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martes, 6 de agosto de 2013
ARGENTINA: CHALTEN: La “Capital Nacional del Trekking”
Regreso a la naturaleza
La “Capital Nacional del Trekking” ofrece múltiples opciones para disfrutar del imponente Parque Nacional Los Glaciares. Además, navegaciones, mountain bike, sabores artesanales y consejos para iniciarse en las caminatas de montaña.
El cartel de bienvenida a El Chaltén, con sus cerros tallados en madera, no fue puesto donde está por azar. Basta con levantar la mirada para apreciar una de las vistas más imponentes de la provincia de Santa Cruz, y de toda la Patagonia: la esbelta figura del cerro Fitz Roy recortada contra el cielo y rodeada de montañas de granito que desafían al viento. Hay que bajar la mirada para encontrar esos mismos cerros tallados en madera acompañados por la leyenda “ El Chaltén, Capital Nacional del Trekking ”. De modo que mientras uno posa para la foto junto al cartel, con los famosos cerros de fondo, puede tomar dimensión del paisaje y de las infinitas propuestas que ofrece este pueblo, ubicado 220 km al noroeste de El Calafate.
Fundado por decreto en 1985, El Chaltén presume de ser el pueblo más joven del país. Por entonces, este paraje –al pie de los macizos del cerro Fitz Roy– era un lugar solitario y muy cercano a la zona de conflicto fronterizo por el Lago del Desierto. Su fundación tuvo motivos estratégicos, es cierto, pero la belleza del lugar y la presencia de los legendarios cerros terminaron convirtiéndolo en un importante centro turístico de la Patagonia.
Una vez que –no hace tanto– se asfaltó el acceso desde El Calafate, quedaron atrás cierto aislamiento y largas horas de trayecto por ripio. Eso ayudó a que, especialmente entre noviembre y abril, el pueblo adquiera un aspecto colorido y cosmopolita, gracias a los miles de turistas de todas las latitudes que circulan por sus calles munidos de bastones, camperas técnicas y zapatos de trekking.
Aunque suele ser un segundo destino, o “escapada” en una visita a El Calafate y el glaciar Perito Moreno, lo cierto es que con el tiempo El Chaltén se ha ganado un lugar por derecho propio, y ofrece una alternativa algo más rústica y en contacto con la naturaleza, de glaciares y alturas cordilleranas.
A pesar de ser un pueblo pequeño –casi mil habitantes estables–, ofrece una amplia variedad de alojamientos y gastronomía para todos los presupuestos; de un simple sándwich a un cordero a las brasas. Pero aquí no se viene a comer, sino esencialmente a caminar, mientras se disfruta de paisajes que quitan el aliento. Las excursiones pueden ser guiadas o autoguiadas, y tienen distintos grados de dificultad. El sitio es ideal tanto para los montañistas experimentados, que llegan para escalar los cerros Fitz Roy o Torre (dos de las cumbres más difíciles del planeta, pese a que su altura apenas supera los tres mil metros) como para familias o adultos que buscan emprender sencillas caminatas en el bosque.
El “volcán” azulado
En la antigua lengua de los originarios pobladores aónikenk o tehuelche, chaltén significa “azulado” o “humo”. Y así llamaron estos pueblos al imponente macizo que consideraban sagrado, y que siglos después fue bautizado Fitz Roy por el perito Francisco Moreno. Sin embargo, aquel primer nombre es el que mejor le cuadra, ya que resulta fácil confundir esta mole de granito con un volcán, por su forma y por la corona de nubes que suele rondar su cima. Cuando el cielo está despejado, se lo puede ver a cientos de kilómetros de distancia, acompañando de frente la ruta hasta la llegada al pueblo. Desde la estepa, la imagen de las montañas que cortan el horizonte se impone con la contundencia de la soledad y el viento persistente.
Para llegar aquí desde El Calafate se recorren más de 60 km por la famosa ruta 40, hasta desviar hacia el noroeste por la ruta 23. Mientras nos vamos acercando, a la izquierda asoma el inmenso y verdoso lago Viedma, con su glaciar azulado que baja como un río entre las montañas. Al final del asfalto, el pueblo aparece semi escondido entre los paredones de granito y los giros del río Las Vueltas, que hace las veces de límite este del Parque Nacional Los Glaciares, una maravilla natural que, por su espectacular belleza, su interés glaciológico y geomorfológico y las especies de su fauna en peligro de extinción, fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco.
El glaciar más famoso de este parque está más al sur, y es el Perito Moreno, sobre el brazo sur del lago Argentino. Pero arriba en la Cordillera, marcando –o más bien borrando– las fronteras entre Argentina y Chile, están los campos de hielo, enorme desierto helado de 2.600 km2 del que se desprende el Perito Moreno, entre 300 glaciares mayores y menores. El de mayor tamaño en el parque es el Upsala, con 50 km de largo y casi 10 de ancho, en el brazo norte del lago Argentino.
A pie entre el hielo y la roca
En el sector norte del Parque Nacional, El Chaltén hace honor a su denominación de “Capital Nacional del Trekking”, y por sus calles reinan los peatones de andar acompasado, vestidos con ropas técnicas y de alta montaña. A principios de marzo se realizará aquí una nueva edición de la Fiesta Nacional del Trekking, que incluye maratones por postas, bicicleteadas, trekkatlon, torneo de escalada en roca, actividades hípicas, concurso de hacheros y un festival musical con artistas locales.
Aunque siempre es recomendable contar con un guía, sin dudas un punto a favor de esta zona del parque es que sus senderos autoguiados, de distintos grados de dificultad, están claramente identificados, y que en esta parte del año es habitual cruzarse con muchos caminantes, lo que reduce los riesgos al mínimo. Desde el pueblo mismo parten distintas rutas que llevan, al menos, a 15 destinos, con cinco sitios de acampe permitidos más un sexto camping, privado, en Lago del Desierto, ya fuera del parque. Por allí uno se va cruzando con trekkers que, mochilas al hombro, van armando la carpa en los distintos sectores, según el recorrido elegido. Aunque siempre está la opción de hacer salidas por el día y regresar a un alojamiento más confortable en el pueblo. Por el camino se dejan carpinteros magallánicos, lechuzas, cachañas (de la familia de los loros) o patos de los torrentes, entre las 100 especies de aves de la zona, además de algún zorro gris o colorado, liebres patagónicas y, con suerte, algún huemul, animal en peligro de extinción declarado Monumento Provincial y Nacional.
Los expertos suelen elegir enseguida los circuitos más exigentes, pero quienes no estén entrenados para grandes desafíos, pueden hacer distintas caminatas sencillas, de esas que en los planos figuran como “muy fácil”. Así, si uno no es un montañista avezado, dispuesto a encarar las dificultosas paredes de los cerros Torre y Fitz Roy, luego de algunas horas de caminata, podrá apreciar increíbles panorámicas y conocer los campamentos base, donde los escaladores esperan con paciencia su oportunidad.
Una de estas caminatas fáciles es la que lleva al Mirador de los Cóndores, cerca del centro del pueblo. Desde allí se puede ver el brillo metálico de las casitas sobre el valle, custodiadas por el macizo y sus faldas de nieve. También se aprecia una panorámica enmarcada por las aguas turquesas del lago Viedma, los cerros y la estepa.
Otra caminata sencilla es la que, en apenas media hora, lleva hasta Chorrillo del Salto, una cascada de 12 metros de altura escondida en un bosque de lengas y ñires, y que en invierno suele congelarse. De paso, un consejo: en primavera estalla la vida, los colores, la luz, pero los tonos del otoño, con la lenga tiñéndose de ocre, colorados y amarillos, son inigualables.
Otro sendero apenas un poco más exigente permite, en unas dos horas, llegar hasta la laguna Capri, después de atravesar ríos, praderas cubiertas de flores y un breve tramo de bosque subantártico. Desde allí, es más que recomendable continuar luego hasta la Laguna de los Tres. El ascenso de este tramo no es para cualquiera; hace falta tener aunque sea un mínimo estado físico porque el esfuerzo se siente, pero también la recompensa: desde allí arriba, la vista de la laguna al fondo de un acantilado, y de las moles de los cerros Fitz Roy, Saint Exupéry y Poincenot justo enfrente, casi al alcance de la mano, es sencillamente inolvidable.
Otro recorrido interesante es el que lleva hasta Piedra del Fraile (12 km en total, unas 6 horas de dificultad media). Llegando a destino, ya cerca del lago Eléctrico, se pueden obtener nuevas perspectivas del omnipresente Fitz Roy, desde la cara norte, un ángulo totalmente distinto al que se suele contemplar en las postales.
En bici y en el agua
La ruta 23 continúa, de ripio, hacia el norte, siguiendo los caprichos del zigzagueante río Las Vueltas y atravesando bosques de ñires, galerías de lengas y ríos cristalinos como el Toro y el Eléctrico.
Pero luego de 37 km, finaliza abruptamente: es el Lago del Desierto, un bello espejo de agua rodeado de bosques que se hizo famoso al ser objeto de una larga disputa limítrofe con Chile que culminó en 1994, cuando el tema se resolvió por un diferendo arbitral.
En el lago se puede emprender el ascenso hasta el glaciar Huemul, tras una caminata que atraviesa un bosque, para luego escalar con cierto esfuerzo hasta el glaciar. Vale la pena subir para apreciar los colores azulados del hielo, que se reflejan en la laguna a sus pies.
Otra posibilidad es emprender una navegación de dos horas por el lago, que en los días despejados regala unas vistas asombrosas de la cara norte del cerro Fitz Roy.
Una buena opción para llegar a Lago del Desierto es la bici, ya que es el recorrido más habitual para las mountain bike. Las salidas suelen incluir un tramo (la ida) en un transfer, para regresar pedaleando entre los macizos cordilleranos.
Y para tener otra perspectiva del lago Viedma, vale la pena una navegación que lleva hasta las paredes azules del glaciar. El trekking sobre esta masa helada es una experiencia inolvidable, que permite caminar entre montañas de hielo, cuevas, hilos de agua, colores intensos y reflejos.
Entre El Chaltén y El Calafate, se impone una parada en el paraje La Leona, con un centenario hotel que supo albergar a colonos, aventureros, huelguistas y hasta a los legendarios bandidos Butch Cassidy y Sundance Kid, que pasaron por aquí durante su raid delictivo por la Patagonia.
