Después de hora por las calles de Estambul
De noche, el paisaje de la ciudad junto al Bósforo es diferente, desde la torre Gálata hasta la prodigiosa Mezquita Azul, entre mercados laberínticos que nunca parecen resignarse a cerra
Anocheció en Estambul. Pero le gano al cansancio y salgo a caminar. La noche está espléndida y sigo los rieles del tranvía rumbo al Bósforo. El mar de Mármara está más cerca, pero el Bósforo es más tentador.
A pesar de la hora, muchos comercios todavía están abiertos, esperando al turista noctámbulo que no llega. Camino tranquila, segura, por la calle serpenteante hacia la costa. Cuando finalmente asomo desde la otra orilla me saluda Gálata, la torre genovesa que desde 1348 es una guía para quienes se desorientan en la ciudad. Los genoveses la construyeron en aquella época para defender su zona franca de los venecianos, con quienes competían por las riquezas de la Constantinopla bizantina.
Barcos y cruceros se mecen en la orilla esperando el amanecer para zarpar; a lo lejos, el puente Bogaziçi titila como si lo cubriera una capa etérea de purpurina, mientras el ruido de las olas contra el muelle se vuelve un arrullo en la oscuridad. No hay música ni estridencias. Sólo los sonidos de una ciudad que va apagando lentamente su andar. El imán hace rato que llamó a la última plegaria y descansará hasta antes del amanecer.
Algunos pescadores se empeñan todavía en arrebatarle algo más al Bósforo, aunque ya no lo podrán vender a los barcitos del muelle. Es hora de limpieza, la jornada ya acabó.
Los minaretes son puntos de luz que marcan los relieves de las siete colinas de Estambul. Sí, siete colinas, como en Roma. La ciudad destinada a reemplazarla también tenía siete colinas.
Con las sombras de la noche cambia el perfil urbano y la ciudad se va empobreciendo. Lentamente. Como fueron llegando algunos del millón y medio de refugiados que cruzaron la frontera turca escapando de la guerra civil en Siria y de las decapitaciones del ISIS.
MERCADOS NOCTURNOS
Como en casi todas partes, la noche es el dominio de los manteros. A la sombra de las sombras despliegan su variopinta mercadería donde las veredas lo permiten y esperan pacientes algún euro para salvar el día. Pashminas y alfombras, aros y medias, dibujos y pulseras, todo se ve mejor de lo que es bajo la oscuridad con que lo tiñe la noche.
Pero la calma y el paisaje bucólico de un mercado oriental a cielo abierto se quiebran al instante cuando una combi enorme, blanca, sin identificación, pero identificable, arriba de improviso con su carga de policías de civil. En segundos, nacionales y extranjeros se disuelven en las calles zigzagueantes del vecindario y uno, turista desprevenido al fin, se pregunta si lo que vio se produjo realmente o lo imaginó, porque todo transcurrió en un parpadeo.
Vuelvo sobre mis pasos a Sultanahmet, el corazón del Cuerno de Oro, el lugar al que arribó Bizas, aquel colonizador griego que en el año 700 a.C. llegó a estas tierras a cumplir con su destino. Fundarás una ciudad frente al país de los ciegos, le había dicho el oráculo. Y cuando el heleno llegó a este impresionante accidente geográfico que es el Cuerno de Oro entendió las palabras: en la orilla de enfrente, hoy Asia, habitaban los calcedonios, en un espacio abierto y desprotegido. Al asentarse no se percataron de que el lugar privilegiado y seguro estaba de este lado del estrecho.
El Cuerno de Oro era el lugar perfecto para un estratega militar, una geografía soñada para levantar una ciudad inexpugnable. Bizas lo entendió, pero no le cabría a él la gloria de elevar Bizancio a la categoría de cabeza del Imperio Romano de Oriente, sino a aquel general romano, Constantino el Grande, primero césar y luego emperador.
A ese pedazo de tierra lo defendían las aguas del estrecho del Bósforo al norte y del Mar del Mármara al sur, y estaba elevado lo que potenciaba su capacidad defensiva. Sólo había que levantar murallas y otear el horizonte cada tanto para evitar sorpresas. Por eso Constantino la eligió como la nueva Roma, y mudó la capital del imperio a esta ciudad en el año 324.
Bizancio se convirtió así en Constantinopla y prolongó las glorias de Roma durante un milenio más, período en el que fue baluarte de la cristiandad y mantuvo vivo el espíritu y el intelecto helénico.
ACUEDUCTOS Y CISTERNAS
Me siento en uno de los tantos bancos de Sultanahmet a contemplar la historia. A esta plaza enorme de luces cálidas llegaron las huestes romanas que sitiaron la ciudad en el año 193 de nuestra era; las de Constantino 150 años más tarde; los ejércitos cruzados que la devastaron y expoliaron en 1204, y el turco conquistador en 1453. Y cada uno dejó su impronta.
De los romanos quedaron los acueductos y las cisternas; de los emperadores ya establecidos y convertidos en bizantinos, quizás el legado mayor: Santa Sofía, la iglesia consagrada a la Divina Sabiduría, cuya planta arquitectónica se copió en todo el mundo cristiano durante siglos y hasta adoptó el invasor musulmán para sus propios templos. El legado de los cruzados fue el expolio y el caos. Los turcos, finalmente, le aportaron el exotismo oriental y dibujaron el perfil de Estambul que conocemos hoy: un sinfín de cúpulas y minaretes de mil mezquitas y la voz del imán permeándolo todo.
La historia pasó por estas calles que hoy recorren cada día miles de turistas con sus cámaras al hombro en busca de los minaretes y la caligrafía cúfica.
¿Como serían las noches de verano durante el milenio en el que vivió este Imperio Romano de Oriente que hoy se conoce como bizantino? ¿Habría teas iluminando Santa Sofía? ¿Cómo sería el palacio que existía en el espacio que ahora ocupa la colosal Mezquita Azul? ¿Cómo serían los ropajes de quienes llegaban a esta ciudad rica desde los confines o incluso desde otros imperios: ilirios, armenios, godos, persas, búlgaros y tantos otros?
La Mezquita Azul, con sus 400 años, es un edificio joven para esta ciudad. No lo vio pasar a Barbarroja, ni la recepción a Helena cuando trajo la corona de espinas de Cristo desde Jerusalén; no vio la quema masiva de íconos y arte religioso que produjo la iconoclastia en pleno auge del imperio ni el expolio cruzado que llenó Europa con las reliquias y estatuas de esta ciudad. Tampoco la peste negra de 1346.
La Mezquita Azul fue la respuesta del sultán Ahmet a la belleza de Santa Sofía. Y la construyó más grande, más luminosa, más alta, con seis minaretes igual que la sagrada Kaba en La Meca, también para que provocara el asombro de quienes alababan a Dios bajo la nueva fe.
Ese no es el único edificio que ilumina sus minaretes en la noche de Estambul. En toda la ciudad no son las cúpulas otrora cristianas las que llevan la luz, sino los estilizados minaretes y sus medias lunas islámicas.
Esa es la imagen subyacente de Estambul hoy, la que se lleva el turista en la retina y en sus cámaras: los minaretes y la media luna musulmana coronándolo todo. El riquísimo pasado cristiano de esta ciudad que ya tiene 2700 años quedó sepultado bajo el exotismo de esas columnas estilizadas y la voz del imán desde los altoparlantes llamando varias veces al día a la oración.
