Un gran espejismo
Sin abandonar, ni mucho menos, el juego y la diversión nocturna por los que se hizo famosa, la llamada ciudad del pecado ahora apuesta también al entretenimiento familiar; pasado y presente de un curioso y duradero fenómeno
Acabo otra medida de Bailey's frente a esa mesa de naipes en la que sigo soñando con la mano que cambie mi suerte. Nunca me gustaron mucho ni el baccarat ni el blackjack, pero venir a Las Vegas y no jugar algo de tu dinero al destino de una buena carta es algo que no me hubiera perdonado. Con exagerados movimientos de sus hábiles manos, el crupier reparte por enésima vez. Miro lo que tengo, sumo dieciocho y decido plantarme. La banca destapa lo propio y sus diecinueve le sirven para ganarme nuevamente. Sin nada ya para apostar, asumo que aquella ha sido mi última derrota de esa noche sin fortuna. A diferencia de las inapelables cartas, Las Vegas es un espejismo del desierto. En medio de la extrema aridez del sur de Nevada, uno de los estados más importantes del occidente estadounidense, la ciudad se levanta como un gigantesco oasis de edificios descomunales. Las tierras secas que la rodean siguen siendo tan secas como cuando fue fundada, allá por 1905, un tiempo en el que esta enorme metrópolis que hoy tiene dos millones de habitantes era sólo un remoto paradero en el que los trenes repostaban agua en su recorrido desde Los Ángeles hasta Alburquerque.
Aquella condición de pueblo ignoto y distante se mantendría durante varias décadas, hasta que la legalización del juego en Nevada abriera paso en 1941 a la construcción de El Rancho, el primer gran casino de Estados Unidos. Uno de los habituales apostadores de aquel viejo casino era Ben Siegel, un gángster neoyorquino que creyó que Las Vegas podría ayudarlo a convertirse en el rey de los hampones. Para ello convenció a varios colegas de invertir un millón de dólares en ese rincón inhóspito del desierto de Nevada para construir allí un inmenso hotel-casino que atraería las fortunas de miles de famosos de todo el país.
La inversión inicial pronto se multiplicó por seis y la mafia empezó a sospechar de algún engaño por parte de Siegel, aunque decidió esperar hasta la inauguración del hotel-casino, cuyo nombre sería Flamingo. Finalmente, el 26 de diciembre de 1946, el Flamingo abrió sus puertas, pero casi nadie llegó para el esperado evento, porque la gran mayoría de las celebridades de Hollywood que Siegel había invitado quedaron atrapadas en el aeropuerto de Los Ángeles por culpa de una inesperada tormenta. Esa noche, el flamante hotel-casino perdió 350 mil dólares y Siegel sospechó que su condena estaba firmada. Menos de seis meses más tarde, mientras estaba sentado en un sofá de su mansión californiana de Beverly Hills, fue asesinado de ocho balazos por un matón contratado por el célebre Lucky Luciano, uno de los principales perjudicados por Siegel.
Tras la muerte de Siegel, el Flamingo pasó a manos de Luciano, quien lograría convertirlo rápidamente en una mina de oro. En sólo un año, el nuevo dueño recuperó su inversión, ganó un millón de dólares y devolvió la confianza al mundo de la mafia, que se decidió otra vez a apostar por Las Vegas. Así, en menos de una década y al ritmo de la incesante inauguración de nuevos casinos y hoteles, la ciudad se transformó no sólo en la capital del juego de Estados Unidos, sino también en la meca del espectáculo para muchos artistas.
De la mano del crecimiento y del dinero muchas veces aportado por la mafia, llegaron al desierto estrellas como Frank Sinatra, Tom Jones, Elvis Presley o Dean Martin, y se instalaron en los principales hoteles con shows permanentes. En los años 70, Las Vegas contaba con varios de los hoteles más grandes del mundo; en los 80 su aeropuerto recibía 500 mil turistas mensuales, y en los 90 la población de la ciudad alcanzó el millón de habitantes. Para entonces, casi nadie en la ciudad recordaba al pobre Siegel.
STRIPTEASE
La columna vertebral de Las Vegas es The Strip, nombre popular con el que se conoce al tramo de casi siete kilómetros de Las Vegas Boulevard que corre al sur de la ciudad. Orillados a esta calle se encuentran dieciocho de los veinticinco hoteles más grandes del mundo, entre ellos algunos que han alcanzado una fama casi mítica, como Treasure Island, The Venetian, The Mirage, Circus Circus, Caesars Palace, Bellagio, MGM Grand, Excalibur y Luxor.
Obviamente, también sobre el asfalto de The Strip está el Flamingo, ya próximo a cumplir setenta años y conocido como el hotel rosado, por el color de las luces de neón que rodean por completo su estructura. Al final de la larga calle, en su extremo más austral, se levanta el icónico cartel de bienvenida a la ciudad que reza Welcome to Fabulous Las Vegas, donde legiones incesantes de turistas se sacan fotos. Entre la multitud siempre anda alguien vestido como Elvis, que ofrece inmortalizarse frente a la cámara junto a quien le pague un par de billetes de un dólar. Es el módico precio de la ilusión.
Justamente la ilusión es el sello indeleble de The Strip. Aquí nada es lo que parece y todos celebran el engaño. Junto al pavimento de Las Vegas Boulevard se alza una falsa Torre Eiffel, una falsa Estatua de la Libertad, una falsa Piazza de San Marcos, un falso Coliseo romano y una falsa pirámide egipcia velada de cerca por una no menos falsa esfinge. Colgado de las alturas, un monorriel recorre la calle y permite pasar en apenas un par de minutos de Venecia a Nueva York, haciendo escala previa en París, la Roma de los Césares o el antiguo Egipto. En este enjambre de fantasías no es ni siquiera necesario cerrar los ojos para sentir que es posible doblegar las distancias y los tiempos.
Mimetizados con ese mundo ilusorio se encuentran los casinos, símbolos de una ciudad en la que las fortunas pueden ganarse o dilapidarse en una única noche. Cada uno de los grandes hoteles cuenta con un casino propio, donde el rumor de los tragamonedas, las ruletas, los dados y los naipes no cesa en todo el día.
Algunos de estos templos del azar son sencillamente descomunales, como el casino del MGM Grand que tiene una superficie de casi 16 mil metros cuadrados y cuenta con más de dos mil máquinas tragamonedas que entregan premios de hasta medio millón de dólares. Otros son exacerbadamente ostentosos, como el casino del Hard Rock, que posee una piscina exclusiva donde es posible jugar al blackjack. De todas formas, posiblemente ninguno tenga la fama del casino del Caesars Palace, un sitio en el que las mesas de póquer se arriman a las columnas dóricas y por el que pasaron varios de los más grandes apostadores de todo el mundo. En ese casino, hace cinco años, el estadounidense de origen japonés Terrance Watanabe perdió 127 millones de dólares e inscribió para siempre su nombre en el Libro Guinness de los Récords. Difícilmente alguien le quite su lugar como el mayor perdedor de la historia de Las Vegas.
SINATRA Y AMIGOS
Durante las largas noches de Las Vegas, las luces de The Strip no se apagan nunca. Sin embargo, en ocasión de la muerte de Frank Sinatra en 1998, la calle quedó en penumbras durante unos minutos para rendir tributo al máximo símbolo del espectáculo de la historia de la ciudad.
Sinatra comenzó con sus shows en los años cincuenta y fue líder del legendario Rat Pack, un grupo que integraban también sus amigos Dean Martin, Peter Lawford, Joe Bishop y Sammy Davis Jr. Tras los espectáculos se los solía ver a los cinco comiendo y bebiendo en Piero's, un restaurante italiano que aún hoy existe y en el que se quedaban hasta la madrugada. Según se cuenta, las borracheras de los ilustres del Rat Pack eran apocalípticas y el Jack Daniel's corría hasta que ya no quedaba ninguna gota por venderse en el local. Recién ahí, Piero's cerraba sus puertas.
EL SHOW DEBE SEGUIR
Los espectáculos han sido, ya desde los tiempos del Flamingo, uno de los grandes atractivos de Las Vegas. Además de Sinatra, en sus hoteles han actuado durante muchos años Elvis Presley, Tom Jones, Rod Stewart, Jim Carrey, Celine Dion, Elton John, David Copperfield, el pianista Valentino Liberace y la célebre dupla de ilusionistas Sigfried & Roy, que fueran las estrellas insustituibles del The Mirage durante más de una década, hasta que un accidente en octubre de 2003 terminara abruptamente con su espectáculo.
Aquella noche, como siempre sucedía, Sigfried y Roy aparecieron en escena con un enorme tigre de Bengala al que luego hacían mágicamente desaparecer para deleite de las más de dos mil personas que colmaban el teatro en cada función. Acompañado por los aplausos del público, Roy Horn jugó con el animal antes de llevar a cabo su truco. Sin embargo, para su sorpresa, el tigre lo volteó, lo inmovilizó con sus patas y empezó a atacarlo con sus garras. En medio de la desesperación, el telón se cerró de repente, acompañado por los gritos de Roy. Un minuto después, su compañero Sigfried Fischbacher apareció tras la cortina con el rostro desencajado. "Lo siento, la función terminó y el espectáculo ha acabado para siempre", le dijo a la gente que lo miraba atónita desde sus butacas, sin moverse. Pese a que Roy sobrevivió, su cuerpo sufrió lesiones irreversibles y el show nunca pudo resucitarse.
