lunes, 7 de octubre de 2013

CURACAO: La isla de la fantasía


La isla de la fantasía:

En el sur del Caribe, la mayor de las Antillas Holandesas impacta con sus playas perfectas, su riqueza cultural y la colorida Willemstad. Una meca del buceo, donde nunca falta el buen licor.
Cada vez que suena la sirena –algo que ocurre varias veces al día–, la isla cambia de fisonomía. Todo el mundo apura el paso y algunos, incluso, empiezan a correr. Esta alteración en la rutina es, paradójicamente, parte de la cotidianeidad de la gente que vive en Curaçao . Como cuando sonaba el timbre en la escuela primaria y nos arrojábamos, con euforia exagerada, hacia el recreo, aquí la meta es alcanzar la otra orilla. No importa de qué lado d el puente flotante Reina Emma nos encuentre el timbrazo, uno siempre querrá estar en el otro extremo. El colmo del inconformismo o una carrera absurda más, lo cierto es que muchas personas no llegan a abandonar la estructura de madera y ésta comienza a deslizarse sobre el mar hasta quedar paralela junto a una de las márgenes. Entonces, un barco de profundo calado cruza lentamente por el lugar y toda la maniobra cobra sentido para asombro del forastero.
El tránsito marítimo es intenso en el sur del Caribe , alrededor de las islas conocidas como ABC, en alusión a sus iniciales. Situada entre Aruba y Bonaire, Curaçao es la mayor de las Antillas Holandesas , con 444 km2 y a sólo 60 km de la costa venezolana. La fórmula “arenas blancas–mar turquesa–sol todo el año”, imán para el turismo internacional, se perfecciona aquí gracias a su ubicación privilegiada, fuera de la franja de huracanes.
Un secreto a voces Con 150 mil habitantes, Curaçao ostenta una tranquilidad que confirma que se trata de uno de los secretos mejor guardados del Caribe. Precisametne, el mayor movimiento se percibe junto al puente Reina Emma –construido en 1888 y restaurado en 2006–, donde la capital Willemstad presenta una sucesión encantadora de bares junto al mar, restaurantes, hoteles y casinos siempre abiertos.
Además de los buques que transitan por estas aguas, siempre se ve alguno de los cientos de cruceros turísticos que arriban al puerto cada año, con su gran porte formando parte del paisaje, delante de edificios pintados en tonalidades vibrantes y alegres, como amarillo verde o rosa.
La arquitectura remite al estilo holandés. Y como una pequeña Amsterdam en pleno Caribe, de cara a la bahía de Santa Ana, el centro histórico Punda permite conocer el pasado singular del lugar. Pero vayamos por partes.
El primer europeo en llegar a este grupo de islas fue el explorador español Alonso de Ojeda en 1499. El adelantado no era lo que actualmente se calificaría como un visionario: después de recorrer las tierras áridas bañadas por aguas transparentes y cálidas, con vegetación y fauna desértica, concluyó que eran “islas inútiles”.
Los españoles conocieron también a los nativos arawakos, pero pronto se olvidaron del asunto, ya que concentraron su interés en las minas de oro de la cercana Santo Domingo. En 1634 tomó posesión Holanda, por casi dos siglos, con un intervalo en 1805, cuando este país sufrió una invasión inglesa. Los holandeses recién recuperaron el control en 1816 y, en la actualidad, los nacidos en Curaçao son considerados ciudadanos holandeses.
Ante la intensa actividad de su puerto, el dominio holandés y el comercio de esclavos africanos, Curaçao se expandió con la diversidad cultural como constante. Porque la mezcla de nacionalidades (españoles, holandeses, arawakos, africanos, y también, latinos e indios) dejó su impronta en la cultura, las costumbres, la gastronomía, la música y, claro está, en el lenguaje. Una de las mayores sorpresas.
“Bon dia”, “¿Kon ta bai?”. Uno escucha y no tarda en deducir “Buen día”, “¿Cómo te va?”, al no encontrar demasiado margen para el error en la lengua que habla con extrema amabilidad la gente de Curaçao. Entonces, se agradece (“Danki”) cada vez que se recibe la bienvenida (“Bon bini”).
La explicación es más sencilla de lo que parece. El idioma oficial es el papiamento, y aunque sólo se entienden frases sueltas, todo resulta musical y familiar: es que el papiamento deriva del holandés, el portugués y el español. Sin embargo, todos dominan el holandés, inglés y español, y saltan de un idioma a otro sin el menor esfuerzo.
Para quienes eligen este destino para aislarse del mundo, y también para los que llegan a Willemstad a bordo de un mega crucero dispuestos a conocer playas increíbles, se recomienda visitar primero el Museo Curaçao. Después del desayuno, antes de que el calor sea asfixiante, un ratito nomás. Vale la pena.
En la casa de estilo colonial funcionaba en el pasado el hospital militar (en el siglo XIX, hubo una epidemia de fiebre amarilla) y hoy conserva mobiliario de época que remite a costumbres y creencias a veces insólitas. Por ejemplo, llama la atención la cocina, con las paredes pintadas de colorado y lunares blancos. Sonará gracioso, pero los lugareños creían que así lograban “marear” a los mosquitos y volverlos vulnerables. Otra rareza: en una sala se exhibe el primer avión que voló de Holanda a Curaçao luego de hacer siete paradas porque sus pilotos lo mantenían en el aire ¡a pedal! Sin una nube a la vista y con la temperatura rozando los 30°C, nunca se olvida el objetivo inicial y supremo del viaje: la playa. Sólo en la costa Sur, la isla tiene cerca de 40, cada una con características distintivas. Con acantilados, con arrecifes de coral y miles de peces de colores, con reposeras que se vuelven camas bajo tules blancos... Todas tendrán en común las aguas amables y traslúcidas, ideales para la práctica de snorkel y buceo. Las oportunidades surgirán en todo momento, como las compañías que alquilan equipos y brindan clases.
Antes de llegar a la playa, tomamos una excursión a las Cuevas de Hato, con estalagmitas, estalactitas y pinturas rupestres de 1.500 años de antigüedad. Extensas (caminarlas demandaría unas siete horas) y altas ( hato significa alto), las cuevas volcánicas servían de refugio a los esclavos negros que huían del trabajo en las plantaciones de plátanos y otras frutas. Si los techos lucen oscuros es por las fogatas y antorchas que encendían entonces. Arnold, el guía, juega con nuestros miedos ancestrales y apaga las luces. Luego, tomamos jugo de aloe vera. Y para cerrar la cadena de experiencias inesperadas, vemos decenas de flamencos rosados: atraídos por el sol, la sal y los camarones, llegan de Venezuela y se instalan en el lago San Miguel.
Se nos fue hasta el ocaso y queda pendiente un café en aquel bar adorable junto al puente flotante. Entonces, sospecho que aquí las horas, por felices, siempre resultarán breves.

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