DATOS ÚTILES
Cómo llegar
Turkish Airways vuela a diario desde Buenos Aires, con escala en San Pablo, hacia Estambul. El pasaje cuesta desde US$ 1600.
Dónde dormir
Estambul cuenta con gran variedad de hoteles de 40-50 dólares la noche en habitación single con baño privado. Pero si está dispuesto a compartir el baño, los precios pueden bajar a 30 dólares o menos por día, en lugares modestos, pero limpios, seguros y bien ubicados.
Excursiones
Los cruceros por el Bósforo, por agencia, no bajan de 50 dólares por persona. Pero si uno se acerca a los muelles de Sirkesi o Kabata (que en alguna caminata se los va a topar, sin duda), el precio oscila entre las 12 y 20 liras (6 a 10 dólares), dependiendo la duración del paseo, y salen prácticamente cada hora durante el día.
Para visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad es más conveniente comprar el pase de museos (www.muze.gov.tr
museum_pass). Sirve para los siete lugares clásicos y más visitados de Estambul (Santa Sofía, el Museo Arqueológico, el Palacio de Topkapi y otros museos), dura 3 o 5 días y cuesta 85 o 115 liras, respectivamente. Es útil para bajar costos en un primer viaje porque sólo Santa Sofía cuesta 30 liras y el Palacio de Topkapi otras 30, así que la tarjeta es un buen ahorro.
PARA TENER EN CUENTA ANTES DE VIAJAR
Turquía es un país seguro. Muy europeo en el oeste, que es la parte más turística y visitada (prácticamente la mitad del país), y menos occidentalizada la parte oriental, limítrofe con el Cáucaso (Georgia, Armenia) e Irán por el este y con Siria e Irak por el sur (zonas éstas poco recomendables en estos momentos para hacer excursiones).
No se necesitan vacunas ni cuidados especiales con la alimentación. La comida es rica, sana y elaborada con normas de higiene. Por las dudas, igualmente tome agua mineral (a 0,50 liras, 0,25 dólar la botellita en los quioscos, o una lira la de litro y medio en el supermercado).
En Estambul hay dos barrios que concentran el grueso del turismo. Sultanahmet, que reúne más monumentos emblemáticos, en el Cuerno de Oro, y Taksim, un poco más allá viniendo desde el aeropuerto internacional Ataturk, donde están los establecimientos más modernos o más grandes. A los lujosos, caros o extralujosos se los encuentra en ambos barrios y, por supuesto, en estos casos no hay que preocuparse de los transfers porque están incluidos.
Estambul tiene dos aeropuertos. Ataturk, al que llegan los vuelos internacionales, y Sabiha Gökçen, en la parte asiática, que maneja una buena parte del tráfico doméstico. Desde Ataturk puede tomarse el metro y bajar el costo de 20/25 euros en taxi o combi a 8 liras (4 dólares) en el proletario subte. Básicamente hay que seguir los carteles en el aeropuerto que indican metro y cuando se llega a los molinetes los empleados ayudan a obtener los cospeles en las expendedoras. Eso sí, hay que pagar en liras así que es conveniente cambiar dinero en el hall del aeropuerto (pero no mucho, porque en la ciudad no cobran comisión, mientras que en el aeropuerto la comisión es del 4 por ciento).
El camino inverso. De Estambul al aeropuerto se puede hacer por módicos 5 euros en combis superconfortables que pasan a buscar al pasajero por el hotel, hostal u alojamiento. El servicio es excelente. Tienen distintos horarios por día hacia cada uno de los aeropuertos y bajar de 20 a 5 euros bien vale la incomodidad de esperar un rato de más en la terminal aérea si el vuelo no combina exactamente con el horario de la combi.
Si se va a tomar vuelos internos. Los que llegan al aeropuerto de Sabiha Gökçen son alrededor un 35% más baratos. Así que si bien queda más retirado es una opción para estudiar.
Hay muchos negocios de comida al paso. Un shawarma, entre 3-5 liras, y una especie de wrap, alrededor de 7.
Para los que no se animan tanto a incursionar en una ciudad que no conocen con un mapa en la mano existe la opción del Big Bus. Con dos recorridos se puede visitar la parte europea y la asiática de Estambul, subiendo y bajando cuantas veces se quiera. Pero no es barato. Los precios arrancan en 25 euros y hay varias posibilidades, con crucero incluido y dependiendo de la cantidad de días
En Este blog encontrara descripciones de variados destinos, buscando aportar informacion, y experiencias diferentes
martes, 30 de junio de 2015
DUBAI: Dubai, la ciudad de los récords mundiales
Emiratos Árabes Unidos
Dubai, la ciudad de los récords mundiales
Con un crecimiento vertiginoso en la última década, cuenta con el rascacielos más alto, el hotel con más estrellas y el shopping más grande. La apuesta a futuro es ser la meca del entretenimiento de Medio Oriente
DUBAI.- Si uno va a España, por ejemplo, no será difícil entrar en contacto con españoles nacidos y criados en su país; es más, será lo más sencillo, como en la mayoría de los países del mundo. Pero quien ponga un pie en Dubai podría entrar en una verdadera cruzada digna de los templarios por intercambiar algunas palabras con un auténtico emiratí, como se llama a los ciudadanos con todos los derechos de este emirato, a orillas del golfo Pérsico.
En un par de días en Dubai recorro el mundo por medio de sus ocasionales habitantes e historias de vida. Un empleado del aeropuerto tunecino, que acaba de volver de unas fugaces vacaciones para ver a su enamorada; la recepcionista del hotel, rumana; el botones, de Kenya, el remisero expatriado de la India, que sólo ve a sus hijos una vez al año; la camarera de Vietnam; el guía de Marruecos, y la lista sigue... Ningún emiratí a la vista.
Hasta que Faizal Khan me pasa a buscar por el hotel en su 4x4, con destino al desierto, una de las excursiones típicas, alejadas del espejismo hecho realidad de la ciudad. Sí, por fin, el primer nacido y criado en Dubai, y el único. Enamorado de su tierra, del calor extremo, del embotellamiento de tránsito constante, del crecimiento vertiginoso. Pero enseguida me aclara que hace años y años que lucha y no pierde la esperanza de lograr el privilegio de la ciudadanía. Apenas un 15% de la población que llega a los dos millones de habitantes es emiratí. Faizal es hijo de paquistaníes que vinieron a trabajar a Dubai hace más de 30 años y esa, por ahora, es su nacionalidad. La mayoría de los emiratíes tiene cargo estatal o directivo, con poco contacto con turistas.
Tomamos Sheikh Zayed Road, una de las avenidas principales, mientas Faizal describe lo que se ve a uno y otro lado. Una jungla de edificios altísimos se suceden interminables. A lo lejos se ve el Burj Khalika, el rascacielos más alto del mundo, con 828 metros. "Hace 15 años apenas había una torre, ahora hay más de 700. Dubai sólo quiere romper récords mundiales para atraer a turistas", cuenta Faizal.
CALOR INFERNAL
Nadie camina por las calles. La vida en Dubai está regida por la ley islámica, ligeramente más atenuada que en otros países árabes, y por el reinado del aire acondicionado, con dos estaciones bien marcadas: la época de calor (de noviembre a abril) y el infierno (en verano, julio, agosto, alcanza los 50°C). Si no existiera el aire acondicionado seguramente no existiría Dubai tal como se lo ve. Por eso nadie sale a pasear: del auto al trabajo o al moderno metro. Además, las distancias son largas, no es una ciudad a escala de los peatones. Cuando cae la tarde y el sol da una tregua, los mercados de las Especias y el del Oro en la parte antigua de Dubai se animan.