Las entradas a los espectáculos que montan los hoteles en sus salas suelen ser algo caras y, en muchos casos, necesitan de reservas largamente anticipadas. Por eso hay muchos turistas que quedan fuera de la posibilidad de disfrutar de ellos. Para esa gente, para los pobres olvidados del desierto que andan escasos de dinero o tiempo, existen un par de opciones gratuitas montadas al aire libre, a un costado del asfalto de The Strip. La más interesante de todas es la de las aguas danzantes del Bellagio, que cada media hora suben y bajan frente al hotel, al compás de alguna melodía reconocible. Pero también es posible disfrutar de un volcán que estalla al ritmo de un tema de The Greatful Dead en las puertas del The Mirage o de un grupo de piratas que se disputan el corazón de unas cuantas sirenas en la entrada del Treasure Island. En los dos shows hay mucho humo y mucho ruido. Y, también, mucha gente apiñada para verlos.ß
TAMBIÉN LOS CHICOS QUIEREN JUGAR
Si bien Las Vegas fue concebido como un sitio para adultos, desde hace algunos años comenzó a orientar su mirada también a los niños. Eso se debe a que casi el 10% de sus más de cuarenta millones de visitantes anuales son menores de edad. Cifras que no pueden ser desatendidas y que exigen una renovación constante de la oferta para los más chicos, también en la popularmente conocida ciudad del pecado.
De los casi treinta hoteles sobre The Strip, el Circus Circus y el Excalibur son indudablemente los más atractivos para el público infantil. El Circus Circus, famoso por haber sido escenario en 1971 de la película Los diamantes son eternos, de la saga James Bond, cuenta con el Adventuredome, enorme parque de diversiones con 25 atracciones de primer nivel, como la montaña rusa Canyon Blaster. Por su parte, el Excalibur simula ser un viejo castillo de los tiempos feudales, con impactantes torres coronadas por cúpulas rojas, azules y amarillas. Todo en el Excalibur remite a la época del Rey Arturo y los chicos pueden disfrutar de aldeas medievales o juegos de simulación de magia en los que sueñan con ser el mítico Merlín. La principal atracción es el Tournament of Kings, una competencia feudal donde no faltan ni el Rey Arturo ni su legendaria Mesa Redonda.
Muy próximo al Excalibur, el hotel Mandala Bay cuenta con un descomunal acuario con tiburones, cocodrilos, rayas, tortugas marinas, pulpos y cientos de extraños peces, como el mortífero pez león o el colorido pez loro. Los chicos suelen quedarse horas y horas en este sitio mirando especies de todo tipo, e incluso cuentan con la posibilidad de sumergirse en un lugar donde hay un enorme barco naufragado rodeado por más de treinta tiburones. Para ello hay que pagar unos cuantos dólares, pero la atracción vale la pena.
DATOS ÚTILES
Dónde dormir. Las Vegas cuenta con 175 alojamientos y un total de 130 mil habitaciones disponibles. Dentro de esta inmensa oferta es posible encontrar excelentes opciones
Dónde comer y beber. Las Vegas es la ciudad con más master sommeliers de todo Estados Unidos. La oferta gastronómica es muy amplia. Sobre The Strip, Sage es una muy buena opción. Para los que gustan de los buenos vinos. The Wine Cellar &Tasting Room es un sitio con una de las bodegas más completas del país. El detalle: el Château d'Yquem, cuya botella cuesta 2 millones de dólares.
Dónde... ¡casarse!. Las bodas exprés son casi una tradición en Las Vegas. Hay cientos de capillas en toda la ciudad, especialmente en los grandes hoteles. Por lo general casarse allí cuesta 150 dólares, pero con 300 se puede contar hasta con testigos, fotógrafo, arreglos florales y una limusina. El sitio más icónico para hacerlo es la capilla de Planet Hollywood, ya que allí se casaron Elvis Presley y Priscilla en 1967.
En Este blog encontrara descripciones de variados destinos, buscando aportar informacion, y experiencias diferentes
miércoles, 30 de abril de 2014
FRANCIA: PARIS: clásica, bohemia e intelectual
París: clásica, bohemia e intelectual
Paisajes urbanos que enamoran en un recorrido por la Rive Gauche, la orilla izquierda del Sena, desde la Torre Eiffel hasta la Biblioteca Nacional François Mitterrand. Museos de arte, librerías, cafés y el recuerdo de Julio Cortázar
Alguna vez, de este lado del río, se levantaron barricadas, se inventaron revoluciones, se discutió sobre el ser y la nada, se creó un perfume de aroma dulzón, se escribieron libros olvidados, se soñó que la imaginación llegaba al poder. El río Sena divide París como una cicatriz dibujada sobre el mapa. Al norte, la sofisticada orilla derecha (Rive Droite), al sur, la orilla izquierda (Rive Gauche), que alguna vez albergó la vanguardia intelectual y artística de la ciudad.
Los folletos turísticos definen a la Rive Gauche como intelectual, antigua y bohemia, la hermana rebelde de la orilla derecha, más inclinada al lujo, a la mundanidad y al comercio. Con el tiempo, las categorías dejaron de ser tan estrictas, y ambas márgenes se permitieron transgredir los estereotipos. La ribera derecha se pobló de rincones bohemios en los barrios de Bastilla y Marais, y desembarcaron en la ribera izquierda restaurantes gourmet, tiendas de lujo y locales de diseño. Sin embargo, en algunos rincones de la Rive Gauche aún se pueden rastrear los pasos de Julio Cortázar, los acordes desacompasados del jazz, las librerías de viejo y el ambiente de los cafés.
Existe un verbo en francés que no tiene traducción: flâner. El flâneur es aquel que camina sin rumbo fijo, dejándose llevar por el azar o la curiosidad. El verbo fue acuñado en esta misma ciudad, que permite tantos itinerarios como viajeros. Nuestro recorrido se extenderá desde la Torre Eiffel hasta la monumental Biblioteca Nacional François Mitterrand. Sin alejarse demasiado del río, uno podrá disfrutar del arte impresionista en el Museo d’Orsay, del trazado medieval de las callecitas del Barrio Latino, de los laberintos del Jardin des Plantes (Jardin Botánico) hasta desembocar en el Distrito XIII (13eme Arrondissement), donde la arquitectura moderna desafía los clichés románticos de la ciudad.
La torre y los museos
“¿Estás seguro de que no la armaron con Legos?”, le pregunta un chico a otro desde la cima de la Torre Eiffel. Entre la bruma de un día algo nublado, los edificios parecen hechos con cajitas de fósforos. El Sena parte la ciudad en dos y resaltan a ambos lados algunas formas conocidas: el Arco del Triunfo, la cúpula dorada y filosa del Palacio de los Inválidos, la silueta blanca de la iglesia de Sacré Coeur.
Es cierto que las colas son largas, que la multitud aprieta en los ascensores, que hay que armarse de paciencia para sacarse la foto con las vistas más solicitadas, pero más allá de los imperativos turísticos, las panorámicas desde el tercer nivel de la Torre son ideales para armar el rompecabezas de la ciudad antes o después de haberla recorrido.
De espaldas a la Torre Eiffel, continuamos nuestro camino por la orilla izquierda del Sena hasta un modernísimo edificio de formas angulosas, paredes vegetales y estructuras de vidrio. Se trata del Museo Quai Branly, inaugurado en 2006 siguiendo el diseño del arquitecto Jean Nouvel. El lugar reúne más de 300 mil piezas –de las que se exhiben 3.500– provenientes de Africa, América, Asia y Oceanía. En otras palabras: arte “no europeo”.
¿Cuánto hay de etnocéntrico en armar un museo para “culturas no europeas”?, podría preguntarse uno, mientras cae en la cuenta de que la Argentina pertenece a aquellas latitudes que por aquí se consideran “exóticas”.
Susceptibilidades al margen, el Branly bien vale una visita por la calidad de las obras y por la puesta en escena. No hay salas como en los museos tradicionales, sino espacios delimitados por las mismas piezas de arte, entre paredes de cristal, cavidades a media luz, sonidos, paisajes, música y palabras. La iluminación teatral destaca figuras, vestimentas y utensilios que viajaron desde la Polinesia, el Sahara, La Gran Muralla China o el Lago Titicaca. Uno sale con la sensación de haber dado la vuelta al mundo en un par de horas.
La siguiente escala será en el Museo d’Orsay, conocido –injustamente– como “Museo de los Impresionistas”. El arte aquí lleva la marca de lo europeo y de las vanguardias que surgieron entre 1848 y 1914: realismo, simbolismo, divisionismo y, por supuesto, impresionismo. Van Gogh, Gauguin, Degas, Monet, Seurat, entre muchos otros famosos, habitan bajo el techo de vidrio y hierro de este edificio inaugurado como estación de trenes para la Exposición Universal de 1900.
Mientras que en el Museo Branly las culturas “no europeas” se despliegan en un ambiente oscuro con dramática iluminación, en el Orsay la luz natural se cuela por los enormes paneles de vidrio que cubren el techo. Las esculturas del pasillo central lucen congeladas en un tiempo sereno y blanquecino. Al fondo, el antiguo reloj de la estación anuda el paso del tiempo, que ya no es el de los pasajeros apurados en busca del tren, sino aquel tiempo suspendido que se respira en los museos.
Libros y poemas
“Caminaba a orillas del Sena/ un viejo libro bajo el brazo/ el río se parece a mi pena/corre y no se repone”, escribió alguna vez Guillaume Apollinaire. El paisaje que vio el poeta habrá sido muy diferente del actual, pero hay algo que se mantuvo invariable: los puestos de los bouquinistas. “Bouquin” llaman los franceses a los libros, que aquí se consiguen en los puestos que se extienden por más de tres kilómetros a lo largo del Sena. Estas librerías tienen una tradición que se remonta a varios siglos y se jactan de constituir la feria de libros a cielo abierto más grande del mundo. Los bouquinistas atesoran su mercadería en cajas de metal verde que cada día se abren por la mañana y se cierran al atardecer. Este es un buen lugar para comprar libros usados, antiguos mapas y postales, láminas, fotos o algún souvenir.
