CARTAGENA: heroica, linda y rumbera
Amurallada en su pasado de resistencia y con algunas de las callecitas más románticas de América, una ciudad para conquistar
CARTAGENA DE INDIAS.- Hay tardes, sólo unas pocas, en las que la nostalgia se cuela entre las prendas y la piel. Es cuando, mirando desde cualquiera de las torretas de la inefable fortaleza, el mar se pierde en el mar, la brisa se hace más fuerte y el sol cae a rayo sobre la ciudad imposible. Heroica.
Hay tardes, sólo algunas pocas y en tiempo mínimo, en que Cartagena de Indias no le ofrece al visitante la posibilidad de trocar la nostalgia en baile, la añoranza en ron, la dulce melancolía en bellas melodías que hablan de corazones destrozados.
Esas tardes son excepcionales. Las demás, todas las demás tardes, la ciudad de la resistencia, la de los piratas, la de las bellas mujeres y hermosos hombres ofrece a quien la visite un tiempo de paz mezclado con linduras, con flores bellísimas, con aromas que se pueden clasificar, palpar, todo eso adobado por la sencillez y la amabilidad extrema de sus habitantes.
Esta es una ciudad amurallada. Corralito, le dicen los cartageneros. Quedó cercada, Cartagena, para volverla infranqueable a partir de su fundación en 1533. Pero los corsarios y piratas no la perdonaron, y a fuerza de cañonazos lograron penetrarla en varias oportunidades, pero sin vencerla jamás. Por eso le llaman La Heroica.
¿Cómo es Cartagena? Bella. ¿Qué hay que hacer para conocerla? Caminar sus calles, desde el Pórtico del Reloj, por ejemplo, hasta el mar frente a las murallas, pasando por debajo de los añosos balcones remilgados y terminar en alguna de las plazas o en el Portal de los Dulces, donde mujeres de todas partes venden sus manjares.
La primera visita que se recomienda en Cartagena es un recorrido por la fortaleza que rodea la ciudad. Cada rincón tiene su historia, pero la vista es, quizás, el dato más importante. Y el calor.
Esta ciudad tiene una temperatura casi permanente de 30°C promedio todos los días y las noches del año, y es sumamente húmeda, por lo que se recomienda vestir prendas livianas, sombreros y, desde ya, bloqueadores solares: el mediodía es de miedo al sol.
Elixires para el calor
También, y por qué no, el clima se puede paliar con los exquisitos jugos de frutas, como el mango o el lulo que, mezclados con el ron del lugar, saben a elixir. Una buena cerveza local, con o sin alcohol, pero bien fría, no viene mal para acompañar el almuerzo.
Almuerzo, claro, cuya base será la inagotable variedad de pescados y mariscos, el arroz con coco, y el plátano frito o en otras versiones. Un pargo rosado o un róbalo a la grilla, acompañado de aguacate (palta, en criollo), sazonada con un toque de ajenjo es de lo más recomendable y liviano.
Pero volviendo a las murallas, es imprescindible, decíamos, visitar la garita del Baluarte de Santa Catalina o el Castillo de San Felipe de Barajas, el Baluarte de San Ignacio o el de la Cruz. De noche, y con la iluminación especial que tiene la ciudad, esas garitas son espectaculares, románticas y, básicamente, seguras, que no es poca cosa.
Los 19 kilómetros de playa de Cartagena tienen zonas bravas y otras más tranquilas, con un mar que no se caracteriza por la transparencia, aunque ciertos hoteles tienen playas privadas más abrigadas.
Una autovía separa la muralla de la playa. Hacia adentro del corralito el visitante descubrirá una ciudad colonial construida entre los siglos XIV y XIX, que contrasta con los edificios modernos de Bocagrande, "la otra ciudad".
La marca de Botero
Es imperdible la plaza Santo Domingo, con la enorme Gertrudis, la gorda que posa, realizada en bronce por el escultor colombiano Fernando Botero. La bella calle de Portocarrero también puede ser un punto para comenzar a caminar.
Cruzando la calle del Arzobispado se llega al Palacio de la Inquisición, una casa colonial donde las mujeres acusadas de brujería sufrieron en manos de los españoles que importaron la tortura, tal como ordenaba la Iglesia de entonces, cuando Cartagena tenía pocos años de vida.
Por esa misma arteria se llega a la catedral de Cartagena y más adelante, al Museo del Oro.
Casi todas las calles de esta ciudad son estrechas y empedradas. Es fascinante andar por debajo de los balcones íntegramente hechos en caoba, que sobresalen de casas coloniales pintadas de varios colores. En un city tour personal, darse una vuelta por la calle Plaza San Diego, a metros del mar, es casi una obligación. Allí mismo, en 1617, se erigió el convento de Santa Clara de Asís, que luego tuvo varios destinos y en el ocaso de Cartagena, a mediados del siglo XX, estaba sencillamente destruido como buena parte del resto de la ciudad.
