lunes, 7 de octubre de 2013

ARUBA: Bienvenidos a la isla del sol

Bienvenidos a la isla del sol

Frente a las costas de Venezuela, Aruba tiene todo lo que el viajero busca en el Caribe: arenas blancas, mar turquesa, cómodos resorts y buen clima todo el año.

La historia a continuación está protagonizada por personas felices y escenografías paradisíacas que surgen de esa pequeña isla del Caribe de sólo 184 kilómetros cuadrados llamada Aruba. Lejos de la ruta de los huracanes y con lloviznas tan moderadas y breves que hasta parece que desde arriba alguien lo estuviera haciendo a propósito para reírse de quienes salen corriendo de la playa y vuelven minutos después como si nada, en Aruba siempre es verano, ya que la temperatura promedio es de 28°C.

Ubicada frente a la costa de Venezuela, originalmente pertenecía al Reino de los Países Bajos, hasta que en 1986 logró la autonomía, pero manteniendo una cercanía eterna con las huestes de la princesa Máxima. Es que si bien tiene sus propias leyes, moneda oficial y gobierno, responde a Holanda en cuestiones de defensa nacional, ciudadanía y relaciones exteriores. Por ejemplo, los arubianos tienen pasaporte holandés y los adolescentes de la isla suelen viajar al Viejo Continente para completar sus estudios o simplemente por el placer de conocer lo nuevo. Algo que también ocurre a la inversa, con teens holandeses que buscan hacerse “el veranito” y escaparle al frío europeo trabajando bajo el sol del Caribe.

Aruba, junto a Bonaire y Curaçao, es parte del trío de antillas holandesas conocido como ABC. Sus playas de arena blanca que no quema los pies se nutren con una hotelería de primer nivel y una población dedicada casi íntegramente al turismo, al punto que la mayoría de sus 110.000 habitantes habla cuatro idiomas: holandés, inglés, español y papiamento, la lengua local que reúne palabras de las anteriores más algunas frases en portugués. Y sorprende oírlos saltar de uno al otro con facilidad, de acuerdo con la necesidad del interlocutor de turno. En época pico, Aruba suele recibir a unos 70 mil visitantes, en su mayoría estadounidenses y holandeses pero, a diferencia de otras playas, nunca se nota que el lugar está colmado.
Carnaval toda la noche
De entrada, la elección parecía equivocada, pero no lo fue. Ya desde el primer día en que se decide el viaje, cualquier mortal que elige ir a Aruba lo hace esperando arrancar con un paseo por el lujo de los grandes hoteles o pensando en una fiesta a puro baile en las playas. Sin embargo, el primer contacto oficial con Aruba fue con el costado menos conocido de la isla. No en Oranjestad, la ciudad principal y cuna de todo lo relacionado con el turismo de excelencia, sino en San Nicolás, un rincón bien autóctono ubicado en uno de los extremos de la isla. Allí viven los arubianos y en sus distintos barrios, filas de casas bajas y coloridas van ganando espacio entre las calles angostas que desembocan en el mar Caribe.

Desde hace un tiempo, en San Nicolás todas las noches de jueves el gobierno local organiza los festejos previos al gran carnaval, que tiene lugar entre fines de febrero y marzo. Y si bien esa previa no compite en cantidad de escolas de samba ni de garotas con las celebraciones de Río o de Gualeguay-chú, por ejemplo, tiene el encanto único de la mixtura cultural que sólo se puede conseguir en una isla que inicialmente fue ocupada por los españoles y luego pasó a manos de portugueses, ingleses y holandeses, respectivamente. La fiesta se desarrolla en las calles, con los bailarines vestidos con distintas plumas y lentejuelas e invitando a los turistas a participar de cada movimiento. Todo con la posibilidad de probar el Aruba Ariba, un trago que acompañará el resto del relato.
De Oranjestad a las playas
Oranjestad parece estar dividida en dos. Por un lado, la magnificencia del mar turquesa y transparente, que le da al lugar un carácter bien caribeño. Y por el otro, los autos último modelo con el eslogan “One happy island” (una isla feliz) en la chapa, los grandes hoteles y las cadenas de comida rápida que remiten a un paisaje más bien norteamericano, con comercios ubicados en complejos separados unos de otros por amplias avenidas. Pero atenti que no todo es comida al paso, en Aruba también se pueden degustar platos locales elaborados, como de casi todo el mundo. Una buena opción para los que buscan algo de lo primero es The Old Fisherman, donde ofrecen desde una increíble langosta hasta distintos platos de la comida autóctona, obviamente siempre bien acompañados por un (o varios, según el aguante) Aruba Ariba. Ambientado como un bar de puerto, el restaurante está ubicado en la pintoresca zona céntrica de Oranjestad, donde a lo largo de pocas cuadras se superpone una veintena de joyerías pensadas, casi exclusivamente, para el público top que baja de los cruceros. Y si lo que buscan es una cena romántica, el lugar indicado es Pinchos Grill & Bar, ubicado casi sobre el agua y con una carta de comidas y bebidas de primer nivel.

Pero volviendo al tema de las playas, hay dos que captan la mayor parte de la atención de los turistas: Palm y Eagle Beach, donde las cadenas hoteleras ocupan gran parte de la arena, pero no todo. Aquí es donde los días al sol terminan en noches bajo la luz de la luna, con paradores 24 horas que ofrecen tragos, comida y música bastante similar a la que se escucha en nuestras pampas.
Al agua, pato
Mientras la mayoría se ponía sus patas de rana, él se entretenía mirando qué ocurría a su alrededor en el barco. Tres rubias estadounidenses de pierna ancha y cara de primer día de sol caminaban de un lado al otro del catamarán como salidas de una bizarra película de extraterrestres estrenada en los ochenta. Cerca de una barra de tragos que, con el paso de las olas iría ganando adeptos pese a que recién habían pasado unos minutos de las 9 de la mañana, una pareja de italianos se probaba el equipo para hacer snorkel. Hace rato que se habían ganado la atención del resto. El, por su diminuto, y complicado de usar en la Bristol, slip blanco. Y ella, por su andar desprejuiciado y solitario de proa a popa. Un tercer grupo también tenía su personaje movedizo. Colombiano él, hace rato que tenía ganas de tomarse un Aruba Ariba, pero una y otra vez cedía ante el reto de su novia, demostrando que también fronteras afuera, quien manda en una pareja pocas veces lleva puesto los pantalones.

Como habrán notado, la tercera jornada en Aruba arrancó a bordo. En este caso del Palm Pleasure, un catamarán que zarpa cargado de Aruba Ariba en su bodega y tiene como itinerario un recorrido de medio día que incluye tres paradas de snorkel que permiten apreciar las distintas variedades de peces locales a centímetros de los ojos, o antiparras para ser más precisos, porque el paseo incluye el préstamo de las patas de rana, los tubos para respirar bajo el agua y todo el equipamiento necesario para una jornada ideal. Y como si todo estuviera guionado (o pagado para algún mal pensado) a lo largo de la mañana que se tornó en tarde, un pelícano en busca de peces y una impresionante tortuga marina se arrimaron hasta el barco para el deleite de los incrédulos pasajeros. Pero como no todo es snorkel en esta vida, también hubo espacio para que un par de intrépidos que, recordando tiempos de cabelleras completas y menos panza, decidieron usar la parte más alta del barco para lanzarse al mar como si fueran niños en pleno juego.
El lado oculto de la isla
No apto para cardíacos o, al menos, para personas impresionables, pero sí que vale la pena una vez que termina. El día final en Aruba fue de todo menos light porque la jornada representó, en su mayoría, un paseo a bordo de dos Land Rover por el Parque Nacional Arikok, el Natural Pool, Baby Beach y el resto del sector menos visitado de la isla.

Con acompañantes en amplia mayoría gringos y el ondular provocado por andar por un camino que no era tal, la posibilidad de conversar dentro del Land Rover se limitó a la nada misma. Pero lo que se perdió en sociabilidad, se ganó en entorno porque el recorrido arrancó bordeando la costa, ya no en esas impresionantes avenidas al estilo norteamericano, sino sobre la arena misma, el ripio. o vaya a saber qué había bajo el vehículo. Una capilla construida en 1750, el faro que orientaba a los barcos cuando la navegación era otra cosa y una suerte de mini zoológico, pero sólo de avestruces, fueron apareciendo en el horizonte. Aunque lo mejor todavía estaba por llegar. Y como en los buenos relatos, fue haciéndolo de a poco. Primero, una zambullida en la piscina natural que el mar formó entre un cúmulo de rocas, donde los que quisieron también hicieron snorkel. Segundo, una recorrida por la cueva Guadikiri con sus estalactitas y estalagmitas. Y tercero, el final en Baby Beach, “la playa” de Aruba.

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