Sabor tropical entre rascacielos, historia y mar
A orillas del océano Pacífico, la ciudad ha florecido en los últimos años gracias a importantes proyectos inmobiliarios y modernos hoteles. El festival de cine, la arquitectura típica colonial y las playas cercanas.
Un recorrido entre los modernos edificios que une Punta Paitilla con el Casco Antiguo. Ofrece amplios espacios verdes, una ciclovía y excelentes panorámicas de la bahía.
Sabor. Es la palabra que resuena como un mantra al recorrer la Ciudad de Panamá. No sólo por las propiedades de su vasta gastronomía que ofrece un banquete al sentido del gusto. Es también por ese cambio repentino y benefactor que producen en el ánimo el colorido Casco Antiguo, la mezcla de aromas de los mercados, la salsa que replica a todo volumen desde los automóviles y el acento cadencioso de los panameños, tan alegre como el acordeón de sus cumbias.
En el golfo de Panamá de cara al océano Pacífico, la ciudad es una síntesis del país. Visitarla es como haber viajado por todas sus provincias. Las amplias casonas y los adoquines dan cuenta del fuerte dominio ejercido por España en el istmo, pero a pocas calles se alza una urbe digna del siglo XXI, cuyos rascacielos tienen diseño de autor. Basta doblar una esquina para hallar un rincón selvático, donde surge un distinguido restaurante cobijado por altísimos árboles de plátano o seguir la pista de un dulzón aroma penetrante hasta descubrir docenas de mangos maduros esparcidos en soberbios jardines. La ilusión de jungla se esfuma a pocos pasos en el centro financiero y comercial, próximo al mar que lleva a cercanas islas espléndidas.
En la última década la capital panameña se transformó de modo sideral: florecieron proyectos inmobiliarios, hoteles, restaurantes y turistas, ávidos de conocer la ciudad y su vibrante vida cultural antes de partir hacia distintos puntos del país. Quien transite sus calles descubrirá atributos que destierran la idea que injustamente la ha definido como un mero lugar de paso hacia otros horizontes.
Más que un puente
Panamá es la más cosmopolita de todas las ciudades de Centroamérica. Ello se debe indudablemente al canal, ese prodigio de la ingeniería inaugurado en 1914 por el cual el país devino en “el puente del mundo” y que este año celebra su centenario (ver El Canal de Panamá...). Para su construcción llegaron inmigrantes del Caribe, China, Africa, India y Europa quienes propiciaron un extraordinario crisol de culturas. Al caminar por la capital panameña es habitual escuchar vocablos en inglés con acento caribeño, árabe, francés, hindi y kuna, el idioma de una de las ocho etnias locales que sobrevivieron a la aniquilación de la conquista.
Turistas adinerados, mochileros y aquellos con vocación eco-chic llegan a diario a la ciudad que cumple las expectativas de cada segmento. Si buscan modernos hoteles cinco estrellas deberán ir al centro, donde el Trump Ocean Club se destaca por su silueta de vela de yate en plena bahía. Sin embargo, el área del casco antiguo –o San Felipe, designado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco– es el mejor lugar para hospedarse ya que posee alojamientos de lujo, boutique y muy buenas opciones económicas.
Vivir durante algunos días en esa zona es un prodigio. La ecléctica mezcla de arquitectura colonial, neoclásica y francesa hace que se parezca un poco a Cartagena o Nueva Orleans, aunque tiene algo que la hace única: la mezcla de casonas señoriales recién pintadas de colores pastel, sofisticadas tiendas de artesanías y los tan coloridos como modestos bares que se vuelven irresistibles cuando algún mozo de sonrisa blanquísima se acerca a la entrada y pregunta al transeúnte: “¿Qué se le ofrece, mi amor?”.