Sólo quedan expuestos al calor los obreros de la construcción, en general del sudeste asiático, que trabajan las 24 horas en diferentes turnos. La construcción nunca para.
En el vuelo Buenos Aires-Dubai, uno de los tripulantes de Emirates, Gonzalo Saillen, que cambió Córdoba por el emirato hace 8 años, había contado sobre el crecimiento vertiginoso de la ciudad: "Dubai no para de cambiar. Me sigo sorprendiendo como el primer día. Por ejemplo, enfrente de casa, cuando llegué había un descampado. Al año siguiente se lucía un complejo con cinco torres", recuerda.
Hasta dónde llegará la ambición por tener lo más grande, lo más alto, lo más moderno. En Dubai parecería no tener fin.
Donde hasta hace unas décadas había arena, ahora se levanta una ciudad descomunal. Además del edificio más alto del mundo tiene otros íconos de fama mundial, como el complejo The Palm, un barrio construido con forma de palmera en medio del mar donde vive Diego Maradona. El Burj Al Arab, el hotel con forma de vela que se autoproclama de siete estrellas con tarifas que rondan los US$ 2000 la noche. El Dubai Mall, un shopping gigantesco, aseguran que el más grande del mundo, con acuario, cascada y pista de patinaje sobre hielo, y en otro shopping, el Mall of the Emirates, está la pista de esquí cubierta más grande del mundo.
Donde ahora hay arena, grúas y obra, Faizal señala lo que pronto será el nuevo Dubailand, ya en las afueras, camino a la Dubai Desert Conservation Reserve, destino de la expedición al desierto. Será como una pequeña ciudad, con diferentes áreas de entretenimientos, deportes, compras y hoteles dos veces más grande que Disney, que prometen, después de varias postergaciones, estará listo en 2017. Habrá desde una torre Eiffel y el Taj Mahal hasta un Universal Studios.
MENOS PETRÓLEO, MÁS TURISTAS
Son muchos los que dicen por acá que las reservas de petróleo se acaban dentro de siete años, por eso el futuro de Dubai es convertirse en Las Vegas de Medio Oriente, un destino destinado al entretenimiento. Eso sí, sin casino, sin alcohol (aunque en los hoteles cinco estrellas se puede consumir sin problemas) y sin descontrol, al pie de la letra musulmana. De hecho ya hay varios parques temáticos, y acuáticos como el Wild Wadi Water Park y Aquaventure.
Otra buena razón para atraer turistas será la realización de la Expo Mundial 2020, la primera vez que se realizará en la región. Como Qatar, su vecino, será anfitrión del Mundial 2022, Dubai no podía ser menos.
Con el tema Conectando mentes, creando el futuro, este año comenzará la construcción del espacio para la Expo, que tendrá 438 hectáreas. Esperan recibir 25 millones de visitantes durante la muestra.
De lo que vendrá, un brusco viaje al pasado: llegamos al desierto, como era todo Dubai hasta no hace tanto. Un gran mar de arena y dunas como uno siempre se lo imaginó, inmenso, inabarcable.
Es el desierto de arena sin zonas rocosas más grande del mundo. Una arena suave, finita, muy clara, apenas tibia, como talco que se pega delicadamente en los pies.
Primero un show con halcones, donde muestran cómo ayudaban a los beduinos en la caza, y después el paseo por los médanos, donde las 4x4 se convierten en carritos de la montaña rusa, con escenas de rescate de una camioneta encallada, aunque nada fuera de libreto. Lo mejor, la parada en lo alto de unas dunas para ver una romántica puesta de sol, con el paisaje teñido de ocre por completo.
No hay paseo o excursión por Dubai, así sea al desierto o en el piso 124 del Burj Khalifa que no se encuentren voces argentinas.
Desde que hace poco más de tres años, Emirates, la aerolínea de Dubai, vuela a la Argentina, se acortó la distancia con el emirato y agrandó el interés por descubrir estas tierras exóticas. Muchos usan esta ruta para llegar a Oriente sin pasar por Europa, lo que realmente cambió la manera de viajar del otro lado del mundo. Buenas conexiones, un aeropuerto desmesurado y la comodidad de una flota de aviones de última generación y en el top de los rankings del mercado aerocomercial.
Pero cada vez son más los argentinos que se quedan unos días como bonus extra al viaje asiático o incluso como destino final de las vacaciones para combinar compras, playas y exotismo.
Con el sol perdido entre las dunas, la noche se puebla de estrellas brillantes y la temperatura se vuelve ideal, aunque en esta época todavía el calor no agobia. Comemos como beduinos, sobre mantas en el piso, en una especie de tienda for export. Se puede también montar un camello para la foto, fumar pipa de agua y hacerse un tatuaje de henna. Mientras, una odalisca baila música árabe. Por cierto, una odalisca brasileña, porque ninguna árabe podría dejarse ver con poca ropa y en baile sensual. Aunque la situación sea más turística que real se disfruta, como cada excentricidad en el espejismo que propone Dubai.
DATOS ÚTILES
Cómo llegar. Emirates vuela a diario de Buenos Aires a Dubai, con escala en Río de Janeiro. La tarifa en clase Económica es desde 16.770 pesos. También ofrece las clases Business, con asientos totalmente reclinables, y en Primera, casi como la suite de un hotel.
Traslados. El metro tiene dos líneas: verde y roja. Para viajar hay que comprar tarjetas. El viaje cuesta entre 0,70 y 3 dólares, según la distancia.
Alojamiento. Desde 100 dólares la noche hasta lo que uno esté dispuesto a pagar, sin límites, como el Burj Al Arab, con habitaciones desde 2000 dólares.
Paseos. Burj Khalifa. Es el edificio más alto del mundo y se puede llegar hasta el piso 124, una terraza al aire libre para visitantes. Es tan alto que suele haber mucho nubosidad. Los edificios de alrededor parecen alfileres en una maqueta. Se accede desde el subsuelo del Dubai Mall. El ascensor se transforma en un cohete: se sube 10 metros por segundo, en un marcado ambiente espacial. La entrada cuesta US$ 34 si se visita hasta las 15.30. Entre las 16 y las 19 asciende a US$ 54.
Excursión al desierto. Lo más recomendable son las salidas de tarde, para ver la puesta del sol y evitar el calor. Cuesta US$ 100 por persona. Incluye traslados desde el hotel, paseo por las dunas en 4x4 y cena en tienda beduina. www.arabian-adventures.com
Dubai Museum. Cuenta la historia de manera interactiva de los orígenes de la ciudad. Está en el fuerte Al Fahidi, construido en 1787 y considerado el edificio más antiguo de Dubai. La entrada cuesta un dólar.
Cambio. Un dólar equivale a 3,6 dirham. En el Mercado de las Especias, en general se paga en efectivo.
Visa. Los ciudadanos argentinos necesitan visa para ingresar a Dubai. Si se viaja por Emirates se puede gestionar directamente la visa en la Web de la aerolínea y recibir el visado online. Los visados emitidos a través de este servicio están disponibles para estancias en Dubai de 96 horas (US$ 65) o de 30 días (US$ 90). www.emirates.com
ORO Y ESPECIAS PARA REGATEAR
Lo más tradicional de Dubai es la zona antigua, justo donde nace el Dubai Creek, un canal que entra del mar y divide buena parte de la ciudad en dos, la médula que le da vida. El canal se puede cruzar fácilmente en un abra (un taxi-barco) por unos pocos dirham. Incluso se ofrecen cruceros por el canal con cena a bordo.