Las historias que pueden contar estos restaurados rincones de paredes blancas y techos rojos ahora se van mezclando con nuevas actividades, como el rafting que se practica en el caudaloso río La Leona. La propuesta de la estancia La Estela es bajar por el río en gomones de 2 a 8 personas, pasando por la antigua escuela rural y llegando al paraje, para disfrutar de una merienda con tortas caseras y chocolate caliente.
Toda jornada de gomón, mountain bike o caminata bien puede finalizar ante los espectaculares ventanales de vidrio repartido de La Chocolatería, “La Choco”, con una taza de chocolate caliente entre las manos. O bien en La Cervecería, “La Cerve”, famosa por la calidad de su cerveza artesanal. Allí se reviven las vivencias del día y se escuchan interminables anécdotas de profesionales y aficionados, todos indefectiblemente enamorados de las impasibles siluetas de las montañas.
CLAVES
Para disfrutar del trekking
El trekking puede parecer una actividad sencilla, pero para quien no está entrenado, es recomendable tener en cuenta algunos consejos para no convertir una experiencia placentera en un sufrimiento.
u Calzado. Es básico, ya que un calzado inapropiado puede arruinar una caminata, dañar los pies o causar lesiones en tobillos. Un buen calzado debe ser impermeable –con tecnología goretex o waterproof–, contar con suela amortiguada y antideslizante, proteger el tobillo y no tener costuras internas.
u Bastones. No son una excentricidad, sino un elemento muy útil; ayudan a mejorar el equilibrio al sumar dos nuevos puntos de apoyo, y al transferir parte de la carga de las piernas, reducen la fatiga y contribuyen a evitar lesiones en rodillas y tobillos.
u Hidratación. Hay que ir bebiendo de a sorbos continuamente, cada 15 o 20 minutos. Si es necesario recolectar agua en el trayecto, es importante observar que no esté estancada y que corra en abundancia (de arroyos grandes o cascadas).
u Protección. Anteojos de sol, gorra con visera, bloqueador solar y repelente de insectos deben estar siempre presentes.
u Equipamiento. Llevar GPS o, al menos, un mapa detallado de la zona, con los senderos y obstáculos naturales. Las brújulas siempre ayudan; hay de varios tipos, pero las más utilizadas en trekking son las cartográficas y las lensáticas.
OTROS. Cabalgata a Cerro Vizcacha (6 hs), con guía y almuerzo incluido (elrelinchopatagonia.com.ar). Navegación por lago Viedma, (www.patagonia-aventura.com). Expedición Hielos Continentales (7/10 días) con guía, equipamiento, pensión completa, permisos y traslados. Requiere muy buen estado físico (www.walkpatagonia.com). Rafting río La Leona, (www.estancialaestela.com.ar).
ATENCION. En El Chaltén hay una estación de servicio. No hay bancos, pero sí un cajero automático para extracciones. Muy pocos comercios trabajan con tarjeta de crédito y débito, y varios brindan servicio de Internet. El clima suele ser muy ventoso y cambiante, por lo que hay que llevar ropa de abrigo incluso en verano.
INFORMACION
En Bs. As., Casa de Santa Cruz, Tel. 4313-4880 / 4311-7906
En El Chaltén, Tel. (02962) 493-370 / 493-011
elchalten@santacruzpatagonia.gob.ar
www.elchalten.com
www.elchalten.gov.ar
ARGENTINA: JUJUY: La quebrada más luminosa
La quebrada más luminosa
Entre la capital jujeña y Humahuaca, siguiendo la línea de la ruta 9 se atraviesan algunos de los paisajes más coloridos y conmovedores del Noroeste argentino.
Se trata, sin duda, de un viaje iniciático, porque ya nada será igual después de conocerla. La Quebrada de Humahuaca recorre más de 100 kilómetros de valles y montañas de Jujuy, con alturas que oscilan entre los 2.000 y los 4.000 metros, atravesados por el cauce del Río Grande y rodeados de cerros multicolores, pequeños pueblos perdidos en medio de la mayor desolación y diez mil años de historia. Desde el corazón de esta región –la ciudad de Humahuaca– hasta el poblado de Volcán, la ruta 9 atraviesa largos kilómetros de la más pura soledad, un derroche de belleza apenas interrumpido por algún rebaño de llamas cuidadas desde lejos por su pastor, un lugareño que pasa en bicicleta o a caballo, o una lejana mancha de color que indica que allí hay una capilla o un cementerio.
Uquía, Huacalera, Tilcara, Maimará, Posta de Hornillos, Purmamarca y Tumbaya aparecen a la vera del camino como un prodigio, para contar la historia del más lejano y profundo pasado indígena, conservado entre los restos de centenarios pucarás, antigales y pinturas rupestres.
Ubicada a unos 130 kilómetros al norte de San Salvador de Jujuy, en el extremo más alejado de la quebrada y a casi 3.000 metros de altura, Humahuaca es el lugar perfecto para hacer base y recorrer la zona, no solamente el circuito de la quebrada sino también la Puna y algunos lugares de la provincia de Salta.
Es un pueblo de calles angostas y empedradas, iluminadas por farolitos de hierro que parecen haber sobrevivido desde los tiempos de la colonia. Las casas son de adobe y parecen brotar de la aridez del suelo. Además de perderse un buen rato en las callecitas, hay otros dos clásicos de Humahuaca que ningún viajero deberá obviar: la figura articulada de San Francisco Solano, que sale del Cabildo a las 12 en punto del mediodía para impartir su bendición sobre los presentes, y la subida al Monumento a los Héroes de la Independencia, desde donde se tiene una vista maravillosa del casco histórico, las montañas rodeando todo y la postal extraña y sobrecogedora de los cardones, testigos mudos de la historia y la cultura norteñas.
Muchos turistas se quedan en Humahuaca sólo un par de horas, aunque lo ideal es dedicarle algunos días para caminar a gusto y disfrutar de los encuentros en la plaza central, donde se congregan los artesanos y las “cholas” con una pila de sombreros sobre sus cabezas, una postal típica. El Carnaval es –junto con el de Tilcara– uno de los más coloridos de la Argentina: se trata de nueve días de fiesta y ritos populares en las calles, con máscaras y disfraces, y los niños y adultos bailando y cantando al ritmo de los instrumentos típicos: erkes, charangos y bombos. La felicidad y la bebida corren por igual.
Si bien ya pasó y habrá que esperar al 2014, otro momento mágico que vale la pena mencionar se produce cada 2 de febrero, cuando fuegos artificiales iluminan el cielo de Humahuaca para anunciar la llegada del día dedicado a honrar a la virgen de la Candelaria, patrona del pueblo. La procesión, coronada de flores, recorre el pueblo vivada y cantada por los devotos, que participan de los festejos populares, las danzas rituales –como el popular baile del torito– y los puestos callejeros con delicias de la cocina del Noroeste, como empanadas de carne de llama, papas andinas, dulce de cayote.
Si hay resto para seguir con la fiesta musical y gastronómica, la noche es el momento indicado para conocer la peña y restaurante de Fortunato Ramos, una de las mejores de la región.
Hora de bajar
Tilcara espera a unos 40 kilómetros retomando hacia el sur, pero antes de llegar, la ruta pasa por Uquía, con su iglesia de arquitectura típica del altiplano, que conserva “Los ángeles arcabuceros”, una obra que es un ícono medieval de la región.
Después de atravesar Huacalera, se llega por fin a Tilcara. Se ingresa en el pueblo después de cruzar un puente sobre el río Grande, que durante casi todo el año está tan seco como el paisaje, aunque en verano llega algo de lluvia y reaparece el agua. Todo es conmovedor: las casitas de adobe, la música que asoma en las calles de tierra, la presencia eterna de las montañas, la plaza central con su feria de artesanías, los restaurantes, el silencio pueblerino, el agite de las noches y las peñas memorables. Pero especialmente se destaca la amabilidad de la gente, con el andar y el decir calmos, como viviendo en otro ritmo y otro tiempo, permanentemente ofrendando rituales a la Pachamama y, a la vez, todos los servicios al alcance de los turistas.
A un kilómetro al sur del pueblo se alza el Pucará, un asentamiento fortificado hace siglos y capital arqueológica de la Quebrada. Para subir y recorrerlo hay que pedir permiso a las almas de los antiguos pobladores, y está bien, porque la experiencia es potente, no sólo por los vestigios vivos de la cultura de los ancestros omaguacas sino también por el inmenso paisaje, con un silencio milenario apenas interrumpido por el rugido del viento que no deja de soplar entre los cardones.
Desde el Pucará se llega a ver la extraña formación montañosa multicolor “La paleta del pintor”, a cuyos pies se encuentra el vecino pueblo de Maimará, en el camino a Purmamarca. Vale la pena detenerse un momento en la entrada del pueblo y apreciar uno de los más antiguos cementerios de la región, lleno de flores y colores, y construido en altura para que los muertos estén más cerca de la divinidad. En Maimará también se puede visitar una bodega de vinos de altura y la histórica finca La Posta de Hornillos.
El gran cerro
A menos de 30 kilómetros de Tilcara, tras una hilera de árboles aparece una imagen que quita el aliento: es Purmamarca, al pie del cerro de los Siete Colores, de una belleza imponente. En realidad, son más de siete los colores que embellecen esta montaña que brilla al sol con distintas tonalidades de rojo, violeta, rosado, turquesa, verde, ocre, amarillo, celeste, gris y blanco. Se puede admirar, por ejemplo, desde el Camino de los Colorados.
Incluso con esa presencia impactante, Purmamarca es más que su emblemático cerro. El pueblo, fundado a fines del siglo XVI, es pequeño, con calles de tierra en subida, casas con puertas angostas y una plaza central ocupada por puestos de artesanos que ofrecen ponchos y telares.
La iglesia de Purmamarca conserva sus viejos muros de adobe y carpintería de cardón. Hay arboledas frondosas (se agradecen en el mediodía de la quebrada, cuando el sol golpea como un latigazo), aunque ninguna sombra se compara con la del viejo algarrobo, un ejemplar milenario con un tronco desmesurado, que fue testigo de buena parte de la historia del Noroeste. Se dice que bajo su sombra descansó Manuel Belgrano.
