece servicio de bar y una cafetería especializada en cócteles.
Residencia del Conde de Casa Lombillo:
esta magnífica residencia, también frente a la Plaza de la Catedral, suma la ventaja de su cercanía al mar. Su patio central fue pensado para que gozara de una excelente ventilación. Tiene, además, dos portadas, cada una con un zaguán, que dan acceso al patio. La fachada fue recuperada en 1935 y el conjunto de la casa recibió en 1984 una restauración completa.
Convento de Santa Clara:
en la calle Cuba, entre Luz y Sol, el Convento de Santa Clara es un ejemplo del barroco español. Se destacan sus galerías, su gran patio y el trabajo en madera, una muestra de la habilidad de los artesanos de la época. En este sobrio edificio funciona un pequeño hostal con 9 habitaciones. Sólo tienen lo básico: baño con agua caliente y ventilador. Además, una impresionante suite con salón, cocina y gran balcón al claustro
Plaza de San Francisco:
este espacio despojado, como todas las plazas coloniales, configura el escenario ideal para el lucimiento de sus edificios circundantes. Sin embargo, las mesas de los bares puestas al aire configuran un espectáculo vistoso y acogedor. En 1836 se instaló allí la fuente de los Leones. La Plaza de San Francisco es la segunda de la ciudad por su antigüedad.
Iglesia y convento de San Francisco de Asís:
la Iglesia y Monasterio fueron construidos en 1608 y reconstruidos en estilo barroco entre 1719 y 1738. Dos grandes claustros se convirtieron en sala de conciertos y, por un módico precio, se puede acceder además a la torre de la iglesia, la más alta de la isla.
Lonja del Comercio:
con una estatua de bronce en el tejado que representa a Mercurio, el dio griego del Comercio, la antigua Lonja del Comercio -calle Lamparilla N° 2-, está justo frente a la iglesia de San Francisco. El imponente edificio de cinco pisos, destinado a bolsa, almacén, oficinas y otras actividades, fue construido por Tomás Mur con la colaboración de José Toraya bajo el auspicio de la compañía norteamericana Purdy & Henderson. Constituyó uno de los proyectos más sobresalientes de los primeros años del siglo XX en Cuba.
Casa de los árabes:
una antigua y esplendorosa construcción de fines del siglo XVIII y principios del XIX sirvió de alojamiento a la Casa de los Arabes. Inaugurado en 1983, es el primer museo de carácter etnográfico. Su objetivo es divulgar los valores del mundo árabe a partir de sus costumbres, tradiciones, arte, arquitectura, y también estudiar la presencia árabe en esta isla.
Casa de Tacón 4:
la curiosa calle Tacón -que hasta 1861 estuvo numerada como continuación de la calle de los Oficios- recibió su nombre en memoria de Don Miguel Tacón, político español. Como otras calles de La Habana, en sus orígenes estuvo cubierta con adoquines de madera. La casa de Tacón 4 se distingue por su valioso techo de alfarjes, formado por vigas de madera en su armazón interior, de influencia árabe. La sencilla portada está terminada en su parte alta con un balcón que cubre toda la fachada.
Hotel Palacio O'Farrill:
cerca de la Bahía de la Habana y de la pintoresca Plaza de la Catedral, se erige el Palacio O'Farrill, un ejemplo perfecto de la arquitectura neoclásica, de moda en el siglo XIX. El antiguo palacio convertido en hotel cuenta con 38 habitaciones, restaurante y snack bar. Su maravilloso patio interior con el añoso aljibe sombreado por un magnífico lucernario, y la terraza que brinda una formidable perspectiva visual, hacen del actual hotel un sitio de inigualable prestancia. A través de la decoración, la ambientación y los detalles arquitectónicos, es posible disfrutar de un paseo por los siglos XVIII, XIX y XX.
Casa de la artesanía:
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os turistas suelen llegar a este lugar como destino prefijado y muchas veces -entretenidos en comprar recuerdos, cigarros, artesanías, instrumentos musicales, discos compactos, ropa y joyas-, no miran el hermoso edificio que resguarda la feria. El antiguo palacio de Pedroso, construido en 1780, funcionó como Tribunal de Justicia y, más adelante, fue jefatura de policía. Hoy, el color de ese mercado tan alegre no opaca su distinción de siglos.