Del otro lado, en la zona llamada Deira, es prácticamente una obligación recorrer el Mercado de las Especias. Como corresponde se encuentran especias de todo tipo y color en grandes bolsas a la vista de todos. Una oportunidad para abastecer la alacena con productos más difíciles de encontrar en Buenos Aires.
También, entre los callejones, muchos puestos de venta de suvenires, como réplicas del Burj Khalifa, alhajeros y adornos a precios mucho más accesibles que los que venden en las shoppings. También se puede conseguir pashminas -que aseguran son originales-, abaias -la ropa típica de las mujeres-, túnicas y hasta juguetes. Como siempre en los mercados árabes, los vendedores invitan al juego del regateo y las tarifas originales pueden descender hasta un 30 por ciento. Cuando cae la tarde y el calor da una tregua es el mejor momento para la visita.
A unas pocas cuadras está el Mercado del Oro, con más de 700 tiendas de joyas de oro y también de plata. Aseguran que los precios son los mejores de Oriente y que también se puede regatear. Pero no intente comprar el gran anillo de 58 kilos de oro con 5 kilos de piedras preciosas que uno de los negocios luce orgulloso, con toda la pompa. Está en el Libro Guinness como el más pesado del mundo y además, por si alguien lo intentase, un cartel anuncia que no está a la venta. Es sólo otro símbolo de ostentación
Dubai, la ciudad de los récords mundiales
Con un crecimiento vertiginoso en la última década, cuenta con el rascacielos más alto, el hotel con más estrellas y el shopping más grande. La apuesta a futuro es ser la meca del entretenimiento de Medio Oriente
DUBAI.- Si uno va a España, por ejemplo, no será difícil entrar en contacto con españoles nacidos y criados en su país; es más, será lo más sencillo, como en la mayoría de los países del mundo. Pero quien ponga un pie en Dubai podría entrar en una verdadera cruzada digna de los templarios por intercambiar algunas palabras con un auténtico emiratí, como se llama a los ciudadanos con todos los derechos de este emirato, a orillas del golfo Pérsico.
En un par de días en Dubai recorro el mundo por medio de sus ocasionales habitantes e historias de vida. Un empleado del aeropuerto tunecino, que acaba de volver de unas fugaces vacaciones para ver a su enamorada; la recepcionista del hotel, rumana; el botones, de Kenya, el remisero expatriado de la India, que sólo ve a sus hijos una vez al año; la camarera de Vietnam; el guía de Marruecos, y la lista sigue... Ningún emiratí a la vista.
Hasta que Faizal Khan me pasa a buscar por el hotel en su 4x4, con destino al desierto, una de las excursiones típicas, alejadas del espejismo hecho realidad de la ciudad. Sí, por fin, el primer nacido y criado en Dubai, y el único. Enamorado de su tierra, del calor extremo, del embotellamiento de tránsito constante, del crecimiento vertiginoso. Pero enseguida me aclara que hace años y años que lucha y no pierde la esperanza de lograr el privilegio de la ciudadanía. Apenas un 15% de la población que llega a los dos millones de habitantes es emiratí. Faizal es hijo de paquistaníes que vinieron a trabajar a Dubai hace más de 30 años y esa, por ahora, es su nacionalidad. La mayoría de los emiratíes tiene cargo estatal o directivo, con poco contacto con turistas.
Tomamos Sheikh Zayed Road, una de las avenidas principales, mientas Faizal describe lo que se ve a uno y otro lado. Una jungla de edificios altísimos se suceden interminables. A lo lejos se ve el Burj Khalika, el rascacielos más alto del mundo, con 828 metros. "Hace 15 años apenas había una torre, ahora hay más de 700. Dubai sólo quiere romper récords mundiales para atraer a turistas", cuenta Faizal.
CALOR INFERNAL
Nadie camina por las calles. La vida en Dubai está regida por la ley islámica, ligeramente más atenuada que en otros países árabes, y por el reinado del aire acondicionado, con dos estaciones bien marcadas: la época de calor (de noviembre a abril) y el infierno (en verano, julio, agosto, alcanza los 50°C). Si no existiera el aire acondicionado seguramente no existiría Dubai tal como se lo ve. Por eso nadie sale a pasear: del auto al trabajo o al moderno metro. Además, las distancias son largas, no es una ciudad a escala de los peatones. Cuando cae la tarde y el sol da una tregua, los mercados de las Especias y el del Oro en la parte antigua de Dubai se animan.
Sólo quedan expuestos al calor los obreros de la construcción, en general del sudeste asiático, que trabajan las 24 horas en diferentes turnos. La construcción nunca para.
En el vuelo Buenos Aires-Dubai, uno de los tripulantes de Emirates, Gonzalo Saillen, que cambió Córdoba por el emirato hace 8 años, había contado sobre el crecimiento vertiginoso de la ciudad: "Dubai no para de cambiar. Me sigo sorprendiendo como el primer día. Por ejemplo, enfrente de casa, cuando llegué había un descampado. Al año siguiente se lucía un complejo con cinco torres", recuerda.
Hasta dónde llegará la ambición por tener lo más grande, lo más alto, lo más moderno. En Dubai parecería no tener fin.
Donde hasta hace unas décadas había arena, ahora se levanta una ciudad descomunal. Además del edificio más alto del mundo tiene otros íconos de fama mundial, como el complejo The Palm, un barrio construido con forma de palmera en medio del mar donde vive Diego Maradona. El Burj Al Arab, el hotel con forma de vela que se autoproclama de siete estrellas con tarifas que rondan los US$ 2000 la noche. El Dubai Mall, un shopping gigantesco, aseguran que el más grande del mundo, con acuario, cascada y pista de patinaje sobre hielo, y en otro shopping, el Mall of the Emirates, está la pista de esquí cubierta más grande del mundo.
Donde ahora hay arena, grúas y obra, Faizal señala lo que pronto será el nuevo Dubailand, ya en las afueras, camino a la Dubai Desert Conservation Reserve, destino de la expedición al desierto. Será como una pequeña ciudad, con diferentes áreas de entretenimientos, deportes, compras y hoteles dos veces más grande que Disney, que prometen, después de varias postergaciones, estará listo en 2017. Habrá desde una torre Eiffel y el Taj Mahal hasta un Universal Studios.
MENOS PETRÓLEO, MÁS TURISTAS
Son muchos los que dicen por acá que las reservas de petróleo se acaban dentro de siete años, por eso el futuro de Dubai es convertirse en Las Vegas de Medio Oriente, un destino destinado al entretenimiento. Eso sí, sin casino, sin alcohol (aunque en los hoteles cinco estrellas se puede consumir sin problemas) y sin descontrol, al pie de la letra musulmana. De hecho ya hay varios parques temáticos, y acuáticos como el Wild Wadi Water Park y Aquaventure.
Otra buena razón para atraer turistas será la realización de la Expo Mundial 2020, la primera vez que se realizará en la región. Como Qatar, su vecino, será anfitrión del Mundial 2022, Dubai no podía ser menos.
Con el tema Conectando mentes, creando el futuro, este año comenzará la construcción del espacio para la Expo, que tendrá 438 hectáreas. Esperan recibir 25 millones de visitantes durante la muestra.
De lo que vendrá, un brusco viaje al pasado: llegamos al desierto, como era todo Dubai hasta no hace tanto. Un gran mar de arena y dunas como uno siempre se lo imaginó, inmenso, inabarcable.