Camino al límite internacional con Chile, por la ruta 52, desde Purmamarca, después de atravesar las cornisas de la serpenteante Cuesta de Lipán, se llega a las deslumbrantes Salinas Grandes, un mar de sal que genera un inabarcable desierto blanco, como si se tratara de un esbozo del fin del mundo.
Volviendo otra vez a la quebrada, todavía quedan Tumbaya (reposada en su antigua iglesia y su paz incomparable) y Volcán, el último punto de un recorrido que se parece a los sueños.
IMPERDIBLE
Iruya, colgada de los cerros
A Iruya, un pintoresco poblado de Salta, sólo se llega desde Jujuy. Hay que tomar un colectivo en Humahuaca, cruzar el límite interprovincial por un camino de montaña y viajar unas tres horas y media, entre subidas, bajadas, cuestas en zigzag y grandes alturas, donde los viajeros locales rinden culto a la Pachamama. Todo el camino es impactante, pero nada se compara con la primera imagen que el viajero tiene de Iruya, como suspendida entre los cerros, hermosa y colonial, con calles empedradas y empinadas, casitas de adobe, piedra y paja. El sol brilla a pleno. Los paisajes de Iruya no se parecen a los de ningún otro lugar, sobre todo las imágenes de la iglesia, del siglo XVII, y de La Cruz, donde la panorámica es impactante. En los alrededores surgen escenarios ideales para hacer cabalgatas, travesías en 4x4, trekking y safaris fotográficos. También se puede hacer una caminata de 4 km hasta los pueblitos San Isidro y San Juan y conocer las ruinas de Titiconte.
INFORMACION
En Buenos Aires, Casa de Jujuy, Santa Fe 967, 4394-3012/2295.
En Jujuy, (0388) 422-1325/6.
turismo@jujuy.gov.ar
www.turismo.jujuy.gov.ar.
Entre la capital jujeña y Humahuaca, siguiendo la línea de la ruta 9 se atraviesan algunos de los paisajes más coloridos y conmovedores del Noroeste argentino.
Se trata, sin duda, de un viaje iniciático, porque ya nada será igual después de conocerla. La Quebrada de Humahuaca recorre más de 100 kilómetros de valles y montañas de Jujuy, con alturas que oscilan entre los 2.000 y los 4.000 metros, atravesados por el cauce del Río Grande y rodeados de cerros multicolores, pequeños pueblos perdidos en medio de la mayor desolación y diez mil años de historia. Desde el corazón de esta región –la ciudad de Humahuaca– hasta el poblado de Volcán, la ruta 9 atraviesa largos kilómetros de la más pura soledad, un derroche de belleza apenas interrumpido por algún rebaño de llamas cuidadas desde lejos por su pastor, un lugareño que pasa en bicicleta o a caballo, o una lejana mancha de color que indica que allí hay una capilla o un cementerio.
Uquía, Huacalera, Tilcara, Maimará, Posta de Hornillos, Purmamarca y Tumbaya aparecen a la vera del camino como un prodigio, para contar la historia del más lejano y profundo pasado indígena, conservado entre los restos de centenarios pucarás, antigales y pinturas rupestres.
Ubicada a unos 130 kilómetros al norte de San Salvador de Jujuy, en el extremo más alejado de la quebrada y a casi 3.000 metros de altura, Humahuaca es el lugar perfecto para hacer base y recorrer la zona, no solamente el circuito de la quebrada sino también la Puna y algunos lugares de la provincia de Salta.
Es un pueblo de calles angostas y empedradas, iluminadas por farolitos de hierro que parecen haber sobrevivido desde los tiempos de la colonia. Las casas son de adobe y parecen brotar de la aridez del suelo. Además de perderse un buen rato en las callecitas, hay otros dos clásicos de Humahuaca que ningún viajero deberá obviar: la figura articulada de San Francisco Solano, que sale del Cabildo a las 12 en punto del mediodía para impartir su bendición sobre los presentes, y la subida al Monumento a los Héroes de la Independencia, desde donde se tiene una vista maravillosa del casco histórico, las montañas rodeando todo y la postal extraña y sobrecogedora de los cardones, testigos mudos de la historia y la cultura norteñas.
Muchos turistas se quedan en Humahuaca sólo un par de horas, aunque lo ideal es dedicarle algunos días para caminar a gusto y disfrutar de los encuentros en la plaza central, donde se congregan los artesanos y las “cholas” con una pila de sombreros sobre sus cabezas, una postal típica. El Carnaval es –junto con el de Tilcara– uno de los más coloridos de la Argentina: se trata de nueve días de fiesta y ritos populares en las calles, con máscaras y disfraces, y los niños y adultos bailando y cantando al ritmo de los instrumentos típicos: erkes, charangos y bombos. La felicidad y la bebida corren por igual.
Si bien ya pasó y habrá que esperar al 2014, otro momento mágico que vale la pena mencionar se produce cada 2 de febrero, cuando fuegos artificiales iluminan el cielo de Humahuaca para anunciar la llegada del día dedicado a honrar a la virgen de la Candelaria, patrona del pueblo. La procesión, coronada de flores, recorre el pueblo vivada y cantada por los devotos, que participan de los festejos populares, las danzas rituales –como el popular baile del torito– y los puestos callejeros con delicias de la cocina del Noroeste, como empanadas de carne de llama, papas andinas, dulce de cayote.
Si hay resto para seguir con la fiesta musical y gastronómica, la noche es el momento indicado para conocer la peña y restaurante de Fortunato Ramos, una de las mejores de la región.
Hora de bajar
Tilcara espera a unos 40 kilómetros retomando hacia el sur, pero antes de llegar, la ruta pasa por Uquía, con su iglesia de arquitectura típica del altiplano, que conserva “Los ángeles arcabuceros”, una obra que es un ícono medieval de la región.
Después de atravesar Huacalera, se llega por fin a Tilcara. Se ingresa en el pueblo después de cruzar un puente sobre el río Grande, que durante casi todo el año está tan seco como el paisaje, aunque en verano llega algo de lluvia y reaparece el agua. Todo es conmovedor: las casitas de adobe, la música que asoma en las calles de tierra, la presencia eterna de las montañas, la plaza central con su feria de artesanías, los restaurantes, el silencio pueblerino, el agite de las noches y las peñas memorables. Pero especialmente se destaca la amabilidad de la gente, con el andar y el decir calmos, como viviendo en otro ritmo y otro tiempo, permanentemente ofrendando rituales a la Pachamama y, a la vez, todos los servicios al alcance de los turistas.
A un kilómetro al sur del pueblo se alza el Pucará, un asentamiento fortificado hace siglos y capital arqueológica de la Quebrada. Para subir y recorrerlo hay que pedir permiso a las almas de los antiguos pobladores, y está bien, porque la experiencia es potente, no sólo por los vestigios vivos de la cultura de los ancestros omaguacas sino también por el inmenso paisaje, con un silencio milenario apenas interrumpido por el rugido del viento que no deja de soplar entre los cardones.
Desde el Pucará se llega a ver la extraña formación montañosa multicolor “La paleta del pintor”, a cuyos pies se encuentra el vecino pueblo de Maimará, en el camino a Purmamarca. Vale la pena detenerse un momento en la entrada del pueblo y apreciar uno de los más antiguos cementerios de la región, lleno de flores y colores, y construido en altura para que los muertos estén más cerca de la divinidad. En Maimará también se puede visitar una bodega de vinos de altura y la histórica finca La Posta de Hornillos.
El gran cerro
A menos de 30 kilómetros de Tilcara, tras una hilera de árboles aparece una imagen que quita el aliento: es Purmamarca, al pie del cerro de los Siete Colores, de una belleza imponente. En realidad, son más de siete los colores que embellecen esta montaña que brilla al sol con distintas tonalidades de rojo, violeta, rosado, turquesa, verde, ocre, amarillo, celeste, gris y blanco. Se puede admirar, por ejemplo, desde el Camino de los Colorados.
Incluso con esa presencia impactante, Purmamarca es más que su emblemático cerro. El pueblo, fundado a fines del siglo XVI, es pequeño, con calles de tierra en subida, casas con puertas angostas y una plaza central ocupada por puestos de artesanos que ofrecen ponchos y telares.
La iglesia de Purmamarca conserva sus viejos muros de adobe y carpintería de cardón. Hay arboledas frondosas (se agradecen en el mediodía de la quebrada, cuando el sol golpea como un latigazo), aunque ninguna sombra se compara con la del viejo algarrobo, un ejemplar milenario con un tronco desmesurado, que fue testigo de buena parte de la historia del Noroeste. Se dice que bajo su sombra descansó Manuel Belgrano.
Camino al límite internacional con Chile, por la ruta 52, desde Purmamarca, después de atravesar las cornisas de la serpenteante Cuesta de Lipán, se llega a las deslumbrantes Salinas Grandes, un mar de sal que genera un inabarcable desierto blanco, como si se tratara de un esbozo del fin del mundo.
Volviendo otra vez a la quebrada, todavía quedan Tumbaya (reposada en su antigua iglesia y su paz incomparable) y Volcán, el último punto de un recorrido que se parece a los sueños.
IMPERDIBLE
Iruya, colgada de los cerros
A Iruya, un pintoresco poblado de Salta, sólo se llega desde Jujuy. Hay que tomar un colectivo en Humahuaca, cruzar el límite interprovincial por un camino de montaña y viajar unas tres horas y media, entre subidas, bajadas, cuestas en zigzag y grandes alturas, donde los viajeros locales rinden culto a la Pachamama. Todo el camino es impactante, pero nada se compara con la primera imagen que el viajero tiene de Iruya, como suspendida entre los cerros, hermosa y colonial, con calles empedradas y empinadas, casitas de adobe, piedra y paja. El sol brilla a pleno. Los paisajes de Iruya no se parecen a los de ningún otro lugar, sobre todo las imágenes de la iglesia, del siglo XVII, y de La Cruz, donde la panorámica es impactante. En los alrededores surgen escenarios ideales para hacer cabalgatas, travesías en 4x4, trekking y safaris fotográficos. También se puede hacer una caminata de 4 km hasta los pueblitos San Isidro y San Juan y conocer las ruinas de Titiconte.
INFORMACION
En Buenos Aires, Casa de Jujuy, Santa Fe 967, 4394-3012/2295.