El recorrido no estaría completo sin una visita a Shakespeare and Company. A pasos de la Catedral de Notre Dame, el pequeño local tiene estanterías que desbordan libros en inglés, escritorios, sillones y hasta camas para dar refugio a sus huéspedes. Alguna vez este lugar acogió a Allen Ginsberg y William Burroughs, entre otros escritores de la generación beat. Aquí también se filmaron películas como “Antes del atardecer” y “Medianoche en París”.
Entre las bibliotecas, hay cientos de leyendas manuscritas que se disputan un lugar en las paredes, como si se tratara de botellas lanzadas al mar. “Un día voy a aprender cómo usar la máquina de escribir”, se ilusiona alguien en un mensajito de papel. A pocos metros, un joven intenta recrear la mística de la generación perdida, desparramado en un sillón, con una computadora sobre la falda. A su lado, frente a una ventana con una magnífica vista de Notre Dame, languidece una máquina de escribir con carro que ya no funciona.
La búsqueda de libros continúa por el bulevar Saint-Michel, donde se podrá hurgar en los anaqueles de las famosas librerías Gibert-Jeune y Gibert Joseph, que presumen de reunir trescientos mil ejemplares nuevos, usados, clásicos o vanguardistas, en una decena de edificios distribuidos por este rincón de la ciudad. Desde el bulevar se puede acceder también a La Sorbona, una de las primeras universidades de Europa, fundada en 1253, que aún convoca a estudiantes de todo el mundo. Precisamente el barrio debe su nombre a los profesores y alumnos que hablaban latín de este lado del Sena. El camino lleva luego al Panteón, que guarda los restos de Voltaire, Marat, Rousseau, Victor Hugo y Emile Zola, entre otras figuras y, más adelante, a los Jardines de Luxemburgo, lugar ideal para apoltronarse en alguna de las reposeras verdes sembradas junto al estanque, y disfrutar de los libros que compramos en el camino.
Existencialismo urbano
Alguna vez París fue una villa medieval surcada por callejuelas sinuosas y estrechas que se enredaban sin ninguna planificación. A mediados del siglo XIX, aquella ciudad abigarrada dio paso a los robustos bulevares impulsados por Georges-Eugéne Barón Haussmann, que cambió para siempre el aspecto de la ciudad con su ambicioso plan de urbanización. De este lado del Sena, los bulevares Saint-Michel y Saint-Germain forman parte de esa ciudad ordenada y racional. La ciudad antigua, sin embargo, aún respira más allá del trazado simétrico de las avenidas.
El Barrio Latino está atravesado por enjambres de calles rebeldes que se enredan a pocos pasos del Sena. Una de las más encantadoras es la Rue de la Huchette, donde se encuentra el Teatro de la Huchette y la legendaria Caveau de la Huchette, que supo convocar a glorias del jazz como Art Blakey, Bill Coleman, Sacha Distel y Will Bill Davis. Esta es la calle que recorría Horacio Oliveira, el protagonista de Rayuela, mientras se preguntaba: “Quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas”.
Algo de ese misterio persiste en el diminuto callejón que lleva el nombre rue du Chat-qui-Pêche (Calle del gato que pesca). Esta calle, que tiene fama de ser la más angosta de París, forma un pasadizo entre la Rue de la Huchette y el Sena, por donde nunca se cuelan los rayos del sol.
La Rue de la Huchette, la Rue Saint-Severin y la Rue de la Harpe, arman un laberinto de calles peatonales rodeadas de edificios antiguos. La zona resignó su espíritu bohemio de clubes y cafetines, para convertirse en un rincón cosmopolita donde abundan los restaurantes griegos, marroquíes, tailandeses y, por supuesto, franceses. Este es el lugar ideal para comer si uno busca precio y variedad, con opciones muy económicas que incluyen entrada, plato y postre. La competencia por acaparar turistas es feroz y los restaurantes suelen tener en la puerta un promotor que llama a los gritos a los posibles comensales, improvisando frases en todos los idiomas. La vieja costumbre medieval del pregón, en un barrio que se fue amoldando a los intereses del turismo.
Al otro lado de la Place Saint-Michel, por la calle Saint-André des Arts, se esconde un entramado de callecitas peatonales con bares, cines y teatros. Para quienes rastreen algo de historia, el edificio neoclásico adornado con columnas es el Teatro del Odéon, inaugurado por María Antonieta en 1782, y tomado por los estudiantes durante el Mayo Francés. El teatro y la Sorbona fueron algunos de los escenarios del movimiento estudiantil que en 1968 soñaba con “la imaginación al poder”.
Poco queda de aquellos ideales revolucionarios en el aristocrático bulevar Saint-Germain, donde las tiendas de moda alternan con locales de diseño, cafés y restaurantes gourmet. Pero para los nostálgicos que todavía anden en busca de los viejos reductos intelectuales de París, aún se puede tomar un café en los legendarios Café de Flore y Les Deux Magots, frente a la magnífica iglesia de Saint Germain des Prés. Aunque los precios sean elevados, y entre las mesas ya no se escuchen las discusiones existencialistas de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, ni se vea a Pablo Picasso esbozando sus dibujos, ni a André Bretón redactando el Manifiesto Surrealista, por un momento uno puede evocar aquellos buenos tiempos y soñar con que alguna musa inspiradora aún siga dando vueltas.
Un jardín en el horizonte
El bulevar Saint-Germain desemboca en el Sena, donde se levanta el Instituto del Mundo Arabe, un edificio vidriado, obra del arquitecto Jean Nouvel, también artífice del Museo Quai Branly. Aquí nos detendremos a admirar la fachada sur, donde las ventanas juegan con las luces y las sombras a través de un sofisticado sistema de células fotoeléctricas. Las piezas se mueven para regular la entrada de luz, creando formas geométricas que imitan la decoración de las construcciones árabes. En el edificio funciona un museo, una librería, un auditorio y un restaurante libanés en la terraza, que tiene una vista imperdible de la Catedral de Notre Dame.
La próxima parada será en el Jardin des Plantes, que alberga el zoológico, el Jardín Botánico y el Museo de Ciencias Naturales. Este es el lugar donde Julio Cortázar ambientó el cuento Axolotl.
“Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardin des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl”, comienza la historia.
Lejos de la inmovilidad anfibia del axolotl, el Jardin des Plantes tiene el movimiento de un hormiguero. Hay chicos que juegan a la escondida, mujeres que pasean envueltas en pieles, deportistas de paso apurado, flâneurs en busca de revelaciones. Rosedales, invernaderos de cristal, refugios de madera para las abejas y arbustos podados con rigurosa geometría, son algunos de los espacios que componen los once jardines. Y están también los rincones salvajes, de árboles desmadrados y ramas entreveradas, que se rebelan contra la simetría del conjunto.
En el punto más alto del Jardin des Plantes hay un laberinto de ligustros que desemboca en la Glorieta de Buffon. Esta estructura desnuda y perfecta data de 1788, y es una de las construcciones metálicas más antiguas del mundo. Caminamos hasta la cima y subimos a la glorieta. El dibujo de la cúpula divide al cielo como en un caleidoscopio; hacia el frente se ve el minarete de la Mezquita de París, que exhala los acordes del llamado a la oración.
La última escala será en el moderno distrito XIII, un proyecto urbanístico de fines de los 90 que lleva, precisamente, el nombre de Rive Gauche, y que algunos llaman el nuevo Barrio Latino. Allí se levantan los cuatro libros de cristal abiertos y colosales que albergan la Bibliotheque François Mitterrand, sede principal de la Biblioteca Nacional de Francia, diseñada por el arquitecto Dominique Perrault. Las colecciones de la BnF son únicas en el mundo y comprenden 14 millones de libros, además de manuscritos, estampas, fotografías, mapas, monedas, medallas, documentos sonoros y videos.
Circulamos bajo tierra, alrededor de un jardín rodeado por ventanales de vidrio. Las salas de lectura y los salones de exposiciones están dispuestos en largos pasillos, que encierran un bosque de una hectárea cerrado al público. Un guardia nos informa que nuestro acceso está limitado a estos niveles subterráneos, y que los cuatro grandes rascacielos minimalistas, cuyas inspiradoras panorámicas son fáciles de imaginar, están reservados a funcionarios y empleados.
La mirada vuelve sobre el jardín, al que tampoco podremos acceder. Un sillón de diseño frente a una de las paredes de vidrio invita a contemplar el oasis vegetal, como si alguien hubiera dibujado un gigantesco mandala de pinos entre los edificios. Unas láminas pegadas sobre las ventanas invitan a descubrir las aves y plantas que habitan en el paraíso atrapado detrás de los cristales.
La belleza del jardín lo mantiene aislado y distante. Pero lo inasible no es condición para lo bello. En París la belleza se ofrece a los sentidos sin cristales de por medio. Y uno piensa entonces en las máscaras dormidas en el Quai Branly, en el pincel ajado de los impresionistas, en las palabras olvidadas en los cafés, o en las infinitas nervaduras de una hoja del Jardin des Plantes. París es una rayuela de pasos desordenados, que nos regala el cielo con cada salto.
IMPERDIBLE
Puentes sobre el Sena
El río Sena está atravesado por 33 puentes que conectan la Rive Gauche con la Rive Droite, y las islas con el resto de la ciudad. La Isla de la Cité es el corazón de París, donde se encuentra la Catedral de Notre Dame, el Palacio de la Conciergerie, el Palacio de Justicia y la Sainte Chapelle, con sus magníficos vitrales que datan del siglo XIII.
La Isla Saint-Louis es un oasis de tranquilidad y sofisticación, poblado de antiguas mansiones del siglo XVII, coquetas boutiques, bares y galerías de arte. Sobre la calle principal, la heladería Berthillon tiene fama de vender los mejores helados de París.
El recorrido de los puentes es otro de los paseos recomendados. El puente Alejandro III tiene la reputación de ser el más atractivo de París, gracias a sus sinuosos candelabros y esculturas.