El Casco Antiguo está en una pequeña península rodeada de arrecifes rocosos: desde el otro extremo de la bahía es observado por las torres de más de 200 metros de altura de Panama City, la metrópoli moderna y centro financiero del país. En aquel apéndice que mira al mar fue refundada la Ciudad de Panamá en 1673 ya que los españoles consideraban al lugar más seguro y fácil de defender. La primera fundación había tenido lugar en 1519, en una aldea de pescadores, unos 8 kilómetros hacia el este, desde donde se trasladaba el oro de las colonias españolas del Pacífico a través del Camino Real hacia las del Caribe. La ruta no tardó en ser descubierta por el pirata inglés Henry Morgan quien encabezó varios ataques a través de los años hasta que en 1671 el asentamiento terminó saqueado y destruido. Sus ruinas de piedra siguen en pie y se convirtieron en un sitio arqueológico conocido como Panamá La Vieja.
El mejor modo de organizar distintas salidas a pie por el casco es partiendo desde sus cinco plazas: Francia, Independencia, Herrera, Bolívar y Santa Ana. Alrededor de cada una de ellas se concentran museos, iglesias, dependencias oficiales y edificios históricos. Entre las visitas obligadas están el Museo del Canal Interoceánico, que fue sede administrativa de las obras de ese corredor comercial y desde 1996 exhibe documentos de su historia y hasta objetos de sus trabajadores, rescatados en nuevas excavaciones. Otro imperdible es el Teatro Nacional, ubicado en el antiguo solar de las monjas de la Concepción, en diagonal a la Plaza Bolívar. Su fachada neoclásica, compuesta por seis arcadas coronadas, fue concebida por el arquitecto italiano Genaro Ruggeri en 1898 y recién el 1 de octubre de 1908 se inauguró la grilla artística con la ópera “Aída”, de Giuseppe Verdi. Hoy se puede ver desde ballet y ópera hasta asistir a conciertos de pop y espectáculos de stand up. Además, desde 2012 alberga al novel Festival Internacional de Cine (IFF Panama), por el que el mundo volvió a dirigir su mirada al país centroamericano.
Un buen modo de culminar las rondas por el caso es visitar el Mercado del Marisco, en la Cinta Costera. Desde que despunta el sol, cada mañana, los puesteros comienzan a vender la pesca del día. Pero también es el mejor lugar (y el más económico) para probar todo tipo de productos de mar. Sobre el mercado hay restaurantes pequeños para sentarse a almorzar, con una vista panorámica del casco. El mejor ceviche está allí.
Para recorridos que incluyan otras áreas de la capital panameña se puede optar por un pintoresco paseo en tranvía que parte del casco, va a Panamá Viejo, a las esclusas de Miraflores del canal y ofrece una vista de la ciudad moderna por la circunvalación de la costa de la bahía. Otra posibilidad es tomar el Aquabus: un bus “anfibio” que parte del Pasillo del Delfín del Albrook Mall –el shopping más impresionante de la ciudad, en el Corredor Norte, a diez minutos del Aeropuerto Internacional de Tocumen– se dirige hacia la Calzada de Amador o “Causeway” –vía que conecta la parte continental con cuatro islas del Pacífico– donde se lanza al agua en la Playita de Amador. La travesía ofrece las mejores vistas del canal, del Puente de las Américas y de los barcos que esperan para atravesar la vía interoceánica. Al regresar a tierra firme, el Aquabus se dirige al Casco Antiguo, toma la Cinta Costera y culmina el viaje en el antiguo Club de Yates y Pesca, donde vuelve al agua por última vez.
A puro color
El desarrollo en Panama City es inagotable. Y a la par del crecimiento de los imponentes rascacielos y los centros de compras se percibe la vitalidad de las manifestaciones culturales, que no se limitan a las galerías privadas o a los museos, si bien hay muchos: de Historia, de Ciencias Naturales, de Antropología, de Arte Contemporáneo y de Biodiversidad. El arte se palpita a cielo abierto a través de esculturas que cuelgan de balcones, artesanías de las etnias locales expuestas en las plazas, murales y grafitis.
