Dos pueblos perdidos en la Quebrada
Huacalera y Uquía, sobre la ruta 9, esconden buenas razones para visitarlos: historias, molinos y pinturas
HUACALERA.- Una tarde de octubre de 1841, un puñado de hombres embrutecidos por la guerra, humillados por la derrota, calcinados por el sol y curtidos por el viento llegó al punto exacto donde el trópico de Capricornio degüella la Quebrada de Humahuaca. Iban fatigados, llevaban una carga demasiado pesada: los restos del primer militar golpista de la historia argentina. Eran los últimos fieles a Juan Galo Lavalle que conducían el cuerpo de su general hacia el Norte para mantenerlo a salvo de los federales. A la altura de Purmamarca, junto a una vertiente de aguas prístinas, lo habían despojado de sus entrañas para aligerar la carga. Cuando llegaron a la línea tropical debieron detenerse una vez más, exhaustos. Para alivianar aún más la carga, descarnaron el cadáver. Estaban en Huacalera.
Huacalera es hoy un pueblo dormido en el corazón de la Quebrada. Su encanto es bucólico y su orgullo, las hortalizas. En prósperas fincas cruzando el río se cultivan verduras de primer nivel y en su molino de agua se sigue moliendo el grano a cambio del diezmo. Recostado en los cerros y dominando el pueblo impresiona el antiguo y celebérrimo hotel Monterrey, la perla de Huacalera. Construido en la década del 50, el hotel fue una posta obligada para comerciantes, viajeros y personajes excéntricos. Su adusto glamour y la mística que genera desde hace décadas su presencia imponente son hoy tema de conversación en la Quebrada, ya que luego de más de una década de abandono, el hotel será reabierto a fines de este año. A sólo 17 km de Tilcara, Huacalera es un destino decididamente original.
Diablos y ángeles
Luego de pasar Huacalera siempre por la ruta 9 y antes de llegar a Humahuaca hay un pueblo realmente excepcional con dos joyas invaluables. Una de ellas es una obra maestra de la naturaleza; la otra, es producto del genio artístico. En la humilde iglesia de la Cruz y de San Francisco de Paula, en el mágico poblado de Uquía, se puede ver una de las más importantes colecciones de ángeles arcabuceros. Esta serie de óleos pintados por indígenas cuzqueños en el siglo XVII es una de las pocas que existen en el mundo y revela huellas de la compleja y sincrética espiritualidad del Noroeste. Los ángeles lucen chaquetas de brocado, camisas de lino con mangas abullonadas y remates de encaje, sombreros de ala ancha, a la manera de señores flamencos y vistosas alas emplumadas. Pero el detalle más curioso es que portan arcabuces al hombro, con los que -según la interesante concepción indígena- protegen la casa de Dios por los siglos de los siglos.
Detrás de Uquía, subiendo el cerro, se llega a un sitio verdaderamente espeluznante: la Quebrada de las Señoritas. Extrañas formaciones geológicas color ladrillo chillón forman un alucinante decorado a la sombra del cual pasa al inicio del Carnaval una curiosa procesión. En un claro entre los cerros se realiza el antiguo ritual de exhumación del diablo, que abre las compuertas del inefable pandemónium carnavalesco. Cuando la celebración llega a su fin se retorna al mismo sitio y se entierra nuevamente al demonio hasta el año siguiente.
Del otro lado de la ruta, enfrente del pueblo, el señor Robles cría alpacas y vicuñas. La finca se puede visitar con cuidado de no perturbar el frágil sosiego de las vicuñas. Quienes no escatiman en gastos se podrán deleitar con una fantástica selección de productos de la lana más refinada del mundo. La Quebrada aún guarda secretos muy preciados, es hora de ir a descubrirlos.
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