El Pont des Arts es otro lugar célebre, donde los enamorados atan un candado para sellar su amor y luego lanzan las llaves al río. Este es el punto donde La Maga y Horacio Oliveira, los protagonistas de Rayuela de Julio Cortázar, se encontraban sin buscarse.
El Pont-Neuf también es muy visitado. Se trata de una construcción con aires de fortaleza medieval que, a pesar de su nombre (se traduce como “Puente Nuevo”), es el más antiguo de la ciudad. Aquí bailaban bajo una lluvia de fuegos artificiales Juliette Binoche y Denis Lavant, protagonistas de la película “Los amantes de Pont-Neuf”.
MINIGUIA
Cómo moverse
París es una ciudad ideal para recorrer a pie. Las distancias entre una atracción y otra son relativamente cortas.
Existe un sistema de alquiler de bicicletas llamado Vélib’, que permite comprar abonos por un día, una semana o más (www.velib.paris.fr).
El metro es el medio de transporte más rápido y eficaz para desplazarse por la ciudad. Con 16 líneas que se cruzan entre sí –y casi 300 estaciones–, cualquier destino que uno elija tendrá una estación de metro cerca. Cada ticket cuesta 1,70 euros; los 10 tickets cuestan 13,70 euros (6,85 euros es la tarifa reducida para menores de 10 años). También existen distintos abonos disponibles según la cantidad de viajes y zonas a recorrer (www.ratp.fr).
Dónde alojarse
Las posibilidades de alojamiento incluyen infinidad de opciones entre hoteles, departamentos de alquiler temporario, appart hoteles, cuartos de huéspedes y hostels.
Dónde informarse
www.parisinfo.com
www.francetourisme.fr
USA: MIAMI: Cinco propuestas divertidas
Cinco propuestas divertidas en Florida
Además de los parques de Disney y Universal, cerca de Orlando se encuentran el Legoland más grande del mundo y el Kennedy Space Center, para adentrarse en la historia espacial
Basta con mencionar Orlando para asociar de inmediato a la ciudad –sobran los fundamentos– con los parques de Walt Disney World Resort y Universal Orlando Resort. Pero el destino récord de Estados Unidos, que en 2013 recibió 59 millones de visitantes, representa una buena “base” para explorar otros atractivos cercanos y la región conocida como Florida Central.
Tal vez, estas cinco propuestas no sean prioridad para quienes viajan a Orlando por primera vez –o compran el paquete combinado con Miami–, pero son atractivos para aquellos que ya conocen y quieren seguir recorriendo un estado plagado de parques, playas y centros comerciales.
Kennedy Space Center
Más de un millón y medio de turistas de todo el mundo llegan cada año al Complejo para Visitantes del Kennedy Space Center, para explorar el programa espacial de Estados Unidos. Construido en 1967, es uno de los destinos más populares de la Florida Central, situado a unos 75 km al este de Orlando, sobre la costa atlántica.
La entrada general al complejo (US$ 50 más impuestos) incluye el “Kennedy Space Center (KSC) Tour”, la experiencia de un lanzamiento espacial en un simulador, salas de cine IMAX, el Hall de la Fama de los Astronautas y numerosas atracciones y exhibiciones. Además, los interesados en presenciar un lanzamiento real en Cabo Cañaveral (vale la pena) tienen que planificar el viaje teniendo en cuenta el calendario anual de “Shuttle Launch”, y hay tours que ofrecen una mayor profundidad en los 50 años de historia de la exploración espacial de EE.UU., así como se organizan almuerzos con astronautas a los que se les puede hacer preguntas.
El “Rocket Garden” (Jardín de los Cohetes) es el gran ícono del Kennedy con ocho cohetes al aire libre, mientras que la “Galería de Tesoros del Apolo” –en el Centro Apollo V/Saturno– es un imperdible con mayúsculas: exhibe objetos de las misiones a la Luna del Apolo, el traje espacial del comandante Alan Shepard y el módulo de comando del Apolo 14, así como anotaciones y pertenencias de astronautas que alunizaron (incluyendo material lunar).
Desde el año pasado, se puede ver de cerca al Trasbordador Espacial Atlantis, donde se narran los 30 años del Programa del Trasbordador y el presente y futuro de la carrera espacial.
Legoland Florida
Se trata del Legoland más grande del mundo –está a 45 minutos de Orlando–, con más de mil millones de ladrillos en todo el parque. Una gran momia egipcia, un par de jirafas, la cara de Einstein, una sirena, un pulpo, autos, caballeros medievales, el dinosaurio de la entrada... Todas estas esculturas sorprenden por el tamaño y por la cantidad de Legos y paciencia que demandó su construcción. Aquí y allá, entre la vegetación y los senderos, aparecen ardillas, ciervos, mariposas, flores. Todos de Lego, claro. Pero la mayor cantidad de fotografías se concentran en Miniland, un mundo en miniatura con ciudades como Nueva York (entre los rascacielos, el camión de bomberos arroja agua y un barco navega en torno a la estatua de la Libertad), Washington DC (se presiona un botón y marchan los soldaditos), Las Vegas, el Golden Gate de San Francisco, la playa de Miami, la NASA y Legowood con sus limusinas, entre otras. Sin salir de Miniland, se van sucediendo barcos piratas, carreras de autos y los escenarios de la saga completa de Star Wars (para fantáticos, además de escenas emblemáticas de las películas están, a escala real, Darth Vader y R2-D2).
Desde el año pasado, Legoland Florida sumó a las más de 50 atracciones y espectáculos dentro del parque –diseñadas para familias con niños de 2 a 12–, la nueva línea de productos Lego “Legends of Chima” con la proyección de “El Mundo de Chima” en 4D, presentado por Cartoon Network. Los visitantes pueden probar suerte en “Speedorz Arena” o embarcarse en “La búsqueda de CHI”. En los veranos del hemisferio Norte se disfruta el parque acuático “Legoland Water Park”.
Inaugurado en octubre de 2011, Legoland anunció que el año próximo abrirá sus puertas un hotel, a la izquierda de la entrada del parque, cerca del lago Eloise.
Bok Tower Gardens
En el condado de Polk, en el centro de Florida, la historia de Bok Tower Gardens se remonta a 1929, cuando se inauguró como un regalo al pueblo estadounidense de los inmigrantes holandeses y como legado de Edward W. Bok. Huyendo de un invierno de Pensilvania, Bok llegó hasta Lake Wales y, maravillado con el paisaje, decidió crear un santuario de aves y construir una casa de veinte habitaciones y estilo mediterráneo llamada Pinewood Estate. La casona está en el corazón de las casi 700 hectáreas de tierras y jardines, donde se destaca la “Singing Tower”. Icono del lugar, la Torre –una combinación de neogótico y art-déco– tiene 62 metros de altura y un carrillón de 60 campanas junto a un lago en el que se refleja su silueta. En el 85° aniversario, está prevista la inversión de 12 millones de dólares para la campaña “Preservar el Legado, administrar el futuro”.
Safari Wilderness Ranch
Es una excursión familiar, al punto que una de las guías tiene 13 años y maravilla con sus respuestas sobre flora y fauna. El lugar ofrece diferentes tipos de safaris (el clásico cuesta US$ 70 para adultos y US$ 60 para menores de 12 años), en camiones que recorren las 105 hectáreas y se observan animales exóticos de Africa y Asia en libertad. Para los más chicos, hay carruajes tirados por caballos y paseos en camello.
Westgate River Ranch Resort
Desde equitación, tiro al plato, pesca, paseos en bote, natación, tours en embarcaciones de hélice (airboats) y en vehículos pantaneros (swamp buggy), carruajes y granja, muchas son las propuestas que ofrece este auténtico “hacienda-hotel”. En el complejo hay un hotel, cabañas y un pequeño centro comercial. Los sábados a la noche, los “cowboys” y “cowgirls” hacen una exhibición de rodeo. Con toros y caballos, el show se prolonga un par de horas ante un público eufórico, que consume hamburguesas y pizza y está vestido para la ocasión, con botas y sombreros de vaqueros. Al final, todos bailan música country.
MINIGUIA
Dónde informarse
www.visitcentralflorida.org
www.KennedySpaceCenter.com
www.facebook.com/KennedySpaceCenterVisitorComplex
www.youtube.com/user/exploreSpaceKSC
twitter.com/exploresSpaceKSC
florida.legoland.com
www.boktowergardens.org
www.safariwilderness.com
www.wgriverranch.com
www.visitorlando.com
www.discoveramerica.com
Además de los parques de Disney y Universal, cerca de Orlando se encuentran el Legoland más grande del mundo y el Kennedy Space Center, para adentrarse en la historia espacial
Basta con mencionar Orlando para asociar de inmediato a la ciudad –sobran los fundamentos– con los parques de Walt Disney World Resort y Universal Orlando Resort. Pero el destino récord de Estados Unidos, que en 2013 recibió 59 millones de visitantes, representa una buena “base” para explorar otros atractivos cercanos y la región conocida como Florida Central.
Tal vez, estas cinco propuestas no sean prioridad para quienes viajan a Orlando por primera vez –o compran el paquete combinado con Miami–, pero son atractivos para aquellos que ya conocen y quieren seguir recorriendo un estado plagado de parques, playas y centros comerciales.
Kennedy Space Center
Más de un millón y medio de turistas de todo el mundo llegan cada año al Complejo para Visitantes del Kennedy Space Center, para explorar el programa espacial de Estados Unidos. Construido en 1967, es uno de los destinos más populares de la Florida Central, situado a unos 75 km al este de Orlando, sobre la costa atlántica.