En el Casco Antiguo, que aún tiene zonas en remodelación, es común la proliferación de murales, grafitis y tags (firmas) que no sólo aportan color a sitios y paredes que parecían olvidadas sino que son un reflejo de la sociedad: mensajes políticos, ironías, opiniones y ofrendas amorosas permiten conocer qué piensan y sienten los panameños. Estas intervenciones visuales hablan, además, de un profundo interés por el arte. La calidad y el detalle de las pinturas es sorprendente. Más impactante aún es comprobar que, 24 horas más tarde, un mural se ha convertido en lienzo para uno nuevo.
Pinturas de mujeres pulposas y coloridas, rodeadas siempre de flores y criaturas de la naturaleza, llaman la atención en paredes y puertas en distintos puntos del casco. Son conocidas como las “Mamis”, símbolo de la mujer panameña pero también de la biodiversidad de esa tierra. Llevan la firma de Rolando De Sedas, quien define su trabajo como street art. Sus figuras sensuales fueron estampadas en telas y llegaron ya al mundo de la moda. En la misma línea se inscriben los peces y diablillos multicolores de Jovana De Obaldía, quien exportó sus criaturas a Buenos Aires (pueden verse en muros de los barrios de Boedo, Villa Urquiza, Belgrano y Palermo). Su serie de trazos geométricos remite a las molas, una forma de arte textil con paños superpuestos, elaborada por las mujeres de la etnia Guna y que se consiguen en la plaza Independencia, frente a la Catedral.
Un muro solitario que probablemente sea derrumbado homenajea a los gatos que deambulan por el casco. Distintos artistas urbanos (Arito, Martanoemi y Sumo) se unieron en una intervención conjunta para pintar versiones de los felinos, alimentados por los pescadores en las cercanías del puerto. También los grafitis, espontáneos y anónimos, son reemplazados por otros en cuestión de horas. Sus autores suelen elegir superficies blancas para lanzar consignas, reflexiones o simples preguntas (“¿Engañas al mar?”) que invitan a detenerse para tomar una foto.
La Bienal del Sur, que concentra propuestas artísticas multidisciplinarias internacionales, tampoco se ciñe a las salas de exhibición. En la edición 2013, el grupo de artistas español Boa Mistura plasmó sus trazos y colores en un edificio del popular barrio El Chorrillo a través del proyecto colectivo “Somos Luz”, en el que participaron sus habitantes.
Por otro lado, desde 2012, la ciudad ve peregrinar cada abril a cientos de devotos del cine que recorren sus calles, pueblan los bares y restaurantes y contratan excursiones. Para los panameños, en general más aficionados al teatro, la creación del festival de cine significó la posibilidad de ver cintas de todos los continentes e, incluso, despertó curiosidad la muy interesante producción local. La muestra le otorgó una nueva visibilidad al país y generó un boom turístico. Tal difusión alertó a los productores de la industria cinematográfica de todo el mundo sobre la diversidad de paisajes increíbles de Panamá, que ya son requeridos como locaciones de rodaje.
Al alcance de la mano
Una de las ventajas de la capital panameña es que pueden visitarse distintos sitios cercanos y regresar en el día, justo para la cena. Una de las excursiones más lindas permite recorrer, en sólo una hora, los cambiantes paisajes que llevan desde el Pacífico hasta el Caribe para conocer la llamada “Panamá negra”, donde habitan los descendientes de los esclavos africanos que fueron llevados al país por los españoles. El primer alto es en la ciudad de Colón –zona de compras libre de impuestos–, principal puerto mercantil, ubicada en la entrada del canal. Cerca están la esclusa del lago Gatún y la histórica Portobelo, así bautizada por Cristóbal Colón en 1502, cuando arribó a esas costas en su cuarto y último viaje a América. De hecho, en las prístinas playas del homónimo Parque Nacional, casi 35 mil ha que protegen arrecifes de coral y el bosque costero, fue rodada la película “1492: la conquista del paraíso” (1992), de Ridley Scott. Durante los siglos XVI y XVII fue el puerto más rico de la ruta entre España y América, por lo que estuvo en la mira de todos los piratas que rondaron el Caribe. Para protegerla se construyó el Fuerte San Lorenzo, otro inmenso bastión español atacado por Henry Morgan del que pueden visitarse sus ruinas. La ciudad hoy es famosa por la imagen del Cristo Negro de la iglesia San Juan de Dios, que motiva una fiesta popular cada 21 de octubre.
