martes, 13 de mayo de 2014

COLOMBIA: SAN ANDRES: El mar de los siete colores

El mar de los siete colores

En el Caribe colombiano, el archipiélago se destaca por sus playas increíbles, pero también por su particular gastronomía, música y arquitectura. Ecoturismo y compras libres de impuestos.

Las horas transcurren en cámara lenta, deslizándose al ritmo de los seres insospechados –y hasta desopilantes, como los “corales cerebro”, llamados así por su forma– que pueblan el universo submarino del archipiélago de San Andrés. Pero paradójicamente y, también a imagen y semejanza de las profundidades, el tiempo es escurridizo, como los peces que huyen de las caricias humanas y como la arena que se escapa entre los dedos de las manos. Quizá este fenómeno del Caribe colombiano –horas lentas que se esfuman en un abrir y cerrar de ojos– se explique porque los días son, sencillamente, felices. Y pocas cosas deben ser más efímeras que la felicidad.

Estas reflexiones mínimas que empiezan a esbozarse quedan inconclusas en la mente, cuando el guía detiene la embarcación y le pide a su compañero que busque una ¡estrella de mar! Como si se tratara de un elemento tan cotidiano como puede ser un café en una oficina porteña, Mike asiente en creole (el inglés criollo sanandresano) y se zambulle en las aguas cálidas, calmas y transparentes.

Veintiocho años, descendiente de “nativos o raizales” (haber nacido en estas islas, siendo bisnieto de alguien con raíces africanas, es motivo de mucho orgullo) y “ojiverde”, Mike trae la estrella y un erizo blanco de yapa para que los turistas se saquen fotos con esta pequeña muestra de la rica fauna marina local. Y los devuelve a su hábitat.

Luego vendrá el momento de “jugar” con una mantarraya gris de dimensiones intimidantes (dicen que hay que pararse enfrente, mirándola a los ojos) y de retornar a Rose Cay, un cayo que todo el mundo conoce como El Acuario. Precisamente, su nombre se refiere a la impactante cantidad de peces que se observan a simple vista y que multiplican su variedad y colorido cuando uno se calza la máscara de snorkel y se sumerge en ese mundo paralelo, literalmente.

Por el mismo motivo, la lancha en cuestión tiene el suelo transparente: a través del acrílico, van apareciendo las algas, los erizos blancos y negros (los primeros no pinchan) y los corales. En este caso, el tamaño da cuenta de la antigüedad, por lo que nos advierten que estamos navegando sobre un coral de 400 años.

La excursión comienza y termina en El Acuario, un islote que cuenta con un par de kioscos coloridos para comer y tomar algo, y al que nadie debería embarcarse si no ama el mar y el sol.

A diez minutos de lancha desde San Andrés, hasta aquí se llega atravesando un oleaje siempre suave y, por momentos, fosforescente. La postal incluye a su vecino cayo Haynes, al que todo el mundo accede caminando –metro más, metro menos, está a una cuadra de distancia– y con el agua por la cintura. Es una isla de palmeras (palmas, como le dicen aquí) con otro par de bares al aire libre. Vale aclarar que en estas latitudes, la indumentaria incluye siempre “zapatillas para agua”, que permiten caminar sobre las piedras y corales sin lastimarse. Y claro, el equipo de snorkel (si es propio, mejor, para regular las dosis de contemplación submarina de forma personal).

Los recuerdos de aquella tarde (da igual si es martes o miércoles) quedarán meciéndose en el pasado reciente, como el barco encallado que dejamos en el camino. Porque si llegamos a este destino esperando un mar turquesa y planchado, digno de la mejor versión del Caribe, nos encontramos con una superadora sucesión de piscinas naturales de tonalidades contrastantes, cuya paleta de colores comienza en un verde tan claro que se asemeja a un vidrio blanquecino, recorre varios celestes y llega a un azul bien oscuro.

Sin “photoshop”
“Aquí tenemos el mar de los siete colores”, repiten una y otra vez los sanandresanos, quienes los cuentan con facilidad señalando al horizonte marino. Menos poético, el guía explica que esa variación se debe a las diferentes produndidades y a larguísimas barreras coralinas, que impiden el paso de las olas y los tiburones.

El archipiélago de San Andrés está situado en el Caribe sur, frente a las costas de Centroamérica y está conformado por las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, numerosos cayos y algunos bancos de arena.

Lejano en varios sentidos con respecto al resto de las regiones de Colombia, el archipiélago se encuentra a 700 km de la costa continental y cuenta con las barreras de arrecifes más extensas del país (aquí se encuentra el 78% del área coralina colombiana).

Ya desde la ventanilla del avión, la isla de San Andrés –la más grande y la más turística– se presenta como un hipocampo. Efectivamente, tiene la forma de un caballito de mar, rodeado por un oleaje que jamás necesitará del “photoshop”. Es inevitable: San Andrés entra por los ojos en una primera instancia y se va expandiendo hacia los otros sentidos después.

Una vez que se tienen los pies sobre la tierra, uno se olvida que estas islas son el último confín de Sudamérica. Si bien en el Caribe colombiano abundan el buen café (siempre hay tiempo para tomarse un “tinto”, una tacita de café cargado) y el aguardiente con sabor a anís, en el aspecto cultural predominan la gastronomía, las costumbres, la música (suena mucho el calipso, el mentó y el reggae), la religión (hay ocho iglesias bautistas y otras tantas católicas) y la arquitectura que surgieron como consecuencia de las mezclas de tradiciones inglesas, africanas, españolas, holandesas y afro y anglo-antillanas.

Estas características se reflejan con mayor claridad en la arquitectura de los barrios más tradicionales, como San Luis, donde las casas son de madera y están pintadas de colores, con balcones y tirantes por doquier.

Un ejemplo icónico es la iglesia Bautista más antigua de San Andrés (fue fundada en 1844), que queda en el sector de La Loma, el más alto de la isla. El templo es de madera blanca –traída desde Alabama, Estados Unidos– y tiene techo a dos aguas colorado, con un mirador-campanario que ofrece una panorámica con exceso de mar y palmeras, al que se sube después de atravesar los bancos del coro superior sobre un piso bien inclinado y trepar unas escaleras empinadas también. Sin imágenes, el interior se destaca por haber sido íntegramente construido en madera y contar con vidrios amarillos, verdes, azules y rosados por los que se filtra la luz.

La segunda gran aproximación a la arquitectura que nos hace olvidar que estamos en Colombia es el Museo Casa de la Cultura Isleña (Island House). Nuevamente, ingresamos a una casona completamente de madera, que imita con fidelidad cómo eran las viviendas durante la colonia británica.

Aun para quienes ya conocen San Andrés, el primer día es bueno destinarlo a dar una vuelta a toda la isla para familiarizarse con el lugar. El recorrido es de aproximadamente 32 km y, aunque suene inverosímil, las mejores opciones de transporte son los carritos de golf y las motos. De hecho, las caravanas de familias isleñas motociclistas –sin apuro y sin cascos– son postales frecuentes, tanto en las carreteras de cara al mar como en las calles céntricas.

Entonces, memorizaremos que en “la cabeza del caballito de mar de San Andrés” se sitúan Punta Norte , el híper turístico Johnny Cay y las bellas playas de Bahía Sardinas (Spratt Bight), junto con la zona comercial y hotelera. Hacia el sudeste de la isla están las playas de San Luis, mientras que atravesando la Punta Sur, aparecerán (en sentido norte) el Hoyo Soplador, La Piscinita, West View, Bahía El Cove, la Cueva de Morgan y La Loma. Ya sin la protección de la barrera coralina, todo el costado oeste de San Andrés es ideal para la pesca y deportes náuticos como el windsurf, kitesurf, jet sky y buceo en West View, El Cove y La Piscinita. En esta última hay un trampolín para lanzarse a nadar en aguas profundas, azules y algo frías.

De nombre sugestivo, el Hoyo Soplador no sabe de eufemismos: es una parada turística donde el suelo tiene un agujero que despide un rugido feroz, seguido por fuertes ráfagas de viento y, a veces, chorros de agua.

La isla del tesoro
Los historiadores no coinciden del todo, pero muchos sostienen que la historia del archipiélago de San Andrés comenzó en 1510 con la llegada de navegantes españoles, mientras que en la época precolombina pobladores del Caribe y Centroamérica se aproximaban a pescar a estos territorios. Un siglo más tarde, las noticias de los corsarios, aventureros y contrabandistas holandeses e ingleses daban fe de un grupo de islas e islotes rodeados por lo que ya se conocía como “un mar de siete colores”.