Es el desierto de arena sin zonas rocosas más grande del mundo. Una arena suave, finita, muy clara, apenas tibia, como talco que se pega delicadamente en los pies.
Primero un show con halcones, donde muestran cómo ayudaban a los beduinos en la caza, y después el paseo por los médanos, donde las 4x4 se convierten en carritos de la montaña rusa, con escenas de rescate de una camioneta encallada, aunque nada fuera de libreto. Lo mejor, la parada en lo alto de unas dunas para ver una romántica puesta de sol, con el paisaje teñido de ocre por completo.
No hay paseo o excursión por Dubai, así sea al desierto o en el piso 124 del Burj Khalifa que no se encuentren voces argentinas.
Desde que hace poco más de tres años, Emirates, la aerolínea de Dubai, vuela a la Argentina, se acortó la distancia con el emirato y agrandó el interés por descubrir estas tierras exóticas. Muchos usan esta ruta para llegar a Oriente sin pasar por Europa, lo que realmente cambió la manera de viajar del otro lado del mundo. Buenas conexiones, un aeropuerto desmesurado y la comodidad de una flota de aviones de última generación y en el top de los rankings del mercado aerocomercial.
Pero cada vez son más los argentinos que se quedan unos días como bonus extra al viaje asiático o incluso como destino final de las vacaciones para combinar compras, playas y exotismo.
Con el sol perdido entre las dunas, la noche se puebla de estrellas brillantes y la temperatura se vuelve ideal, aunque en esta época todavía el calor no agobia. Comemos como beduinos, sobre mantas en el piso, en una especie de tienda for export. Se puede también montar un camello para la foto, fumar pipa de agua y hacerse un tatuaje de henna. Mientras, una odalisca baila música árabe. Por cierto, una odalisca brasileña, porque ninguna árabe podría dejarse ver con poca ropa y en baile sensual. Aunque la situación sea más turística que real se disfruta, como cada excentricidad en el espejismo que propone Dubai.
DATOS ÚTILES
Cómo llegar. Emirates vuela a diario de Buenos Aires a Dubai, con escala en Río de Janeiro. La tarifa en clase Económica es desde 16.770 pesos. También ofrece las clases Business, con asientos totalmente reclinables, y en Primera, casi como la suite de un hotel.
Traslados. El metro tiene dos líneas: verde y roja. Para viajar hay que comprar tarjetas. El viaje cuesta entre 0,70 y 3 dólares, según la distancia.
Alojamiento. Desde 100 dólares la noche hasta lo que uno esté dispuesto a pagar, sin límites, como el Burj Al Arab, con habitaciones desde 2000 dólares.
Paseos. Burj Khalifa. Es el edificio más alto del mundo y se puede llegar hasta el piso 124, una terraza al aire libre para visitantes. Es tan alto que suele haber mucho nubosidad. Los edificios de alrededor parecen alfileres en una maqueta. Se accede desde el subsuelo del Dubai Mall. El ascensor se transforma en un cohete: se sube 10 metros por segundo, en un marcado ambiente espacial. La entrada cuesta US$ 34 si se visita hasta las 15.30. Entre las 16 y las 19 asciende a US$ 54.
Excursión al desierto. Lo más recomendable son las salidas de tarde, para ver la puesta del sol y evitar el calor. Cuesta US$ 100 por persona. Incluye traslados desde el hotel, paseo por las dunas en 4x4 y cena en tienda beduina. www.arabian-adventures.com
Dubai Museum. Cuenta la historia de manera interactiva de los orígenes de la ciudad. Está en el fuerte Al Fahidi, construido en 1787 y considerado el edificio más antiguo de Dubai. La entrada cuesta un dólar.
Cambio. Un dólar equivale a 3,6 dirham. En el Mercado de las Especias, en general se paga en efectivo.
Visa. Los ciudadanos argentinos necesitan visa para ingresar a Dubai. Si se viaja por Emirates se puede gestionar directamente la visa en la Web de la aerolínea y recibir el visado online. Los visados emitidos a través de este servicio están disponibles para estancias en Dubai de 96 horas (US$ 65) o de 30 días (US$ 90). www.emirates.com
ORO Y ESPECIAS PARA REGATEAR
Lo más tradicional de Dubai es la zona antigua, justo donde nace el Dubai Creek, un canal que entra del mar y divide buena parte de la ciudad en dos, la médula que le da vida. El canal se puede cruzar fácilmente en un abra (un taxi-barco) por unos pocos dirham. Incluso se ofrecen cruceros por el canal con cena a bordo.
Del otro lado, en la zona llamada Deira, es prácticamente una obligación recorrer el Mercado de las Especias. Como corresponde se encuentran especias de todo tipo y color en grandes bolsas a la vista de todos. Una oportunidad para abastecer la alacena con productos más difíciles de encontrar en Buenos Aires.
También, entre los callejones, muchos puestos de venta de suvenires, como réplicas del Burj Khalifa, alhajeros y adornos a precios mucho más accesibles que los que venden en las shoppings. También se puede conseguir pashminas -que aseguran son originales-, abaias -la ropa típica de las mujeres-, túnicas y hasta juguetes. Como siempre en los mercados árabes, los vendedores invitan al juego del regateo y las tarifas originales pueden descender hasta un 30 por ciento. Cuando cae la tarde y el calor da una tregua es el mejor momento para la visita.
A unas pocas cuadras está el Mercado del Oro, con más de 700 tiendas de joyas de oro y también de plata. Aseguran que los precios son los mejores de Oriente y que también se puede regatear. Pero no intente comprar el gran anillo de 58 kilos de oro con 5 kilos de piedras preciosas que uno de los negocios luce orgulloso, con toda la pompa. Está en el Libro Guinness como el más pesado del mundo y además, por si alguien lo intentase, un cartel anuncia que no está a la venta. Es sólo otro símbolo de ostentación
ARGENTINA: IGUAZU: Viata Aerea Panoramica
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viernes, 26 de junio de 2015
ITALIA: ROMA: Relectura de un clásico
Relectura de un clásico
Roma
No hace falta entrar en los museos ni en los palacios, basta con perderse por sus calles laberínticas y explorar cada piazza para comprobarlo: la Ciudad Eterna es una obra de arte en sí misma, a la que siempre se vuelve a admirar como la primera vez
ROMA.- Más allá de sus colores y olores, de su gente y sus palacios, de los pinos majestuosos que la protegen austeramente del sol, del río oscuro que baña sus pies, de las hiedras que cubren los muros eternos, del agua deliciosa que siempre fluye de sus mil fontanas y llena su topografía laberíntica de un susurro universal; más allá del bienestar inexplicable que produce el simple hecho de estar en ella, Roma es única.
No hace falta visitar sus excelentes museos, ni siquiera entrar en sus iglesias frescas y barrocas para experimentar esta singularidad: la ciudad misma es una obra de arte. Una obra de arte sin firma, una obra de arte lograda durante casi 3000 años por el ingenio fortuito y colectivo de los romanos; una obra de arte tan sublime como las maravillas que sólo la naturaleza sabe producir; una obra de arte tan genial como el mundo mismo.
Alucinado por la belleza proverbial de la urbe, el filósofo alemán Georg Simmel escribió: El más puro azar fue el que decidió en Roma qué forma total habría de resultar de lo anterior y de lo posterior, de lo derruido y de lo bien conservado, de lo consonante y de lo disonante . Más bien la impresión que uno tiene al contemplar la ciudad desde el Pincio, sobre la Piazza del Popolo, cuando cae el sol, es que en ella el más puro azar y la divina razón se confunden en un entramado incomprensible.