La población, alegre y conversadora, se dedica mayormente a la pesca: en la zona se degustan las mejores langostas de Panamá, con arroz y plátanos fritos. Portobelo es encantadora porque aún subsisten los sistemas de creencias y ritos africanos que dan lugar a celebraciones únicas, como el baile de la conga. En la cercana localidad de Costa Arriba, que mira al mar Caribe, se celebran danzas colectivas animadas por tambores para honrar a los ancestros que se libraron de la esclavitud.
Para dejarse tentar por el llamado de la selva no hace falta alejarse de la capital panameña. A 40 minutos, en el Parque Nacional Soberanía, está el Centro de Descubrimiento de la Selva Tropical, un lugar de privilegio para la observación de aves: hay 385 especies, además de osos hormigueros, monos y coloridas mariposas gigantes.
Sol y playa
Estar en Panamá y no disfrutar de sus playas es un real pecado. Sin necesidad de recorrer grandes distancias, hay varias posibilidades. La más cercana, a 20 km, es la Isla Taboga, conocida con el mote de “Isla de las Flores” ya que posee una variedad infinita de especies tropicales que florecen durante todo el año. Su fama es tal que en 1887 hasta allí llegó en busca de inspiración el pintor Paul Gauguin antes de partir hacia Martinica.
Otra posibilidad es el archipiélago Las Perlas, al que ponen proa los yates privados que parten desde el muelle del lujoso hotel de Donald Trump. A no desesperar: se puede ir en ferry hasta las islas Contadora y Del Rey, las más importantes del grupo de 39 que también incluye 100 islotes, en su mayoría deshabitados, en pleno corazón del golfo de Panamá. Sus playas de arenas finísimas y blancas son tan célebres como sus perlas –de ahí el nombre– que, se dice, eran muy abundantes durante el período de dominio español. En estos lares se halló la admirada Perla Peregrina, que fue propiedad del rey Felipe II de España y en el siglo XX pasó a manos de Elizabeth Taylor.
Los aventureros eligen el archipiélago de San Blas. Está en la costa caribeña y es buena decisión pasar una noche en algunas de las 300 islas Kuna Yala –prístinas, repletas de palmeras y caracoles gigantes–, administradas por familias de la etnia Guna. Se trata de un gobierno independiente, así que cada turista debe presentar su pasaporte al llegar. El viaje incluye un trayecto en 4x4 de 3 horas hasta la costa del Caribe –el camino es estrecho, empinado y con curvas pronunciadas– y el traslado en ferry hasta la isla elegida. Debe tenerse en cuenta que es una propuesta muy agreste, ya que las islas no tienen comodidades y son muy pequeñas: en general, no se demora más diez minutos en caminar de un extremo a otro. La sensación de saberse diminuto en medio del mar es inquietante, pero tomando la precaución de llevar provisiones, la experiencia de bucear en aguas trasparentes y dormir en una hamaca amarrada a dos palmeras es incomparable.
Bocinas y ceviche
El sonido estridente de las bocinas recibe de regreso a Panamá City. Los permanentes bocinazos conforman un particular modo de comunicación entre los lugareños: se usa para pedir pase de carril, para saludarse o para piropear a las señoritas. Ese fondo “musical” es tan típico de la ciudad como los entrañables Diablos Rojos, los antiguos school bus amarillos pintados de colores estridentes que circulan a toda velocidad por las calles. Para evitar el tránsito infernal, lo ideal es salir a cenar poco antes de las 20. Si la idea es probar platos panameños, el ceviche de corvina del restaurante Tinajas, en el distrito de Bella Vista, es recomendable. En la misma línea, Diablicos, en el casco antiguo, tiene el típico arroz con guandú y guacho de mariscos (especie de cazuela con arroz especiado). También hay, claro, restaurantes de comida internacional: italiana, francesa, india, japonesa, libanesa y la típica parrilla argentina. Muchos están en el Causeway, donde se puede cenar frente al amarradero de yates con vista al mar.