Bajo el mando de John Pym y del conde Warwick, un grupo de puritanos ingleses llegan a las islas en 1629 y encuentran holandeses establecidos en la actual Providencia, iniciando una relación: los ingleses colonizaban y los holandeses se encargaban del comercio por las Antillas. A partir de 1633 traen a los primeros esclavos africanos, y algunos logran huir a la vecina isla de San Andrés, creando un idioma propio (el creole), para que sus opresores no los entendieran.

Durante varias décadas, el archipiélago pasa de manos inglesas e irlandesas a españolas, período en el que hace su aparición el famoso pirata Henry Morgan (dicen que venía de Jamaica), dejando enterrados algunos de sus tesoros.

Con el paso de los siglos, la abolición de la esclavitud, el auge y y decaimiento del comercio de coco y su aceite, el archipiélago adquiere en 1953 el estatus de puerto libre; en 1991 queda constituido como departamento de Ultramar; y en 2000 es declarado Reserva de la Biosfera Seaflower.

Apoyándose en las fantasías que siempre despiertan las leyendas de piratas y corsarios, donde nunca faltan mapas indescifrables que señalan cofres de oro escondidos, la Cueva de Morgan se convierte en una parada turística indiscutida. Se trata de dos museos (del Coco y del Pirata) y la réplica de un galeón algo descuidados, junto a una formación coralina estrecha (la cueva). Se supone que si alguien se atreviera a nadar esas 50 metros de aguas estancadas (sobrevoladas por murciélagos), en la más absoluta oscuridad, llegaría a la bahía que Morgan solía usar como refugio.

Con una población de 75.000 habitantes, el archipiélago ostenta una forma de vida inseparabable de su historia de esclavos africanos, campesinos europeos, piratas ingleses y colonos españoles: la cultura raizal.

Aunque el idioma oficial es el español, éste es uno de los pocos lugares de Colombia donde la población es bilingüe porque las personas nacidas en el archipiélago se comunican entre ellos en creole. Mezcla de inglés, español y dialectos africanos, el creole es la lengua criolla que los sanandresanos hablan continuamente y marca una frontera. Una escena de todos los días: un visitante entra a comprar a una tienda, los vendedores le hablan en español o inglés pero mientras el forastero busca el dinero ellos dialogan en creole, a conciencia de que la otra persona no les entiende.

Un gran duty free
En el extremo norte de San Andrés, en la zona de Bahía Sardinas, el Paseo Peatonal Spratt Way se caracteriza por combinar armoniosamente sus facetas comercial y natural: propone una seguidilla de bares, restaurantes y negocios de un lado de la acera, y ofrece 1,8 km de playas de la otra mano con vista al islote de Johnny Cay.

Entre puestos de cebiches, dulces, artesanías de coco y collares, dos hombres que superan los sesenta años juegan al ajedrez sobre la pared baja que separa la calle de la arena fina y blanca, sin que el bullicio los desconcentre. Casi inmóviles, con sus manos sujetando sus respectivas barbillas, jugarán en esa posición durante unas tres horas. Es el tiempo en el que nos adentramos en el cemento para recorrer algunas de las avenidas principales de la isla, como Colón, de las Américas y 20 de Julio, donde las tiendas ofrecen productos libres de impuestos, como perfumes e indumentaria.

A su vez, el malecón Avenida Francisco Newbal constituye otro paseo peatonal diurno y noctuno que atraviesa la isla de sur a norte, desde la entrada al muelle internacional hasta el Club Náutico.

Playas y excursiones
A propósito de Johnny Cay, este cayo es el primero que se visita para entrar en clima con el espíritu del lugar. Puede resultar demasiado turístico para el gusto de algunos pasajeros que toman la lancha, arriban en quince minutos y son recibidos con algunas opciones de tragos: el Coco Loco (típico de la región, es una poderosa combinación de vodka, brandy, whisky, ginebra y ron, adentro de un coco verde), piña colada (con o sin alcohol) y el Coco Fresa (muy dulce y refrescante).

El islote tiene 1,5 km de perímetro y, según el estado físico y anímico de cada persona, demanda unos veinte minutos dar una vuelta completa. Vale la pena porque se descubren rincones solitarios –se ven iguanas, lagartijas azules y cangrejos– y, entre los arrecifes y la vegetación, aparecen piscinas y pozos naturales con peces de todos los colores.

Al regresar al punto inicial, habrá reggae a toda hora y mojarritas fritas con plátano para almorzar en restaurantes decorados con los colores de la bandera rastafari (amarillo, verde, rojo y negro). Además, hay carpas con sillas o reposeras para alquilar por día, paseos en “banana”, vendedores de collares y trencitas para todos (se necesita efectivo para consumir cualquiera de estas cosas o para usar los baños en el cayo).

Lejos del bullicio que predomina en Jonnhy Cay y que se hace extensivo hasta El Acuario y su vecino Haynes Cay (hay agencias que incluyen todas estas playas como en un solo día de excursión), las playas de San Luis son las mejores para descansar y leer en silencio, algo que también es posible en las más urbanas de Bahía Sardinas y North End.

En esta zona también se puede llegar a Rocky Cay atravesando el mar, desde la playa de Cocoplum.

En cambio, para visitar Cayo Bolívar hay que tomar una excursión que demanda una jornada entera y que no se realiza a diario porque el oleaje del mar abierto suele estar agitado. Si las brisas son favorables, se recorren 25 km al suroeste de San Andrés en yates veloces hasta una formación coralina totalmente deshabitada.

La buena mesa
Arroz de coco y patacones ( plátanos verdes fritos), pescados fritos, arepas, caribañolas, sancochos (con carne de res, pollo y cerdo), friches, fritangas, yucas y ñame se destacan en la gastronomía del Caribe colombiano. San Andrés no es la excepción y su mar influye a la hora de consumir c aracoles, langostas, camarones, cangrejos negros y truchas, entre otras delicias típicas. Para sazonar las recetas isleñas, el coco y sus derivados siempre son protagonistas, mientras que la herencia inglesa dejó plantas aromáticas –como clavo, canela y jengibre–, que le dan un sabor particular.

Entre los platos más representativos figuran el rondón (filet de pescado, caracol, yuca, ñame, colita de cerdo, plátano cocido y domplines o tortillas de harina, bañado y cocido en leche de coco con pimienta), fish ball (albóndigas de pez loro, pargo, mojarra o cangrejo negro, sazonadas con tomate, cebolla, ajo y especias), sopa de cangrejo (lleva papa, ñame, yuca, albahaca y leche de coco), bola de caracol (molido y con cebolla, ajo, orégano y harina), cebiches y empanadas (de cangrejo pollo o carne, suelen degustarse en los kioscos ambulantes).

En las tardes, algunas mujeres venden dulces típicos, como las cocadas y las bolas de coco, así como las populares tortas de ahuyama, maíz y banano. Una de las especialidades típicas de San Andrés es el fruto de pan, que se sirve frito o cocido, como acompañamiento de varias comidas. Cuentan los que saben que hay que consumirlo cuando aún es verde y no ha madurado, para disfrutar mejor su sabor. La historia de este árbol traído de la Polinesia Francesa en tiempos de la esclavitud se explica en el Jardín Botánico, donde se recorren las diferentes etapas de la evolución de las especies de flora (muchas de la cuales fueron ingresadas a la isla por los colonos ingleses).

A los tours gastronómicos y culturales y los días de descanso y deportes náuticos se suman finalmente las alternativas de ecoturismo: en la laguna de agua dulce Big Pond hay babillas (caimanes) y se practica avistamiento de aves; y en la granja de Job Saas se ven cangrejos, tortugas e iguanas, y se puede beber un jugo de tamarindo o caña de azúcar. Pero es en las vecinas islas de Providencia y Santa Catalina –de formación volcánica, a diferencia de la coralina San Andrés– donde el ecoturismo encuentra una mayor variedad de paisajes. El Parque Nacional Natural Old Providence McBean Lagoon contribuye a la conservación de los recursos naturales del archipiélago (de abril a junio, la migración del cangrejo negro es un fenómeno muy convocante). Más vírgenes y silenciosas, estas islas están protegidas por la tercera barrera coralina del mundo en tamaño, después de las de Belice y Australia.

A puro snorkel y sol en la piel, se esfumaron cuatro días en esta tierra sin apuro, donde la felicidad tiene color: turquesa.



MINIGUIA

Moneda
La moneda es el peso colombiano. Un dólar equivale a 1.900 pesos.

Atención
En el aeropuerto de San Andrés, colombianos y extranjeros deben pagar un impuesto de entrada de US$ 25. El comprobante de pago también es solicitado si se viaja a Providencia.

Dónde informarse
www.colombia.travel/es

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