En Jujuy, (0388) 422-1325/6.
turismo@jujuy.gov.ar
www.turismo.jujuy.gov.ar.
ARGENTINA; TUCUMAN: Circuito chico.
Serranías que enamoran
Un paseo que combina los seductores paisajes del Circuito Chico tucumano con el legado que dejó, en la región, el gran poeta y compositor Atahualpa Yupanqui.
Por avenida Mate de Luna hacia al oeste, el camino se va haciendo verde. A la altura de la Maternidad de Tucumán, quedan las flores lilas de algunos lapachos. Después de pasar una rotonda, se llega a Yerba Buena. Pegada a San Miguel de Tucumán, es una de las localidades que más creció en el norte en el último lustro. Fue el lugar para pasar el fin de semana que elegían las familias acomodadas del norte y hoy es una ciudad pujante, repleta de bares, restaurantes, boliches y tiendas de ropa. También es la puerta de entrada al Circuito Chico de la provincia de Tucumán, que combina sierras y selva a pocos kilómetros de la capital provincial.
El auto recorre el primer tramo de los 80 km que se extiende el trayecto. La temperatura, bastante elevada en el verano tucumano, va bajando a los pocos minutos. Y aparecen los primeros árboles. Primero algunos molles, luego lapachos, jacarandás y laureles.
A partir del km 15, después de pasar la Comisaría de El Paraíso, comienza el camino de cornisa, con muchas curvas y bosques. Algunos metros más allá, llega el primer gran balcón con vista a la ciudad. Se alcanza a observar Tafí Viejo y San Pablo, con la enorme estructura de su ingenio. A los pocos minutos, uno se da cuenta de la razón que tenía Atahualpa Yupanqui al haberse enamorado de este lugar. O Rolando “El Chivo” Valladares, cuando escribió “me voy a los cerros altos, pa’ ver si se apuna el dolor…”.
A lo largo de la subida aparecen otros miradores, algunos con asadores y mesas para el picnic. La escultura de El Cristo Redentor, del artista tucumano Juan Carlos Iramaín, es uno de los puntos más altos del paseo, en la cumbre del cerro San Javier. De noche, iluminada, la escultura se ve desde la ciudad. La vista es impactante.
La siguiente parada es Villa Nougués, a 1.350 metros sobre el nivel del mar. A principios del siglo XX, el entonces gobernador y empresario azucarero Luis Nougués fundó el pueblo con su nombre. El diseño es una recreación del pueblo francés del que provenían los Nougués. En el medio se levanta la iglesia de 1918. Y una sucesión de caminos empinados, combinados con senderos, hortensias y gladiolos.
Siguiendo hacia el norte se llega a la villa veraniega San Javier. Una buena opción para almorzar allí o pasar la noche es el moderno hotel Sol San Javier, con 80 hectáreas cubiertas de jardines y parques, canchas de vóley, tenis, fútbol y paddle. Pero el gran espectáculo lo brinda la naturaleza: la galería es un gran balcón con vistas magníficas de la ciudad.
Desde el cielo
A sólo unos minutos de viaje –una excursión que ofrece el hotel–, en Loma Bola hay una rampa que se utiliza para hacer parapente. Un vuelo de bautismo puede ser una excelente experiencia para amantes de la adrenalina. O el plan puede reducirse a sentarse en ese balcón natural y contemplar el verde y el cielo, lleno de parapentes de colores.
Para seguir el viaje se puede salir a la ruta 9, empalmar con la ruta 341 y conocer la localidad de Raco. “En mi pago de Raco, en el campo de la zanja / cuando se siembran penas, se cosecha esperanza”, escribió Yupanqui en “La raqueña”. El músico y poeta nacido en Pergamino vivió más de 15 años en estas tierras y su recuerdo se mantiene presente en un monumento que lo homenajea en las calles del pueblo que llevan los títulos de sus canciones. Suaves lomadas, bosques y ríos cristalinos son una invitación para recorrer el lugar. A pie, en bicicleta o cabalgando, como hacía “Don Ata”. La casa de San Pedro de Raco, la estancia de Sauce Yaco y la casona de Villa Elvira son puntos obligados en el poblado.
A 10 kilómetros de Raco, El Siambón maravilla con su monasterio de piedra Cristo Rey, construido en los años 50. Allí los monjes benedictinos fabrican quesos y dulces. Quien busque paz puede hospedarse en las habitaciones que alquilan los religiosos. Desde esos modestos cuartos se aprecia la alfombra verde del paisaje y las montañas. El silencio, en algún momento de la noche, puede ser perfecto.
Desde aquí parten algunas cabalgatas guiadas y paseos hacia El Nogalito, lugar encantador para los aficionados al campamentismo, a 10 km de la villa. Está rodeado por los ríos Grande –al norte– y Duraznillo –al sur– y luce salpicado por innumerables vertientes y quebradas. Los que gustan de la aventura pueden hacer otra cabalgata de cuatro horas hacia la montaña Mala Mala.
Quedan por observar la fauna extraordinaria de la zona (conserva la mayor cantidad de tapires de América Latina), visitar el antiguo ingenio San Pablo –convertido en una moderna universidad–, disfrutar de la Reserva Provincial Aguas Chiquitas y probar suerte en los campos de golf de El Siambón, además de hacer una parada en el bosque que rodea el dique El Cadillal. En la selva tucumana, los días se harán cortos e intensos. No será fácil olvidar esos paisajes que Yupanqui inmortalizó en sus versos.
INFORMACION
En Bs. As., Casa de Tucumán: Suipacha 140, 4322-0010.
En Tucumán: (0381) 430-3644; informes@tucumanturismo.gov.ar; www.tucumanturismo.gov.ar
ARGENTINA: BARILOCHE:Sabores, naturaleza y aventura
Sabores, naturaleza y aventura en Bariloche
Una selección de sitios y actividades imperdibles que definen la esencia de este clásico de la Patagonia oeste.
Bariloche, entre el azul del Nahuel Huapi y los nevados cordilleranos / Emprotur Bariloche
A veces los amores nos hacen felices. Nos hace feliz el amor al chocolate cuando lo comemos y el amor a la bicicleta cuando pedaleamos por todas partes. También el amor a los paisajes gloriosos cuando los contemplamos o los caminamos, trepamos o navegamos y el amor a la amistad cuando nos juntamos y celebramos con los amigos. Todos esos amores están en el Parque Nacional Nahuel Huapi y en la ciudad que alberga, San Carlos de Bariloche, en Río Negro.
Rafting en el Manso inferior
La emoción comienza con los nervios que ya se sienten a la mañana, esperando al vehículo que nos alejará 100 kilómetros de Bariloche por la ruta 40. En el camino se comparte el mate y se charla con los guías, que van indicando lo que vemos a los costados: los lagos Gutiérrez, Mascardi, Guillelmo, Martín y Steffen, y la laguna Huala-Hue. El río Manso marca uno de los límites del Parque Nacional Nahuel Huapi. Es un río que alterna en su curso rápidos vertiginosos y aguas planchadas.
La primera hora del recorrido es de paz y contemplación flotando en un agua fascinantemente turquesa, que viaja entre cipreses, maitenes, arrayanes, coihues. Se descubren un martín pescador, aves desconocidas de nuestra Patagonia y se oye el chapotear constante del agua.
Una hora después, esta terapia termina con los primeros rápidos. Con el sucundún empieza la diversión. Los guías gritan como vikingos para que los tripulantes remen con todas sus fuerzas por los rápidos Uvasal, Banda de Billar y el Diente de Hipopótamo. A veces les ordenan que levanten los remos y van advirtiendo los peligros. Cuando se llega al gran desafío de la Roca Magnética, el sol castiga fuerte y bajo el piso del raft se percibe, con susto, la dureza de las piedras. La velocidad se hace vertiginosa, el agua fría salpica y moja el cuerpo caliente.
En el final, los guías felicitan por la labor cumplida y los chicos festejan, sin saber que se están guardando una aventura brillante para el resto de sus vidas. En el epílogo, un chapuzón refrescante donde el Manso se une con el Villegas. Una jornada inolvidable.
Alegría en cervecería Blest
Si Cuyo es el terruño del vino, Bariloche es el polo patagónico de la cerveza artesanal argentina. En más de 20 cervecerías sube la espuma agitada por la tradición alemana y la entusiasta vocación cervecera de la juventud en vacaciones. El establecimiento pionero es Blest, en el km 11,6 de la avenida Bustillo. Día tras día, un río de fans transforman esta fábrica y taberna en una suerte de Oktoberfest permanente.
Con profesional aptitud artesanal, los dueños explican el proceso de fabricación de la cerveza en base a lúpulo, cebada, levaduras y agua de montaña; cuentan cómo construyeron la planta y la dicha que sintieron al producir las primeras pilsen, cuando no era fácil comprar botellas y se pasaban horas diseñando las tapas y las etiquetas. Relatan cómo llegaron a abastecer a restaurantes y hoteles de Bariloche y Villa La Angostura, y cuán felices los hace ver la felicidad de la nutrida clientela de hoy. Gente de todas partes que llega a degustar las cervezas pilsen, bock, stout, scotch ale y de frambuesa.
Afuera hay un pequeño camión repartidor de 1929, cuyas puertas y ventanas están decoradas con plantas de lúpulo y, el interior, revestido de antiguos y vistosos objetos y de miles de posavasos en que los visitantes marcan su “yo estuve aquí” y luego pegan en paredes y techos.
Junto con las cervezas surge –como de un cuerno de la abundancia– un banquete de fiambres de jabalí, ciervo, cordero, quesos, pizzas, chucrut, salchichas, goulash... Con las narices coloradas y las sonrisas imborrables, unos satisfechos comensales nos advierten: “Nunca nos vamos de Bariloche sin pasar por acá, y cada vez que venimos a Bariloche, volvemos”.
La magia del cerro Catedral
El cerro emblemático del esquí en la codillera de los Andes, al llegar el verano ofrece un menú de actividades para disfrutar sus alturas, bosques, laderas, senderos y su porte magnífico.
Para el trekking se han dispuesto circuitos autoguiados que pueden recorrerse como un breve paseo o como una travesía de varias horas, y circuitos guiados desde Punta Princesa hacia el filo del cerro Catedral.
También se pueden hacer breves cabalgatas por la base, que llegan hasta lugares con vistas magníficas de la hermosa Villa Catedral. Paseos más largos salen de la base hasta el mirador del Chapelquito, en el sector norte de la montaña. Las vistas al Nahuel Huapi, desde allí, obligan al estado de contemplación.
La mountain bike debería haberse inventado para recorrer el cerro Catedral. Se ha trazado un bike park con diferentes niveles de dificultad para principiantes, intermedios y avanzados, e incluye desafiantes estructuras de madera que permiten hacer un recorrido entre puentes, saltos y peraltes, que funcionan engarzados con los accidentes naturales de la montaña.
Para la adrenalina y la destreza, el mountain board es una propuesta ideal. Es una tabla de skate con ruedas de goma, que ofrece buena estabilidad en terrenos complicados. Los instructores enseñan y proveen de tabla, rodillera, casco, muñequera y guantes. Los expertos descienden desde la punta de Amancay hasta la base.
El turista bacán se deja llevar a la cima del cerro en la telecabina Amancay y la telesilla Diente de Caballo. El cómodo ascenso es inolvidable, flotando frente a la Cordillera de los Andes, los lagos, el cerro Tronador y la estepa. Cuando llega a los paradores La Roca o Punta Princesa, uno podrá dejar que el sol patagónico lo bañe y el mejor aire del planeta le llene los pulmones, al tiempo que saborea una trucha de los alrededores o una taza de chocolate.
Sabores en Alto el Fuego
La buena calidad puede darse el lujo de incurrir en la modestia. Alto el Fuego es un restaurante nuevo en el centro de Bariloche. No está envuelto en ampulosidades. Su menú sólo ofrece truchas y carne a la parrilla, pero es una de las mejores carnes de Bariloche. Se trata de una simple casa –hermosísima, en las alturas, desde donde se ve la ciudad y, más allá, el lago. Sólo atienden Matías, el creador, y los mozos. Se siente una calidez familiar.
La casa es un pequeño recinto íntimo y pacífico en medio del ajetreo turístico. Sus paredes de madera conservan el espíritu de la Patagonia de primera mitad del siglo XX, cuando fue construida. Matías entendió el valor cultural de aquellas construcciones y emprendió con la Comisión de Patrimonio la adaptación para convertir esta casa en restaurante. De esta manera, almorzar o cenar allí es viajar a aquella época pionera, cuando la tranquilidad era paz y el mundo era más simple y más lindo.
De la propuesta gastronómica se destacan la parrilla y una cava de vinos impecable, junto a un salón exclusivo, que los grupos grandes pueden reservar. Los clientes se llevan una última sorpresa agradable cuando reciben la cuenta y comprueban que los precios han sido muy amables.
Si pregunta cómo llegar al refugio de Laguna Negra (nuestro próximo imperdible), recibirá información precisa y recomendaciones atinadas.
Refugio Laguna Negra
Convertirnos en montañistas por unos días nos deparará la energía y libertad de ascender sin otra fuerza que la del cuerpo. Una alternativa es trepar a los refugios del Club Andino Bariloche. No es un paseíto por el jardín, pero el premio es suculento: ser parte de paisajes portentosos, ganar un reconfortante estado de paz mental y vencer un desafío arduo.
Partiendo de Colonia Suiza, es un trekking de cinco horas que los chicos también pueden hacer, muy bien señalizado (hay que registrarse en el Club Andino), de 14 kilómetros por un bosque de coihues gigantes junto a un arroyo, luego atravesando un mallín frente a cerros inmensos y, más tarde, por la ladera de una montaña. Se ha entablado con la montaña una relación personal cuando al fin se llega al refugio, que está al borde de una laguna misteriosa, en el fondo de un cono hecho de montañas desnudas.
En el refugio se puede merendar y cenar e, inevitablemente, se traba amistad con otros caminantes y montañistas apasionados, gente afable. Hay lugar para dormir en el refugio o en carpa. Alguna vez en la vida hay que hacer este camino al cielo.
El mundo del chocolate
Las chocolaterías son los locales comerciales más fabulosos de Bariloche. Visitarlas es un tour por el buen gusto, la vivacidad y la seducción del chocolate a través de decorados que compiten en calidad de diseño. El local de Mamuschka (Mitre y Rolando) tiene una decoración en perfecto estilo de las matrioschkas , con rojo dominante y apliques verde, amarillo y azul, y gruesos contornos negros. Es finamente naïf y uno allí se siente comiendo chocolate dentro de una de esas muñecas que se guardan dentro de otras.
Con ambientación elegante que sugiere un chocolate finísimo, Rapa Nui hereda lo que inició el turinés Aldo Fenoglio con las recetas que trajo desde los Alpes. En el local de Mitre y Villegas las formas embelesadoras del chocolate derretido sirven al art decó, con un fondo de texturas y colores de las cajas de bombones.
En todos los locales de Abuela Goye recibe la mismísima abuela, con su pelo blanco, lentes, su vestido celeste y su sonrisa buena. La rusticidad alpina hace los lugares tan acogedores que se siente una cálida familiaridad. Las frutas que rellenan los chocolates y se ofrecen en dulces y helados, son cultivadas en la zona por la misma chocolatería. El local del cerro Catedral tiene una magnífica vista a las montañas.
Chocolates del Turista presenta salones vastísimos. El de la calle Mitre es un Disneyworld que produce el júbilo chocolatero de los niños (frente al chocolate todos somos niños), con una fiesta inacabable de chocolates en todas las formas y presentaciones.
Y frente al Nahuel Huapi (Panozzi y J. M. de Rosas), Frantom exhibe, en vivo, la elaboración de este dulce. Una guía explica cómo un maestro chocolatero está preparando, en un pulcro recinto, el chocolate en rama que nos llevaremos en un rato.
La vecina Villa La Angostura
El límite interprovincial no se percibe en el viaje de poco más de 80 km desde Bariloche a Villa La Angostura, Neuquén. La visita vale la pena, en especial si el plan es pedalear (también podría ser a pie, claro) por subidas y bajadas, terrenos húmedos, caminos quebrados y hasta cornisas, entre árboles milenarios y por la costa del lago Nahuel Huapi, hasta llegar a uno de los bosques más extraños y hermosos del mundo: el de arrayanes.
Desde Bahía Mansa, el puerto de Villa La Angostura, hay que tomar el camino que atraviesa la Península de Quetrihué, cuyo punto cúlmine es el famoso bosque. El sendero se inmiscuye por el fresco mundo de estos coloridos árboles. Es un lugar cerrado; el techo son las altas copas de los coihues. El silencio absoluto sólo es quebrado por los gorjidos de los pájaros, espíritu del bosque.
Se cruza un arroyo, que será la única fuente de agua hasta la llegada, y luego se alcanza el borde de la laguna Patagua. Los primeros arrayanes aparecen en los prados verdes. El ciclista veloz podrá demostrar que también sabe andar con la pausa necesaria para admirar uno de los lugares más especiales de la Patagonia.
La exigencia de la travesía es media. Son 24 kilómetros entre la ida y la vuelta (por el mismo sendero), en un tiempo total de tres horas, si se va en bicicleta.
Cuando por fin se llega al Bosque de Arrayanes se dejan las bicis y, por las pasarelas de madera, se camina a través de un lugar de alucinación vegetal, infinito recinto anaranjado con una luz única. Allí se aprende que cada uno de esos árboles de troncos retorcidos y de tres siglos de edad es un ser único y, el bosque, un lugar sagrado.
INFORMACION
Tel. (0294) 4422484 – 4431484
info@barilochepatagonia.info
San Martín 662 6º piso, San Carlos de Bariloche
www.barilochepatagonia
www.cervezablest.com.ar
www.chocolatesdelturista.com
www.abuelagoye.com
www.chocolatesrapanui.com.ar
www.mamuschka.com
www.chocolatesfrantom.com.ar
www.catedralaltapatagonia.com
Una selección de sitios y actividades imperdibles que definen la esencia de este clásico de la Patagonia oeste.
Bariloche, entre el azul del Nahuel Huapi y los nevados cordilleranos / Emprotur Bariloche
A veces los amores nos hacen felices. Nos hace feliz el amor al chocolate cuando lo comemos y el amor a la bicicleta cuando pedaleamos por todas partes. También el amor a los paisajes gloriosos cuando los contemplamos o los caminamos, trepamos o navegamos y el amor a la amistad cuando nos juntamos y celebramos con los amigos. Todos esos amores están en el Parque Nacional Nahuel Huapi y en la ciudad que alberga, San Carlos de Bariloche, en Río Negro.
Rafting en el Manso inferior
La emoción comienza con los nervios que ya se sienten a la mañana, esperando al vehículo que nos alejará 100 kilómetros de Bariloche por la ruta 40. En el camino se comparte el mate y se charla con los guías, que van indicando lo que vemos a los costados: los lagos Gutiérrez, Mascardi, Guillelmo, Martín y Steffen, y la laguna Huala-Hue. El río Manso marca uno de los límites del Parque Nacional Nahuel Huapi. Es un río que alterna en su curso rápidos vertiginosos y aguas planchadas.
La primera hora del recorrido es de paz y contemplación flotando en un agua fascinantemente turquesa, que viaja entre cipreses, maitenes, arrayanes, coihues. Se descubren un martín pescador, aves desconocidas de nuestra Patagonia y se oye el chapotear constante del agua.
Una hora después, esta terapia termina con los primeros rápidos. Con el sucundún empieza la diversión. Los guías gritan como vikingos para que los tripulantes remen con todas sus fuerzas por los rápidos Uvasal, Banda de Billar y el Diente de Hipopótamo. A veces les ordenan que levanten los remos y van advirtiendo los peligros. Cuando se llega al gran desafío de la Roca Magnética, el sol castiga fuerte y bajo el piso del raft se percibe, con susto, la dureza de las piedras. La velocidad se hace vertiginosa, el agua fría salpica y moja el cuerpo caliente.
En el final, los guías felicitan por la labor cumplida y los chicos festejan, sin saber que se están guardando una aventura brillante para el resto de sus vidas. En el epílogo, un chapuzón refrescante donde el Manso se une con el Villegas. Una jornada inolvidable.
Alegría en cervecería Blest
Si Cuyo es el terruño del vino, Bariloche es el polo patagónico de la cerveza artesanal argentina. En más de 20 cervecerías sube la espuma agitada por la tradición alemana y la entusiasta vocación cervecera de la juventud en vacaciones. El establecimiento pionero es Blest, en el km 11,6 de la avenida Bustillo. Día tras día, un río de fans transforman esta fábrica y taberna en una suerte de Oktoberfest permanente.
Con profesional aptitud artesanal, los dueños explican el proceso de fabricación de la cerveza en base a lúpulo, cebada, levaduras y agua de montaña; cuentan cómo construyeron la planta y la dicha que sintieron al producir las primeras pilsen, cuando no era fácil comprar botellas y se pasaban horas diseñando las tapas y las etiquetas. Relatan cómo llegaron a abastecer a restaurantes y hoteles de Bariloche y Villa La Angostura, y cuán felices los hace ver la felicidad de la nutrida clientela de hoy. Gente de todas partes que llega a degustar las cervezas pilsen, bock, stout, scotch ale y de frambuesa.
Afuera hay un pequeño camión repartidor de 1929, cuyas puertas y ventanas están decoradas con plantas de lúpulo y, el interior, revestido de antiguos y vistosos objetos y de miles de posavasos en que los visitantes marcan su “yo estuve aquí” y luego pegan en paredes y techos.
Junto con las cervezas surge –como de un cuerno de la abundancia– un banquete de fiambres de jabalí, ciervo, cordero, quesos, pizzas, chucrut, salchichas, goulash... Con las narices coloradas y las sonrisas imborrables, unos satisfechos comensales nos advierten: “Nunca nos vamos de Bariloche sin pasar por acá, y cada vez que venimos a Bariloche, volvemos”.
La magia del cerro Catedral
El cerro emblemático del esquí en la codillera de los Andes, al llegar el verano ofrece un menú de actividades para disfrutar sus alturas, bosques, laderas, senderos y su porte magnífico.
Para el trekking se han dispuesto circuitos autoguiados que pueden recorrerse como un breve paseo o como una travesía de varias horas, y circuitos guiados desde Punta Princesa hacia el filo del cerro Catedral.
También se pueden hacer breves cabalgatas por la base, que llegan hasta lugares con vistas magníficas de la hermosa Villa Catedral. Paseos más largos salen de la base hasta el mirador del Chapelquito, en el sector norte de la montaña. Las vistas al Nahuel Huapi, desde allí, obligan al estado de contemplación.
La mountain bike debería haberse inventado para recorrer el cerro Catedral. Se ha trazado un bike park con diferentes niveles de dificultad para principiantes, intermedios y avanzados, e incluye desafiantes estructuras de madera que permiten hacer un recorrido entre puentes, saltos y peraltes, que funcionan engarzados con los accidentes naturales de la montaña.
Para la adrenalina y la destreza, el mountain board es una propuesta ideal. Es una tabla de skate con ruedas de goma, que ofrece buena estabilidad en terrenos complicados. Los instructores enseñan y proveen de tabla, rodillera, casco, muñequera y guantes. Los expertos descienden desde la punta de Amancay hasta la base.
El turista bacán se deja llevar a la cima del cerro en la telecabina Amancay y la telesilla Diente de Caballo. El cómodo ascenso es inolvidable, flotando frente a la Cordillera de los Andes, los lagos, el cerro Tronador y la estepa. Cuando llega a los paradores La Roca o Punta Princesa, uno podrá dejar que el sol patagónico lo bañe y el mejor aire del planeta le llene los pulmones, al tiempo que saborea una trucha de los alrededores o una taza de chocolate.
Sabores en Alto el Fuego
La buena calidad puede darse el lujo de incurrir en la modestia. Alto el Fuego es un restaurante nuevo en el centro de Bariloche. No está envuelto en ampulosidades. Su menú sólo ofrece truchas y carne a la parrilla, pero es una de las mejores carnes de Bariloche. Se trata de una simple casa –hermosísima, en las alturas, desde donde se ve la ciudad y, más allá, el lago. Sólo atienden Matías, el creador, y los mozos. Se siente una calidez familiar.
La casa es un pequeño recinto íntimo y pacífico en medio del ajetreo turístico. Sus paredes de madera conservan el espíritu de la Patagonia de primera mitad del siglo XX, cuando fue construida. Matías entendió el valor cultural de aquellas construcciones y emprendió con la Comisión de Patrimonio la adaptación para convertir esta casa en restaurante. De esta manera, almorzar o cenar allí es viajar a aquella época pionera, cuando la tranquilidad era paz y el mundo era más simple y más lindo.
De la propuesta gastronómica se destacan la parrilla y una cava de vinos impecable, junto a un salón exclusivo, que los grupos grandes pueden reservar. Los clientes se llevan una última sorpresa agradable cuando reciben la cuenta y comprueban que los precios han sido muy amables.
Si pregunta cómo llegar al refugio de Laguna Negra (nuestro próximo imperdible), recibirá información precisa y recomendaciones atinadas.
Refugio Laguna Negra
Convertirnos en montañistas por unos días nos deparará la energía y libertad de ascender sin otra fuerza que la del cuerpo. Una alternativa es trepar a los refugios del Club Andino Bariloche. No es un paseíto por el jardín, pero el premio es suculento: ser parte de paisajes portentosos, ganar un reconfortante estado de paz mental y vencer un desafío arduo.
Partiendo de Colonia Suiza, es un trekking de cinco horas que los chicos también pueden hacer, muy bien señalizado (hay que registrarse en el Club Andino), de 14 kilómetros por un bosque de coihues gigantes junto a un arroyo, luego atravesando un mallín frente a cerros inmensos y, más tarde, por la ladera de una montaña. Se ha entablado con la montaña una relación personal cuando al fin se llega al refugio, que está al borde de una laguna misteriosa, en el fondo de un cono hecho de montañas desnudas.
En el refugio se puede merendar y cenar e, inevitablemente, se traba amistad con otros caminantes y montañistas apasionados, gente afable. Hay lugar para dormir en el refugio o en carpa. Alguna vez en la vida hay que hacer este camino al cielo.
El mundo del chocolate
Las chocolaterías son los locales comerciales más fabulosos de Bariloche. Visitarlas es un tour por el buen gusto, la vivacidad y la seducción del chocolate a través de decorados que compiten en calidad de diseño. El local de Mamuschka (Mitre y Rolando) tiene una decoración en perfecto estilo de las matrioschkas , con rojo dominante y apliques verde, amarillo y azul, y gruesos contornos negros. Es finamente naïf y uno allí se siente comiendo chocolate dentro de una de esas muñecas que se guardan dentro de otras.
Con ambientación elegante que sugiere un chocolate finísimo, Rapa Nui hereda lo que inició el turinés Aldo Fenoglio con las recetas que trajo desde los Alpes. En el local de Mitre y Villegas las formas embelesadoras del chocolate derretido sirven al art decó, con un fondo de texturas y colores de las cajas de bombones.
En todos los locales de Abuela Goye recibe la mismísima abuela, con su pelo blanco, lentes, su vestido celeste y su sonrisa buena. La rusticidad alpina hace los lugares tan acogedores que se siente una cálida familiaridad. Las frutas que rellenan los chocolates y se ofrecen en dulces y helados, son cultivadas en la zona por la misma chocolatería. El local del cerro Catedral tiene una magnífica vista a las montañas.
Chocolates del Turista presenta salones vastísimos. El de la calle Mitre es un Disneyworld que produce el júbilo chocolatero de los niños (frente al chocolate todos somos niños), con una fiesta inacabable de chocolates en todas las formas y presentaciones.
Y frente al Nahuel Huapi (Panozzi y J. M. de Rosas), Frantom exhibe, en vivo, la elaboración de este dulce. Una guía explica cómo un maestro chocolatero está preparando, en un pulcro recinto, el chocolate en rama que nos llevaremos en un rato.
La vecina Villa La Angostura
El límite interprovincial no se percibe en el viaje de poco más de 80 km desde Bariloche a Villa La Angostura, Neuquén. La visita vale la pena, en especial si el plan es pedalear (también podría ser a pie, claro) por subidas y bajadas, terrenos húmedos, caminos quebrados y hasta cornisas, entre árboles milenarios y por la costa del lago Nahuel Huapi, hasta llegar a uno de los bosques más extraños y hermosos del mundo: el de arrayanes.
Desde Bahía Mansa, el puerto de Villa La Angostura, hay que tomar el camino que atraviesa la Península de Quetrihué, cuyo punto cúlmine es el famoso bosque. El sendero se inmiscuye por el fresco mundo de estos coloridos árboles. Es un lugar cerrado; el techo son las altas copas de los coihues. El silencio absoluto sólo es quebrado por los gorjidos de los pájaros, espíritu del bosque.
Se cruza un arroyo, que será la única fuente de agua hasta la llegada, y luego se alcanza el borde de la laguna Patagua. Los primeros arrayanes aparecen en los prados verdes. El ciclista veloz podrá demostrar que también sabe andar con la pausa necesaria para admirar uno de los lugares más especiales de la Patagonia.
La exigencia de la travesía es media. Son 24 kilómetros entre la ida y la vuelta (por el mismo sendero), en un tiempo total de tres horas, si se va en bicicleta.
Cuando por fin se llega al Bosque de Arrayanes se dejan las bicis y, por las pasarelas de madera, se camina a través de un lugar de alucinación vegetal, infinito recinto anaranjado con una luz única. Allí se aprende que cada uno de esos árboles de troncos retorcidos y de tres siglos de edad es un ser único y, el bosque, un lugar sagrado.
INFORMACION
Tel. (0294) 4422484 – 4431484
info@barilochepatagonia.info
San Martín 662 6º piso, San Carlos de Bariloche
www.barilochepatagonia
www.cervezablest.com.ar
www.chocolatesdelturista.com
www.abuelagoye.com
www.chocolatesrapanui.com.ar
www.mamuschka.com
www.chocolatesfrantom.com.ar
www.catedralaltapatagonia.com
VIAJEROS: El alma de los Valles Calchaquíes
El alma de los Valles Calchaquíes
Un recorrido geográfico y sentimental por varios destinos salteños.
Por Mariano Carrizo, coplera.
Cerros, ríos, cardones y valles componen el inspirador paisaje de Salta.
Pensar en los Valles Calchaquíes me hace viajar a mi infancia y al vórtice de mi esencia, que es mi canto y mi existencia. Como dice la copla, Yo soy hija de la luna / Nacida del rayo del sol / Hecha con muchas estrellas / Prenda de mucho valor.
Los Valles son como morteros de la tierra y los vallistos levitamos desde su médula, que son sus ríos, sus vientos, escultores de un paisaje que nos atraviesa el alma tallándonos la existencia. Su cielo vive en los ojos de todos los que lo habitamos. Hay menhires, pinturas rupestres, tejidos, la mejor alfarería y las más sabrosas empanadas, masitas, pan casero, cabritos y vinos en cantidades. Casi cada familia tiene su viñedito y cada vino, la textura de cada alma. En los Valles, el vino es espíritu, arte y vida, sobre todo en carnaval, cuando los copleros echan su sed y su alegría en el aguardiente dulce de la tierra.
Para llegar a Cafayate desde Salta capital, la ruta atraviesa la Quebrada de las Conchas, donde el viento y el tiempo se encargaron de tallar esculturas como el sapo, el fraile, el obelisco y hasta un anfiteatro en la panza de la montaña. Y al diablo le talló una garganta, para que en Carnaval le cante su copla al medanal.
Entre Molinos y Seclantás están los mejores ejemplares del poncho colorado de guardas negras, tejido en telar a mano. Cerca de Seclantás, la laguna de Brealito: se dice que es un ojo del mar que a estos cielos viene a espiar. Parece que habita allí una criatura indescriptible. Hay también quien dice haber visto una sirena.
San Carlos, mi pueblo, es la postal que lleva mi canto en su corazón. En la época de independencia fue una ciudad importante, estratégico paso al Alto Perú. Hoy se pueden admirar sus fachadas, sus antiguas construcciones de adobe, sus puertas en ochava. Es tierra de ceramistas, teleros, cesteros, y el 23 de agosto celebra el Día del Tapado (“tapado” le llaman a los tesoros escondidos por curas y hacendados para evitar el rescate por indios y justicieros en épocas de conquista). Cuentan que en la panza del cerro El Zorrito yace uno de los tesoros más grandes de América, y que cazatesoros de todo el mundo vienen y van con aparatos y vaya a saber qué otras cosas buscándolo.
Amblayo tiene los mejores quesos de vaca del país, y en Angastaco, una postal de verde amarillento y silencio profundo, hablan los cerros y los cóndores. Hay un pueblo nuevo y otro viejo, en el que vive muy poca gente y donde las casas de adobe y paja, fueron comidas por el viento.
Venir a los Valles Calchaquíes es llegar a un paraíso que va más allá de lo geográfico; un paraíso donde la tierra, los ríos, los pájaros, la gente, el cielo, nos hablan al oído con las voces de los ancestros, y los ojos del alma se deslumbran con el misterio.
Un recorrido geográfico y sentimental por varios destinos salteños.
Por Mariano Carrizo, coplera.
Cerros, ríos, cardones y valles componen el inspirador paisaje de Salta.
Pensar en los Valles Calchaquíes me hace viajar a mi infancia y al vórtice de mi esencia, que es mi canto y mi existencia. Como dice la copla, Yo soy hija de la luna / Nacida del rayo del sol / Hecha con muchas estrellas / Prenda de mucho valor.
Los Valles son como morteros de la tierra y los vallistos levitamos desde su médula, que son sus ríos, sus vientos, escultores de un paisaje que nos atraviesa el alma tallándonos la existencia. Su cielo vive en los ojos de todos los que lo habitamos. Hay menhires, pinturas rupestres, tejidos, la mejor alfarería y las más sabrosas empanadas, masitas, pan casero, cabritos y vinos en cantidades. Casi cada familia tiene su viñedito y cada vino, la textura de cada alma. En los Valles, el vino es espíritu, arte y vida, sobre todo en carnaval, cuando los copleros echan su sed y su alegría en el aguardiente dulce de la tierra.
Para llegar a Cafayate desde Salta capital, la ruta atraviesa la Quebrada de las Conchas, donde el viento y el tiempo se encargaron de tallar esculturas como el sapo, el fraile, el obelisco y hasta un anfiteatro en la panza de la montaña. Y al diablo le talló una garganta, para que en Carnaval le cante su copla al medanal.
Entre Molinos y Seclantás están los mejores ejemplares del poncho colorado de guardas negras, tejido en telar a mano. Cerca de Seclantás, la laguna de Brealito: se dice que es un ojo del mar que a estos cielos viene a espiar. Parece que habita allí una criatura indescriptible. Hay también quien dice haber visto una sirena.
San Carlos, mi pueblo, es la postal que lleva mi canto en su corazón. En la época de independencia fue una ciudad importante, estratégico paso al Alto Perú. Hoy se pueden admirar sus fachadas, sus antiguas construcciones de adobe, sus puertas en ochava. Es tierra de ceramistas, teleros, cesteros, y el 23 de agosto celebra el Día del Tapado (“tapado” le llaman a los tesoros escondidos por curas y hacendados para evitar el rescate por indios y justicieros en épocas de conquista). Cuentan que en la panza del cerro El Zorrito yace uno de los tesoros más grandes de América, y que cazatesoros de todo el mundo vienen y van con aparatos y vaya a saber qué otras cosas buscándolo.
Amblayo tiene los mejores quesos de vaca del país, y en Angastaco, una postal de verde amarillento y silencio profundo, hablan los cerros y los cóndores. Hay un pueblo nuevo y otro viejo, en el que vive muy poca gente y donde las casas de adobe y paja, fueron comidas por el viento.
Venir a los Valles Calchaquíes es llegar a un paraíso que va más allá de lo geográfico; un paraíso donde la tierra, los ríos, los pájaros, la gente, el cielo, nos hablan al oído con las voces de los ancestros, y los ojos del alma se deslumbran con el misterio.
TURQUIA: CAPADOCIA: En la tierra de las hadas
En la tierra de las hadas
Un viaje a Turquía no es completo si no se visita Capadocia, uno de los sitios más populares del país, ubicado en la región de Anatolia. La zona es un triángulo de unos 200 kilómetros cuadrados entre las poblaciones de Neveshir, Avanos y Urgüp. La erupción de varios volcanes dio origen a las extrañas formaciones rocosas que hicieron famosa a la región, las cuales han sido reconvertidas por los habitantes de la zona en viviendas, iglesias y tiendas, construidas sobre la misma roca. Hay también ciudades subterráneas, utilizadas por los primeros cristianos para protegerse frente a las invasiones y saqueos árabes. Allí llegó a haber hasta 6.000 habitantes. La leyenda de Capadocia señala que hace miles de años convivían en la región los hombres y las hadas, pero una historia de amor entre un hada y un humano hizo que la reina de las hadas decidiera transformar a todas sus súbditas en palomas. Las formaciones rocosas llamadas actualmente "chimeneas de las hadas" son palomares y los habitantes de la región cuidan a las palomas como tributo a las hadas. Los viajes en globo son un clásico en esta región.
Un viaje a Turquía no es completo si no se visita Capadocia, uno de los sitios más populares del país, ubicado en la región de Anatolia. La zona es un triángulo de unos 200 kilómetros cuadrados entre las poblaciones de Neveshir, Avanos y Urgüp. La erupción de varios volcanes dio origen a las extrañas formaciones rocosas que hicieron famosa a la región, las cuales han sido reconvertidas por los habitantes de la zona en viviendas, iglesias y tiendas, construidas sobre la misma roca. Hay también ciudades subterráneas, utilizadas por los primeros cristianos para protegerse frente a las invasiones y saqueos árabes. Allí llegó a haber hasta 6.000 habitantes. La leyenda de Capadocia señala que hace miles de años convivían en la región los hombres y las hadas, pero una historia de amor entre un hada y un humano hizo que la reina de las hadas decidiera transformar a todas sus súbditas en palomas. Las formaciones rocosas llamadas actualmente "chimeneas de las hadas" son palomares y los habitantes de la región cuidan a las palomas como tributo a las hadas. Los viajes en globo son un clásico en esta región.
TURQUIA: ESTAMBUL: Un puente que une oriente y occidente
Un puente que une oriente y occidente
Describir a la ciudad de Estambul puede ser sencillo o casi imposible. Ocurre que es uno de esos lugares en el mundo donde la historia cala muy hondo y donde los cinco sentidos son llamado a la atención en forma constante. Son 28 siglos de historia los que se agolpan en las calles y los edificios de esta urbe con casi 14 millones de habitantes, cubierta de mezquitas impactantes -hay cerca de 3.000 en la ciudad- y mercados en los cuales es muy difícil lograr escapar de las garras de hábiles comerciantes.
Dejarse llevar por el ritmo de Estambul suele ser la mejor opción, ingresando a una experiencia fantástica que luego podrá relatarse, pero cuyo efecto sólo puede ser entendido por aquellos que han transitado el suelo de la ciudad más grande de Turquía, la única que se da el extraño lujo de tocar dos continentes, reuniendo a Europa y a Asia, a las culturas de oriente y occidente. Ambos mundos se conectan mediante el Cuerno de Oro, nombre que lleva el canal de siete kilómetros que atraviesa la ciudad. Allí se encuentra el estrecho del Bósforo, donde se juntan el mar de Mármara y el mar Negro.
palacios, mezquitas y museos
Una lista innumerable de lujosos palacios, gigantescas mezquitas, populosos mercados y completos museos puede llegar a abrumar al turista que llega hasta Estambul y que, en general, combina el viaje con otros puntos de Turquía como, por ejemplo, Capadocia (ver aparte). Lo cierto es que un paso por Estambul, ya sea breve o extenso, merece incluir la visita a ciertos sitios estratégicos:
• Mezquita Azul: es uno de los monumentos más conocidos del mundo islámico y la única mezquita construida originalmente con seis alminares (torres). Se llama Sultán Ahmet, ya que ése es el nombre del sultán que ordenó erigirla entre 1609 y 1616, pero se la denominó Azul debido a los más de 20 mil azulejos de ese color que la decoran. Para ingresar allí todos deben estar descalzos y las mujeres deben taparse hombros y piernas. Allí mismo se entregan telas para cubrirse el cuerpo y hay sitio para guardar los zapatos.