La entrada general al complejo (US$ 50 más impuestos) incluye el “Kennedy Space Center (KSC) Tour”, la experiencia de un lanzamiento espacial en un simulador, salas de cine IMAX, el Hall de la Fama de los Astronautas y numerosas atracciones y exhibiciones. Además, los interesados en presenciar un lanzamiento real en Cabo Cañaveral (vale la pena) tienen que planificar el viaje teniendo en cuenta el calendario anual de “Shuttle Launch”, y hay tours que ofrecen una mayor profundidad en los 50 años de historia de la exploración espacial de EE.UU., así como se organizan almuerzos con astronautas a los que se les puede hacer preguntas.
El “Rocket Garden” (Jardín de los Cohetes) es el gran ícono del Kennedy con ocho cohetes al aire libre, mientras que la “Galería de Tesoros del Apolo” –en el Centro Apollo V/Saturno– es un imperdible con mayúsculas: exhibe objetos de las misiones a la Luna del Apolo, el traje espacial del comandante Alan Shepard y el módulo de comando del Apolo 14, así como anotaciones y pertenencias de astronautas que alunizaron (incluyendo material lunar).
Desde el año pasado, se puede ver de cerca al Trasbordador Espacial Atlantis, donde se narran los 30 años del Programa del Trasbordador y el presente y futuro de la carrera espacial.
Legoland Florida
Se trata del Legoland más grande del mundo –está a 45 minutos de Orlando–, con más de mil millones de ladrillos en todo el parque. Una gran momia egipcia, un par de jirafas, la cara de Einstein, una sirena, un pulpo, autos, caballeros medievales, el dinosaurio de la entrada... Todas estas esculturas sorprenden por el tamaño y por la cantidad de Legos y paciencia que demandó su construcción. Aquí y allá, entre la vegetación y los senderos, aparecen ardillas, ciervos, mariposas, flores. Todos de Lego, claro. Pero la mayor cantidad de fotografías se concentran en Miniland, un mundo en miniatura con ciudades como Nueva York (entre los rascacielos, el camión de bomberos arroja agua y un barco navega en torno a la estatua de la Libertad), Washington DC (se presiona un botón y marchan los soldaditos), Las Vegas, el Golden Gate de San Francisco, la playa de Miami, la NASA y Legowood con sus limusinas, entre otras. Sin salir de Miniland, se van sucediendo barcos piratas, carreras de autos y los escenarios de la saga completa de Star Wars (para fantáticos, además de escenas emblemáticas de las películas están, a escala real, Darth Vader y R2-D2).
Desde el año pasado, Legoland Florida sumó a las más de 50 atracciones y espectáculos dentro del parque –diseñadas para familias con niños de 2 a 12–, la nueva línea de productos Lego “Legends of Chima” con la proyección de “El Mundo de Chima” en 4D, presentado por Cartoon Network. Los visitantes pueden probar suerte en “Speedorz Arena” o embarcarse en “La búsqueda de CHI”. En los veranos del hemisferio Norte se disfruta el parque acuático “Legoland Water Park”.
Inaugurado en octubre de 2011, Legoland anunció que el año próximo abrirá sus puertas un hotel, a la izquierda de la entrada del parque, cerca del lago Eloise.
Bok Tower Gardens
En el condado de Polk, en el centro de Florida, la historia de Bok Tower Gardens se remonta a 1929, cuando se inauguró como un regalo al pueblo estadounidense de los inmigrantes holandeses y como legado de Edward W. Bok. Huyendo de un invierno de Pensilvania, Bok llegó hasta Lake Wales y, maravillado con el paisaje, decidió crear un santuario de aves y construir una casa de veinte habitaciones y estilo mediterráneo llamada Pinewood Estate. La casona está en el corazón de las casi 700 hectáreas de tierras y jardines, donde se destaca la “Singing Tower”. Icono del lugar, la Torre –una combinación de neogótico y art-déco– tiene 62 metros de altura y un carrillón de 60 campanas junto a un lago en el que se refleja su silueta. En el 85° aniversario, está prevista la inversión de 12 millones de dólares para la campaña “Preservar el Legado, administrar el futuro”.
Safari Wilderness Ranch
Es una excursión familiar, al punto que una de las guías tiene 13 años y maravilla con sus respuestas sobre flora y fauna. El lugar ofrece diferentes tipos de safaris (el clásico cuesta US$ 70 para adultos y US$ 60 para menores de 12 años), en camiones que recorren las 105 hectáreas y se observan animales exóticos de Africa y Asia en libertad. Para los más chicos, hay carruajes tirados por caballos y paseos en camello.
Westgate River Ranch Resort
Desde equitación, tiro al plato, pesca, paseos en bote, natación, tours en embarcaciones de hélice (airboats) y en vehículos pantaneros (swamp buggy), carruajes y granja, muchas son las propuestas que ofrece este auténtico “hacienda-hotel”. En el complejo hay un hotel, cabañas y un pequeño centro comercial. Los sábados a la noche, los “cowboys” y “cowgirls” hacen una exhibición de rodeo. Con toros y caballos, el show se prolonga un par de horas ante un público eufórico, que consume hamburguesas y pizza y está vestido para la ocasión, con botas y sombreros de vaqueros. Al final, todos bailan música country.
MINIGUIA
Dónde informarse
www.visitcentralflorida.org
www.KennedySpaceCenter.com
www.facebook.com/KennedySpaceCenterVisitorComplex
www.youtube.com/user/exploreSpaceKSC
twitter.com/exploresSpaceKSC
florida.legoland.com
www.boktowergardens.org
www.safariwilderness.com
www.wgriverranch.com
www.visitorlando.com
www.discoveramerica.com
ARGENTINA: JUJUY: Montañas y valles de colores vistosos
Montañas y valles de colores vistosos
Centenarias tradiciones y sitios arqueológicos son parte de un recorrido por la Quebrada de Humahuaca. Los atractivos de Tilcara, Maimará y Purmamarca, entre otros pueblos.
La ruta 9 corre junto al lecho seco del río. Al pie de las montañas, los pueblos de la Quebrada de Humahuaca amanecen temprano. Purmamarca, Tilcara, Humahuaca: la música que vive en estos nombres resuena entre las cumbres de los cerros que embellecen Jujuy.
Es una naturaleza austera y bella, hecha de adobe, de lana de llama, de las tonalidades que una antigua piedra sabe esconder. Las mantas tejidas por manos humahuaqueñas reflejan el anaranjado, el ocre y el verde de la Cordillera. También el fucsia brillante que lucen las flores de los cactos.
Hace más de diez mil años que estos paisajes ven pasar a los hombres, les dan cobijo y los desafían. Aquí vivieron los omaguaca y los maimará. Después llegaron los españoles y por la Quebrada pasó la ruta hacia los metales preciosos del Alto Perú. Más tarde, toda la población jujeña batalló contra los ejércitos realistas.
“Fue una época de mucho sacrificio”, cuenta Miguel, un vendedor de artesanías e improvisado profesor de historia junto a las escalinatas del Monumento a los Héroes de la Independencia, en la localidad de Humahuaca. “Pero este es un pueblo fuerte y agradecido”, agrega con una sonrisa.
Agradecido a la Pachamama, por sobre todas las cosas. Es la Madre Tierra, que hace crecer la papa y el maíz, ofrece el material para el adobe de las casas, barro y arcilla para los platos, las ollas y las vasijas. De sus brotes se alimenta la llama, que da su lana para los tapices. En la Pachamama descansan los ancestros.
Junto a la iglesia, los visitantes esperan la estatua de San Francisco Solano, que todos los mediodías sale del campanario. En el mercado, las puesteras aprontan las humitas y los tamales porque se acerca la hora del almuerzo. Las bolsas de arpillera rebalsan de especias, pimientos y papas de todos los tamaños y colores.
Un pueblo con vista al valle
Desde la plaza principal y la feria de artesanías suben las callecitas empinadas de Tilcara. Con cada nueva curva se forma una terraza y una cabaña o una hostería promete la mejor vista del valle.
Frente al mercado, el Museo Arqueológico y sus colecciones de objetos y utensilios dan una idea de lo que era la vida cotidiana de los pueblos andinos antes de la conquista (la entrada de 15 pesos permite acceder al museo, el Jardín Botánico de Altura y el Pucará). De allí, la caminata sigue hacia el jardín, donde los más chicos de una familia intentan tocar a una llama que come entre los cardones. “No se asustan de la gente”, aclara el guía.
El próximo paso es cerro arriba, en el Pucará que los omaguacas levantaron hace nueve siglos. Algunas de estas viviendas y pircas desafiaban la constante erosión del viento, pero una parte tuvo que ser reconstruida.
El guía lleva al grupo por los distintos “barrios”: el de la entrada, el del templo y el del monumento (una pirámide truncada, añadida en el siglo XX, durante la reconstrucción). Las puertas angostas y las paredes sin ventanas conservan el calor. Alguna vez una comunidad entera vivió, se alimentó y soportó duros inviernos al amparo de estas rocas.
Rumbo al sur por la ruta 9, Maimará es uno de los grandes secretos del valle. A la vera del río Grande hay una zona fértil de quintas, huertas y cultivos de flores. De fondo están las paredes coloridas de los cerros, un arco iris grabado en la roca, un capricho de la naturaleza conocido como “La paleta del pintor”.
Si hay tiempo, se recomienda dejar el auto en el camino de ripio y cruzar el río Grande –pese a su nombre, no es tan caudaloso–, para visitar la bodega Fernando Dupont y sus viñedos de altura. A 2.500 metros sobre el nivel del mar, las uvas malbec, syrah y cabernet sauvignon maduran bajo los rayos del sol andino.
A 3 km de Maimará, el Museo Histórico Posta de Hornillos recrea la época en que la casa colonial era una escala –establecida por Gregorio Alvarez Prado– en la ruta que unía el Alto Perú con el Virreinato del Río de la Plata. Aquí descansó el general Manuel Belgrano después de la victoria de sus tropas en Tucumán y Salta.