Casa de la Obra Pía:
influenciado por la arquitectura del sur de España y con elementos barrocos, este edificio fue construido hacia 1648. Tras un largo proceso de restauración, confirmó su fama de ser una de las más bellas casonas coloniales del Centro Histórico de la capital cubana. Ubicada en la calle Obra- pía N° 158, entre Mercaderes y San Ignacio, la Casa de la Obra Pía funciona hoy como un museo que guarda objetos de artes decorativas como porcelanas, pinturas, cristalería, piezas de biscuit, orfebrería, tapices, esculturas de mármol, alabastro, calamina o bronce.
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strong>Casa de Joaquín Gómez:
fue la residencia del funcionario español Joaquín Gómez y en 1885 se inauguró allí el Hotel Florida. Su vecindad con la calle Obispo, zona de tiendas y museos, resalta las bondades del lugar, con fácil acceso a sitios como la Basílica de San Francisco, los museos del Automóvil, de Arqueología, de Ciencias y la Casa del Tabaco.
El Malecón:
los habaneros no pueden imaginarse a La Habana sin el Malecón. Su construcción comenzó en 1901 y se extiende a lo largo de siete kilómetros del norte de la capital. Los mejores hoteles capitalinos asoman a sus paredones, entre ellos los emblemáticos Nacional, el Riviera y el Meliá Habana, símbolo de modernidad de la capital cubana. Diariamente, miles de personas acuden al Malecón; algunos a distraerse mirando el mar, otros a descansar o a tomar el sol: todos dejan correr el tiempo abstraídos del tránsito de la avenida. A su largo, asoman cafeterías y restaurantes, y una multitud de vendedores ambulantes.
Plaza Vieja:
el casco urbano de La Habana cobró forma alrededor de cinco grandes plazas: la de Armas o Mayor, de San Francisco, la Ciénaga, del Santo Cristo y la Nueva, hoy conocida como Plaza Vieja. Se construyó en la segunda mitad del siglo XVII. Inicialmente fue llamada Plaza Nueva y fue el lugar elegido por la burguesía criolla como zona residencial. La minuciosa labor de especialistas recuperó para la Plaza Vieja su pavimento readoquinado y una fuente en el centro que constituye una réplica en mármol de Carrara de la que antaño suministraba agua a los vecinos. A su alrededor puede visitarse, entre otros atractivos, el legendario Café Taberna "Benny Moré".
Café Taberna:
este singular bar-restaurante funciona en un bello edificio de techos altos del siglo XVIII, que fue cuidadosamente restaurado. A unos pasos de la Plaza Vieja, en el cruce de las calles Mercaderes y Teniente Rey, cuelgan de sus paredes fotografías de Benny Moré y otros intérpretes de mambo. Se destaca su bar con una barra muy larga y una impresionante selección de bebidas. Además, se sirven comidas. Para los que quieran huir del bullicio, una tranquila terraza se abre al cielo habanero.
Calle Obispo:
una multitud recorre cada día la calle Obispo. Desde pequeños mercados hasta elegantes boutiques y otros comercios estatales, más galerías de arte, hoteles y restaurantes, así como puestos privados de venta de comidas y artesanías, convocan a los paseantes, en una peatonal, además, preñada de espectáculos callejeros. Corre entre la Plazuela de Albear y La Moderna Poesía, la más importante librería habanera. Estrecha y sin portales, entre los locales más tradicionales se destacan el Hotel Florida y el Ambos Mundos. En este último se alojó durante los años 30 el escritor estadounidense Ernest Hemingway, quien transitaba a diario la Calle Obispo en sus caminatas hasta uno de sus bares preferidos, El Floridita, ya convertido en mito.
Restaurante Al Medina:
es un bello edificio del siglo XVII que durante muchos años acogió a una escuela. Fue refaccionado y convertido en el restaurante Al Medina, en donde se pueden degustar especialidades de Oriente Medio. Platos libaneses básicos como falafel y humus, y macrun stufado, baklawa y pastel Califa, se ofrecen diariamente en un ambiente hospitalario con un estilo árabe inconfundible. Está en la Calle de los Oficios n° 12, entre Obispo y Obrapía.
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