Después de hora por las calles de Estambul
De noche, el paisaje de la ciudad junto al Bósforo es diferente, desde la torre Gálata hasta la prodigiosa Mezquita Azul, entre mercados laberínticos que nunca parecen resignarse a cerra
Anocheció en Estambul. Pero le gano al cansancio y salgo a caminar. La noche está espléndida y sigo los rieles del tranvía rumbo al Bósforo. El mar de Mármara está más cerca, pero el Bósforo es más tentador.
A pesar de la hora, muchos comercios todavía están abiertos, esperando al turista noctámbulo que no llega. Camino tranquila, segura, por la calle serpenteante hacia la costa. Cuando finalmente asomo desde la otra orilla me saluda Gálata, la torre genovesa que desde 1348 es una guía para quienes se desorientan en la ciudad. Los genoveses la construyeron en aquella época para defender su zona franca de los venecianos, con quienes competían por las riquezas de la Constantinopla bizantina.
Barcos y cruceros se mecen en la orilla esperando el amanecer para zarpar; a lo lejos, el puente Bogaziçi titila como si lo cubriera una capa etérea de purpurina, mientras el ruido de las olas contra el muelle se vuelve un arrullo en la oscuridad. No hay música ni estridencias. Sólo los sonidos de una ciudad que va apagando lentamente su andar. El imán hace rato que llamó a la última plegaria y descansará hasta antes del amanecer.
Algunos pescadores se empeñan todavía en arrebatarle algo más al Bósforo, aunque ya no lo podrán vender a los barcitos del muelle. Es hora de limpieza, la jornada ya acabó.
Los minaretes son puntos de luz que marcan los relieves de las siete colinas de Estambul. Sí, siete colinas, como en Roma. La ciudad destinada a reemplazarla también tenía siete colinas.
Con las sombras de la noche cambia el perfil urbano y la ciudad se va empobreciendo. Lentamente. Como fueron llegando algunos del millón y medio de refugiados que cruzaron la frontera turca escapando de la guerra civil en Siria y de las decapitaciones del ISIS.
MERCADOS NOCTURNOS
Como en casi todas partes, la noche es el dominio de los manteros. A la sombra de las sombras despliegan su variopinta mercadería donde las veredas lo permiten y esperan pacientes algún euro para salvar el día. Pashminas y alfombras, aros y medias, dibujos y pulseras, todo se ve mejor de lo que es bajo la oscuridad con que lo tiñe la noche.
Pero la calma y el paisaje bucólico de un mercado oriental a cielo abierto se quiebran al instante cuando una combi enorme, blanca, sin identificación, pero identificable, arriba de improviso con su carga de policías de civil. En segundos, nacionales y extranjeros se disuelven en las calles zigzagueantes del vecindario y uno, turista desprevenido al fin, se pregunta si lo que vio se produjo realmente o lo imaginó, porque todo transcurrió en un parpadeo.
Vuelvo sobre mis pasos a Sultanahmet, el corazón del Cuerno de Oro, el lugar al que arribó Bizas, aquel colonizador griego que en el año 700 a.C. llegó a estas tierras a cumplir con su destino. Fundarás una ciudad frente al país de los ciegos, le había dicho el oráculo. Y cuando el heleno llegó a este impresionante accidente geográfico que es el Cuerno de Oro entendió las palabras: en la orilla de enfrente, hoy Asia, habitaban los calcedonios, en un espacio abierto y desprotegido. Al asentarse no se percataron de que el lugar privilegiado y seguro estaba de este lado del estrecho.
El Cuerno de Oro era el lugar perfecto para un estratega militar, una geografía soñada para levantar una ciudad inexpugnable. Bizas lo entendió, pero no le cabría a él la gloria de elevar Bizancio a la categoría de cabeza del Imperio Romano de Oriente, sino a aquel general romano, Constantino el Grande, primero césar y luego emperador.