De la ruta 9 se desvía hacia el oeste la ruta 52, que lleva a Purmamarca, la postal más conocida de la región. Los turistas deambulan y se encuentran por las callecitas bajo el sol, en las peñas y en las puertas de los locales que venden ponchos y tapices tejidos. Suben en hileras hasta un mirador, desde el cual se puede contemplar el pueblo y su famoso Cerro de Siete Colores.
Los tonos violetas y amarillos que llenan de vetas la ladera del cerro contrastan con la blancura de la pequeña iglesia consagrada a Santa Rosa de Lima. En la plaza, bajo la sombra de los árboles, se instala el mercado artesanal. Los lugareños ofrecen ponchos de lana de vicuña y llama, pulseritas de alpaca y collares, que se disponen sobre los tablones de sus sencillos puestos.
Rumbo a la Puna
Purmamarca es también la puerta de entrada al Camino de la Puna, que lleva por la Cuesta de Lipán hasta las Salinas Grandes, el umbral del altiplano. Hasta alcanzar la alfombra blanca de sal que se extiende hasta la Cordillera, brillante y luminosa bajo un cielo siempre azul, conviene transitar con mucho cuidado la cuesta. El paisaje al costado del camino es conmovedor, pero constantemente la ruta trepa o rodea los cerros, lo que lo transforma en un enmarañado ovillo, lleno de curvas y contracurvas al borde de precipicios. Una vez que desciende a una planicie, en el horizonte se alcanza a observar la cumbre del Nevado del Chañi.
A un costado de la ruta están los piletones labrados por los trabajadores de las salinas. Del otro lado, junto a un parador, las mujeres venden sus artesanías elaboradas con sal. Una pareja compra dos réplicas de llama: ella practica su castellano, mientras el hombre guarda la compra en su mochila. “Somos suizos de Zürich, mucho más pequeño que esto”, explican señalando hacia el lejano horizonte. El viento fresco sopla desde las montañas y llega la hora de despedirse de las salinas. Es hora de tomar las últimas fotos de este fascinante paseo por el norte de Jujuy. Una mirada final pretende llevarse a casa todos los detalles de este increíble paisaje puneño. “Es de otro mundo”, grita alguien antes de regresar a su vehículo, listo para regresar.
IMPERDIBLE
Casi escondido en la Cordillera, Iruya está ubicado en la provincia de Salta, pero forma parte del circuito de la Quebrada, ya que sólo es accesible desde Jujuy. Se llega en tres horas con el colectivo Transporte Iruya desde Humahuaca, que cuesta $ 76 ida y vuelta. El pueblo parece colgado de los cerros: sus casitas aprovechan cada desnivel y cada elevación, donde los pobladores viven de la cría de ganado y del cultivo de maíz y papa en pequeñas terrazas sobre los cerros, mientras conservan sus costumbres ancestrales y ritmo tranquilo. El micro se detiene en la plaza, frente a la iglesia, parte del pequeño centro con resabios de arquitectura colonial. Otro detalle llamativo es la impactante vista de los ríos Milmahuasi y Colanzulí, que corren al pie de las montañas.
Centenarias tradiciones y sitios arqueológicos son parte de un recorrido por la Quebrada de Humahuaca. Los atractivos de Tilcara, Maimará y Purmamarca, entre otros pueblos.
La ruta 9 corre junto al lecho seco del río. Al pie de las montañas, los pueblos de la Quebrada de Humahuaca amanecen temprano. Purmamarca, Tilcara, Humahuaca: la música que vive en estos nombres resuena entre las cumbres de los cerros que embellecen Jujuy.
Es una naturaleza austera y bella, hecha de adobe, de lana de llama, de las tonalidades que una antigua piedra sabe esconder. Las mantas tejidas por manos humahuaqueñas reflejan el anaranjado, el ocre y el verde de la Cordillera. También el fucsia brillante que lucen las flores de los cactos.
Hace más de diez mil años que estos paisajes ven pasar a los hombres, les dan cobijo y los desafían. Aquí vivieron los omaguaca y los maimará. Después llegaron los españoles y por la Quebrada pasó la ruta hacia los metales preciosos del Alto Perú. Más tarde, toda la población jujeña batalló contra los ejércitos realistas.
“Fue una época de mucho sacrificio”, cuenta Miguel, un vendedor de artesanías e improvisado profesor de historia junto a las escalinatas del Monumento a los Héroes de la Independencia, en la localidad de Humahuaca. “Pero este es un pueblo fuerte y agradecido”, agrega con una sonrisa.
Agradecido a la Pachamama, por sobre todas las cosas. Es la Madre Tierra, que hace crecer la papa y el maíz, ofrece el material para el adobe de las casas, barro y arcilla para los platos, las ollas y las vasijas. De sus brotes se alimenta la llama, que da su lana para los tapices. En la Pachamama descansan los ancestros.
Junto a la iglesia, los visitantes esperan la estatua de San Francisco Solano, que todos los mediodías sale del campanario. En el mercado, las puesteras aprontan las humitas y los tamales porque se acerca la hora del almuerzo. Las bolsas de arpillera rebalsan de especias, pimientos y papas de todos los tamaños y colores.
Un pueblo con vista al valle
Desde la plaza principal y la feria de artesanías suben las callecitas empinadas de Tilcara. Con cada nueva curva se forma una terraza y una cabaña o una hostería promete la mejor vista del valle.
Frente al mercado, el Museo Arqueológico y sus colecciones de objetos y utensilios dan una idea de lo que era la vida cotidiana de los pueblos andinos antes de la conquista (la entrada de 15 pesos permite acceder al museo, el Jardín Botánico de Altura y el Pucará). De allí, la caminata sigue hacia el jardín, donde los más chicos de una familia intentan tocar a una llama que come entre los cardones. “No se asustan de la gente”, aclara el guía.
El próximo paso es cerro arriba, en el Pucará que los omaguacas levantaron hace nueve siglos. Algunas de estas viviendas y pircas desafiaban la constante erosión del viento, pero una parte tuvo que ser reconstruida.
El guía lleva al grupo por los distintos “barrios”: el de la entrada, el del templo y el del monumento (una pirámide truncada, añadida en el siglo XX, durante la reconstrucción). Las puertas angostas y las paredes sin ventanas conservan el calor. Alguna vez una comunidad entera vivió, se alimentó y soportó duros inviernos al amparo de estas rocas.
Rumbo al sur por la ruta 9, Maimará es uno de los grandes secretos del valle. A la vera del río Grande hay una zona fértil de quintas, huertas y cultivos de flores. De fondo están las paredes coloridas de los cerros, un arco iris grabado en la roca, un capricho de la naturaleza conocido como “La paleta del pintor”.
Si hay tiempo, se recomienda dejar el auto en el camino de ripio y cruzar el río Grande –pese a su nombre, no es tan caudaloso–, para visitar la bodega Fernando Dupont y sus viñedos de altura. A 2.500 metros sobre el nivel del mar, las uvas malbec, syrah y cabernet sauvignon maduran bajo los rayos del sol andino.
A 3 km de Maimará, el Museo Histórico Posta de Hornillos recrea la época en que la casa colonial era una escala –establecida por Gregorio Alvarez Prado– en la ruta que unía el Alto Perú con el Virreinato del Río de la Plata. Aquí descansó el general Manuel Belgrano después de la victoria de sus tropas en Tucumán y Salta.
De la ruta 9 se desvía hacia el oeste la ruta 52, que lleva a Purmamarca, la postal más conocida de la región. Los turistas deambulan y se encuentran por las callecitas bajo el sol, en las peñas y en las puertas de los locales que venden ponchos y tapices tejidos. Suben en hileras hasta un mirador, desde el cual se puede contemplar el pueblo y su famoso Cerro de Siete Colores.
Los tonos violetas y amarillos que llenan de vetas la ladera del cerro contrastan con la blancura de la pequeña iglesia consagrada a Santa Rosa de Lima. En la plaza, bajo la sombra de los árboles, se instala el mercado artesanal. Los lugareños ofrecen ponchos de lana de vicuña y llama, pulseritas de alpaca y collares, que se disponen sobre los tablones de sus sencillos puestos.
Rumbo a la Puna
Purmamarca es también la puerta de entrada al Camino de la Puna, que lleva por la Cuesta de Lipán hasta las Salinas Grandes, el umbral del altiplano. Hasta alcanzar la alfombra blanca de sal que se extiende hasta la Cordillera, brillante y luminosa bajo un cielo siempre azul, conviene transitar con mucho cuidado la cuesta. El paisaje al costado del camino es conmovedor, pero constantemente la ruta trepa o rodea los cerros, lo que lo transforma en un enmarañado ovillo, lleno de curvas y contracurvas al borde de precipicios. Una vez que desciende a una planicie, en el horizonte se alcanza a observar la cumbre del Nevado del Chañi.
A un costado de la ruta están los piletones labrados por los trabajadores de las salinas. Del otro lado, junto a un parador, las mujeres venden sus artesanías elaboradas con sal. Una pareja compra dos réplicas de llama: ella practica su castellano, mientras el hombre guarda la compra en su mochila. “Somos suizos de Zürich, mucho más pequeño que esto”, explican señalando hacia el lejano horizonte. El viento fresco sopla desde las montañas y llega la hora de despedirse de las salinas. Es hora de tomar las últimas fotos de este fascinante paseo por el norte de Jujuy. Una mirada final pretende llevarse a casa todos los detalles de este increíble paisaje puneño. “Es de otro mundo”, grita alguien antes de regresar a su vehículo, listo para regresar.