Si aún quedan energías, la vida nocturna es muy animada, especialmente los viernes y sábados, días de parranda. Es inconcebible dejar el salón de baile “Habana Panamá” sin haber aprendido los pasos básicos de la salsa. Aún teniendo en cuenta que no es fácil desplazarse cuando todo el mundo se lanza a la pista en dulce montón. Hay varios clubes y bares en el distrito Bella Vista donde se puede escuchar de todo, desde el local Rubén Blades, pasando por Christina Aguilera, hasta el metálico reggaeton.
Las noches de tragos también son interesantes. Los que preparan los bartenders del hotel Las Clementinas no tienen comparación. Pueden ser el inicio de una velada que culmine, por ejemplo, en Tántalo, un rooftop bar que ofrece la mejor vista panorámica de la ciudad y el único mojito zen, el Zen-Jito: lleva gin, jugo de lima, cúrcuma, jengibre y hierbabuena. Por supuesto, hay opciones más recargadas. Los locales insistirán en ofrecer el muy típico seco , aguardiente panameño destilado de la caña de azúcar. Mezclado con pulpa de maracujá es un elixir, pero puro es una bomba. Los panameños juran por la Virgen de la Antigua que tomar varias copitas de esa bebida es el secreto para no tener resaca. Es picante, estimulante y fresca. Sin duda, el sabor de Panamá.
MINIGUIA
Qué hacer
Compras: hay malls como el Metro Mall y el Multiplaza con marcas internacionales, electrónicos a buenos precios y ropa de marcas locales muy convenientes (percheros de US$ 1 o US$ 2 la prenda).
Recorrer la ciudad de Panamá y alrededores en el Tranviatour cuesta US$ 30 (reservas@tranviatour.com.pa). Aquabus: US$ 45 adultos y US$ 35 niños (aquabus@pmatours.net).
Panamá Rainforest Discovery Center: todos los dias de 6 a 16. Antes de las 10, la entrada cuesta US$ 30 y a partir de esa hora, US$ 20.
Para ir a Colón y Portobelo parten buses desde la terminal de Albrook. Ida, US$ 3,15. Ferrocarril desde la terminal de Corozal, US$ 44 ida y vuelta. Taxis y microbuses por US$ 60 ida y vuelta.
Isla Taboga: con la compañía de barcos Calypso. El viaje dura una hora y cuesta US$ 14 ida y vuelta adultos y US$ 9,50 niños (barcoscalpsoqueen@hotmail.com).
Los ferrys de Nativa Tours van a Isla Contadora, en el archipiélago de Las Perlas. La excursion dura de 8 a 17 y la tarifa es de US$ 120 i/v (pelas@nativatours.com).
El viaje al archipiélago de San Blas puede hacerse en avión bimotor desde el aeropuerto Marcos A. Gelabert en Albrook hasta la Isla El Porvenir, en la Comarca, donde espera el personal de Viajes San Blas. Air Panamá vuela por US$ 84 i/v; el viaje dura 30 minutos (www.airpanama.com). Traslado en 4x4 desde Ciudad de Panamá hasta Carti, en el Caribe, US$ 50 ida y vuelta por persona; traslado marítimo hasta las islas, US$ 20 ida y vuelta por persona (info@viajessanblas.com).
Atención
Clima. Caluroso y húmedo (temperatura promedio entre 27°C y 33°C). Llevar abrigo liviano al visitar museos, cines, shoppings y restaurantes, donde el aire acondicionado está debajo de los 18°C. Llevar paraguas, los chubascos sorprenden en cualquier momento.
Excursiones a las islas. Llevar sombrero, pantalla solar y calzado de trekking.
Taxis. Negociar previamente con el conductor la tarifa de ida y vuelta, y abonar al final del viaje.
Dónde informarse
Autoridad de Turismo de Panamá: www.atp.gob.pa
Embajada de Panamá en Bs. As.: Av. Santa Fe 1461, 1°, tel. 4811-1254
www.embajadadepanama.com.ar
www.visitpanama.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario