Doha, una ventana al Medio Oriente
Dos días para disfrutar los encantos de la ciudad, a orillas del Golfo Pérsico. Rascacielos de arquitectura deslumbrante, cría de caballos árabes, museos y coloridos mercados.
Doha es una ciudad ideal para realizar una escala por un par de días y luego seguir camino a otros países más lejanos, como los del sudeste asiático / AFP.
Como los europeos que en el siglo XIII se aventuraban por la Ruta de la Seda, son muchos los viajeros argentinos que se lanzan al sudeste asiático, a China, a la India o a otros sitios remotos, más allá del océano Indico. Hoy, igual que antiguamente, el objetivo puede ser identificar el paraíso terrenal, establecer contactos comerciales, seguir el llamado de una voz interior o pasar unas regias vacaciones llenas de exotismo. La tendencia no es nueva y parece consolidarse, a pesar de las enormes distancias a recorrer. Se dice que Odorico de Pordenone, a comienzos del siglo XIV, tardó doce años en ir y volver, desde el norte de Italia hasta la actual Beijing, pasando por Constantinopla, Azerbaijan, Persia, y volviendo por Sumatra e India. Por supuesto que hoy hemos logrado reducir la tardanza, pero quienes iniciamos uno de estos viajes en Buenos Aires tenemos, como mínimo, unas veinte horas de vuelo que nos separan de nuestro destino. Algunos, los más afortunados, podrán hacer su periplo en clase Ejecutiva; otros gozan de una resistencia física a prueba de contracturas y descompensaciones. Para todos los demás, la mejor opción es planificar –como ya hacía Marco Polo– alguna parada intermedia, que permita recuperar fuerzas, distrayendo los efectos del jet lag, y que –de paso– nos revele otro paisaje maravilloso, otra cultura desconocida.
Doha, la capital de Qatar, cumple a la perfección el doble propósito: relax y revelación.
Experiencias desde el aeropuerto
El moderno aeropuerto de la ciudad –que en el curso de 2014 quedará opacado, al inaugurarse el fascinante Nuevo Aeropuerto de Doha– conecta el Occidente del cual partimos con el Cercano, el Medio y el Lejano Oriente. Situado en el centro del Golfo Pérsico, es una puerta que se abre a la cultura árabe. Doha tiene, en este sentido, la ventaja de ofrecer al visitante la percepción de la vida, la historia y las costumbres islámicas en un estado de conservación de grado intermedio entre la manifiesta occidentalización que se percibe en Dubai (Emiratos Arabes Unidos) y la impenetrable ortodoxia de Riad (en Arabia Saudita).
En la capital de Qatar, la mayoría de habitantes extranjeros –en una población de 2 millones, se calcula que 1,7 son migrantes– y la apabullante potencia de la industria de la construcción y la arquitectura de vanguardia no han logrado desdibujar las raíces árabes; una exclusiva marca de diferenciación y de pertenencia que, por otra parte, el país y los Al Thani, la familia gobernante –dueña de prácticamente todo en Qatar– cuidan celosamente.
¿Cómo aprovechar al máximo, entonces, una parada de un par de días en Doha? Veamos algunas posibilidades.
Excepto en enero y marzo –cuando la temperatura máxima oscila entre 22ºC y 25ºC– el calor tórrido manda en la ciudad; es por eso que la actividad comienza muy temprano. A las 8 nos ponemos en marcha hacia Al Wakrah, localidad vecina, a 12 kilómetros de la capital, que conserva la fisonomía que presentaba antiguamente toda la zona costera de Qatar. Al Wakrah era una aldea de pescadores y recolectores de perlas, de cuyos muelles siguen partiendo a diario las barcazas de madera. Luego de verlas internarse en el mar, se pueden recorrer la rambla (“Corniche”) y los principales edificios: el Museo, la Gran Mezquita y el Fuerte, con su antiguo castillo restaurado. Es una manera de conectarse con el pasado reciente de un país que pasó de basar su economía en la pesca y el negocio de las perlas a ser una potencia mundial por sus reservas de petróleo y gas.