IMPERDIBLE
Casi escondido en la Cordillera, Iruya está ubicado en la provincia de Salta, pero forma parte del circuito de la Quebrada, ya que sólo es accesible desde Jujuy. Se llega en tres horas con el colectivo Transporte Iruya desde Humahuaca, que cuesta $ 76 ida y vuelta. El pueblo parece colgado de los cerros: sus casitas aprovechan cada desnivel y cada elevación, donde los pobladores viven de la cría de ganado y del cultivo de maíz y papa en pequeñas terrazas sobre los cerros, mientras conservan sus costumbres ancestrales y ritmo tranquilo. El micro se detiene en la plaza, frente a la iglesia, parte del pequeño centro con resabios de arquitectura colonial. Otro detalle llamativo es la impactante vista de los ríos Milmahuasi y Colanzulí, que corren al pie de las montañas.
URUGUAY: COLONIA: Una escapada ideal, al otro lado del río
Una escapada ideal, al otro lado del río
Con su atmósfera tranquila, calles empedradas e historia, Colonia del Sacramento atrae cada vez más visitantes.
Una ciudad que se quedó en el tiempo. O un lugar en el que conviven el pasado y el presente. El ayer y el hoy se codean en cada calle. Así se siente Colonia del Sacramento, en Uruguay, un destino que se puede recorrer a pie y en un día o como una escapada ideal de fin de semana.
El sitio ineludible en la ciudad es el casco histórico, o “el lado antiguo”, como le dicen los residentes. Adquirió gran relevancia cuando la Unesco lo declaró Patrimonio Histórico de la Humanidad, en 1995. Y este no es un dato menor: es uno de los puntos principales en los que radica la conservación arquitectónica. Antes de realizar cualquier construcción en una propiedad de esta zona, su dueño debe contratar a un arqueólogo para que constate que no haya restos históricos en ese terreno. Recién cuando se constata que no los hay, se da el visto bueno.
Un museo al aire libre
La Calle de los Suspiros, por donde suelen pasar centenares de parejas, es uno de los sitios en los que dejaron su huella españoles y portugueses. Cámara de fotos en mano, todos se llevan su recuerdo del lugar. Otro imperdible es el Bastión del Carmen, uno de los cuatro pilares del perímetro amurallado de defensa de la ciudad también en época de disputas entre lusos e ibéricos.
Colonia parece el escenario ideal para filmar una película. Quizá por ese escenario idílico, muchas parejas uruguayas eligen casarse en la Iglesia Matriz, sencilla pero mantenida en excelentes condiciones.
Cuna de la historia, Colonia cuenta con ocho museos: el Portugués, el Municipal, el Indígena, el Del Azulejo, el Español, el Archivo Regional, la Casa Nacarello y el museo Naval. En cada uno de ellos se atesora parte del pasado, lo que permite vincular al turista con el ayer de la ciudad y de sus habitantes.
De portugueses y finlandeses
Sin embargo, no todo es pasado en Colonia. También hay presente. Y mucho arte. En el último tiempo la ciudad sumó una gran cantidad de centros culturales que le dan vida y carácter. Era algo que venían pidiendo los residentes, que acusaban su carencia. Por eso, quien se dé una vuelta por Colonia hoy puede escuchar las llamadas de los tambores propias del candombe, así como también visitar una milonga para empaparse de tango.
Y no son pocos los sitios gastronómicos que ofrecen una gran variedad de menúes, desde el clásico chivito uruguayo hasta una pizza, pasando por algo más sofisticado, las opciones se multiplican. Y también, claro, hay varios bares en los que disfrutar de buenos tragos. Que bien pueden ser también el lugar indicado para ver a los recién llegados a Colonia: los finlandeses. Arribaron a la ciudad para trabajar en una planta de celulosa ubicada en Conchillas, a unos 48 kilómetros, y es común encontrarlos hasta altas horas de la noche destapando cervezas. Aquí se comenta que no son pocos: alrededor de 6.000, que se suman a los 25.000 habitantes que tiene la ciudad.
Con el correr del tiempo en Colonia se fueron inaugurando distintos hoteles de categoría, que hacen que muchos visitantes opten por “cruzar el charco” por un fin de semana. Así, para unos cuantos turistas Colonia ya no es el lugar en el que sólo se va a pasar el día, sino que la estadía se prolonga y suma servicios y confort.
A los atractivos mencionados –y otros, como la Plaza de Toros– se suma la tranquilidad que ofrece la ciudad, donde se puede –más bien, se debe– caminar sin problemas de día y de noche. Aunque el nombre parezca condenarla eternamente, Colonia se muestra hoy más independiente que nunca, y se erige como el destino perfecto para una escapada.
PRIMERA CLASE
La ubicación es inmejorable: a orillas del Río de la Plata y a una cuadra del casco histórico, Radisson Colonia del Sacramento Hotel & Casino es el lugar ideal para relajarse y lograr un buen descanso. El hotel cuenta actualmente con 60 habitaciones, pero está en proceso de expansión y en septiembre inaugurará otras 15. Su restaurante, Del Carmen, ofrece gastronomía con sabores regionales y exóticos y vista panorámica, y el
hotel cuenta además con piscina
exterior sobre el río, dos hidromasa-jes exteriores, jacuzzi interior de última generación, sala de masaje, gimnasio, sauna seco, play room, salas para congresos, business center y actividades al aire libre. Los sábados ofrece tours guiados por la ciudad, y los fines de semana, un completo cronograma de actividades recreativas, pesca y juegos en familia. Y sin necesidad de salir del hotel se puede acceder al casino, con sus 152 slots y mesas de ruleta, Black Jack y póker.
MINIGUIA
Dónde informarse. En el puerto de Colonia, tel. (0598) 522-4897; colonia@mintur.gub.uy
www.coloniaturismo.com
Con su atmósfera tranquila, calles empedradas e historia, Colonia del Sacramento atrae cada vez más visitantes.
Una ciudad que se quedó en el tiempo. O un lugar en el que conviven el pasado y el presente. El ayer y el hoy se codean en cada calle. Así se siente Colonia del Sacramento, en Uruguay, un destino que se puede recorrer a pie y en un día o como una escapada ideal de fin de semana.
El sitio ineludible en la ciudad es el casco histórico, o “el lado antiguo”, como le dicen los residentes. Adquirió gran relevancia cuando la Unesco lo declaró Patrimonio Histórico de la Humanidad, en 1995. Y este no es un dato menor: es uno de los puntos principales en los que radica la conservación arquitectónica. Antes de realizar cualquier construcción en una propiedad de esta zona, su dueño debe contratar a un arqueólogo para que constate que no haya restos históricos en ese terreno. Recién cuando se constata que no los hay, se da el visto bueno.
Un museo al aire libre
La Calle de los Suspiros, por donde suelen pasar centenares de parejas, es uno de los sitios en los que dejaron su huella españoles y portugueses. Cámara de fotos en mano, todos se llevan su recuerdo del lugar. Otro imperdible es el Bastión del Carmen, uno de los cuatro pilares del perímetro amurallado de defensa de la ciudad también en época de disputas entre lusos e ibéricos.
Colonia parece el escenario ideal para filmar una película. Quizá por ese escenario idílico, muchas parejas uruguayas eligen casarse en la Iglesia Matriz, sencilla pero mantenida en excelentes condiciones.
Cuna de la historia, Colonia cuenta con ocho museos: el Portugués, el Municipal, el Indígena, el Del Azulejo, el Español, el Archivo Regional, la Casa Nacarello y el museo Naval. En cada uno de ellos se atesora parte del pasado, lo que permite vincular al turista con el ayer de la ciudad y de sus habitantes.
De portugueses y finlandeses
Sin embargo, no todo es pasado en Colonia. También hay presente. Y mucho arte. En el último tiempo la ciudad sumó una gran cantidad de centros culturales que le dan vida y carácter. Era algo que venían pidiendo los residentes, que acusaban su carencia. Por eso, quien se dé una vuelta por Colonia hoy puede escuchar las llamadas de los tambores propias del candombe, así como también visitar una milonga para empaparse de tango.
Y no son pocos los sitios gastronómicos que ofrecen una gran variedad de menúes, desde el clásico chivito uruguayo hasta una pizza, pasando por algo más sofisticado, las opciones se multiplican. Y también, claro, hay varios bares en los que disfrutar de buenos tragos. Que bien pueden ser también el lugar indicado para ver a los recién llegados a Colonia: los finlandeses. Arribaron a la ciudad para trabajar en una planta de celulosa ubicada en Conchillas, a unos 48 kilómetros, y es común encontrarlos hasta altas horas de la noche destapando cervezas. Aquí se comenta que no son pocos: alrededor de 6.000, que se suman a los 25.000 habitantes que tiene la ciudad.
Con el correr del tiempo en Colonia se fueron inaugurando distintos hoteles de categoría, que hacen que muchos visitantes opten por “cruzar el charco” por un fin de semana. Así, para unos cuantos turistas Colonia ya no es el lugar en el que sólo se va a pasar el día, sino que la estadía se prolonga y suma servicios y confort.
A los atractivos mencionados –y otros, como la Plaza de Toros– se suma la tranquilidad que ofrece la ciudad, donde se puede –más bien, se debe– caminar sin problemas de día y de noche. Aunque el nombre parezca condenarla eternamente, Colonia se muestra hoy más independiente que nunca, y se erige como el destino perfecto para una escapada.
PRIMERA CLASE
La ubicación es inmejorable: a orillas del Río de la Plata y a una cuadra del casco histórico, Radisson Colonia del Sacramento Hotel & Casino es el lugar ideal para relajarse y lograr un buen descanso. El hotel cuenta actualmente con 60 habitaciones, pero está en proceso de expansión y en septiembre inaugurará otras 15. Su restaurante, Del Carmen, ofrece gastronomía con sabores regionales y exóticos y vista panorámica, y el
hotel cuenta además con piscina
exterior sobre el río, dos hidromasa-jes exteriores, jacuzzi interior de última generación, sala de masaje, gimnasio, sauna seco, play room, salas para congresos, business center y actividades al aire libre. Los sábados ofrece tours guiados por la ciudad, y los fines de semana, un completo cronograma de actividades recreativas, pesca y juegos en familia. Y sin necesidad de salir del hotel se puede acceder al casino, con sus 152 slots y mesas de ruleta, Black Jack y póker.
MINIGUIA
Dónde informarse. En el puerto de Colonia, tel. (0598) 522-4897; colonia@mintur.gub.uy
www.coloniaturismo.com
lunes, 7 de abril de 2014
GUATEMALA: TIKAL: Leyendas de piedra y selva
Leyendas de piedra y selva
La ciudad maya de Tikal sorprende Con la magia de sus templos, que emergen entre la vegetación frondosa.
Tikal, en el departamento de Petén, Guatemala, es quizá la más sorprendente de las ciudades mayas. Templos, plazas, santuarios, plataformas ceremoniales, estelas y altares conforman este espacio, de una riqueza inabarcable en una sola visita. Es, también, el mayor de los 3.000 sitios arqueológicos del país: son 600 km cuadrados. Tikal está dentro del parque nacional que lleva ese nombre, en plena selva, por lo que para caminar de un grupo de edificios a otro hay que atravesar selva, bosques lluviosos, todo en compañía de monos araña y guacamayos gritones.
El Parque Nacional Tikal es parte de la Reserva de la Biosfera Maya. En su época de esplendor –según las fechas talladas en las estelas, entre los años 550 y 950 dC.– aquí vivieron los hombres y mujeres de maíz, según el mito que dio origen a los mayas, y f ue un centro de enseñanza de matemática, astronomía y arte.
Después llegaron las grandes migraciones y la decadencia de las ciudades, pero no hay tiempo ni humedad que le quiten a Tikal algo de su magia y belleza, en buena parte diseñada con los templos más altos del mundo maya, como el que lleva el número IV, de 70 metros de altura.
Más de 3.000 estructuras fueron encontradas debajo del barro y la vegetación. Quizá lo que distingue a Tikal de otros centros arqueológicos es que las construcciones de piedra no están totalmente descubiertas y, mucho menos, recicladas. La intervención para preservarla es mínima. La otra particularidad es que se las ve en medio de la distracción de la caminata: al final de un sendero o entre árboles altísimos; entre el mareo que produce el perfume fuerte de las flores, como las orquídeas, el calor casi salvaje y los gritos de las cigarras.
Tikal fue una ciudad ceremonial. Permaneció escondida en la selva hasta 1848, y en 1979 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Su nombre –que no es el original que le dieron los mayas– significa “lugar de voces”.
Hay mucho para ver en Tikal. Y, entre los vapores que a veces se levantan durante la mañana –el momento ideal para recorrer el parque– no cuesta imaginar cómo era hace más de 2.000 años, con las construcciones blancas, pintadas con algunos detalles en rojo, amarillo, azul y negro. En Tikal, donde también se preservaban máscaras y figuras de jade, los mayas estudiaron el cielo, crearon conceptos como el número cero y el calendario. Pero fueron, también, comerciantes y guerreros.
Entre los principales templos y plazas, figuran la Plaza Mayor, forma el corazón del Parque Arqueológico de Tikal, rodeada por impresionantes edificios, como los Templos I y II, la Acrópolis Norte y la Central. Una enorme cantidad de estelas y altares relatan parte de la historia de las dinastías que gobernaron a los mayas en Tikal. El Templo I, el “del Gran Jaguar”, fue construido alrededor del año 700 dC., y está sobre un edificio en forma piramidal. El Templo II, también conocido como Templo de las Máscaras, de la misma época, mide 38 metros de altura.
Pero por alguno hay que empezar: basta verlos para saber que la subida será difícil. En el último escalón del empinado Templo IV, bien arriba, el paisaje es un mar verde del que parecen emerger más torres blancas, una compensación para el temblor de las piernas y el corazón. Otras construcciones ejemplares son la Gran Pirámide del Mundo Perdido, uno de los conjuntos monumentales más antiguos de Tikal. Se utilizó especialmente como un centro de observación astronómica hasta el siglo IV dC. Más pequeños, y por eso hay que mirar con detenimiento y paciencia, no hay que olvidar los mascarones y estelas, por la belleza de la piedra y de las líneas estilizadas.
En el museo Silvanus B. Morley, dentro del parque nacional, se puede ver una buena cantidad de objetos encontrados en las tumbas de los señores de Tikal, o la reproducción de la tumba 116, encontrada en el Templo del Gran Jaguar. También hay colecciones de cerámica, escultura de piedra, jade y hueso.
Dentro del sitio arqueológico hay muchas actividades para completar la visita, como observación de flora, fauna y de aves y senderos culturales. Es importante llevar agua potable, ropa para clima cálido y zapatos cómodos, gorra, protector solar, impermeable y repelente para insectos.
Al pie de algunos templos hay altares mayas contemporáneos, un reconocimiento del gobierno guatemalteco que llegó recién en el año 2000. Algunos restos de cenizas de copal indican que allí se hizo una ceremonia, como antes, como siempre, para pedir por una buena cosecha. Para pedir salud. O apenas una lluvia.
MINIGUIA
Dónde informarse
Instituto Guatemalteco de Turismo (INGUAT): info@inguat.gob.gt
www.visitguatemala.com
La ciudad maya de Tikal sorprende Con la magia de sus templos, que emergen entre la vegetación frondosa.
Tikal, en el departamento de Petén, Guatemala, es quizá la más sorprendente de las ciudades mayas. Templos, plazas, santuarios, plataformas ceremoniales, estelas y altares conforman este espacio, de una riqueza inabarcable en una sola visita. Es, también, el mayor de los 3.000 sitios arqueológicos del país: son 600 km cuadrados. Tikal está dentro del parque nacional que lleva ese nombre, en plena selva, por lo que para caminar de un grupo de edificios a otro hay que atravesar selva, bosques lluviosos, todo en compañía de monos araña y guacamayos gritones.
El Parque Nacional Tikal es parte de la Reserva de la Biosfera Maya. En su época de esplendor –según las fechas talladas en las estelas, entre los años 550 y 950 dC.– aquí vivieron los hombres y mujeres de maíz, según el mito que dio origen a los mayas, y f ue un centro de enseñanza de matemática, astronomía y arte.
Después llegaron las grandes migraciones y la decadencia de las ciudades, pero no hay tiempo ni humedad que le quiten a Tikal algo de su magia y belleza, en buena parte diseñada con los templos más altos del mundo maya, como el que lleva el número IV, de 70 metros de altura.
Más de 3.000 estructuras fueron encontradas debajo del barro y la vegetación. Quizá lo que distingue a Tikal de otros centros arqueológicos es que las construcciones de piedra no están totalmente descubiertas y, mucho menos, recicladas. La intervención para preservarla es mínima. La otra particularidad es que se las ve en medio de la distracción de la caminata: al final de un sendero o entre árboles altísimos; entre el mareo que produce el perfume fuerte de las flores, como las orquídeas, el calor casi salvaje y los gritos de las cigarras.
Tikal fue una ciudad ceremonial. Permaneció escondida en la selva hasta 1848, y en 1979 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Su nombre –que no es el original que le dieron los mayas– significa “lugar de voces”.
Hay mucho para ver en Tikal. Y, entre los vapores que a veces se levantan durante la mañana –el momento ideal para recorrer el parque– no cuesta imaginar cómo era hace más de 2.000 años, con las construcciones blancas, pintadas con algunos detalles en rojo, amarillo, azul y negro. En Tikal, donde también se preservaban máscaras y figuras de jade, los mayas estudiaron el cielo, crearon conceptos como el número cero y el calendario. Pero fueron, también, comerciantes y guerreros.
Entre los principales templos y plazas, figuran la Plaza Mayor, forma el corazón del Parque Arqueológico de Tikal, rodeada por impresionantes edificios, como los Templos I y II, la Acrópolis Norte y la Central. Una enorme cantidad de estelas y altares relatan parte de la historia de las dinastías que gobernaron a los mayas en Tikal. El Templo I, el “del Gran Jaguar”, fue construido alrededor del año 700 dC., y está sobre un edificio en forma piramidal. El Templo II, también conocido como Templo de las Máscaras, de la misma época, mide 38 metros de altura.
Pero por alguno hay que empezar: basta verlos para saber que la subida será difícil. En el último escalón del empinado Templo IV, bien arriba, el paisaje es un mar verde del que parecen emerger más torres blancas, una compensación para el temblor de las piernas y el corazón. Otras construcciones ejemplares son la Gran Pirámide del Mundo Perdido, uno de los conjuntos monumentales más antiguos de Tikal. Se utilizó especialmente como un centro de observación astronómica hasta el siglo IV dC. Más pequeños, y por eso hay que mirar con detenimiento y paciencia, no hay que olvidar los mascarones y estelas, por la belleza de la piedra y de las líneas estilizadas.
En el museo Silvanus B. Morley, dentro del parque nacional, se puede ver una buena cantidad de objetos encontrados en las tumbas de los señores de Tikal, o la reproducción de la tumba 116, encontrada en el Templo del Gran Jaguar. También hay colecciones de cerámica, escultura de piedra, jade y hueso.
Dentro del sitio arqueológico hay muchas actividades para completar la visita, como observación de flora, fauna y de aves y senderos culturales. Es importante llevar agua potable, ropa para clima cálido y zapatos cómodos, gorra, protector solar, impermeable y repelente para insectos.
Al pie de algunos templos hay altares mayas contemporáneos, un reconocimiento del gobierno guatemalteco que llegó recién en el año 2000. Algunos restos de cenizas de copal indican que allí se hizo una ceremonia, como antes, como siempre, para pedir por una buena cosecha. Para pedir salud. O apenas una lluvia.
MINIGUIA
Dónde informarse
Instituto Guatemalteco de Turismo (INGUAT): info@inguat.gob.gt
www.visitguatemala.com
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