A ese pedazo de tierra lo defendían las aguas del estrecho del Bósforo al norte y del Mar del Mármara al sur, y estaba elevado lo que potenciaba su capacidad defensiva. Sólo había que levantar murallas y otear el horizonte cada tanto para evitar sorpresas. Por eso Constantino la eligió como la nueva Roma, y mudó la capital del imperio a esta ciudad en el año 324.
Bizancio se convirtió así en Constantinopla y prolongó las glorias de Roma durante un milenio más, período en el que fue baluarte de la cristiandad y mantuvo vivo el espíritu y el intelecto helénico.
ACUEDUCTOS Y CISTERNAS
Me siento en uno de los tantos bancos de Sultanahmet a contemplar la historia. A esta plaza enorme de luces cálidas llegaron las huestes romanas que sitiaron la ciudad en el año 193 de nuestra era; las de Constantino 150 años más tarde; los ejércitos cruzados que la devastaron y expoliaron en 1204, y el turco conquistador en 1453. Y cada uno dejó su impronta.
De los romanos quedaron los acueductos y las cisternas; de los emperadores ya establecidos y convertidos en bizantinos, quizás el legado mayor: Santa Sofía, la iglesia consagrada a la Divina Sabiduría, cuya planta arquitectónica se copió en todo el mundo cristiano durante siglos y hasta adoptó el invasor musulmán para sus propios templos. El legado de los cruzados fue el expolio y el caos. Los turcos, finalmente, le aportaron el exotismo oriental y dibujaron el perfil de Estambul que conocemos hoy: un sinfín de cúpulas y minaretes de mil mezquitas y la voz del imán permeándolo todo.
La historia pasó por estas calles que hoy recorren cada día miles de turistas con sus cámaras al hombro en busca de los minaretes y la caligrafía cúfica.
¿Como serían las noches de verano durante el milenio en el que vivió este Imperio Romano de Oriente que hoy se conoce como bizantino? ¿Habría teas iluminando Santa Sofía? ¿Cómo sería el palacio que existía en el espacio que ahora ocupa la colosal Mezquita Azul? ¿Cómo serían los ropajes de quienes llegaban a esta ciudad rica desde los confines o incluso desde otros imperios: ilirios, armenios, godos, persas, búlgaros y tantos otros?
La Mezquita Azul, con sus 400 años, es un edificio joven para esta ciudad. No lo vio pasar a Barbarroja, ni la recepción a Helena cuando trajo la corona de espinas de Cristo desde Jerusalén; no vio la quema masiva de íconos y arte religioso que produjo la iconoclastia en pleno auge del imperio ni el expolio cruzado que llenó Europa con las reliquias y estatuas de esta ciudad. Tampoco la peste negra de 1346.
La Mezquita Azul fue la respuesta del sultán Ahmet a la belleza de Santa Sofía. Y la construyó más grande, más luminosa, más alta, con seis minaretes igual que la sagrada Kaba en La Meca, también para que provocara el asombro de quienes alababan a Dios bajo la nueva fe.
Ese no es el único edificio que ilumina sus minaretes en la noche de Estambul. En toda la ciudad no son las cúpulas otrora cristianas las que llevan la luz, sino los estilizados minaretes y sus medias lunas islámicas.
Esa es la imagen subyacente de Estambul hoy, la que se lleva el turista en la retina y en sus cámaras: los minaretes y la media luna musulmana coronándolo todo. El riquísimo pasado cristiano de esta ciudad que ya tiene 2700 años quedó sepultado bajo el exotismo de esas columnas estilizadas y la voz del imán desde los altoparlantes llamando varias veces al día a la oración.
DATOS ÚTILES
Cómo llegar
Turkish Airways vuela a diario desde Buenos Aires, con escala en San Pablo, hacia Estambul. El pasaje cuesta desde US$ 1600.
Dónde dormir
Estambul cuenta con gran variedad de hoteles de 40-50 dólares la noche en habitación single con baño privado. Pero si está dispuesto a compartir el baño, los precios pueden bajar a 30 dólares o menos por día, en lugares modestos, pero limpios, seguros y bien ubicados.
Excursiones
Los cruceros por el Bósforo, por agencia, no bajan de 50 dólares por persona. Pero si uno se acerca a los muelles de Sirkesi o Kabata (que en alguna caminata se los va a topar, sin duda), el precio oscila entre las 12 y 20 liras (6 a 10 dólares), dependiendo la duración del paseo, y salen prácticamente cada hora durante el día.
Para visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad es más conveniente comprar el pase de museos (www.muze.gov.tr
museum_pass). Sirve para los siete lugares clásicos y más visitados de Estambul (Santa Sofía, el Museo Arqueológico, el Palacio de Topkapi y otros museos), dura 3 o 5 días y cuesta 85 o 115 liras, respectivamente. Es útil para bajar costos en un primer viaje porque sólo Santa Sofía cuesta 30 liras y el Palacio de Topkapi otras 30, así que la tarjeta es un buen ahorro.
PARA TENER EN CUENTA ANTES DE VIAJAR
Turquía es un país seguro. Muy europeo en el oeste, que es la parte más turística y visitada (prácticamente la mitad del país), y menos occidentalizada la parte oriental, limítrofe con el Cáucaso (Georgia, Armenia) e Irán por el este y con Siria e Irak por el sur (zonas éstas poco recomendables en estos momentos para hacer excursiones).
No se necesitan vacunas ni cuidados especiales con la alimentación. La comida es rica, sana y elaborada con normas de higiene. Por las dudas, igualmente tome agua mineral (a 0,50 liras, 0,25 dólar la botellita en los quioscos, o una lira la de litro y medio en el supermercado).
En Estambul hay dos barrios que concentran el grueso del turismo. Sultanahmet, que reúne más monumentos emblemáticos, en el Cuerno de Oro, y Taksim, un poco más allá viniendo desde el aeropuerto internacional Ataturk, donde están los establecimientos más modernos o más grandes. A los lujosos, caros o extralujosos se los encuentra en ambos barrios y, por supuesto, en estos casos no hay que preocuparse de los transfers porque están incluidos.
Estambul tiene dos aeropuertos. Ataturk, al que llegan los vuelos internacionales, y Sabiha Gökçen, en la parte asiática, que maneja una buena parte del tráfico doméstico. Desde Ataturk puede tomarse el metro y bajar el costo de 20/25 euros en taxi o combi a 8 liras (4 dólares) en el proletario subte. Básicamente hay que seguir los carteles en el aeropuerto que indican metro y cuando se llega a los molinetes los empleados ayudan a obtener los cospeles en las expendedoras. Eso sí, hay que pagar en liras así que es conveniente cambiar dinero en el hall del aeropuerto (pero no mucho, porque en la ciudad no cobran comisión, mientras que en el aeropuerto la comisión es del 4 por ciento).
El camino inverso. De Estambul al aeropuerto se puede hacer por módicos 5 euros en combis superconfortables que pasan a buscar al pasajero por el hotel, hostal u alojamiento. El servicio es excelente. Tienen distintos horarios por día hacia cada uno de los aeropuertos y bajar de 20 a 5 euros bien vale la incomodidad de esperar un rato de más en la terminal aérea si el vuelo no combina exactamente con el horario de la combi.
Si se va a tomar vuelos internos. Los que llegan al aeropuerto de Sabiha Gökçen son alrededor un 35% más baratos. Así que si bien queda más retirado es una opción para estudiar.
Hay muchos negocios de comida al paso. Un shawarma, entre 3-5 liras, y una especie de wrap, alrededor de 7.
Para los que no se animan tanto a incursionar en una ciudad que no conocen con un mapa en la mano existe la opción del Big Bus. Con dos recorridos se puede visitar la parte europea y la asiática de Estambul, subiendo y bajando cuantas veces se quiera. Pero no es barato. Los precios arrancan en 25 euros y hay varias posibilidades, con crucero incluido y dependiendo de la cantidad de días
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