Esta sensación tan especial que sólo Roma produce (Estambul es otra ciudad en Occidente que se acerca a producir un efecto semejante, aunque su trágica historia y dramática geografía la revisten de un halo demasiado oscuro) es intoxicante y se impone al visitante con la violencia de mil legiones. Todos los caminos conducen a Roma porque quien la visita sabe que volverá; porque las miles de monedas arrojadas cada día a la Fontana di Trevi son una simple formalidad. En cierto sentido, a Roma se vuelve, no se va.
A los costados del Pantheon
Cuesta irse de la Piazza del Pantheon. De día o de noche, con lluvia o con sol, la visión del apoteótico templo a todos los dioses -en él descansan los reyes Saboya- es uno de los puntos más altos del paseo por el centro histórico. Sin embargo, quien atraviese la plaza y bordee el edificio llegará a la Piazza di Santa Maria sopra Minerva, donde lo recibirá el simpático elefantito diseñado por Bernini. La iglesia, edificada sobre las ruinas de un templo a Minerva, tiene dos joyas que pocos conocen: una es su bóveda estrellada azul cósmico, que emula graciosamente los colores del universo inteligible donde mora la diosa de la sabiduría; la otra es una obra de Miguel Angel que los críticos unánimemente han despreciado por considerarla inmadura: el Cristo Vencedor. Junto al altar se alza el Cristo, atlético y musculoso, que sostiene una cruz significativamente pequeña. Más allá del Pantheon, pero hacia la derecha, está el Caffè di Sant Eustachio: según muchos, la meca del café en Roma.
El Coliseo y después
El anfiteatro Flavio, más conocido como Coliseo, es desde ya una visita obligada y Roma misma resulta impensable sin su silueta monumental. Quien lo rodee y cruce la calle tomará la vía di San Giovanni in Laterano y recorrerá la cuadra de bares que constituye el epicentro de la noche gay romana.
Unos cien metros más adelante se halla uno de los complejos arqueológicos más curiosos de la ciudad: la iglesia de San Clemente es una magnífica instantánea del sincretismo cultural y religioso típico de los siglos tardíos del imperio. La planta actual data del siglo XII, pero en el transcurso del siglo XX grupos de arqueólogos descubrieron, primero, la planta subterránea de una iglesia del siglo IV y, más abajo, en lo más profundo de las fauces de Roma, un templo a Mitra en una edificación del siglo I de nuestra era; la visita es realmente impresionante.
Frente a la iglesia está la excelente trattoria Luzzi, comedero romano típico si los hay. Las especialidades son: penne all arrabbiata y pasta al salmone. La mozzarella di bufala de entrada, el vino en jarra de vidrio y el tiramisú (un auténtico poema) son de rigor. No costará más de 15 euros por persona.
Más allá de Piazza Navona
El corazón del centro histórico es la irresistible Piazza Navona, que comprende el terreno antiguamente ocupado por el estadio de Domiciano. Hacia el lado donde está la embajada de Brasil sale una estrecha calle que conduce a Campo dei Fiori, donde Giordano Bruno fue ejecutado en febrero de 1600. Por las mañanas, desde hace siglos se organiza allí un mercado de frutas y verduras; por las noches, en cambio, se junta la juventud romana para beber. Accanto al Farnese sirve tragos excelentes y The Drunken Ship no es un mal sitio para disfrutar de cervezas varias. Deambulando por ahí de noche los más afortunados pueden caer bajo el influjo mágico de una dama sueca que vive no lejos de ahí.
Justo detrás de la plaza se esconde uno de los rincones más exquisitos de la ciudad, la Piazza Farnese, sede del palacio renacentista de la familia Farnese, hoy convertido en embajada de Francia, y de la primorosa casa de Santa Brígida, la monja sueca que en el siglo XIV bajó desde Escandinavia y esperó piadosamente que el Papa volviese de su exilio en Avignon.
Detrás de Porta Pia
La puerta diseñada por Miguel Angel, a través de la cual pasaron los bersaglieri de Garibaldi para tomar Roma en 1870, es la desembocadura de la vía Nomentana, que desde hace un par de miles de años conecta Roma con el noroeste del Lacio. Sobre ésta se levanta la Villa Torlonia, antigua residencia de Benito Mussolini. Hace poco abierta al público, cuidadosamente restaurada y en extremo opulenta, la casa y los jardines son testimonio invaluable de los años dorados del menudo dictador.
Seguimos por vía Nomentana y a la altura de Viale XXI Aprile encontramos el complejo arqueológico tardo-antiguo de Sant Agnese. Fundado por Constanza, hija de Constantino el Grande, en el siglo IV, reúne la iglesia paleocristiana de Santa Inés y el mausoleo circular de la propia Constanza. A minutos de ahí, en la rotonda de Piazza Bologna, Procope sirve los mejores helados de la ciudad. El pistacho y el chocolate amargo (fondente) no son de este mundo (el cono mediano vale 3 euros).
Frente al Palatino
El monte Aventino, hogar del desdichado Remo, se alza a sólo pasos del Circo Máximo frente al Palatino, y es uno de los rincones más privilegiados de Roma. Sus mansiones violentadas por los siglos, sumidas siempre en una paz sepulcral, sus arboledas, sus iglesias parcas y milenarias, sus calles de sampietrini (empedrado), lo arrebatan del tiempo y el espacio, convirtiéndolo en una postal viva de la eternidad de Roma.
La famosa cerradura de la villa que hospeda la Orden de los Caballeros de Malta revela un secreto maravilloso y a pasos de allí, detrás de Santa Sabina -una de las iglesias más legendarias de la ciudad, con su famosa puerta tallada que contiene la más antigua representación del Cristo crucificado hallada en la ciudad santa- se encuentra uno de los rincones más bellos de la Tierra: el Jardín de los Naranjos. Cercado por un muro de época imperial, éste se asoma a una amplia terraza sobre el Tíber, un sitio privilegiado para una siesta de primavera o una tarde de verano cuando el sol fatiga la ciudad.
Por Pablo Maurette
Datos útiles
Dónde comer
La pizza: salir a comer una pizza es en Roma un hábito impostergable como el de ir a misa. La pizza no se comparte, es individual. Pedir una entre varios puede llegar a ser considerado una afrenta y suscitar burlas, gestos de fastidio e incluso rotundas negativas. En el centro histórico un clásico es Da Baffetto (vía del Governo Vecchio 114). Pero las mejores pizzerías de la ciudad se encuentran en el barrio estudiantil de San Lorenzo, detrás de la estación Termini. Armando (Ple. Tiburtino 1) está entre las mejores. Antes de la pizza el buen romano pide un fritto misto (plato con vegetales fritos, aceitunas rellenas y bocadillos de bacalao). La cerveza italiana es de primer nivel, sea Nastro Azzurro o Moretti. Raramente gastará uno más de 15 euros por persona en una pizzería.
Roma
No hace falta entrar en los museos ni en los palacios, basta con perderse por sus calles laberínticas y explorar cada piazza para comprobarlo: la Ciudad Eterna es una obra de arte en sí misma, a la que siempre se vuelve a admirar como la primera vez
ROMA.- Más allá de sus colores y olores, de su gente y sus palacios, de los pinos majestuosos que la protegen austeramente del sol, del río oscuro que baña sus pies, de las hiedras que cubren los muros eternos, del agua deliciosa que siempre fluye de sus mil fontanas y llena su topografía laberíntica de un susurro universal; más allá del bienestar inexplicable que produce el simple hecho de estar en ella, Roma es única.