El amor y otros demonios
Hoy, en aquel convento funciona el Hotel Sofitel Santa Clara, uno de los más bellos de Cartagena y que fue rescatado por arquitectos que encontraron en sus entrañas miles de objetos que actualmente se exponen en los salones.
Allí también se encontró el cuerpo de la niña cuyo pelo había seguido creciendo luego de muerta, tal como cuenta Gabriel García Márquez en su libro El amor y otros demonios. Autor, por otra parte, que tiene una casa justo frente al convento, desde donde vio cómo se realizaban las excavaciones.
Cuando cae la tarde, la vieja ciudad se puebla de gente, de la música, siempre, y también de los manjares. Es natural que frente a alguno de los muchos bares de las calles un grupo folklórico interprete bailes africanos, mientras los hacedores de artesanías despliegan sus bondades al mejor postor, todo a un ritmo caribeño que sabe a rumba, vallenato y buen ron.
Esa es Cartagena, una ciudad única, heroica.
Por Alejandra Rey
De la Redacción de LA NACION
Rumba y ron, seguramente
Las camas, los precios, las chivas y alguna sugerencia
CARTAGENA DE INDIAS.- Fue declarada Patrimonio Mundial por la Unesco en 1984, cuando la ciudad, olvidada durante años, estaba prácticamente toda reconstruida.
Cartagena tiene un millón de habitantes, la mayoría de los cuales vive del turismo, como personal en hoteles y restaurantes, o vendiendo souvenires y artesanías dentro del corralito. A veces, son un ejército imposible de ignorar, aunque con una educación increíble.
Cartagena tiene una oferta hotelera de 3484 habitaciones y 7133 camas en hoteles de varias categorías y para todos los bolsillos. Por ejemplo, los hay desde 120.000 pesos colombianos la habitación doble, con aire acondicionado, frigobar, TV y desayuno, precio al que se le debe sumar 10% de IVA y 3500 de impuesto al turismo.
Pero también hay de 1.095.000, como el Santa Clara, que incluye un desayuno delicioso, un spa completo, habitaciones con vistas a la piscina y los pasillos con la mirada al mar, a través de los arcos de medio punto del convento de las clarisas.
Un dólar equivale a 2100 colombianos en el mejor de los cambios. Una cerveza, oscila entre los 2000 y 3000 pesos, y un almuerzo se puede tomar por 15.000 pesos.
Pero, por sobre todo, Cartagena es una ciudad tradicionalmente segura. Cuenta la leyenda que los sucesivos gobiernos lograron pactos de no agresión con las facciones guerrilleras y así se logró que poco a poco miles de turistas volvieran a disfrutar de su belleza.
Hay militares armados, por cierto: hay mucha seguridad privada, claro; pero el panorama no impresiona. Es más, esos señores son quienes garantizan que el turista pueda frecuentar bares, restaurantes y boliches bailables hasta entrada la madrugada.
Hay en Cartagena una cuantiosa escuadra de carros tirados por caballos que llevan al turista a recorrer la ciudad. El precio se pacta en cada caso, de modo que es arriesgado dar una cifra. Por la noche es posible contratar lo que los cartageneros llaman la chiva, un colectivo cortado para que los pasajeros estén al aire libre, que recorre la ciudad rumbeando y con ron a bordo.
Para llegar a Cartagena se necesitan 482 dólares y el vuelo de Avianca hace escala en Bogotá. Las tasas de aeropuerto son del 12,5% y se recomienda llegar temprano porque los equipajes son minuciosamente examinados.
Un rosario de islas para visitar
Una de las excursiones más promocionadas es la que va a las Islas del Rosario, frente a Cartagena, a 40 minutos de lancha.
La Isla Grande tiene dos pequeñas playas y un corralito estrecho para nadar en aguas transparentes, lo que no resulta muy grato para aquellos que prefieren el mar abierto. Pero los canoeros de la isla, por unos pocos dólares, pueden llevar al turista a practicar buceo o snorquel.
También hay salidas en kayak, caminatas por el parque nacional de la isla y una visita el villorrio que es la capital de la isla.
La excursión sale puntualmente a las 8 de la mañana y regresa a las 15: luego de esa hora la brisa se hace muy fuerte y el mar ya no es tan quieto. Quien quiera quedarse en la isla podrá hacerlo en el hotel San Pedro de Majagua.
La excursión cuesta US$ 42, e incluye el traslado en barco y el almuerzo.
Excursiones
Además de las Islas del Rosario, es recomendable el tour por la ciudad y la visita a los baluartes. Por ejemplo, la entrada al Monasterio de la Popa es de 3 dólares (2, para menores de 12 años).
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