Luego de tomar algo fresco a orillas del Golfo, retomamos el camino a Doha, para detenernos en el sector sudoeste. En la zona de Ar Rayyan, que alberga la Ciudad de la Educación (sede de once universidades europeas, asiáticas y norteamericanas), encontramos el modernísimo Club Ecuestre y, a pocos metros, el haras Al Shaqab.
Ingresamos al haras, fundado en 1992 sobre el predio en el que los beduinos libraron, hace más de un siglo, la batalla de Al Shaqab, propiciando la independencia de Qatar. “Haras” es, quizás, un término equívoco que no llega a expresar la magnificencia de esta empresa: se trata de una de las más selectas instituciones educativas del país, que se ha propuesto “ser líder mundial en la preservación, cría y promoción del caballo árabe, con los estándares más altos en lo que hace a la cría, al bienestar equino y al desarrollo de las artes ecuestres”. El tour por los establos en los que viven los caballos de más alto pedigree y por el increíble spa, con espacio de ejercitación mecanizado, y pileta de natación y recreación para los equinos –todo provisto de sistema de aire acondicionado–, nos deja atónitos. Afuera, los seres humanos llevan a cabo sus tareas a no menos de 42 grados centígrados.
Entre los cuidadores de caballos, un hombre septuagenario con su kufiyya blanca sobre la cabeza, acaricia un bello ejemplar gris perla y le susurra algo al oído. “El es el jefe de los instructores de la academia de equitación; fue quien le enseñó a cabalgar al actual emir”, nos explica en francés nuestra guía argelina. Luego de ver el doble estadio, uno techado, otro abierto, donde se realizan los shows de salto y dressage y las carreras, el director de Al Shaqab, Fahad Saad Al Qahtani, nos explica: “Históricamente los árabes dependimos de los caballos para nuestra supervivencia; en el pasado ellos eran como un miembro más de la familia. Nuestra idea ha sido traer a los caballos –seres inteligentes, apasionados, valientes, leales– de regreso a su hogar”. Antes de dirigir Al Shaqab, Fahad era la cabeza de la compañía petrolera del emirato. “Podría haber seguido haciendo dinero allí –dice– pero esto me permite desarrollar nuestras ideas sobre la educación de los jóvenes en otro nivel”.
Por supuesto, los jóvenes a los que se refiere Fahad son los qataríes. Stéfphane Carré de Malberg, la parisina directora de Relaciones Públicas del hotel Four Seasons, me dice que los extranjeros como ella o sus hijas difícilmente consiguen vacante en la academia. Todos pueden presenciar, sin embargo, las carreras que se llevan a cabo todos los miércoles y jueves a partir de las 16 en el Club Ecuestre. Hay espectáculos gratuitos y otros por los que se pagan entradas que van desde los 100 riyales (28 dólares).
El arte en todas sus formas
No muy lejos de aquí se encuentra el Mathaf, el Museo Arabe de Arte Moderno, que tiene un muy interesante catálogo de artistas de la región. Sin embargo, el museo más atractivo de Doha es el maravilloso Museo de Arte Islámico, impulsado por la célebre Sheika Moza, segunda esposa del antiguo emir (quien abdicó en junio pasado) y madre del actual emir. Ubicado a orillas del mar, en el centro de la ciudad, el Museo de Arte Islámico deslumbra como pieza arquitectónica y por su fantástica colección de cerámicas, orfebrería, tapices, pinturas y esculturas de todo el islam. Su fachada, inspirada en una antiquísima mezquita egipcia, imita en su cúpula los ojos pícaros de una mujer asomando a través de su nikab . El hall central del museo reproduce figuras geométricas que parecen girar a nuestro paso, como haciéndonos formar parte de un brillante caleidoscopio. Vale la pena recorrer el segundo piso, que propone una visión panorámica de la historia del arte islámico. En el primer piso, nos deslumbran antiguos manuscritos del Corán y piezas de singular valor para la historia de la ciencia. En la planta baja, el ventanal del café del Museo ofrece una de las vistas más hermosas del perfil de la ciudad, recortado sobre las aguas del Golfo Pérsico. Allí se puede hacer una pausa y tomar un delicioso jugo exprimido con un bocadito árabe por 13 riyales (3,5 dólares).