No hace falta visitar sus excelentes museos, ni siquiera entrar en sus iglesias frescas y barrocas para experimentar esta singularidad: la ciudad misma es una obra de arte. Una obra de arte sin firma, una obra de arte lograda durante casi 3000 años por el ingenio fortuito y colectivo de los romanos; una obra de arte tan sublime como las maravillas que sólo la naturaleza sabe producir; una obra de arte tan genial como el mundo mismo.
Alucinado por la belleza proverbial de la urbe, el filósofo alemán Georg Simmel escribió: El más puro azar fue el que decidió en Roma qué forma total habría de resultar de lo anterior y de lo posterior, de lo derruido y de lo bien conservado, de lo consonante y de lo disonante . Más bien la impresión que uno tiene al contemplar la ciudad desde el Pincio, sobre la Piazza del Popolo, cuando cae el sol, es que en ella el más puro azar y la divina razón se confunden en un entramado incomprensible.
Esta sensación tan especial que sólo Roma produce (Estambul es otra ciudad en Occidente que se acerca a producir un efecto semejante, aunque su trágica historia y dramática geografía la revisten de un halo demasiado oscuro) es intoxicante y se impone al visitante con la violencia de mil legiones. Todos los caminos conducen a Roma porque quien la visita sabe que volverá; porque las miles de monedas arrojadas cada día a la Fontana di Trevi son una simple formalidad. En cierto sentido, a Roma se vuelve, no se va.
A los costados del Pantheon
Cuesta irse de la Piazza del Pantheon. De día o de noche, con lluvia o con sol, la visión del apoteótico templo a todos los dioses -en él descansan los reyes Saboya- es uno de los puntos más altos del paseo por el centro histórico. Sin embargo, quien atraviese la plaza y bordee el edificio llegará a la Piazza di Santa Maria sopra Minerva, donde lo recibirá el simpático elefantito diseñado por Bernini. La iglesia, edificada sobre las ruinas de un templo a Minerva, tiene dos joyas que pocos conocen: una es su bóveda estrellada azul cósmico, que emula graciosamente los colores del universo inteligible donde mora la diosa de la sabiduría; la otra es una obra de Miguel Angel que los críticos unánimemente han despreciado por considerarla inmadura: el Cristo Vencedor. Junto al altar se alza el Cristo, atlético y musculoso, que sostiene una cruz significativamente pequeña. Más allá del Pantheon, pero hacia la derecha, está el Caffè di Sant Eustachio: según muchos, la meca del café en Roma.
El Coliseo y después
El anfiteatro Flavio, más conocido como Coliseo, es desde ya una visita obligada y Roma misma resulta impensable sin su silueta monumental. Quien lo rodee y cruce la calle tomará la vía di San Giovanni in Laterano y recorrerá la cuadra de bares que constituye el epicentro de la noche gay romana.
Unos cien metros más adelante se halla uno de los complejos arqueológicos más curiosos de la ciudad: la iglesia de San Clemente es una magnífica instantánea del sincretismo cultural y religioso típico de los siglos tardíos del imperio. La planta actual data del siglo XII, pero en el transcurso del siglo XX grupos de arqueólogos descubrieron, primero, la planta subterránea de una iglesia del siglo IV y, más abajo, en lo más profundo de las fauces de Roma, un templo a Mitra en una edificación del siglo I de nuestra era; la visita es realmente impresionante.
Frente a la iglesia está la excelente trattoria Luzzi, comedero romano típico si los hay. Las especialidades son: penne all arrabbiata y pasta al salmone. La mozzarella di bufala de entrada, el vino en jarra de vidrio y el tiramisú (un auténtico poema) son de rigor. No costará más de 15 euros por persona.
Más allá de Piazza Navona
El corazón del centro histórico es la irresistible Piazza Navona, que comprende el terreno antiguamente ocupado por el estadio de Domiciano. Hacia el lado donde está la embajada de Brasil sale una estrecha calle que conduce a Campo dei Fiori, donde Giordano Bruno fue ejecutado en febrero de 1600. Por las mañanas, desde hace siglos se organiza allí un mercado de frutas y verduras; por las noches, en cambio, se junta la juventud romana para beber. Accanto al Farnese sirve tragos excelentes y The Drunken Ship no es un mal sitio para disfrutar de cervezas varias. Deambulando por ahí de noche los más afortunados pueden caer bajo el influjo mágico de una dama sueca que vive no lejos de ahí.
Justo detrás de la plaza se esconde uno de los rincones más exquisitos de la ciudad, la Piazza Farnese, sede del palacio renacentista de la familia Farnese, hoy convertido en embajada de Francia, y de la primorosa casa de Santa Brígida, la monja sueca que en el siglo XIV bajó desde Escandinavia y esperó piadosamente que el Papa volviese de su exilio en Avignon.
Detrás de Porta Pia
La puerta diseñada por Miguel Angel, a través de la cual pasaron los bersaglieri de Garibaldi para tomar Roma en 1870, es la desembocadura de la vía Nomentana, que desde hace un par de miles de años conecta Roma con el noroeste del Lacio. Sobre ésta se levanta la Villa Torlonia, antigua residencia de Benito Mussolini. Hace poco abierta al público, cuidadosamente restaurada y en extremo opulenta, la casa y los jardines son testimonio invaluable de los años dorados del menudo dictador.
Seguimos por vía Nomentana y a la altura de Viale XXI Aprile encontramos el complejo arqueológico tardo-antiguo de Sant Agnese. Fundado por Constanza, hija de Constantino el Grande, en el siglo IV, reúne la iglesia paleocristiana de Santa Inés y el mausoleo circular de la propia Constanza. A minutos de ahí, en la rotonda de Piazza Bologna, Procope sirve los mejores helados de la ciudad. El pistacho y el chocolate amargo (fondente) no son de este mundo (el cono mediano vale 3 euros).
Frente al Palatino
El monte Aventino, hogar del desdichado Remo, se alza a sólo pasos del Circo Máximo frente al Palatino, y es uno de los rincones más privilegiados de Roma. Sus mansiones violentadas por los siglos, sumidas siempre en una paz sepulcral, sus arboledas, sus iglesias parcas y milenarias, sus calles de sampietrini (empedrado), lo arrebatan del tiempo y el espacio, convirtiéndolo en una postal viva de la eternidad de Roma.
La famosa cerradura de la villa que hospeda la Orden de los Caballeros de Malta revela un secreto maravilloso y a pasos de allí, detrás de Santa Sabina -una de las iglesias más legendarias de la ciudad, con su famosa puerta tallada que contiene la más antigua representación del Cristo crucificado hallada en la ciudad santa- se encuentra uno de los rincones más bellos de la Tierra: el Jardín de los Naranjos. Cercado por un muro de época imperial, éste se asoma a una amplia terraza sobre el Tíber, un sitio privilegiado para una siesta de primavera o una tarde de verano cuando el sol fatiga la ciudad.