• Torre GÁlata: data del siglo XIV y da cuenta del paso de los genoveses por la ciudad. Domina el puerto y la entrada del Cuerno de Oro. En la época otomana se usó como cárcel y torre de vigilancia. Ofrece algunas de las mejores vistas de Estambul.
• Santa Sofía: muchos consideran a esta basílica como la octava maravilla del mundo y es uno de los pocos edificios de gran tamaño de la antigüedad que han podido subsistir hasta la actualidad. Data del siglo XI, hecha a pedido del emperador Justiniano. Los más creyentes aseguran que se trata de una construcción milagrosa, especialmente por la altura de 56 metros que posee y por la grandeza de su cúpula, teniendo en cuenta las condiciones de la época en que fue hecha. Fue la mayor del mundo y hoy ocupa el cuarto lugar. Tiene una gran riqueza en mosaicos bizantinos. Fue lugar sagrado para cristianos ortodoxos, católicos y musulmanes, pero hoy sólo es un museo.
• Palacio Topkapi: es uno de los más antiguos y grandes del mundo, situado en la colina de la Acrópolis, lugar donde fue fundada la ciudad antigua y desde donde se domina el Cuerno de Oro, el Bósforo y el mar Mármara. Ocupa un terreno de 700 mil metros cuadrados y está rodeado por 5 kilómetros de murallas. Fue construido por orden del sultán Mehmet Segundo en el siglo XV y los otomanos lo utilizaron como el centro del imperio hasta el siglo XIX. Tiene varios edificios abiertos al turismo, con exhibiciones como el tesoro otomano, las reliquias sagradas del mundo musulmán y los trajes de los sultanes. Una parte destacada es el harén, que consta de 400 habitaciones, donde el sultán alojaba a su madre, sus hermanas, sus hijas, a sus concubinas y a los eunucos negros que las cuidaban.
• Mezquita de Solimán: es la más grande de la ciudad y una de las más admiradas del mundo. Fue ordenada por Solimán el Magnífico, el sultán que más tiempo reinó en el imperio otomano, lo hizo por 47 años. Data de 1557 y posee cuatro alminares y una cúpula de 53 metros de altura.
• El Gran Bazar: el Kapali Çarsi es uno de los sitios más famosos de Estambul, ya que se trata de uno de los más variados mercados del mundo. Conocido como El Gran Bazar, es casi una ciudad: ocupa 35 hectáreas, 80 calles y tiene más de 4.500 tiendas en las que trabajan más de 15 mil personas. Allí dentro hay una mezquita, 12 capillas y seis fuentes. Se pueden encontrar samovares, narguiles o pipas de agua, trabajos de orfebrería y cobre, piezas de ónice, rosarios, disfraces para niños, trajes de bailarina para la danza del vientre, pequeñas cajas de madera, de nácar y de marfil, y joyería con intrincados diseños.
De las 18 puertas de acceso que posee, la principal tiene grabado un lema del sultán Abdülmecid que dice: "Dios quiere al que hace negocios". Ingresar al Gran Bazar genera siempre una experiencia de alto impacto con vendedores muy obstinados y creativos, que son muy difíciles de rechazar.
• Barrios: hay muchas zonas para visitar en Estambul. El barrio Ortakoy es uno de los más bellos, con un mercado de antigüedades y suvenires poblado de tiendas, cafés, bares y restoranes. Tiene mucha vida nocturna y es elegido por los jóvenes. Nisantasi, en cambio, en la parte europea, es famoso por sus tiendas de marcas internacionales y lujosas, con cafés y restoranes más sofisticados.
• Museos: el de Arte Islámico funciona en lo que fue el palacio de Ibrahim, pashá del siglo XVI, con colecciones de obras de varios países musulmanes de la historia, entre ellas la más rica del mundo, con alfombras selyuquíes del siglo XIII. Otros museos dignos de atención son el Sakip Sabanci, el Moderno Sabanci y el Pera.
• Islas Príncipes: a una hora de distancia en barco se llega a estas nueve islas, cuatro de la cuales están habitadas. Se las recorre en bicicleta o en coches tirados por caballos llamados "fayton", visitando áreas naturales y monasterios.
Describir a la ciudad de Estambul puede ser sencillo o casi imposible. Ocurre que es uno de esos lugares en el mundo donde la historia cala muy hondo y donde los cinco sentidos son llamado a la atención en forma constante. Son 28 siglos de historia los que se agolpan en las calles y los edificios de esta urbe con casi 14 millones de habitantes, cubierta de mezquitas impactantes -hay cerca de 3.000 en la ciudad- y mercados en los cuales es muy difícil lograr escapar de las garras de hábiles comerciantes.
Dejarse llevar por el ritmo de Estambul suele ser la mejor opción, ingresando a una experiencia fantástica que luego podrá relatarse, pero cuyo efecto sólo puede ser entendido por aquellos que han transitado el suelo de la ciudad más grande de Turquía, la única que se da el extraño lujo de tocar dos continentes, reuniendo a Europa y a Asia, a las culturas de oriente y occidente. Ambos mundos se conectan mediante el Cuerno de Oro, nombre que lleva el canal de siete kilómetros que atraviesa la ciudad. Allí se encuentra el estrecho del Bósforo, donde se juntan el mar de Mármara y el mar Negro.
palacios, mezquitas y museos
Una lista innumerable de lujosos palacios, gigantescas mezquitas, populosos mercados y completos museos puede llegar a abrumar al turista que llega hasta Estambul y que, en general, combina el viaje con otros puntos de Turquía como, por ejemplo, Capadocia (ver aparte). Lo cierto es que un paso por Estambul, ya sea breve o extenso, merece incluir la visita a ciertos sitios estratégicos:
• Mezquita Azul: es uno de los monumentos más conocidos del mundo islámico y la única mezquita construida originalmente con seis alminares (torres). Se llama Sultán Ahmet, ya que ése es el nombre del sultán que ordenó erigirla entre 1609 y 1616, pero se la denominó Azul debido a los más de 20 mil azulejos de ese color que la decoran. Para ingresar allí todos deben estar descalzos y las mujeres deben taparse hombros y piernas. Allí mismo se entregan telas para cubrirse el cuerpo y hay sitio para guardar los zapatos.
• Torre GÁlata: data del siglo XIV y da cuenta del paso de los genoveses por la ciudad. Domina el puerto y la entrada del Cuerno de Oro. En la época otomana se usó como cárcel y torre de vigilancia. Ofrece algunas de las mejores vistas de Estambul.
• Santa Sofía: muchos consideran a esta basílica como la octava maravilla del mundo y es uno de los pocos edificios de gran tamaño de la antigüedad que han podido subsistir hasta la actualidad. Data del siglo XI, hecha a pedido del emperador Justiniano. Los más creyentes aseguran que se trata de una construcción milagrosa, especialmente por la altura de 56 metros que posee y por la grandeza de su cúpula, teniendo en cuenta las condiciones de la época en que fue hecha. Fue la mayor del mundo y hoy ocupa el cuarto lugar. Tiene una gran riqueza en mosaicos bizantinos. Fue lugar sagrado para cristianos ortodoxos, católicos y musulmanes, pero hoy sólo es un museo.
• Palacio Topkapi: es uno de los más antiguos y grandes del mundo, situado en la colina de la Acrópolis, lugar donde fue fundada la ciudad antigua y desde donde se domina el Cuerno de Oro, el Bósforo y el mar Mármara. Ocupa un terreno de 700 mil metros cuadrados y está rodeado por 5 kilómetros de murallas. Fue construido por orden del sultán Mehmet Segundo en el siglo XV y los otomanos lo utilizaron como el centro del imperio hasta el siglo XIX. Tiene varios edificios abiertos al turismo, con exhibiciones como el tesoro otomano, las reliquias sagradas del mundo musulmán y los trajes de los sultanes. Una parte destacada es el harén, que consta de 400 habitaciones, donde el sultán alojaba a su madre, sus hermanas, sus hijas, a sus concubinas y a los eunucos negros que las cuidaban.
• Mezquita de Solimán: es la más grande de la ciudad y una de las más admiradas del mundo. Fue ordenada por Solimán el Magnífico, el sultán que más tiempo reinó en el imperio otomano, lo hizo por 47 años. Data de 1557 y posee cuatro alminares y una cúpula de 53 metros de altura.
• El Gran Bazar: el Kapali Çarsi es uno de los sitios más famosos de Estambul, ya que se trata de uno de los más variados mercados del mundo. Conocido como El Gran Bazar, es casi una ciudad: ocupa 35 hectáreas, 80 calles y tiene más de 4.500 tiendas en las que trabajan más de 15 mil personas. Allí dentro hay una mezquita, 12 capillas y seis fuentes. Se pueden encontrar samovares, narguiles o pipas de agua, trabajos de orfebrería y cobre, piezas de ónice, rosarios, disfraces para niños, trajes de bailarina para la danza del vientre, pequeñas cajas de madera, de nácar y de marfil, y joyería con intrincados diseños.
De las 18 puertas de acceso que posee, la principal tiene grabado un lema del sultán Abdülmecid que dice: "Dios quiere al que hace negocios". Ingresar al Gran Bazar genera siempre una experiencia de alto impacto con vendedores muy obstinados y creativos, que son muy difíciles de rechazar.
• Barrios: hay muchas zonas para visitar en Estambul. El barrio Ortakoy es uno de los más bellos, con un mercado de antigüedades y suvenires poblado de tiendas, cafés, bares y restoranes. Tiene mucha vida nocturna y es elegido por los jóvenes. Nisantasi, en cambio, en la parte europea, es famoso por sus tiendas de marcas internacionales y lujosas, con cafés y restoranes más sofisticados.
• Museos: el de Arte Islámico funciona en lo que fue el palacio de Ibrahim, pashá del siglo XVI, con colecciones de obras de varios países musulmanes de la historia, entre ellas la más rica del mundo, con alfombras selyuquíes del siglo XIII. Otros museos dignos de atención son el Sakip Sabanci, el Moderno Sabanci y el Pera.
• Islas Príncipes: a una hora de distancia en barco se llega a estas nueve islas, cuatro de la cuales están habitadas. Se las recorre en bicicleta o en coches tirados por caballos llamados "fayton", visitando áreas naturales y monasterios.
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