Desde el Museo, ya por la tarde, es ideal encarar una corta caminata hasta los muelles pesqueros del centro y, desde allí, hasta el mercado Souq Waqif. Reconstruido hace una década, con la forma y espíritu del que se levantaba en este rincón desde el siglo XVIII, el Souq Waqif reúne las tiendas folclóricas. Mientras que las grandes marcas internacionales montan sus grandes locales en los amplísimos shoppings de Doha, aquí tiene lugar todo el comercio de vestimenta típica (tanto la que usan los hombres y mujeres qataríes como las de paquistaníes e hindúes, mucho más coloridas), especias, algunos alimentos, viejos cacharros y animales silvestres o salvajes. En las calles del mercado los hombres fuman en sus pipas de agua ( shishas ); las mujeres regatean en voz inaudible. Vemos a la venta desde cotorras hasta halcones, como los que lucen sobre el hombro los aristócratas o miembros de la realeza qatarí que pasean, ostentosos. En el Souq Waqif también se concentran hoteles y restaurantes, que sirven porciones muy generosas de las delicias regionales. Aquí podemos cenar rodeados de color local. El precio promedio de una comida abundante es de 65 riyales (18 dólares), sin alcohol, que sólo se vende dentro de las grandes cadenas de hoteles.
Si todavía quedan fuerzas después del postre, estamos a pocos pasos de la Corniche, la rambla junto al Golfo: el sitio ideal para dar un paseo nocturno. De un lado veremos el mar calmo. Del otro, las torres del centro. Un rato más tarde, divertidas siluetas iluminadas por destellos multicolores.
Doha no tiene tantos rascacielos como Hong Kong o Dubai, pero sus torres –se dice– son más pintorescas. Desde hace décadas, son los “starchitects” (arquitectos estrella) los que dan la fisonomía al distrito céntrico. Toda la ciudad, de hecho, está en construcción, en efervescencia urbanística. La obra mayor, sin embargo, se realizará fuera del centro: se trata del conjunto de estadios para el Mundial de Fútbol del 2022, que han sido encargados al estudio del arquitecto alemán Albert Speer Jr., hijo de Albert Speer, ministro de armamento de Hitler, que tuvo a su cargo la planificación de una nueva capital que reemplazara a Berlín (iba a llamarse Germania). En 2012, Albert Speer & Partners –un estudio que funda su labor en la idea de “sustentabilidad”– presentó en Doha un ambicioso proyecto de tres inmensos estadios refrigerados por medio de energía solar y desmontables.
Las playas del centro
Nuestra segunda jornada en Doha puede comenzar recorriendo Katara, la playa céntrica, al noreste de Doha. Es preciso recordar que en las playas públicas de Qatar las mujeres toman sol y se bañan con la misma indumentaria completamente negra que las cubre día y noche, de la cabeza a los tobillos. Los hombres, en cambio, se tumban en las reposeras con shorts como los que se ven en Mar del Plata. Si bien no hay una penalidad establecida por la autoridad local, es más que recomendable seguir la costumbre local para evitar un mal rato. Las mujeres occidentales que quieran tomar sol en malla lo hacen en las playas privadas de clubes y grandes hoteles, como el Sheraton, Four Seasons o el Intercontinental (que ostenta la playa privada más ancha de la ciudad). Allí se puede ingresar pagando una tarifa diaria que va de los 125 a los 325 riyales (28 a 87 dólares). Las aguas son mansas y cálidas, y las arenas blancas. La placidez es tal que resultará difícil levantarse de la mecedora, pero aún queda mucho por recorrer.