Por Pablo Maurette
Datos útiles
Dónde comer
La pizza: salir a comer una pizza es en Roma un hábito impostergable como el de ir a misa. La pizza no se comparte, es individual. Pedir una entre varios puede llegar a ser considerado una afrenta y suscitar burlas, gestos de fastidio e incluso rotundas negativas. En el centro histórico un clásico es Da Baffetto (vía del Governo Vecchio 114). Pero las mejores pizzerías de la ciudad se encuentran en el barrio estudiantil de San Lorenzo, detrás de la estación Termini. Armando (Ple. Tiburtino 1) está entre las mejores. Antes de la pizza el buen romano pide un fritto misto (plato con vegetales fritos, aceitunas rellenas y bocadillos de bacalao). La cerveza italiana es de primer nivel, sea Nastro Azzurro o Moretti. Raramente gastará uno más de 15 euros por persona en una pizzería.
lunes, 22 de junio de 2015
RUSIA: MOSCU: El subte moscovita
El subte moscovita
De una época gobernada con mano de hierro, eclipsa a otras líneas del mundo
Por Iván de Pineda
Las escaleras mecánicas parecen kilométricas, descienden hacia las profundidades. Cientos de personas a mi alrededor tienen el mismo semblante paciente. Están acostumbrados a hacer este camino todos los días. Cada uno de los carteles publicitarios en las paredes muestra un alfabeto muy diferente del nuestro.
Estoy en el Metpo, el subterráneo moscovita. Si bien los primeros planes sitúan al proyecto en la época zarista, este fue uno de los más grandes tal vez encarados por el gobierno estalinista.
En una época gobernada con mano de hierro, donde los gulag se llenaban de disidentes y librepensadores, decidieron construir una línea de transporte subterráneo que eclipsara a cualquier otra. Que estuviera a la altura de los grandes sistemas de transporte de Occidente. Y que también demostrara la Svet (el brillo) del sistema existente.
Para eso el total del aparato político se puso a disposición para satisfacer las visiones de los miembros más importantes del partido. Una de la misiones era darle lustre a un ajado proceso de reestructuración donde el color que preponderaba era el gris.
No se miraron los costos y durante la construcción, aquellos obreros que participaron fueron llevados al límite por Lazar Kaganovich, el comisario de hierro, quien fue el encargado de comandar la faraónica empresa y terminarla a tiempo. Toda la labor manual y el arte de las estaciones fueron hechos por ciudadanos soviéticos. En cambio, todo lo que tenía que ver con la ingeniería civil y excavación de túneles estuvo a cargo de antiguos empleados del London Underground System. Viejas historias cuentan los dilemas y las sospechas de parte del NKVD (la vieja oficina de seguridad soviética) sobre los profesionales ingleses. Muchos eran puestos bajo guardia y algunos, acusados de espionaje.
Hoy, muchos de los pasajeros y visitantes no se imaginan lo que fue el proceso de construcción que terminó primariamente en 1935. Esta primera línea contaba con más de diez kilómetros de longitud y pasaba por más de diez estaciones que fueron rápidamente extendidas en años y décadas venideras para covertirse en una de las redes más importantes del mundo.
Con un claro estilo art déco e influencias de temas y sujetos socialistas se pretendía impresionar al ciudadano y pasajero diario para que cada uno de ellos pudiera absorber los valores que proclamaba Stalin. Todo esto acompañado por la profusión de carteles y banderas del régimen, paredes cubiertas en mármol, venecitas, grandes lámparas y metales dorados.
Otro de las razones de la importancia que tuvieron estas estaciones fue la de dar refugio a los habitantes de la ciudad durante los ataques aéreos en la Segunda Guerra Mundial.
Lo que es indudable es que el sistema de subterráneos de la ciudad de Moscú es uno de los más lindos y extensos que se pueden encontrar en el mundo. Transporta alrededor de ocho millones de pasajeros diariamente y tiene uno de los recorridos más largos, con un total de casi 328 km y 196 estaciones, y con una de las estaciones situada a casi 100 m de profundidad.
De más está decir que visitar la ciudad por esta vía es una manera muy interesante de conocer parte de la historia reciente. Y fácil, prestándole suma atención a los nombres de las estaciones con sus correspondientes traducciones para no terminar en el lado opuesto al que queremos ir.
Ah, me olvidaba, antes de subir cómprese unos ricos leningradsky, pequeñas obleas con chocolate de las que me hice bastante fanático durante mi visita.
De una época gobernada con mano de hierro, eclipsa a otras líneas del mundo
Por Iván de Pineda
Las escaleras mecánicas parecen kilométricas, descienden hacia las profundidades. Cientos de personas a mi alrededor tienen el mismo semblante paciente. Están acostumbrados a hacer este camino todos los días. Cada uno de los carteles publicitarios en las paredes muestra un alfabeto muy diferente del nuestro.
Estoy en el Metpo, el subterráneo moscovita. Si bien los primeros planes sitúan al proyecto en la época zarista, este fue uno de los más grandes tal vez encarados por el gobierno estalinista.
En una época gobernada con mano de hierro, donde los gulag se llenaban de disidentes y librepensadores, decidieron construir una línea de transporte subterráneo que eclipsara a cualquier otra. Que estuviera a la altura de los grandes sistemas de transporte de Occidente. Y que también demostrara la Svet (el brillo) del sistema existente.
Para eso el total del aparato político se puso a disposición para satisfacer las visiones de los miembros más importantes del partido. Una de la misiones era darle lustre a un ajado proceso de reestructuración donde el color que preponderaba era el gris.
No se miraron los costos y durante la construcción, aquellos obreros que participaron fueron llevados al límite por Lazar Kaganovich, el comisario de hierro, quien fue el encargado de comandar la faraónica empresa y terminarla a tiempo. Toda la labor manual y el arte de las estaciones fueron hechos por ciudadanos soviéticos. En cambio, todo lo que tenía que ver con la ingeniería civil y excavación de túneles estuvo a cargo de antiguos empleados del London Underground System. Viejas historias cuentan los dilemas y las sospechas de parte del NKVD (la vieja oficina de seguridad soviética) sobre los profesionales ingleses. Muchos eran puestos bajo guardia y algunos, acusados de espionaje.
Hoy, muchos de los pasajeros y visitantes no se imaginan lo que fue el proceso de construcción que terminó primariamente en 1935. Esta primera línea contaba con más de diez kilómetros de longitud y pasaba por más de diez estaciones que fueron rápidamente extendidas en años y décadas venideras para covertirse en una de las redes más importantes del mundo.
Con un claro estilo art déco e influencias de temas y sujetos socialistas se pretendía impresionar al ciudadano y pasajero diario para que cada uno de ellos pudiera absorber los valores que proclamaba Stalin. Todo esto acompañado por la profusión de carteles y banderas del régimen, paredes cubiertas en mármol, venecitas, grandes lámparas y metales dorados.
Otro de las razones de la importancia que tuvieron estas estaciones fue la de dar refugio a los habitantes de la ciudad durante los ataques aéreos en la Segunda Guerra Mundial.
Lo que es indudable es que el sistema de subterráneos de la ciudad de Moscú es uno de los más lindos y extensos que se pueden encontrar en el mundo. Transporta alrededor de ocho millones de pasajeros diariamente y tiene uno de los recorridos más largos, con un total de casi 328 km y 196 estaciones, y con una de las estaciones situada a casi 100 m de profundidad.
De más está decir que visitar la ciudad por esta vía es una manera muy interesante de conocer parte de la historia reciente. Y fácil, prestándole suma atención a los nombres de las estaciones con sus correspondientes traducciones para no terminar en el lado opuesto al que queremos ir.
Ah, me olvidaba, antes de subir cómprese unos ricos leningradsky, pequeñas obleas con chocolate de las que me hice bastante fanático durante mi visita.
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