En la misma línea de Katara, en dirección noreste, aparece a la vista la Aldea Cultural, que alberga un conjunto de lujosas edificaciones (anfiteatro, Opera House, la majestuosa Mezquita de Katara, donada a Doha por la ciudad de Estambul, dos inmensos palomares). En ella funcionan el Doha Film Institute –con sus proyecciones diarias y sus festivales anuales—, la Sociedad de Fotografía de Qatar, la Galería de la Autoridad Nacional de Museos, la Academia de Música –sede de la Orquesta Filarmónica– y varios distinguidos cafés. Allí también tiene su sede y su planta de transmisión la cadena de noticias árabe Al Jazeera. A un kilómetro de Katara, se alza The Pearl, gigantesco emprendimiento inmobiliario; casi una ciudad artificial, confeccionada sobre las aguas del golfo, formada por una decena de islotes privados y una vasta zona que combina residencias privadas y paseo público. En el extremo norte de The Pearl, los arquitectos han reproducido una imagen de Venecia: con canales de agua tibia, flamantes palacios que remedan a los de los siglos XVII y XVIII, y profusión de lujosos comercios y restaurantes. Allí se puede almorzar algo liviano, mientras vemos mezclarse las góndolas y los fastuosos veleros; las bolsas de Louis Vuitton y las mujeres cubiertas por la burka.
Por la tarde, a unos 20 km (45 minutos de viaje en auto, por Dukhan Road) del centro, en dirección sudoeste, en Al Shahaniya, se pueden presenciar las tradicionales carreras de camellos. Al estadio, rodeado de establos y corrales, se accede con el propio vehículo (es decir, con el auto alquilado, o con el vehículo del tour que nos lleva hasta allí), que se estaciona –en marcha– al pie de la pista. En algunas ocasiones, los vehículos de los espectadores recorren el contorno exterior de la pista, a la par de los animales. Las compañías de turismo aclaran que, a iniciativa de la autoridad qatarí, en los últimos años se “limpió” la honorabilidad de este deporte reemplazando a los jóvenes jinetes de antaño con robots a control remoto. Sin embargo, las competencias entre beduinos siguen realizándose con jinetes de carne y hueso.
La noche
Cuando anochece en el Golfo recordamos que Doha tenía la doble misión de revelarnos un mundo y proporcionarnos placentero reposo. Es hora de privilegiar esto último. Las opciones son varias, dependiendo del presupuesto.
Una posibilidad muy económica es volver a la Corniche, acercarnos al muelle donde estacionan los barquitos de madera y embarcarnos en esta suerte de mecedora de agua por la bahía de Doha. El viaje de cuarenta minutos puede costarnos unos 75 riyales (22 dólares).
Pero si queremos un tratamiento más profundo, nada mejor que adentrarse al spa de un hotel de lujo que ofrecen sesiones de masajes de una hora y media cuyo precio oscila –dependiendo de la técnica– entre 695 y 925 riyales (entre 190 y 254 dólares), e incluyen el uso del sauna, la ducha escocesa, el jacuzzi y el sector de relax. Ya que estamos dentro de un gran hotel, podemos pedir un trago, para despedirnos de la jornada. Durante nuestra estadía nos quedamos pasada la medianoche, bebiendo café y licor en el Library Bar & Cigar Lounge del Four Seasons. Llegamos atraídos por los reconocibles acordes de “Adiós Nonino”, interpretados por Ariadna Benítez, jovencísima pianista cubana, que lleva seis meses trabajando en Medio Oriente. Un rato más tarde, mezclado entre otras melodías, la escuchamos tocar el vals “Paisaje”, de Manzi y Piana. Ariadna dice que no encuentra dificultad alguna en esas partituras. Es más: asegura que estos temas ni siquiera mueven las fibras de su propia melancolía. Será la rara calidez del Golfo. Quién sabe.
MINIGUIA
Cómo moverse
Los principales puntos de la ciudad están conectados por el servicio público Doha Bus.
Las agencias de turismo facilitan el traslado y son de gran ayuda en cuanto a la comunicación con los lugareños. City tour de todo el día –The Pearl, Ciudad de la Educación, estadio ecuestre, Museo de Arte Islámico, Corniche y Souq Waqif–, US$ 75 por persona. Recorrido por las carreras de camellos de Al Shahaniya y Club Ecuestre de Al Rayyan, US$ 85 por persona.
Atención
Para ingresar en Qatar es necesario tramitar una visa turística. Consulte
Dónde informarse
www.qatartourism.gov.qa
Museo de Arte Islámico: www.mia.org.qa
Al Shaqab: www.alshaqab.com
Club Ecuestre: www.qrec.gov.qa
Carreras de camellos en Al Shahaniya: labregah.com
Aldea Cultural: www.katara.net/english
No hay comentarios.:
Publicar un comentario